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jueves, 31 de diciembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del 1 de enero, Día de Santa María Madre de Dios

1 DE ENERO, SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

Yo reconozco que cuando tengo que decir algo sobre la Virgen María me quedo cortado. Porque se que por mucho que intente hablar de ella, de la mas grande y perfecta de las criaturas del Señor, de la, nada más ni menos, Madre de Dios, siempre me voy a quedar infinitamente corto, siempre voy a ser incapaz de manifestar algo medianamente coherente sobre ella, porque es tan grande el misterio que no llego a imaginarlo.
De todas formas me imagino las respuestas con las que me encuentro cada día, ante la posibilidad de tener un hijo. Se pondrían mil pegas y mil condiciones. Que si se es muy joven para asumir esa carga, que tienen mucho tiempo, que la economía no está para tener hijos, que tendrían muchos problemas en el trabajo… Cuando no hacer oídos sordos a esta llamada de Dios, no querer saber nada del tema, sencillamente ignorarlo.
Sin embargo María no lo dudó, se puso en las manos de Dios. Ella sabe que Dios la necesita para llevar adelante esa salvación definitiva de los hombres. Y asume ese destino. Desposeerse de todo, tener a su Hijo en un establo, ser reconocido por unos pastores y hacer de su vida un silencio, el silencio de quien guarda todas las cosas en su corazón. Su amor de madre, su compañía en ese apostolado, su presencia en el calvario, siendo más Madre que nunca, su maternidad de la Iglesia que inicia en aquel Pentecostés.
Pero ese mandato, esa invitación a ser Madre de Dios para nuestros hermanos lo hemos recibido todos, es una necesidad de “parir” a Dios para nuestros hermanos, que ellos lo reciban de nosotros, ser quienes, como María, se lo pongamos en las manos a todo aquel que va por la vida lleno de buena voluntad, viviendo a Dios aunque no lo sepan.
Estamos estrenando un año, es el momento en el que tantos y tantos hacemos “balance” y nos proponemos los mejores deseos imaginables. Palabras y más palabras, deseos de felicidad, de prosperidad, de alegría para todos y un año lleno de ventura. Palabras y más palabras, si tras ellas no van nuestros hechos de un esfuerzo para que todo sea realidad.
Es un poco cínico, como dice el apóstol Santiago en su carta (St. 2,14-16), desear mucha alegría a quienes carecen de lo más elemental, alimentos, trabajo, un techo y, sobre todo, un futuro, y seguir tan felices en nuestra vida llena de todas las cosas. Es un poco cínico levantar la copa llena de cava, cuando hay tantos niños a los que falta ese vaso lleno de leche.
Vamos a ser realistas, honrados y, al menos, comprometernos por un mundo más justo, hacernos todos mutuamente felices, a crear un año de esfuerzo por ese mundo según Dios. Solidarios, comprometidos, instrumentos para que llegue la misericordia de Dios. Dejando de lado nuestro aburguesamiento y apostando por la justicia real, la justicia de Dios. La vida es demasiado corta para malgastarla en egoísmos
María no escatimó nada, no se reservó nada, no puso ninguna pega. Había recibido una llamada de Dios, que la desposeía de todo para ser su Madre, que le negaba cualquier cosa que apetecería una joven, para dárselo todo. Para ser la Madre de Dios, la Madre del Príncipe de la paz. La paz que sale del hijo para llegar a todos, la paz que Ella vive y la hace Reina de la paz, porque es un paz que brota de la misericordia, ella “Reina y Madre de Misericordia.
Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 25 de diciembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 27 de Diciembre, Festividad de la Sagrada Familia

FESTIVIDAD DE LA SAGRADA FAMILIA

La familia siempre es esa especie de pelota que todo el mundo quiere coger para tirársela al otro, después de acoplarla a sus intereses.
Los políticos, que se consideran los poseedores de la verdad total y del único modo perfecto de vida, quieren controlar a la familia, para que dependa de ellos de tal manera que los mantenga siempre en el poder. Y si para ello es preciso llegar a las mayores indignidades y a las más groseras manipulaciones, incluso inventando nuevos modos de familia, pues se hace.
Los comerciantes que ven en la familia el objeto de sus ganancias, luchan por hacer una oferta para la felicidad perfecta, consistente en la constante compra y consumo, en una escala creciente, de modo que siempre sientan la necesidad de más y más consumo, para que el sistema de mercados se mantenga, aunque ellos conlleve esclavizar a las familias en una constante búsqueda de dinero, y más dinero para poder satisfacerla.
Las religiones que tienen en la familia el medio de su subsistencia, ya que quienes controlan la conciencia, como manifestación de lo espiritual. Y en la familia se encuentra ese núcleo en el que las leyes se estrellan, las normas son internas y el único punto frágil es el del espíritu.
Sin embargo, la familia sólo se puede entender desde el amor. Ese amor que hace que cada uno de sus miembros sea capaz de renunciar a los suyo para que el otro consiga su fin. Ese amor que da el calor y la seguridad por la que se siente la fuerza y la consistencia de un reducto en el que uno está realmente tranquilo. Ese amor que es capaz de reproducir la vida, que la vida nazca de ella misma, la vida que hace crecer al mundo en todos sus aspectos. Ese amor que permite el desprenderse de lo seres queridos para que ellos vuelen libres y puedan crear otras familias, pero sin romper nunca ese cordón umbilical, que le hace mirar hacia atrás con cariño y la seguridad de encontrar siempre unos brazos abiertos.
Ese amor que nace de Dios, la única fuente posible del amor, el único origen del amor ya que él es el amor. Ese amor que se nos manifiesta en Cristo como revelación del amor divino.
Por eso no podemos imaginar la familia sin referencia a Cristo. Pues por amor participó de la lucha de una familia para seguir adelante. Cristo por amor creó una familia a la que regaló a su propia Madre para que nunca sintiera la orfandad. Cristo por amor muestra el sistema perfecto por el que los hombres podemos convivir sin la renuncia a la condición de tales. Cristo por amor establece la vida como única norma de subsistencia, y la hace tan fuerte que la hace eterna.
La familia debe ser ese núcleo de amor y libertad, ese núcleo fuente de vida, origen de vida que transmite y la hace continuar con alegría por la historia. La familia es el reflejo de Dios-familia, con él amor como único combustible que le permite mantenerse constantemente activa.
Por eso aquella familia de Nazaret formada por María, José y Jesús, es referente de familias, porque su lazo de unión era el amor, ese amor que brota de Dios que vivía en su seno.
Y, sobre todo, Iglesia doméstica, fuente de la misericordia de Dios, manantial de esa misericordia que hace que el mundo pueda funcionar hacia delante, creando, construyendo. Por eso al tener como referencia a la familia de Nazaret, siempre será la familia de la misericordia, donde el abrazo fraterno es seguro.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 24 de diciembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del 25 de Diciembre, Día de la Natividad del Señor

DÍA DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR

Así te queremos, Dios, de carne y hueso, parte de nosotros mismos para que nosotros podamos ser parte de ti. No una nube maravillosa que deslumbra el horizonte, no una luz lejana que ilumina los corazones y los aturde. No el trueno esplendoroso que fascina y hace que nos recojamos en lo más hondo de nuestro ser.
Así te queremos, Dios, de carne y hueso. Sabiendo lo que es el desprecio de la gente que no te quiere alojar, sintiendo en tu piel el frío del ambiente que se mete en los rincones del alma, compartiendo las pajas con el más pobre, lejos del confort de tu cielo con el calor constante de la alabanza de los bienaventurados.
Así te queremos, Dios, de carne y hueso. Rodeado de aquellos a los que la justicia humana nunca escuchará, con el desconcierto de las gentes que no entienden por qué te adoran los Magos de Oriente, con la debilidad de tu Madre que ha de suplicar ayuda para poder salir de aquel trance, en el calor denso de aquel establo donde competías el espacio con los animales.
Así te queremos, Dios, de carne y hueso, esforzado desde la infancia colaborando para que no falte el pan en la mesa. Aprendiendo la sabiduría de los hombres para que sea un conducto para la sabiduría divina, luchando con los elementos que se te oponen en el camino, sintiendo el sudor sobre tu piel y el cansancio que te avisa de que eres limitado.
Así te queremos, Dios, de carne y hueso. Joven fuerte, con manos encallecidas por el trabajo que te proporciona el sustento cotidiano, sometido a la autoridad de los tuyos que saben que te distancias aunque ellos quieran retenerte, la tiempo que vas sintiendo que el mundo se te queda pequeño, intuyendo esa misión a la que estás llamado, ese misión que eres tu mismo.
Así te queremos, Dios, de carne y hueso. Andando los caminos del mundo a atronándolo con la mayor de las noticias que podíamos recibir, rodeado de aquellos pobres hombres que no se aclaraban de quien eras, a qué los habías llamado, cual era el sentido exacto de esa noticia que anunciabas, donde estaba ese Reino que tú asegurabas que había llegado.
Así te queremos, Dios, de carne y hueso. Sabiendo de dolores y abandonos, saboreando la más amarga de las soledades, sintiendo en tu cuerpo los insultos y los azotes, desgarrados tus manos y tus pies en aquella cruz empeñada en mantenerte fijo y muerto en la tierra.
Así te queremos, Dios, Jesús, de carne y hueso. Resucitado y glorioso, reuniendo en ese cuerpo los cuerpos vivos de todos los bienaventurados, fuente de todos los perdones y las misericordias, solidario con todos los cuerpo que se quieren acercar a ti. Cristo carne y hueso, gloria definitiva de Dios que ha vencido a la muerte como representación de lo inhumano.
Así te queremos, Dios-con-nosotros, de carne y hueso, Cristo total, Cristo eucaristía, Cristo compañero y guía hacia esa eternidad que eres tu mismo.
Así te queremos, Jesús, hermano, que nos has tomado de la mano para llevarnos hasta ti, para llevarnos a la vida del amor definitivo, por ese camino que se inicia en las pajas de Belén.
Así te queremos, Dios-misericordia absoluta, hecha carne para que nosotros paladeemos profundamente tu amor. Misericordia nacida, misericordia regalada, misericordia que acompaña nuestro pecado para destruirlo.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 18 de diciembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del próximo domingo 20 de diciembre, IV Domingo de Adviento

IV DOMINGO DE ADVIENTO

En un monasterio cisterciense que yo solía visitar y en el que pasaba todos los días que mi  labor pastoral me permitía, había un anciano hermano lego que era el portero. Un hombre de inmensa santidad y sabiduría que yo escuchaba embobado. En una ocasión hablando de este fragmento del Evangelio, la visitación de la Virgen a Isabel, me decía que le hubiese gustado estar allí, quitando todas las piedras del camino, echando flores a los pies de la Señora, cubriendo su cabeza para que el sol no la fatigase, haciendo abrigo para que el viento no la azotase, y por la noche, cuando ella descansase, postrarse de rodillas ante aquella custodia maravillosa, que llevaba dentro de sí al amor de los amores, al mismísimo Dios de la promesa. Una tarde me avisaron que había muerto, viajé por la noche durante horas, llegue al monasterio y me condujeron a la capilla. Estaba en el suelo, sobre un paño oscuro con su blanco hábito y las manos juntas donde habían puesto un rosario. El abad que me acompañaba me dijo: “te das cuenta como sonríe”. Yo le respondí: “Claro, reverendo padre, porque ahora mismo él está corriendo por los caminos de las montañas del cielo, quitando piedrecillas y echando flores para que la Madre camine sobre una alfombra.
Aquel fraile, desde su santidad y sencillez, sabía lo que se jugaba en aquella visita, que allí iba el futuro de nuestra redención, nuestra posibilidad de una vida digna de ser vivida, la luz de todas nuestras oscuridades, la esperanza de todos los horizontes que podamos soñar.
En aquel camino, que la Madre andaba deprisa, porque había sido requerida, porque se tenía que dar el encuentro entre el último de los profetas y el Dios objeto de todas las profecías.
En aquel camino que María andaba con el cuidado de quien sabe que lleva dentro de si misma todas las ilusiones de los patriarcas, todos los anuncios de los profetas, el cumplimiento definitivo de la promesa de Dios, el fin de todos los males, la derrota de la muerte y la tumba definitiva de Satanás.
En aquel camino confluían todos los caminos, terminaban todas las rutas, se dirigían todos los desvíos, Era el primer camino que andaba Dios en la tierra, con rostro humano, con esas manos y esos pies que serían clavados en la cruz, pero objetos de gloria en la mañana de la pascua.
Aquel camino que se nos invita a todos a andar, buscando, como Juan, el encuentro dichoso con nuestro Salvador, sentir su presencia ya inmediata, saberlo cercano a nosotros, vivirlo en nuestra proximidad.
Aquel camino que nos lleva al amor derramado a manos llenas, a la misericordia dada sin medida, a la justicia eliminadora de dolores, a la salud de todos los corazones, a la auténtica luz de todos los ojos.
Aquel camino que se convirtió en relicario, que se transformó en senda celeste, porque lo había pisado la más hermosa de las criaturas que salieron de las manos de Dios, llevando, portando para nosotros, el que había de ser el gran príncipe de la paz.
Aquel camino que, saliendo de aquella casita de Nazaret, se quiere encaminar a todos y cada uno de nuestros corazones. Porque es el relicario de la misericordia. Misericordia dada a manos llenas, misericordia echa carne para que nosotros la hagamos parte de nuestro ser.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 11 de diciembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del próximo domingo, 14 de diciembre, III Domingo de Adviento (Gaudete)

III DOMINGO DE ADVIENTO, DOMINGO GAUDETE

La liturgia dice que este es el domingo del gozo, el domingo de la alegría. Yo no se si porque estamos cerca de la Navidad, o porque vamos siendo conscientes de que nuestras deudas serán saldadas. Nuestros odios serán convertidos en perdón, nuestros egoísmos se trocarán en generosidad, nuestras ambiciones desmedidas serán amor.
Alegres y gozosos porque, como dice el salmo, el grande, el santo, está en medio de nosotros, es el momento de nuestra libertad, el día de romper todas las cadenas que nos atenazan, abrir todas las cárceles que nos retienen.
Juan el Bautista habla de generosidad, de no violencia del fin de los abusos, de la justicia sin condiciones, la verdadera justicia. Que llega el mundo nuevo, que se están poniendo los cimientos de la nueva creación.
Es la conversión, la inversión de todo, el cambio profundo de todos los corazones. Libro nuevo, página en blanco para que se puedan escribir en ella toda la grandeza, toda la belleza de la que somos capaces.
Es la conversión, es el inicio de rutas nuevas, de los caminos señalados por Dios, para nosotros, desde el principio de los tiempos, caminos nunca andados y que nos conducen a todas las luces, a todas las esperanzas. Caminos en los que el pecado es un pequeño lapsus de debilidad que nos hace detenernos, recapacitar y seguir adelante, renovados y con fuerzas nuevas.
Domingo de gozo y alegría. Porque la conversión siempre es gozosa, porque el dejar atrás lo que nos deshumaniza y empequeñece siempre es alegre. Domingo de alegría y gozo porque el que ha actuado para mi bien en toda la historia de la salvación, se va a hacer hombre, va a participar de mi barro para que yo pueda participar de su luz.
Domingo de alegría y gozo, porque es el momento de nuestro encuentro con nuestra grandeza original. De saltar de alegría y de gozo porque está en medio de nosotros el Santo de Israel.
Tercer domingo de Adviento, domingo de gozo y alegría, porque la conversión es mirar cara a cara nuestro pecado, es mirar sin disimulos lo que nos ensucia y envilece, es momento de saber que todo puede tomar otro camino, que la misericordia de quien nos llama es infinitamente mayor de lo que nos pueda separar de Él, que está empeñado en no dejarnos solos, de tener siempre su mano tendida para que la tomemos, para que nos aferremos a ella, para que volvamos a la senda en la que nuestra compañía siempre va llenándonos de posibilidades para que explotemos nuestras grandezas y vayamos allanando, no sólo nuestro propio camino, sino el de todos aquellos que nos quieran acompañar.
Domingo de gozo y alegría, porque se nos muestra nuestra posibilidad de ser guías, luz en el andar de todos aquellos que nos rodean, facilitadores del buen camino para nuestros hermanos, porque el gran camino a la vida nunca lo podemos andar solos, lo debemos andar en comunidad, en grupo con aquellos que comparten con nosotros, con aquellos que, reconociendo su pecado, se esfuerzan en la conversión, en el cambio en el que se deja todo lo que podemos tener de barro y asumir la luz que se nos dona. Un camino de luz y de misericordia, porque el Dios que nos viene es el Dios de la misericordia, lo que hace la ruta más fácil y más feliz.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 4 de diciembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 6 de diciembre, II Domingo de Adviento.

II DOMINGO DE ADVIENTO

Podíamos decir que Cristo hoy nos concreta el espíritu del Adviento, al recordarnos que el proyecto que Dios tiene para con nosotros no se puede frustrar.
Llega el Señor, y todo se debe de componer. Como si fuese una solmene procesión del Corpus, todo se debe aderezar, todo se adereza. Que se limpien las calles del alma de lo que las afea, barrámoslas de odios, rencores, egoísmos, ambiciones desmedidas. Rellenemos los baches de la vida con profusión de caridad, de amor desbordante a Dios por medio de los hermanos, con cemento de caridad. Elaboremos un palio con varales de misericordia y un dosel de solidaridad y generosidad.
Llega el Señor y lo debemos de alfombrar todo con los pétalos de nuestra oración y la apertura de nuestra alma.
Llega el Señor, y quiere pasearse por las calles de nuestra vida y debemos eliminar todo tipo de pecado, todos los obstáculos que impidan su paso en nosotros, en nuestro ser, en todo aquello que compone nuestra existencia.
Llega el Señor, sin pedir honores, sin reclamar grandiosidades, en las frías pajas de Belén, pero pide calor. Ese calor que brota de los corazones que se compadecen, ese calor que brota de quien siente en sí mismo el dolor del hermano, ese calor que brota de todo aquel que sabe amar de verdad, que se considera servidor del desposeído y que da gracias por la luz de cada día.
Llega el Señor y nos quiere en pie ante él, con toda nuestra realidad, con toda nuestra sinceridad. Asumiendo ese pecado que nos desnaturaliza, pero que nos hace sufrir porque lo sentimos como un obstáculo para el amor. Asumiendo nuestras deficiencias, pero luchando para que todas nuestras potencialidades se pongan en marcha para hacer el bien. Asumiendo nuestras limitaciones pero conscientes del sinfín de posibilidades que Dios nos ha regalado.
Llega el Señor. Pobre para enriquecer a todos los que se acercan a él. Débil para dar fortaleza los que se acobardan. Derramando a manos llenas todas las riquezas que son capaces de dar la felicidad a aquellos que se sienten desvalidos en su compañía.
Como dice Juan el Bautista, como dice el profeta Isaías; la salvación de Dios está con nosotros, ha puesto su casa entre nosotros, quiere compartir con nosotros, ser parte de lo que somos nosotros. Y todo esto elevarlo a la categoría de divino, hacernos dioses, porque si Dios toca lo humano, esto humano se diviniza.
Preparemos el camino, claro, nítido; para que lo vean todos aquellos que van perdidos por la vida, para que lo vean aquellos a los que se empuja por una ruta de oscuridad y de muerte.
Allanemos los senderos para poder ir todos al encuentro de quien nos quiere en la más alta de las dignidades que podamos soñar, para avanzar fraternos con quien nos quiere como cosa suya.
Un camino transitable en el que empeñamos todo aquello que hemos recibido de Dios y que lo ponemos en juego para ir a su encuentro. Pera vernos con él cara a cara, para compartir el mismo aire, el mismo sol, las mismas calles. Para saludar a todos los que se cruzan con nosotros, con la sonrisa de los hermanos, con la palabra de los que acogen en lo más profundo de su ser, porque también ahí queremos ser acogidos.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 27 de noviembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 29 de Noviembre, Primer domingo de Adviento

I DOMINGO DE ADVIENTO

Es tópico decir que el Adviento es el tiempo de la Esperanza, porque la vida del cristiano siempre ha de ser un Adviento, una vigilancia activa que va empujando hacia ese encuentro definitivo con Dios al que estamos llamados.
La Palabra de Dios es de una rabiosa actividad, habla de grandes convulsiones sociales, de grandes alteraciones personales, de un enfrentamiento entre aquellos que han escuchado la llamada de Dios y de los que se empeñan en acallarla. Una sociedad que tiene una inmensa necesidad de una línea moral que le posibilite un futuro, pero que, al mismo tiempo tiene un inmenso miedo a un compromiso que pase del disfrute diario, un compromiso que le obligue a arriesgarse a un salto de fe, a estar en constante vigilancia para que nadie le pueda arrebatar esa posibilidad de vivir esta vida en plenitud, vivir la vida plenamente, hoy, en este presente convulso.
Jeremías tiene experiencia de una vida en un ambiente violento, le han arrancado todo aquello que amaba. Pero, al mismo tiempo le afirman que Dios no olvida y, lo mismo que Pablo, que Dios no cierra la puerta, que siempre tenemos abierta una ventana por la que va a entrar la luz de Dios. Es lo que Cristo nos anuncia, que los momentos difíciles y truculentos sólo sin vísperas de los Días de gloria.
Pero hay que estar vigilantes, ser capaces de distinguir lo que realmente nos humaniza y aquello que quiere esclavizarnos, lo que se disfraza de progreso para que lo que no coincide con él sea un margen a extinguir.
Ante el valor total de la vida, la progresía de una sociedad que se atribuye el papel de Dios y que dispone cuando ha de venir y como y cuando hay que eliminarla si se opone a la dictadura de esa gente que sólo busca un goce momentáneo que vaya adormeciendo las conciencias, para poder hacerse dueño de ellas y manipularlas para su exclusivo beneficio.
Ante el valor de la generosidad, de la entrega alegre, de la solidaridad; ante esa progresía que invita a la lucha por ascender y subir, sin tener en cuenta a los que se pisa, a los que se deja en la cuneta, a los que se destruye, para poder crear su grupo, los que triunfan y pueden aplastar a todo los espíritus generosos.
Ante una progresía que no se recata en mancillar a los jóvenes, incluso a los niños, a los que se les invita a hacer un Dios del sexo, a ser esclavos de sus impulsos. Sin que tenga valor el amor profundo, el dominio de sí mismo, el valor del cuerpo como estuche de las virtudes.
Es el momento de la gran tribulación, de las señales en las que parece que todo se viene abajo, en el que parece que se esta acabando aquello que ha sido capaz de mantener la fraternidad. Es el momento en el que Cristo nos invita a levantar la cabeza para ver un horizonte de libertad. Es el momento en que se nos invita a la valentía para resistir ante aquellos que nos quieren absorber para eliminar nuestra esperanza.
Levantemos la vista, todo no está perdido, queda mucha esperanza en nuestro horizonte, mucha vida en nosotros. Levantemos la vista es mucha la esperanza que podemos ofrecer a todos aquellos que se encuentran en el vacío, que tienen el alma seca. Levantemos la vista se acerca aquel que puede darnos un futuro luminoso, el único que puede darnos un futuro luminoso, un futuro de luz que nos proporciona un mañana de esperanza.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 20 de noviembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo, 22 de Noviembre, Trigésimo Cuarto del Tiempo Ordinario y Solemnidad de Cristo Rey

DOMINGO XXXIV “CRISTO REY”

No se si es muy acertado llamar rey a  Cristo, pues es todo lo contrario de lo que entendemos como rey. Nada de poder, nada de gloria, nada de imposición de leyes o estilos de vida.
El reinado de Cristo es otra cosa muy distinta. En el diálogo entre Cristo y Pilato que nos muestra el evangelio de hoy, Pilato se queda desconcertado ante la respuesta de Jesús. Es como si le dijera que la razón fundamental es que su reino de no es de este mundo, porque quien quiere basar, fundamentar  su vida en lo humano solamente se equivoca. Pues todo lo que vemos es caduco, es efímero y siempre abocado a la muerte.
No podemos engañarnos, porque todos los seres humanos tenemos la sospecha de que todo lo que somos y las apetencias profundas de nuestro ser no puede ser frustrada de un modo. Hay mucho más de todo lo que vemos, de todo lo que podemos tocar o experimentar. Y eso es lo que nos dice Jesús, que no estamos equivocados, porque su reino está más allá de este mundo y nuestra vida debemos enfocarla en esta dirección que Jesús nos muestra, una dirección que nos lleva al reino de la verdad.
Jesús es testigo de la verdad de Dios. Dios puso en lo más profundo de nuestro corazón el deseo de supervivencia, de eternidad. Y Jesús es testigo de que ese Dios que nos puso el deseo, lo llenará, lo satisfará. Porque Él vino a instaurar un reinado sin fin. Pero ese reino no es de este mundo.
Es cierto que cristo es rey de reyes, pero su forma de gobierno es muy distinta a los poderosos de este mundo. Es un rey que come con los pecadores, está cerca de los pobres, anda por los caminos, no tiene donde reclinar la cabeza, cura, ama y disfruta de sus amigos, defiende al débil, se salta la ley del sábado para hacer el bien. Un rey que ha venido a dar testimonio de la verdad.
Este es nuestro rey y quiere instaurar su reino entre nosotros. Por eso hoy la Iglesia proclama a los cuatro vientos esta realeza de Cristo. Su reino no es de este mundo pero se construye en este mundo. Quien quiera pertenecer a su reino debe ser como el grano de trigo, que muere, crece, se hace espiga y da grano abundante. Y además nos da el modo de ser reyes.
Para ser rey como Cristo hay que comenzar por ser rey de uno mismo. Aceptarse como uno es, sin que nos asusten los errores, sino que éstos sean un camino de conversión. Sin preocuparnos de nuestras debilidades y nuestros defectos, ellos nos hacen personas frágiles pero maravillosas. Por eso tenemos que ver los aspectos positivos que tiene las cosas. La cosa más insignificante tiene su encanto, su lado positivo. No obsesionarse en el mal que nos rodea, porque vivimos en un mundo redimido.
Si queremos ser reyes y triunfar, debemos vivir el presente, sin lamentarnos por las pérdidas del pasado. Saborear cada minuto de nuestra existencia y verlo como un sinfín de oportunidades.
Si queremos ser reyes tenemos que aprender a no ser jueces de nadie, respetando a identidad de cada cual, pues todas las personas somos originales y con un sinfín de posibilidades de hacer el bien. Agradeciendo todo lo que recibimos de los demás, compartiendo con ellos la belleza de la fraternidad. Compartiendo la felicidad, agrandando nuestro corazón para que en él quepan todos y vivir como hermanos en el Reino de Cristo.

Santiago Rodrigo Ruiz

sábado, 14 de noviembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 15 de Noviembre, Trigésimo Tercero del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Jesús ha estado hablando de grandes acontecimientos, todos trágicos y dolorosos. Signos en el cielo, nubes tóxicas, oscurecimientos: en la tierra, grandes terremotos, cataclismos, hambres, enfrentamientos y guerras. Parece como si estuviese leyendo cualquier periódico de hoy.
Nuestra ciencia se ha vuelto terrible, con capacidad de destrucción total de la vida en la tierra. Epidemias que arrasan países en el dolor y la muerte. Cualquier causa, religiosa, social, política…, es suficiente para enfrentar a muerte a las personas. La vida del más débil no tiene la más elemental protección, es más, lo que quieren acabar con ella lo exhiben como un derecho. La lista podríamos hacerla interminable. Con lo que podríamos decir que hemos llegado al final de los tiempos. Con lo que sólo nos falta la última parte. Ver venir a Dios sobre las nubes con todo poder y llevar a cabo un juicio final que fulmine a los malos, arrojándolos al lago de fuego, y los buenos, que parece ser que van a ser pocos, los eleve a su presencia.
Los signos de los que habla el evangelio de hoy, esos que anuncian la llegada inminente de un tiempo nuevo, no anuncian ningún cataclismo ni un juicio sumarísimo. Porque la llegada de Cristo es siempre salvadora, es siempre redentora. Dios no se puede separar de su amor y de su misericordia. Esa llegada de la que habla es una llegada de esperanza de redención de estrenar un mundo nuevo, un mudo totalmente acorde al plan de Dios.
A cualquiera que oyese estos argumentos y anuncios terribles y apocalípticos se plantearía ¿Cuándo va a ocurrir esto? La respuesta de Jesús es lo que tantas veces ha afirmado. Que el Reino de Dios está cerca, a la puerta, ha llegado. Lo que Jesús anuncia es ya presente, aunque nuestros ojos no lo vean. Estamos en el día del Señor. Cualquier día, hoy mismo, es la invitación a la conversión, al cambió, a la decisión definitiva de unirnos a Él. Es el tiempo nuevo en el que nuestra vida ya tiene resonancias de eternidad.
Pero este tiempo ha de ser un tiempo optimista, esperanzador, un tiempo universal de armonización. Es el tiempo de los valores fundamentales, esos que llegan al corazón de los hombres para que los lance  a la aventura de una felicidad sin fronteras.
No son tiempos de depresión ni de miedo. Sería un grandísimo error pensar que el hombre está abocado a la fatalidad, de que la persona carece de capacidad creadora con la que pueda superarse a sí mismo. El progreso y los medios actuales tienen capacidad suficiente para enfocarlos hacia la felicidad, hacia un mejoramiento de la calidad de vida del género humano. Hay recursos más que suficientes para que, convertidos en instrumentos de vida, aparezca una vida que se base en el amor y la misericordia.
Nuestra gran oportunidad es saber despertarnos venciendo el desasosiego, el miedo, la desazón. Tenemos que recuperar la auténtica libertad, porque para ser felices tenemos que ser libres, la gran libertad de los hijos de Dios.
Por eso cuando nos convertimos en pregoneros de esperanza, estamos cimentando el gran edificio de la felicidad. Pero para eso tenemos que liberarnos de todo tipo de miedo, porque es el amigo el que espera, el Gran Amigo. Jesús, con su llegada trae la paz, su presencia es amor ilimitado y su misericordia vence todas las potestades del Maligno.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 6 de noviembre de 2015

Comentario de D. Santiago a la las lecturas del domingo 8 de Noviembre, Trigésimo Segundo del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXXII DE TIEMPO ORDINARIO

Son dos momentos importantes y dos planteamientos existenciales los que está contemplando Jesús. Por un lado el deseo de poder y de importancia a costa de quien sea, y por otro la entrega humilde y total de la persona a Dios.
En la desenfrenada actividad del templo de Jerusalén, se ven todo tipo de gente. Los sacerdotes y maestros de la ley que se pasean y pavonean ante todos como los más importantes. Al mismo tiempo la gente rica y distinguida, alardeando de su generosidad y de su “amor” a Dios.
Por otro lado está la gente sencilla. La que espera en el amor y la misericordia de Dios. Son los pobres del Señor, aquellos que se ponen en sus manos, los que le dan todo lo que tienen, porque saben que todo lo han recibido del Señor. Ese grupo es representado perfectamente por la viuda, la que no tiene nada y los poquísimo que tiene se lo ofrece al Señor.
Jesús está viendo ambas situaciones, está observando la forma de ponerse la gente ante Dios. Ve a esos ricos acercarse petulantes para ofrecer grandes cantidades de dinero y esperando, más que esperando, convencidos de que Dios les ha de estar agradecido. Ve a la viuda acercarse “temblorosa” con sus dos pequeñas monedas, con miedo a que se las desprecien, y deposita en el cepillo todo lo que tenía para vivir.
Es como la viuda de la primera lectura. Se fían de Dios, saben que ponerse en sus manos en la mayor de las seguridades, y no le escatiman ni su trabajo ni sus pobres medios. Se lo dan todo porque saben que se lo deben todo.
A Jesús le irrita la arrogancia hipócrita de esa gente, con un corazón duro, gente que le dan a Dios las sobras de su vida, lo que ni necesitan ni les importa y que exigen mucho más que dan. Pero le emociona el gesto de aquella mujer pobre, y le emociona hasta el punto de ponérsela a sus discípulos como ejemplo, como modelo de vida, como la única postura válida ante Dios. La de quien sabe que todo lo ha recibido de Él y todo se lo debe a Él. No buscan honores ni reconocimientos, no esperan que nadie les agradezca su gesto, ni que el mismo Dios se lo tenga en cuenta. Y esas dos únicas monedas llevan el sello del amor y de la entrega absoluta e incondicional a Dios.
No nos equivoquemos. Hoy se dan ambos casos dentro de nuestras iglesias, dentro de nuestras comunidades, dentro de nuestros mismos grupos. Aquellos que rezan mucho, que están muy formados, que saben en todo momento lo que se ha de hacer y como y que le dan mucho de su tiempo a Dios. Pero luego su estilo de vida en nada se diferencia de aquellos que hasta alardean de su rechazo a Dios, personas que le han puesto un precio a su salvación y que una vez “pagado” Dios está obligado con ellos.
Pero también está esa gente generosa, pobre y sencilla, que miran a Dios sabiendo que todo lo reciben de Él y que sin su misericordia nada pueden y se lo dan todo, su ser y su vivir, lo que son y lo que tienen, pero por puro amor.
No nos equivoquemos. Estas personas sencillas, pero de corazón grande y generoso, que saben amar sin reservas, son lo mejor que tenemos en la Iglesia. Ellas son las que hacen un mundo más humano, las que creen de verdad en Dios, las que mantienen vivo el Espíritu de Jesús en medio de otras actitudes religiosas falsas e interesadas. De estas personas debemos aprender a seguir a Jesús. Son las que más se le parecen.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 29 de octubre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 1 de Noviembre, Solemnidad de Todos los Santos

1 DE NOVIEMBRE, TODOS LOS SANTOS

Siempre que imaginamos un santo, especialmente viendo la iconografía, cuadros y esculturas, las caras que les ponen de dulzura angelical. Es como si su vida hubiese sido un dulce caminar por una senda llena de flores desde la que veían constantemente a Dios en su gloria. Incluso a los mártires, hombres y mujeres que murieron entre atroces tormentos la mayoría de ellos, se les representa con el símbolo de su martirio y una cara inexpresiva.
No se puede ser santo sin ser primero persona, en el sentido más amplio de la palabra, con las grandezas y las miserias de todas las personas. No se puede ser santo sin reconocerse primero pecador, sin reconocerse primero como un luchador constante contra el mal que te acecha y te rodea por todas partes. No se puede ser santo sin asumir la debilidad y saberse un necesitado constante de la ayuda divina, sin la que nada se puede en la constante lucha contra el pecado y el mal que conlleva.
Por eso cuando, como nos cuenta la segunda lectura, Juan pregunta al ángel quien es esa gran multitud, le responde que son los que han lavado su vida, su ser y su historia en la Sangre del Cordero. Los que han llegado arrastrando sus miserias, pero sabiéndose débiles y necesitados de Cristo, y se han aferrado a Él con todas sus fuerzas, sabiendo que sin Él nada podían lograr. Por eso han encontrado en la sangre de Cristo, derramada por puro amor, el modo de poder lavar sus pecados, de ir recuperando la santidad primera que recibieron en el día de su bautismo, de luchar día a día por irse liberando de ese mal que nos acecha y que sin Dios, el único Santo y origen de toda santidad, no va a ser posible lograrlo, no es posible vencerlo.
Y es curioso, cuando Cristo presenta un programa para lograr esa santidad, lo hace sin pedir nada para Él, ya que nada le podemos dar, nada le podemos añadir a su gloria. Ese programa sólo pretende establecer unas relaciones de fraternidad total entre todos los hombres, buscando que toda relación se base en la hermandad y la misericordia. Una misericordia que brota de las manos de Dios y que quiere envolvernos como un manto protector.
Las bienaventuranzas es el modo más perfecto para librarnos de todo lo que se opone a que el amor de Dios nos cubra, nos llene de su vida. Las bienaventuranzas eliminan todo lo que mina la convivencia, todo lo que se opone a un mundo más justo y solidario. Las bienaventuranzas desmenuzan todas las conductas humanas y las conducen hacia Dios por los hermanos. Las bienaventuranzas es el modo que Cristo nos ofrece para recuperar nuestra santidad inicial.
En una reunión de catequistas, hablando de cuales serían nuestros objetivos definitivos, yo les decía que algo muy simple y muy difícil al mismo tiempo. Acompañar a los niños hacia la santidad, que es el único objetivo del cristiano. Llevarlos al encuentro con Cristo en la Eucaristía, es llevarlos al encuentro de la santidad a la que estamos destinados, por la que Cristo muere y resucita y para la que fuimos creados, nosotros y el universo que nos rodea.
Esta festividad ha de ser un reto y un acicate. Un reto para no dejarnos en la lucha contra el mal y el pecado, que nos separa y deshumaniza. Y un acicate para saber que es posible, que Cristo no escatima su amor y su misericordia para que podamos conseguirlo.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 23 de octubre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 25 de octubre, Trigésimo del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXX DE TIEMPO ORDINARIO

Aquel ciego pasó de la oscuridad a la luz del no ver a nadie a poder verlos a todos, de no saber como eran las cosas a disfrutar de ellas. Y todo porque busca a Jesús y éste cambia su ruta para a cercarse al ciego.
El evangelio ha registrado nombres de muchas personas que se encontraron con Jesús y a partir de ese encuentro cambiaron sus vidas, porque se encontraron cara a cara, corazón a corazón, frente a frente.
Bartimeo es ciego y mendigo, está en la cuneta de la vida. Pero una esperanza loca eleva su miseria. Se levanta de un salto, deja su manto, todas sus posesiones, y se pone a gritar, a suplicar, a llamar a Jesús desde su esperanza: “¡Hijo de David, ten compasión de mi!”
Quiere ver que rostro hay detrás de esa voz, quiere saber como es la mirada de ese hombre que le espera, quiere reconocer la palabra de Jesús como camino y verdad y está seguro de que esa palabra es también luz que puede sacarlo de su noche, que puede arrancarlo de las tinieblas que lo rodean.
Casi veinte siglos después, si queremos, podemos tener nuestros encuentros personales con Jesús, con su palabra, con su mensaje, pero para ello hemos de partir de nuestra fe en Él. Esa fe que es un salto desde nuestras ciegas seguridades hacia el riesgo de una promesa que nos arranque nuestras frías seguridades a la aventura de descubrir en Jesús el auténtico amor de Dios, ese amor que nos tiene como Padre, deslumbrarnos con su palabra y su vida y el programa existencial del Evangelio.
El ciego es figura de cada uno de nosotros. Hay tanta gente ciega hoy día, gente ciega a la que se le pone todo tipo de obstáculos, a los que se les dice que se callen, que no busquen a Jesús, que no anhelen la luz y la vista, para que no encuentren a Jesús y en Él un sentido completo de nuestra existencia.
Pero Jesús sigue pasando a nuestro lado, y quiere oír nuestra voz suplicante, llena de inquietud. Una voz que sigue clamando ¡Ten compasión de mi!
Porque por muy negras que sean las circunstancias, por muy negra que sea la situación en la que vivimos la mayoría de nosotros hoy día, siempre nos espera la luz. Una luz que parte, como el ciego del Evangelio, de la fe del corazón, de la seguridad de que Jesús nos puede sacar de nuestra ceguera.
Y a partir de ese momento hay que aprender a ver. A valorar la belleza que nos rodea despojándola de la fealdad con la que tantos la quieren cubrir. A ver la belleza que hay en el corazón de los hermanos, porque en esos corazones, por mucho que se los quiera enmascarar, está la semilla de Dios.
Nadie nos podrá impedir, como a aquel ciego, sentir la caricia del Maestro que nos quiere arrancar de nuestras oscuridades, de nuestras cegueras.
Arrancarnos la ceguera del pesimismo para vivir en la luz de la esperanza. Librarnos de la ceguera del temor, para ir la luz de la libertad y de la ilusión. Salir de la ceguera de lo triste para disfrutar de la belleza de Dios que nos rodea por todas partes, desde la alegre mirada de un niño llena de ilusión.
Pero sobre todo arrancarnos de la ceguera que cierra nuestra alma, esa ceguera que nos hace sentirnos muy buenos y que nos niega la luz de la conversión. Arrancarnos esa oscuridad y dejar nuestro corazón siempre dispuesto para servir al hermano más necesitado. Porque hemos sido capaces de ver en él la mirada suplicante de Cristo que nos acaba de dar su luz a raudales.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 15 de octubre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 18 de octubre, Vigésimo Noveno del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO

Vivimos en unos momentos en los que la mayoría de la gente aspira ascender por el escalafón de los cargos sociales, políticos, económicos… Cuando se encuentra un amigo influyente se le considera y se conserva como un tesoro. Es decir, que vivimos en una sociedad que busca influencias y agradece los favores, algunas veces de formas bastante extrañas y no siempre lícitas.
Parece natural que quien sigue de cerca de un líder político o social lo haga porque cree en su poder y espera conseguir favores, cargos, etc.
Santiago y Juan tenían un amigo influyente, creo que cualquiera de nosotros habríamos hecho lo mismo y lo habríamos intentado igual. Pero Jesús tiene las cosas muy claras, y en un sentido totalmente opuesto al que aspiran sus discípulos y les muestra su camino para llegar a la auténtica gloria. “El que quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor”.
Ellos le pedían poder y dominio, y Jesús les ofrece servicio, entrega de la vida, amor desinteresado, como les había dicho en las bienaventuranzas: “Bienaventurados lo mansos, porque ellos poseerán la tierra”. Es decir, dichosos los que tienen paz en el corazón, bondad y generosidad, porque en ellos no va a encontrar lugar el mal.
Estos poseerán la tierra, porque son su vida y confianza en Dios hacen el bien a todos, sin límites de espacio ni de tiempo. Este es el auténtico poder, el poder que nunca desaparece, ya que se basa en el amor y el amor que se da permanece siempre y va creciendo, nunca se olvida, nunca deja de existir.
Este amor de Dios es el que vino Jesús a enseñarnos. Y Él es el primero que toma sobre sí mismo nuestra debilidad. Un amor paciente, que siempre confía, que siempre espera.
El camino que Jesús les muestra a sus discípulos, es un camino que primero desciende para luego ascender con mucha fuerza. Él no nos mide por nuestra capacidad de triunfo, por nuestras posibilidades de someter a los otros a nuestro servicio. Ya que el poder nunca salva a los otros, sino el amor que se entrega por ellos. No es la gloria lo que ayuda a los demás, sino el servicio desinteresado. Porque servir une, agrupa y ayuda. Competir desune, divide, excluye.
Es la razón por la que los cristianos debemos entrar por la lógica de Jesús y no la del mundo. Bebiendo el cáliz de Cristo, compartiéndolo con los demás. Sabiendo que en ese cáliz está el futuro más glorioso, en el cáliz de Cristo está la fuente del amor.
Beber en este cáliz desde el servicio es el mejor camino para encontrar la fuente de la felicidad, ya que tenemos puesta la mirada en los demás. Un cáliz que cuanto más se le saca más lleno está. Como la vida misma, que cuanto más vivimos más vida tenemos.
Es preciso repetirlo una y otra vez. Lo importante es beber el cáliz y su resultado es una vida compartida. Pero para compartir la vida hay que disponerse a servir. Pedir amor sin darlo es el camino más corto para no conseguirlo jamás. Nosotros no nos pertenecemos a nosotros mismos sino al mundo, pero para darse en plenitud se necesita amar la vida, gozar de nuestra propia existencia, abiertos a los demás, a dar la vida, a servir a los demás. Sólo desde la generosidad se puede beber el cáliz del Señor, con una entrega tan amorosa como la suya, con un amor tan entregado como el suyo.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 9 de octubre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 11 de octubre, Vigésimo Octavo del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXVIII DE TIEMPO ORDINARIO

Es un episodio narrado con mucha intensidad. Un joven desconocido llega corriendo, se le postra y le pregunta el camino de la vida eterna. Jesús le señala en primer momento las normas “legales”. La respuesta del joven le agrada a Jesús, lo mira con cariño, y le propone la definitiva, vivir según Él, orientar la vida de un modo nuevo, desprenderse de lo que le agarra y le esclaviza, deshacerse de sus bienes, darlos a los que no tienen nada y seguirlo, para así poder poseerlo todo. Como dice el lema de Cáritas: “Vivir sencillamente para que otros puedan sencillamente vivir”
Este hombre se levanta y se aleja de Jesús. Olvida su mirada cariñosa y se va triste. Sabe que nunca podrá conocer la alegría y la libertad de quienes siguen a Jesús.
Era “muy rico”. Se había asegurado el bienestar en esta vida y quería asegurarse el bienestar de la vida eterna, buscaba algo que le diese ese futuro. Pero no estaba dispuesto a “pagar” el precio que Jesús le ha puesto, que es ninguno. Desprenderse de lo que lo ata a esta vida y poder volar con Cristo a la eterna.
Es el eterno enfrentamiento entre la libertad y la esclavitud. Entre poder ir sin miedo de que nadie te pueda robar nada, o rodearte de seguridades materiales que no te ofrecen una felicidad verdadera.
El joven rico se separó de Jesús apenado por no poder seguirlo. Jesús le ofrecía la libertad interior y el amor y él no pudo desprenderse de sus bienes. Esta es la tristeza del hombre: agarrarse a lo temporal, a lo que nunca se posee, sin la preocupación de que pueda desaparecer o perderse.
Jesús nos ofrece entrar en el Reino de Dios como un don que se acoge. Nos ofrece el amor que es entrega, servicio, desprendimiento. Jesús materialmente no tiene nada porque todo lo da. Pero esta misma capacidad de dar, de amar, es la única y verdadera riqueza del hombre porque es eterna, real, engrandece al hombre en la humildad y da alegría, mientras que el egoísmo y el temor la cierra.
Hay millones de seres humanos que no tienen el valor necesario para ser buenos. Y ello repercute negativamente en la marcha de la sociedad. Pero también hay muchas personas buenas. Son los que mantienen viva la esperanza de un futuro mejor. Los que dejan muchas cosas y cogen el camino del amor, de la amistad, de la gratuidad.
Lo que pasa es que estas personas no tienen “buena prensa”, pues la maldad se extiende con más facilidad. Pero hay personas que creen en el amor y en el sacrificio generoso por el hermano, especialmente el que más sufre. Los que han escuchado ese “vende lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme”.
El mundo necesita “poetas de la bondad” que sepan poner ternura a las relaciones sociales entre los seres humanos que se tambalean por las prisas del quehacer diario. Por eso no llegamos a disfrutar de la alegre profundidad de la vida, porque renunciamos a esa relación profunda con el hermano. Nos quedamos en la superficie, no valoramos debidamente el caudal de bondad de, acogida, de entrega generosa y de sacrificio por el otro que atesora cada persona en su interior.
Tenemos muchos dones que ofrecer. Ofrecerlos para que el mundo sea infinitamente más feliz. Pero para eso hay que liberarnos de lo que nos ata, para ser realmente felices siguiendo a Cristo y al modo de Cristo.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 1 de octubre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 4 de octubre, Vigésimo Séptimo del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO
Durante los casi treinta y cuatro años de mi ministerio sacerdotal he sido testigo de centenares de bodas. Y en todas se repetía el mismo esquema: los novios elegantemente uniformados, como la mayoría de los invitados, desarrollaban nerviosos todo el ritual. Pero en la mayoría de los casos ajenos al misterio que se estaba desarrollando.
Luego uno se iba enterando de aquellos que se habían separado al poco tiempo, por “incompatibilidad de caracteres”, porque “ya no se querían”, lo habían descubierto al poco tiempo de casados, después de, en la mayoría de los casos,  una convivencia total.
Es cierto que hay situaciones insostenibles y en las que hay que cortar la convivencia. Pero en la mayor parte de los casos es porque todo ese historial no pasó de un absurdo capricho motivado por la rutina. Por eso cuando llegan los lógicos problemas de la convivencia no hay motivación para la lucha.
El amor no es algo que aparece como un huracán que lo llena todo. El amor es una planta muy delicada que hay que cuidar con generosidad, con entrega, e incluso con momentos de sufrimiento. Pero si somos capaces de hacerlo se va fortaleciendo, haciendo robusto, sólido y bajo cuyo cobijo nos sentimos seguros y felices, plenamente felices. Pero es un cuidado que ha de durar toda la vida.
Y en ese cuidado está Dios como sostén, como fuerza constructora que todo lo solidifica, como empuje en los momentos de debilidad, como aliento en los cansancios y fatigas. Porque Dios es el amor mismo, el amor auténtico. Ese amor que Cristo nos manifiesta, pero un amor que no renuncia a la cruz para llegar a triunfo definitivo de la vida.
Porque el plan de Dios es un proyecto de amor y de ayuda mutua que no cuenta con la separación, sino con una unión estable y permanente en la fidelidad. Así es de radical el ideal propuesto por Jesús para el hombre. El de un corazón que da y que crea vida y esperanza, un corazón que se expande hacia la persona amada y que se hace uno con ella.
En una ocasión un amigo me recordaba su enorme desencanto, al observar el fracaso de la mayoría de sus sueños y proyectos. Me costó Dios y ayuda convencerlo de las inmensas posibilidades de su existencia. No se puede perder la ilusión si se quiere seguir viviendo constructivamente.
Conviene saber que la cruz es el camino de la luz y que la puerta del sufrimiento da entrada a regiones de felicidad. No estamos condenados al fracaso. Siempre hay una luz abierta, una mano tendida, una esperanza posible.
Lo que pasa es que hay que saber dar sentido a la propia vida. Dar sentido a la vida es tan importante como la vida misma. Pueden cambiar los valores, llegan a desaparecer algunas ilusiones, tendrán que variar antiguas creencias, pero por encima de todo, es preciso que sepamos mantener la ilusión de vivir. Es preciso levantarnos cada día dando un sentido a nuestra existencia.
El hombre fue creado para el amor, porque surgió del amor perfecto. Por eso su lucha y su meta es la búsqueda del amor. Que siempre lo vamos a encontrar si ponemos a Cristo como el origen de nuestra búsqueda. Que nuestra existencia sea una existencia en Cristo. En Él está la dicha verdadera, porque encontrarnos en él es la meta de la vida, la vida plena y feliz, para la que fuimos creados, para la que estamos sobre la faz de la tierra.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 24 de septiembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 27 de septiembre, Vigésimo Sexto de Tiempo Ordinario

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

Cuando Juan afirma que no es de los nuestros, su intención es defender el buen nombre de Jesús y del grupo. Pero sin darse cuenta está fabricando una secta de los “buenos”, de los que siguen a Jesús y lo aman. Por eso la reacción de Cristo es la lógica, al decirle que todo el que habla bien de Él está con ellos. Es repetir la frase de Moisés de que ojala todo el pueblo fuera profeta, porque eso querría decir que el Espíritu Santo los había tocado a todos, ya que es libre para actuar como le parece y en el momento que considera oportuno. Pues el Espíritu Santo no conoce fronteras ni es propiedad de nadie.
Pero en tantas ocasiones lo consideramos de nuestra propiedad que alzamos nuestro dedo acusador, que separamos el mundo entre los que son y sienten como nosotros  y lo que no, “los otros”.
Por eso, mejor que alzar contra “los otros” nuestro dedo acusador y mirarlos con desconfianza, sería mejor que nos miráramos a nosotros mismos, los que quizá nos creemos con ciertos derechos adquiridos, los que a veces identificamos el Evangelio con una determinada opción política, social o religiosa.
Mirarnos y preguntarnos si somos fieles discípulos de Jesucristo o si, con nuestra tibieza y nuestro modo de vivir y hacer justicia, estamos escandalizando a esos “otros” y dificultándoles el pleno encuentro con Jesús.
La Eucaristía siempre es un momento en el que recordamos y actualizamos la muerte y resurrección de Jesucristo. El Señor se nos muestra con los brazos abiertos de par en par, para acoger a todo el que con humilde y sincero corazón, le busca, sea quien sea, de la raza, de la idea o de la nación que sea.
Por eso debemos compartirla con corazón humilde y sencillo, con una sincera gratitud. Sintiéndonos unos cerca de otros, sin que existan “los otros”, esos que no son como nosotros ni tienen necesidad de serlo.
Nadie tiene derecho a monopolizar y apropiarse de la gracia del Espíritu Santo y del mensaje del Evangelio. Por descontado que nosotros tampoco. Aquí si que tenemos que recordar la frase del Señor: “Vendrán de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa del Reino”; en cambio muchos “de los nuestros” serán arrojados fuera.
Y es que el criterio con que al término de nuestras vidas seremos juzgados, no es otro que el de las Bienaventuranzas, nuestra capacidad de dar de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo, de ser pobres de espíritu, de luchar por la paz y la justicia…
No van a mirarnos el color de la piel, no van a valernos las tarjetas de recomendación, ni nos van a pedir un visado especial de ser de “los buenos”. Lo que se nos va a recordar es si hemos amado de verdad, si hemos demostrado con nuestra vida lo que hemos dicho creer. Si hemos sido capaces de despojarnos para que el hermano tenga aquello que necesita. Si nunca hemos acallado la voz de Dios que quería gritar desde nosotros su misericordia.
Jesús nos invita a mutilarnos todo lo que se opone a que caminemos a su lado, todo lo que nos frena para acercarnos a su presencia. A que eliminemos de nuestra vida todo aquello que se opone al plan de Dios, y que tantas veces escandaliza al hermano. Que puede llegar a pensar al vernos que no vale la pena creer en Jesús. Sino ser testigos veraces y sin disimulo de la misericordia de un Dios que nos quiere a todos por igual.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 17 de septiembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 20 de septiembre, Vigésimo Quinto del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

Casi al cierre del evangelio que hemos proclamado, Jesús pone a sus discípulos un ejemplo práctico, que es más que un gesto lleno de ternura. Él sabe que el niño es el símbolo del desvalimiento, de lo pequeño, de lo insignificante. Es la imagen del que lo necesita todo y de todos. Por eso lo acoge y pretende traspasarle toda su fuerza, para que pueda vivir con toda la dignidad a la que, como persona, tiene derecho y, como hijo de Dios y criatura suya, comparte con el propio Dios, de quien es su imagen y semejanza.
El problema que plantea Jesús a todos aquellos que lo seguimos con este ejemplo, lo aclara Jesús, con esas palabras que recoge el evangelista. Al identificarse Jesús con los más pequeños, está sometiendo a un auténtico juicio a nuestra fe en Él.
No podremos comprender esta actitud radical de nuestra fe a no ser que la vivamos como el propio Jesús que, de rico, se hizo pobre para poder querer y ser como nosotros. Es el camino de la encarnación, que se vuelve el único camino del seguimiento de Jesús. No podemos querer a los más pequeños, a no ser que nos hagamos como ellos. Dios no desvela el misterio del amor a los ricos, a los sabios y poderosos de este mundo. Ellos bastante tienen con luchar para desarrollar lo que tienen y, bien lo sabemos, que no ahorran esfuerzos a la hora medrar. Ascender, hacer producir, enriquecerse.
Dios se lo revela a los sencillos y humildes de corazón, porque sólo ellos son capaces de profundizar en el misterio del amor, sentirse queridos, haciendo florecer el amor.
Nuestra vida ha de llenarse de sentido, lo que siente nuestra cabeza ha de coincidir con lo que llena nuestro corazón. El camino de Jesús es un constante gesto de amor, a no ser servido, sino a servir y de un modo especial a los más pobres y necesitados.
Sus discípulos no lo comprendieron hasta después de su resurrección. Pero nosotros nos hemos bautizado en la muerte y resurrección de Cristo. Tenemos el mensaje completo, sabemos perfectamente cual es el camino que Jesús nos muestra para llegar al Padre.
Pero, a pesar de todo, nos entretenemos en buscar mil subterfugios para afirmar nuestra vida alejada del plan de Dios, para convencernos de que esta vida que hemos centrado en el consumo, en placeres momentáneos, en “asegurarnos el futuro”, pero un futuro como el que estamos viviendo, no un futuro como Cristo quiere, como Él nos ofrece.
Para eso nos hemos creado una religiosidad, centrada en pequeños compromisos, en momentos de oración, en algunas celebraciones litúrgicas, en placebos piadosos, pero lejos del auténtico plan de Dios, y lo sabemos.
El camino que Jesús nos ofrece es el suyo, por el que Dios se hace hombre, identificarse con los más pobres, los más sencillos, los más desvalidos y necesitados de su amor y su misericordia, los que lo tienen a Él como el mejor, el único apoyo. Ser como niños, con un corazón sencillo, desprendidos, solidarios, fáciles al perdón, a olvidar la ofensa. Personas con un afecto rápido porque vemos en el otro sólo a alguien a quien amar, con quien compartir. Sabiendo que eso que hemos acumulado, esas “seguridades” que nos hemos fabricado, no nos sirven para ser realmente felices, sino todo lo contrario.

Santiago Rodrigo Ruiz

martes, 15 de septiembre de 2015

Comienzo del curso de catequesis

Como todos los años por estas fechas queremos comunicar a todos los papás que el comienzo oficial del curso será el próximo día 4 de octubre (domingo) para los niños de segundo y tercero de Comunión y para todos los de Confirmación. Cada catequista se pondrá (si no se ha puesto ya) en contacto con vosotros para concretar más, aunque en general la cita será a las once de la mañana en el Centro Parroquial.
Los niños que hicieron su Primera Comunión en este año 2015 también están citados para quien quiera continuar con su formación de cara a la Confirmación.

Recordamos a los niños (y sobre todo a los papás) que a asistencia a misa es obligatoria, tanto para los que tienen su catequesis el domingo por la mañana (antes de la misa) como para los grupos de entre semana (en este caso los catequistas esperarán a los niños a la entrada de la Iglesia Parroquial desde 10 o 15 minutos antes del comienzo de la Misa de 12:30). Al acabar la misa NINGÚN NIÑO PODRÁ MARCHARSE SI NO VIENE UN ADULTO A RECOGERLO, rogamos a los adultos que recojan a los niños que lo hagan en el interior de la Iglesia (por favor, en silencio, no olvidemos donde estamos)  y que se dirijan al catequista y no a los niños, para evitar despistes.


Los niños que quieran comenzar este año su preparación para la Primera Comunión (nacidos en el 2008),  deberán entregar la ficha que figura al pie en los días 11, 18 y 25 de septiembre en el Centro Parroquial, situado en la C/ Iglesia nº 1, entre las 17:00 y las 18:00 horas.
Para casos especiales (hermanos que quieran hacer la catequesis juntos, niños de mayor edad, etc) rogamos consultar con la Coordinadora de Catequesis, Inmaculada Agenjo en el teléfono 635179653 o bien en los días arriba indicados en el Centro Parroquial.





jueves, 10 de septiembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 13 de septiembre, Vigésimo Cuarto del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXIV DE TIEMPO ORDINARIO

Parece casi una fijación en cada homilía, en cada comentario que hacemos a la Palabra de Dios, fustigar las conciencias, dar pautas de comportamiento para ajustar nuestras vidas al plan de Dios. Y creo que eso está bien y que es necesario para no tener una fe, una religiosidad que no pase de los labios y del cumplimiento de algunas normas.
Pero nos detenemos pocas veces en la alegría del Evangelio, en el gozo de ser hijos de Dios, en la dicha de saber que el mismo Dios se hace hombre para nosotros, para hacernos partícipes de su vida inmortal, para divinizarnos y poder mirar a nuestro Hacedor cara a cara.
Es la inmensa alegría de conocernos como miembros de la familia de los hijos de Dios, de saberlo a Él compartiendo nuestro día a día, llorando en nuestro dolor, riendo en nuestro gozo, siendo fuerza constante que nos empuja a los brazos del hermano, que sean unos brazos amorosos, tanto los suyos como los nuestros para que el abrazo sea definitivo.
La escena de Cesarea es magnífica. Jesús es reconocido como el Mesías, como Dios-con-nosotros, como el Enviado definitivo de Dios, Dios mismo. Por eso cuando comienza a explicarles como ha de ser el golpe definitivo contra la muerte, un golpe que se dará en la cruz, Pedro no lo entiende, quiere convencer a Jesús que eso no puede ser así.
Lo que pasa es que cuando Pedro lo confiesa como el Mesías, es un mesías hecho a su imagen, acoplado a sus gustos y perspectivas, no un Mesías según Dios. El no se da cuenta de que el mesías que tiene en su mente no le puede dar una salvación definitiva, que lo que le puede dar se queda limitado a esta vida, a esta realidad cotidiana.
Pero el Mesías de Dios, el que hecho hombre va a morir en la cruz, será el que resucite, el que de la vida definitiva. No es un Dios a la medida de los hombres, es un Dios real, es el Creador de todas las cosas, el principio y fin del universo, el que te pide que te identifiques totalmente con Él para gozar ya de su gloria, como se goza cuando nuestra vida se hace amor, a Dios y al prójimo.
Eso es que dice Juan, que no nos podemos quedar en las meras palabras, que tenemos que pasar a los hechos en nuestro amor al hermano, especialmente al hermano que más sufre y que más nos necesita. Porque si nos encarnamos con ese hermano lo sentimos en nuestra propia carne, como hizo el mismo Dios al hacerse uno de nosotros, al hacerse carne de nuestra carne, sin disimulos, sólo por puro amor nuestro, amor total, amor que se entrega sin límites ni condiciones.
Por eso, como decía al principio, nuestra fe no es una fe de cumplimientos para tener a Dios contento. Nuestra fe es una fe de dicha, de gozo, pero gozo de verdad, gozo total.
Como se goza cuando somos capaces de ver hermanos en los otros, hermanos que nos acompañan en el camino de la vida. Como se goza sabiendo que Jesús camina a nuestro lado, vive junto a nosotros. Un hermano entre los hermanos, un abrazo fraterno más entre los abrazos fraternos. Pero de igual a igual, no un abrazo de “caridades”, sino de auténtica Caridad. Ese amor que Dios no nos ha escatimado. Pero un amor a la medida de Cristo, no a nuestra medida, a la medida de aquel que no escatimo ni su propia vida, para darnos a nosotros una vida ilimitada. Y eso si que motiva nuestra alegría sin fin.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 3 de septiembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 6 de septiembre, Vigésimo Tercero del tiempo Ordinario

DOMINGO XXIII DE TIEMPO ORDINARIO

En Ocasiones pienso que esto de ir de sordomudo por el mundo tiene sus ventajas. Te aíslas en tus gustos, en tus afectos personales, en las actividades que más te gustan y las que más beneficios te producen. No te enteras de lo que te rodea; del sufrimiento del mundo, de la gente que lo pasa mal, de tantos hermanos que están junto a ti necesitándote. Lo que es lo mismo, te creas un mundo, el mundo más grato y placentero posible.
Claro que te has metido en la más profunda de las soledades. No eres capaz de captar la belleza que te rodea, vives ajeno al amor que te ofrecen, no saboreas la alegría que está a tu lado. Te pierdes el gozo de ayudar al hermano, el calor de estrechar su mano agradecida, de dar y recibir misericordia, esa misericordia que sale de Dios y que llega a todos los que tienen el corazón abierto.
Esa sordomudez voluntaria es como el coma inducido que, en momentos graves, lo médicos aplican a ciertos pacientes para que el organismo lleve el ritmo más lento posible. Pero el peligro es que ese coma inducido te lleve directamente a la muerte, a la muerte del alma, que es bastante más grave y trágica.
El sordomudo es imagen del mundo. Un mundo que no quiere oír aquello que le desagrada, un mundo que se calla para no tener que comprometerse ante situaciones de injusticia, de atropellos de los derechos de los más débiles y desposeídos. Un mundo sordomudo que no habla, y si habla lo hace con grandes palabras, palabras que no comprometen, que no bajan a la tierra, al día a día de aquellos que precisan la ayuda inmediata.
Pero lo más trágico es que muchos cristianos estamos en esa situación de sordomudez, voluntaria, provocada, que nos mantiene al margen de todo sufrimiento, de todo lo que incomoda, de todo lo que no es grato. Sordomudos que quieren hablar con Dios, pero que no quieren escuchar lo que Él dice.
Y Cristo grita una y otra vez: “Effeta… ábrete”. No seáis sordos, no estéis mudos. Jesús no sólo se acerca a nosotros con su Palabra espiritual, sino que además nos toca. Quiere curar nuestra alma. Quiere enternecer nuestro corazón. Quiere que lo oigamos todo, que nada se nos escape, que todo llegue a nuestras entrañas y a nuestra mente. Quiere meter sus dedos en lo más profundo de nuestro ser, como lo hizo con el lisiado del evangelio. Quiere poner su saliva divina en nuestra lengua, para que no deje de hablar, para que no pare de proclamar su misericordia por todo el mundo.
Porque Jesús no deja de trabajar nuestra lengua y nuestros oídos, pero es preciso que nosotros colaboremos. Jesús pide al Padre que sea parte de este hacer, que sea copartícipe del milagro. Grita, no ha parado de gritar en toda la historia del mundo, “Effeta… ábrete”.
Es urgente que los cristianos escuchemos esta llamada de Jesús. No son momentos fáciles para su Iglesia. Se nos pide actuar con lucidez y responsabilidad. Por eso sería funesto mantenernos sordos a su llamada, desoír sus palabras de vida, no escuchar su Buena Noticia, su Evangelio, no captar los signos de los tiempos, vivir encerrados en nuestra sordera, cómodamente sordos, astutamente mudos. Jesús precisa de todas nuestras bocas para ser su boca, precisa de todos nuestros oídos para ser sus oídos. Por lo que no podemos parar de pedirle que abra nuestros labios, que despeje nuestros oídos, que ponga nuestros corazones en carne viva para que lo sintamos con intensidad.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 28 de agosto de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 30 de agosto, Vigésimo Segundo del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXII DE TIEMPO ORDINARIO

Hay un hecho histórico que me gusta recordar. Durante la segunda guerra médica, en el siglo quinto antes de Cristo, tras la batalla de Platea, los griegos guiados por Temitocles comienzan a derrotar al poderosísimo ejército persa. Los generales desesperados van a consultárselo al rey y Jerjes I les responde: “Si haciendo lo que hacéis los griegos avanzan, haced otra cosa”. O lo que es igual, os estáis equivocando en todo.
Estamos asistiendo a una progresiva descristianización social. Los jóvenes han abandonado la Iglesia en masa. La familia cristiana, sus valores, sus principios, han perdido su influencia social. La asistencia a la Eucaristía dominical es minoritaria, así como a los sacramentos, y más y más… el otro día viendo un reportaje sobre la audiencia del miércoles del Papa, la plaza de San Pedro se veía poco más de un tercio, ya han desaparecido aquellas plazas a rebosar de los primeros tiempos del Papa Francisco. La lista sería larga.
Y lo bueno es que el contenido del Evangelio mantiene su valor de un modo intacto, con toda su fuerza redentora. El dogma fruto de la reflexión y la oración de siglos, así como las normas de vida canónicas, siguen siendo liberadoras y la mejor ayuda para seguir a Jesús hacia la vida eterna. Quien lo descubre así encuentra el mejor sentido posible de su vida. ¿Dónde está el problema?
Jesús lo deja muy claro en el evangelio de este domingo. Él no discute ni rechaza la ley de Moisés, en ningún momento desprecia la tradición de sus mayores, no reniega de su historia ni de sus contenidos. Lo que Jesús les echa por cara con una gran virulencia, es la falsedad de aquellos que se tenían por los más justos y virtuosos, que habían falseado y modificado la ley para su exclusivo beneficio, se quedaban en lo externo pero sin conversión personal, vivían un religiosidad vacía, sin vida, con Dios fuera de su vivir.
Por eso no es cuestión de cambiar la celebración de la Eucaristía, de hacerla más “moderna y cercana” para que la gente “se lo pase bien en misa”. La Eucaristía no es un espectáculo, es el culmen de la vida cristiana, la plasmación de la vida cristiana. Que los que la celebramos seamos ejemplo de amor y misericordia, que destaquemos en todos los aspectos de nuestra vida por nuestra solidaridad con el hermano, por nuestro desprendimiento, por un estilo de vida distinto al de esta sociedad materialista que hemos creado. Que seamos “distintos en todo”, pero con una diferencia positiva, creadora, que transmita la misericordia de Cristo, que se le vea a Él en nuestro modo de vivir.
Como en los tiempos de Jesús, no es el mensaje y el contenido de la fe el que falla, somos nosotros, es nuestro estilo de vida el que no hace atractivo al cristianismo ni a la persona de Cristo en su totalidad.
En los primeros siglos, entre persecuciones y martirios, la Iglesia crecía. Pero era porque aquellos que seguían a Cristo, sus grupos, sus comunidades, encandilaban, deslumbraban por su modo de vivir la caridad, la misericordia.
San Pablo, en el manido fragmento del capítulo 13 de la 1ª carta a los Corintios, nos deja un programa de vida según Cristo. Ese mismo mensaje que el mismo Jesús nos deja en las bienaventuranzas. Vamos a vivirlo que todas nuestras fuerzas, vamos a hacerlo programa de cada día, de cada momento. Y veremos de qué modo el cristianismo vuelve a ser ese motor que mueva al mundo. Vivir en autenticidad la palabra y la persona de Jesús y eso será “hacer otra cosa”.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 21 de agosto de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 23 de agosto, Vigésimo Primero del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

Leyendo las lecturas de este domingo recordaba la leyenda de Penélope y su velo que nunca se acababa, porque lo que tejía de día lo destejía de noche.
Y me trae a la mente nuestras celebraciones eucarísticas. Vamos a misa, que “escuchamos” con devoción, y cuando el cura dice que podemos ir en paz se ha acabado todo. Hemos cumplido con Dios, que puede estar contento, pero ya no nos sentimos obligados a vivir como Él quiere que vivamos, nuestra vida no se diferencia en nada de los que no se consideran creyentes. Porque hemos hecho de nuestra vida de fe el cumplimiento de ciertas normas y ya está.
Vivimos en una sociedad en la que sólo priva el placer del momento. La gente vive “cómoda” sin Dios, no interesa nada que te indique que no eres una isla, que vives en una sociedad que te necesita y a la que necesitas, que has de vivir una vida en la que lo presente sea una preparación para lo futuro. Y en ese futuro Cristo está en la referencia central.
El largo discurso del Pan de Vida, que hemos estado leyendo durante cuatro semanas, nos ha marcado una vida en la que el estilo de Cristo, su mensaje, su persona es lo básico, lo que nos puede hacer realmente felices. Porque participando de su Cuerpo y de su Sangre encontramos el estilo perfecto para vivir amando. Pero amar en plenitud, tomando la frase de San Bernardo: “Amo porque amo, amo por amar”. Es decir, amar porque es lo que mejor sabemos hacer, lo que más nos gusta y más felices nos hace.
El mundo se va retirando de Dios, no le gustan “las normas”, pero eso le hace caer en esclavitudes. Huye de un estilo de vida que es el que le hace realmente libre, porque Cristo te da la libertad, pues no hay libertad más grande que la del que no le pone precio a su amor, la del que no tiene que pagar nada por su dicha. Pero para entenderlo es preciso hacerse uno con Cristo.
Aquellos que escucharon las palabras de Jesús se quedaron apabullados, algunos no entendieron y se fueron asustados al oír que sólo el que se hacía uno con Jesús tendría vida eterna. Otros se quedaron pero con un desconcierto que se pensaron que sólo con “escuchar a Jesús” era bastante, pero sólo estaban con Él de presencia. Pero los apóstoles si que entendieron aquellas palabras de Cristo. Si que fueron conscientes que era la única palabra de vida que podían oír, porque era la palabra de Dios-con-nosotros, que la única vida digna de ser vivida era la que Jesús les ofrecía, que con Él y en Él se era realmente libre.
Hoy, como decía antes, la situación es muy parecida, porque existen los mismos grupos. El de aquellos que se han ido y han abandonado todo lo que significa Jesús y su Iglesia, para caer en miles de “dioses” que los han esclavizado y que los echan, los escupen a la soledad.
El gran grupo de los “cumplidores”. Los que cumplen los preceptos al pie de la letra, los que no se saltan una norma. Pero que su estilo de vida, su forma de existir y de amar no se diferencia en nada de los primeros. Se reza, se practica, se “cumple”, pero no se vive. Es pasar hambre ante un gran plato de comida que ni se toca, porque se teme que se nos rompa esa fe.
El grupo, no demasiado grande, de los que, como Pedro, han descubierto que sólo en Jesús está la vida eterna, que darse como Él es poseerse en totalidad, que entregar la vida como Él es ser realmente libres, que vivir como Él es saborear la vida hasta la última gota, pero toda la Vida.

Santiago Rodrigo Ruiz

miércoles, 12 de agosto de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 16 de agosto, Vigésimo de Tiempo Ordinario

DOMINGO XX DE TIEMPO ORDINARIO

El pan es el símbolo elocuente que condensa en sí mismo todo lo que significa para el hombre la comida, el alimento. Porque para subsistir el hombre necesita comer y beber, así como una serie de bienes materiales, bienes que recibimos del trabajo de los demás, así como los demás lo reciben de nuestro trabajo.
El pan es el alimento que fortalece el cuerpo. Sobre la mesa se estrechan las relaciones humanas y se renuevan las amistades. El pan es vida, como lo fue para aquellos primeros seguidores de Jesús que saciaron su hambre con el pan y los peces.
En este domingo llegamos al punto culminante del discurso de Jesús en Cafarnaún, cuando afirma que Él es el pan de vida bajado del cielo y el que coma de este pan vivirá para siempre.
No es un pan cualquiera, es su carne como comida y su sangre como bebida. Es el pan ofrecido y sacrificado en la cruz. Un pan puesto en la mesa redonda del mundo, para que los creyentes en Cristo puedan comer y saciar su hambre de vida eterna. El que come de este pan se entrega como Jesús, se hace ofrenda para los hermanos.
Estamos hablando de un alimento que es la sabiduría de Dios, el que nos abre las puertas a la relación con Dios desde los hermanos. Porque a la luz de la experiencia del trato con la persona de Jesús de Nazaret, los primeros discípulos, así como los cristianos de las primeras comunidades, vieron en Jesús esa sabiduría de Dios. Él les había descubierto una serie de experiencias nuevas, imposibles de imaginar, pues Jesús ha desbordado todas las expectativas sobre por qué y por quién merece la pena arriesgarse.
Las palabras de Jesús cuando nos dice que sólo quien come su carne y bebe su sangre tiene vida en sí mismo, son una promesa. La nueva vida y el nuevo modo de saber vivir que descubrimos en Jesús, no son un sueño ni un ideal inalcanzable, tampoco un entusiasmo pasajero. Es algo auténtico, algo por lo que vale la pena arriesgarse.
La vida de Jesús es auténtica, es real, es una entrega total como Jesús que parte su pan con los hambrientos. Quien come este pan eucarístico sabe compartir el pan material. Quien come el pan bajado de cielo, realiza el milagro  de multiplicar los panes entre los hambrientos de nuestra sociedad actual. Porque el pan de vida elimina la muerte definitiva, pero una muerte que comienza aquí, en las necesidades de todos los desposeídos.
La mesa de Cristo es una mesa amplia, en la que han de sentarse todos, han de comer todos, porque hay comida para todos.
Estamos muy acostumbrados a ver en los medios de comunicación a tantos y tantos, especialmente a los niños y a los más débiles, como carecen de los medios más elementales de subsistencia. Han sido apartados de esa mesa grande de la humanidad, donde hay comida y bebida, donde hay educación y sanidad, donde hay elementos que dignifican la vida
Por eso, si queremos acercarnos a la mesa de Cristo. Si queremos comer su cuerpo y beber su sangre, ese alimento de vida eterna, tenemos que estar dispuestos a compartirnos con el hermano desposeído. Es más, tenemos que estar dispuestos a ser, como Jesús, ser comida y bebida para el hermano hambriento. Así podremos tener todos el alimento de la vida eterna.

Santiago Rodrigo Ruiz

Comentario de D. Santiago a las lecturas del 15 de agosto, Solemnidad de la Asunción de la Virgen

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN

Hoy celebramos la solemnidad de la Asunción de la Virgen, una fiesta importante dentro de las celebraciones marianas, ya que María es asunta al cielo, mejor dicho, el cielo asume a María, como Reina y Señora, pero especialmente como Madre. Así nos gusta llamarla, sentir su cariño, su ternura, ese rincón tierno donde dios ha puesto el más bello calor, calor humano, calor de Dios. Sentir a María Madre, siempre Madre.
María es Madre desde el anuncio del ángel, y mucho antes que en su cuerpo es madre en su corazón.
Es Madre en Belén, una madre pobre que no encuentra sitio para ella y para su Hijo en la posada, al que da a luz y lo recuesta en un pesebre. Su rostro es el primero que contempla Jesús, es la primera sonrisa que ve, las primeras palabras, la primera sonrisa.
Es Madre en Nazaret, donde Jesús crece, aprende a vivir en la dureza de una familia pobre, pero sintiendo el calor del cariño que lo rodea siempre.
Es Madre en Jerusalén, donde recorre las calles angustiada, para encontrar a su Niño de doce años, hasta que lo encuentra entre los más sabios de aquella ciudad a los que tiene desconcertados.
Es Madre cuando Jesús deja su hogar y su familia, para convertirse en ese peregrino que recorre las aldeas y ciudades anunciando la Buena Nueva de Dios.
Es Madre en los triunfos de su Hijo, cuando es aclamado por las multitudes. Pero también es Madre al pie de la cruz, con el corazón traspasado por mil espadas y el alma hecha jirones por el dolor y la angustia de ver a su Hijo agonizar.
Es Madre en la mañana de Pascua. Madre en la gloria de la resurrección, cuando su Hijo triunfa sobre la muerte y se hace autor de la vida.
Pero sobre todo para nosotros, es Madre nuestra. Porque Jesús nos la donó al pie de la cruz, nos la entregó para que fuese, para nosotros, el más tierno de los abrazos de Dios.
Y hoy estamos celebrando su fiesta, nuestra fiesta, la fiesta de aquellos que se han fiado de Dios, la fiesta de los que, como María, han hecho de su vida una ofrenda generosa para que Dios la haga florecer en amor y misericordia.
María, Madre nuestra, que se siente feliz al vernos querernos, al vernos ayudándonos, al vernos ser uno en los gozos y las alegrías. Que se siente feliz al vernos reunidos alrededor del altar, participando, no sólo en la Eucaristía, sino de la vida de Dios, de la voluntad salvadora de Dios, en el compromiso de ayudarnos unos a otros, de compartir cada instante de gozo con los tristes y desamparados. Ella que es Madre de misericordia.
Por eso como buenos hijos, tenemos la obligación de ofrecerle el regalo que más feliz la puede hacer. Y el mejor regalo imaginable para una madre, es ver a sus hijos quererse.
Porque esta Madre es feliz cuando las mesas de los hambrientos se llenan de alimentos. Esta Madre es feliz cuando el desnudo tiene ropa y cuando el perseguido encuentra la libertad, cuando los poderosos son rebajados hasta la altura de poder mirar a sus hermanos a los ojos.
Ella es la mujer que ha sido glorificada por Dios, la que asume el cielo, la que es asumida por el cielo, para que junto al trono de Dios haya un corazón humano, el que dio los primeros latidos al corazón de Cristo y en Él al nuestro.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 6 de agosto de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del próximo domingo 9 de agosto, Décimo Noveo de Tiempo Ordinario

DOMINGO XIX DE TIEMPO ORDINARIO

Voy a comenzar con un cuentecillo que he visto en un libro, referido al evangelio de este domingo.
“Cuentan que había un pan tierno, recién hecho, crujiente y de aspecto apetitoso. Un grupo de niños rodeaban el pan y se lo comían con los ojos; Tenían hambre. Cuando el pan vio sus ojos y adivinó sus ansias de comérselo, corrió a esconderse. Pasado un tiempo, aquel pan que huyó para no ser comido por los niños se endureció en un rincón y lo tiraron a la basura.
En cambio había un pan tierno, recién hecho, crujiente y de aspecto apetitoso. Un grupo de niños rodeaban el pan y se lo comían con los ojos; tenían hambre. Cuando el pan sintió el cuchillo que lo cortaba, pensó que se moría. Al sentir el calor de las manos de aquellos niños y su boca de hambre, se sintió alegre. Luego se dio cuenta de que no había muerto, se había transformado.
Porque el tema de hoy es el “Pan de Vida”, que fue introducido en el horno de la cruz para convertirse en pan crujiente y apetitoso, colocado en la mesa redonda del mundo para ser comido.
El alimento del pan de Dios lo vemos en la primera lectura, cuando Elías, perseguido por la maldad de la reina Jezabel, se siente hundido y pide a Dios la muerte. Pero Él le da su “pan de vida”, con el que recupera las fuerzas para caminar cuarenta días y cuarenta noches, es decir todo un proceso de conversión y de cambio, para encontrarse con Dios en su monte santo. Porque ese pan que recibió no era un pan cualquiera, era el pan de Dios, que siempre es pan de vida, y le permite vencer todos los obstáculos para llegar a su encuentro con Dios. Tenemos que tener no sólo claro, sino clarísimo que sólo el que se alimenta con el pan del cielo puede caminar sin desfallecer, porque su alimento plenifica a la persona en toda su integridad, es decir en su cuerpo y en su alma.
Los paisanos de Jesús no llegan a entender aquellas palabras, ya que no veían en Jesús nada más que a un paisano, a uno de ellos. Por lo que aquellas palabras de que Él era el pan de la vida, de que quien no lo comiera no tendrían vida pues era el pan bajado del cielo, les sonaban raras e incluso escandalosas.
La Eucaristía es el pan que nos alimenta en la totalidad, es el que nos llena en el cuerpo y en el alma. La Eucaristía es el alimento que nos une totalmente a Dios, que nos hace uno con Cristo. Es el alimento que nos da fuerzas, como a Elías, para llegar a nuestra meta. Y esa meta es vivir para siempre, es vencer la muerte y lograr aquel fin para el fuimos creados.
Sin embargo, para acercarnos a este banquete del Pan de Vida, al banquete eucarístico, es preciso una purificación, como los cuarenta días y las cuarenta noches de Elías para encontrarse con el Señor.
Es preciso ir arrancando de nosotros todos los resquicios de muerte que nos acompañan, eliminar todos los harapos mal olientes de pecado que nos ensucian. Porque no podemos acercarnos al banquete eucarístico si tenemos algo que nos separa del hermano, ya que no he sido invitado a un banquete “para mi solo”, sino un banquete en comunidad. Al que tengo que acudir vestido con las prendas de la misericordia y la solidaridad con el hermano sufriente. Vestido con la ropa del perdón que elimina roces y separaciones con el hermano, de un modo especial con el más débil y el que más sufre. Entonces si que gozaremos de ese banquete en el que el alimento es el mismo Dios.

Santiago Rodrigo Ruiz

sábado, 1 de agosto de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 2 de agosto, Décimo Octavo de Tiempo Ordinario

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Comenzamos este largo sermón del Pan de Vida que nos va a ocupar durante cuatro semanas. Esta larga charla de Jesús en la que va a ir dejando claro quien es Él, cual es su auténtica misión, que es lo que nos quiere dar y a donde podemos llegar si nos alimentamos de su persona y su palabra.
Vemos que la gente necesita a Jesús y lo busca, precisa de Él, hay algo que los atrae, aunque todavía no saben exactamente el qué ni para qué. Unos tal vez porque los días anteriores los dio de comer hasta que se saciaron, pero otros comienzan a ver en Jesús algo distinto, algo que los atrae y que los llama. Porque aunque el pan material sea muy importante, ellos notan que necesitan algo más, algo que lo llene, que les alimente el alma. Y es lo que Jesús les está ofreciendo, un alimento que los sacie para siempre de su hambre de vida.
Porque Jesús a abierto horizontes nuevos y ellos los han visto, han descubierto que Dios los quiere, que siempre ha contado con ellos para la construcción de su Reino en la tierra, por eso le preguntan; “¿Y qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?”. Jesús le dice simplemente que crean en Él, como el Enviado de Dios, como el Mesías, como el Salvador de los hombres. Él no les dice cosas prodigiosas, ni los abruma con signos y milagros. Les pide su fe, que lo sigan a él, lo demás es secundario.
Es curioso, como después de veinte siglos de estos acontecimientos, seguimos perdidos sin saber a donde dirigirnos, buscando sólo lo temporal, lo que nos da gozos breves, momentáneos. Pero seguimos perdidos, más que perdidos, nos resistimos a tomar el camino de Jesús, el mismo que indicó a aquellas gentes junto al lago, Jesús nos sigue pidiendo exactamente lo mismo, nos sigue reclamando las mismas exigencias. Que creamos en Él como el único Salvador, que lo veamos como él único que nos puede dar una felicidad completa.
Hemos construido una Iglesia como una enorme estructura, que es necesaria en muchos aspectos, pero que nos hacer perdernos en normas y mandamientos, buenos en sí, pero que nos alejan de una confianza total en Jesús de Nazaret. Esto que nos da una identidad nueva, distinta, una identidad que nace de una relación viva, intensa, confiada en Cristo. Porque sólo nos haremos cristianos cuando aprendamos a pensar, sentir, amar, sufrir, trabajar y vivir como Jesús.
Vivimos tiempos nuevos, tiempos distintos, tiempos en los que Jesús no es buscado, no es reclamado para lograr la auténtica felicidad. No se sabe, no se le conoce como el único que nos puede dar una vida auténtica, una vida plena, una vida que nos llena cada instante de nuestro vivir y cada partícula de nuestro ser.
Hoy ser cristiano ha de partir de una experiencia que nos identifique con Jesús. No es cuestión de ser buenos practicantes, no es de ser gente que cumple al pie de la letra todo lo que la Iglesia manda, eso vendrá después. Ser cristiano, en esta sociedad, que presume de laica sin saber exactamente lo que dice, es moverse en una adhesión a Cristo, en un contacto vital con Él. Es alimentarse de su Pan y su Palabra, como la única fuente que nos va a dar esa energía que precisamos en cada instante para sentirnos vivos, vivos de verdad.
Pero sabiendo que Dios siempre nos lo va a dar de una forma gratuita, sólo nos va a pedir nuestra fe, nuestra adhesión a su persona. Por eso no podemos ponerle nosotros condiciones a Él. La comunión con Cristo ha de partir de un amor desinteresado, que es el único amor posible.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 24 de julio de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 26 de julio, Décimo Séptimo del Tiempo Ordinario

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

Si hay una frase repetida hasta la saciedad, ante el hambre y el dolor en el mundo, es esa de: “Y yo qué puedo hacer”. Es la excusa maravillosa para contemplar el mundo con los brazos cruzados. Porque no somos indiferentes ante un constante bombardeo de imágenes sobre las necesidades desesperadas de millones de seres que carecen de lo más elemental, que mueren de necesidad. Pero nuestra vida no está preparada para saber desprendernos, para saber renunciar a lago, prescindir de algo, para el hermano pobre y desamparado, para aliviar el dolor del niño condenado a muerte antes de haber comenzado a vivir.
Entonces miramos nuestra vida, hacemos inventario, y no encontramos nada de lo que renunciar. Todo nos es imprescindible. Nuestro consumo, nuestros pequeños o grandes placeres, nuestros gozos… Todo nos lo merecemos, todo lo necesitamos, para eso trabajamos. Precisamos nuestras casas, aunque nos sobren cosas. Precisamos nuestras vacaciones, porque el año es muy largo y necesitamos un respiro. Precisamos nuestro consumo, son elementos imprescindibles para el vivir cotidiano…
Y sin embargo la frase de Jesús: “Dadles vosotros de comer” se sigue repitiendo una vez y otra. Aportad lo que tenéis, sed capaces de desprenderos de tantas y tantas cosas que no necesitáis, aunque nuestra hipocresía y nuestro egoísmo las haga imprescindibles. Jesús sólo nos dice que aportemos lo que podamos, sólo lo que podamos, pero de verdad, con sinceridad, de corazón. Como aquel muchacho que sólo tenía unos panes y unos peces. Y se dio el milagro, porque la generosidad, la misericordia, la compasión siempre realiza el milagro.
Durante cinco domingos vamos a escuchar el maravilloso sermón del “Pan de Vida”. La maravillosa reflexión del evangelista Juan sobre la eucaristía. El profundo significado de lo que es que Jesús sea parte de mi existencia. El significado más radical de lo que es “comer a Jesús”, a lo que nos compromete, lo que nos exige acercarnos al altar para que Cristo sea parte de nuestra propia existencia.
Por eso esta Iglesia eucarística siempre ha escuchado ese mandato de darles vosotros de comer. Y ha tenido la caridad como el primero de sus carismas. Órdenes religiosas, instituciones de todo tipo para paliar en lo que ha podido el hambre y el sufrimiento de todos los desposeídos de la tierra. Acompañar y ayudar a todos aquellos a los que la vida a tratado y trata de la peor de las maneras.
Nadie puede sentirse indiferente ante el sufrimiento del hermano, nadie podemos mantenernos al margen en la lucha por un mundo más justo. Porque si todos y cada uno ofrecemos aquello que podemos, pero con sinceridad, el milagro va a ser seguro, va a haber para todos y sobrará.
Por eso se imponen una serie de preguntas: ¿Cuántos panes tengo en mi morral? ¿Los comparto o me los como a solas en un rincón? ¿Qué pasaría si todos compartiéramos lo mucho o lo poco que tenemos? ¿Qué nos hubiese pasado si Cristo no comparte con nosotros su Eucaristía, su Santa Madre, su Palabra, su Cruz, sus sueños, sus alegrías y tristezas? Pero Él lo compartió todo y por eso nos hace una invitación constante a compartir, a compartirnos, porque no sólo no nos faltará sino que habrá de sobra para todos.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 17 de julio de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 19 de julio, decimosexto del Tiempo Ordinario

DOMINGO XVI DE TIEMPO ORDINARIO

Recordamos que el domingo cuarto de Pascua se le conoce como el Domingo del Buen Pastor. Pero hoy la liturgia nos habla de los buenos y de los malos pastores. Aquellas personas puestas para el cuidado de los demás, social o eclesialmente, que más que servirlas o acompañarlas, las desconciertan en todos los sentidos.
Este domingo vemos a Jesús que denuncia con fuerza a los malos pastores. Viendo a aquellas gentes, a las que nadie acompañaba, a las que sólo se utilizaba para su beneficio, como denuncia Jeremías en la primera lectura. Ya no es el pueblo, es Dios mismo el que se queja de ellos.
A Jesús nunca le estorba la gente, nunca los abandonará. Los ve “Como ovejas sin pastor”, gentes sin guías para descubrir el camino, sin profetas para escuchar la voz de Dios. Y se puso a “enseñarles con calma”, dedicándoles tiempo y atención para alimentarlos con su Palabra siempre sanadora, siempre liberadora.
En una ocasión hablábamos un grupo de curas, que tendríamos que revisar ante Jesús, ante el único Señor, como cuidamos a esta gente, a estas muchedumbres que se nos están marchando, poco a poco, de la Iglesia, tal vez porque no escuchan entre nosotros el Evangelio de Cristo, porque ya no les dicen nada nuestros sermones, nuestros escritos, nuestras declaraciones. Gentes buenas que tal vez estemos decepcionando, porque no ven en nosotros la compasión de Jesús. Gente creyente que no saben a quien acudir para encontrarse con ese Dios que los quiere entrañablemente. Y pensábamos que tenemos que aprender a actuar con la compasión de Cristo, que sea su voz y no la nuestra la que suene, porque es Él el único con fuerza para cambiar los corazones de verdad.
Y no es echar balones fuera, pero creo que todos los creyentes, como decíamos la semana pasada, debemos ser pastores del hermano. Los padres ser pastores en su familia, educadores valientes que no se someten a las modas ni a las corrientes de lo correcto, sino que transmiten, desde su fe la verdad de Cristo.
Políticos y gobernantes que no luchen por el voto que les dará el cargo, sino hombres y mujeres, que desde auténticos principios y virtudes vividas, luchan por una comunidad realmente justa, realmente fraterna. Una sociedad en la que el dinero tenga el papel que debe tener, pero que no sea el móvil del vivir social, sino unos principios que hagan al pueblo realmente feliz.
Se que no es fácil “apacentar” a las ovejas, porque unas son débiles y se entregan “a lo que sea”. Otras son ariscas y acomodaticias y que no están por la labor de dejarse llenar de esa Palabra que las va a hacer realmente libres, y buscando “su libertad personal”, caen la mayor de las esclavitudes. Ovejas a las que se les ofrecen “pastos envenenados”. Con el veneno de la corrupción, del consumismo, del placer por el placer, del radicalismo ideológico. Venenos que se ofrecen con la mejor de las envolturas y que engañan con toda facilidad.
Cristo es el auténtico Pastor, el único que se ofrece a sí mismo como pasto, en su Cuerpo y su Palabra. Y a nosotros, a todos los creyentes y de un modo especial a los que Él va señalando, el sosiego de la escucha y de la oración. Reponer constantes fuerzas con el retiro en el Espíritu. Sabiéndonos instrumentos en sus manos, “útiles”, para que el nos utilice con libertad, dispuestos a ser descanso para los demás y puerta para que los hermanos se encuentren y todos juntos vayamos a la Casa del Padre.

Santiago Rodrigo Cruz

viernes, 10 de julio de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 12 de julio, Décimo quinto de Tiempo Ordinario

DOMINGO XV DE TIEMPO ORDINARIO

Cuando se llevan muchos años de ministerio se tiene el peligro de mecanizar los gestos. Algo que ocurre en algunas ocasiones, por mucho cuidado que se tenga. Porque los gestos litúrgicos en los sacramentos están cargados de una fuerza y de un realismo, impresionantes, transformadores.
En el ritual del Bautismo, en la unción con el Santo Crisma, el contenido y el significado marca la vida del bautizado. Porque esa unción te consagra como profeta, sacerdote y rey. O lo que es lo mismo, participante directo y colaborador de la misión de Cristo. Profeta, es decir, Evangelizador, anunciador de la palabra y la persona de Cristo, ser alguien que con nuestra vida, con nuestro estilo de amar y, sobre todo, con nuestras palabras hacemos presente a Cristo en medio de la sociedad actual, hacerlo presente en esta sociedad que tiene miedo de escuchar algo que los descoloque de su vacío y de su lucha por nada y caminar hacia ningún sitio.
Ser evangelizadores, pero no como profesión, sino como vocación, como parte de la existencia. Por eso cuando le dicen a Amós que se vaya a ganarse su pan profetizando a otro sitio, él les contesta que no vive de eso, que él tiene su oficio, su trabajo del que vive, que él sólo está cumpliendo el mandato del Señor.
Jesús manda a sus discípulos sin nada, sin medios económicos, sólo con su fuerza, con la fuerza del Espíritu para cumplir esa misión, que no se asusten de los problemas, de los rechazos, incluso de las persecuciones, que sin duda van a surgir en su ministerio. Pero la Palabra de Dios ha de ser pronunciada, anunciada. La salvación que conlleva ha de ser ofertada a todos los hombres, porque todos deben conocerla.
Todos nosotros tenemos esa suerte, ese privilegio, ser evangelizadores, ser parte de ese plan divino para que a todos les llegue la salvación por la que todo se ha hecho, desde la Creación a la Encarnación y la Pascua. Que el hombre sepa de su dignidad de Hijo de Dios, de su futuro de vida dichosa y eterna.
Pero no nos manda con las manos vacías. No precisamos medios materiales, que para nada nos valen en esta misión. Pero si vamos llenos de todos los medios que precisamos, como dice S. Pablo en la segunda lectura, que Dios ha derrochado su gracia y sus dones en nosotros: “El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros… habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido”.
Él sabe de nuestra debilidad, sabe de nuestra falta de compromiso en tantas ocasiones. Sabe de nuestras dudas y del trabajo incansable del Maligno con nosotros. Por eso nunca nos deja solos en la misión, es nuestra sombra y nuestra luz, es nuestro empuje y nuestra sabiduría, es nuestra valentía para no rendirnos, para enfrentarnos al mundo que no quiere oír aquello que lo saca de su mediocridad y que lo eleva, pero al modo y al estilo de Cristo.
Ser evangelizadores en una gran suerte, es un privilegio y una esperanza. Porque Cristo al mismo tiempo que nos marca nuestra misión, nos da los instrumentos y la fuerza para llevarla a cabo. Por eso se entiende la valentía de los mártires, para los que esta vida terrena no tenía ningún valor ante el tesoro de ser testigos de Cristo entre nosotros.
Cristo, como a sus apóstoles, no da la misión de anunciar que el Reino de Dios ya está entre nosotros. Y en esa misión Él es uno con nosotros.

Santiago Rodrigo Ruiz