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jueves, 6 de agosto de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del próximo domingo 9 de agosto, Décimo Noveo de Tiempo Ordinario

DOMINGO XIX DE TIEMPO ORDINARIO

Voy a comenzar con un cuentecillo que he visto en un libro, referido al evangelio de este domingo.
“Cuentan que había un pan tierno, recién hecho, crujiente y de aspecto apetitoso. Un grupo de niños rodeaban el pan y se lo comían con los ojos; Tenían hambre. Cuando el pan vio sus ojos y adivinó sus ansias de comérselo, corrió a esconderse. Pasado un tiempo, aquel pan que huyó para no ser comido por los niños se endureció en un rincón y lo tiraron a la basura.
En cambio había un pan tierno, recién hecho, crujiente y de aspecto apetitoso. Un grupo de niños rodeaban el pan y se lo comían con los ojos; tenían hambre. Cuando el pan sintió el cuchillo que lo cortaba, pensó que se moría. Al sentir el calor de las manos de aquellos niños y su boca de hambre, se sintió alegre. Luego se dio cuenta de que no había muerto, se había transformado.
Porque el tema de hoy es el “Pan de Vida”, que fue introducido en el horno de la cruz para convertirse en pan crujiente y apetitoso, colocado en la mesa redonda del mundo para ser comido.
El alimento del pan de Dios lo vemos en la primera lectura, cuando Elías, perseguido por la maldad de la reina Jezabel, se siente hundido y pide a Dios la muerte. Pero Él le da su “pan de vida”, con el que recupera las fuerzas para caminar cuarenta días y cuarenta noches, es decir todo un proceso de conversión y de cambio, para encontrarse con Dios en su monte santo. Porque ese pan que recibió no era un pan cualquiera, era el pan de Dios, que siempre es pan de vida, y le permite vencer todos los obstáculos para llegar a su encuentro con Dios. Tenemos que tener no sólo claro, sino clarísimo que sólo el que se alimenta con el pan del cielo puede caminar sin desfallecer, porque su alimento plenifica a la persona en toda su integridad, es decir en su cuerpo y en su alma.
Los paisanos de Jesús no llegan a entender aquellas palabras, ya que no veían en Jesús nada más que a un paisano, a uno de ellos. Por lo que aquellas palabras de que Él era el pan de la vida, de que quien no lo comiera no tendrían vida pues era el pan bajado del cielo, les sonaban raras e incluso escandalosas.
La Eucaristía es el pan que nos alimenta en la totalidad, es el que nos llena en el cuerpo y en el alma. La Eucaristía es el alimento que nos une totalmente a Dios, que nos hace uno con Cristo. Es el alimento que nos da fuerzas, como a Elías, para llegar a nuestra meta. Y esa meta es vivir para siempre, es vencer la muerte y lograr aquel fin para el fuimos creados.
Sin embargo, para acercarnos a este banquete del Pan de Vida, al banquete eucarístico, es preciso una purificación, como los cuarenta días y las cuarenta noches de Elías para encontrarse con el Señor.
Es preciso ir arrancando de nosotros todos los resquicios de muerte que nos acompañan, eliminar todos los harapos mal olientes de pecado que nos ensucian. Porque no podemos acercarnos al banquete eucarístico si tenemos algo que nos separa del hermano, ya que no he sido invitado a un banquete “para mi solo”, sino un banquete en comunidad. Al que tengo que acudir vestido con las prendas de la misericordia y la solidaridad con el hermano sufriente. Vestido con la ropa del perdón que elimina roces y separaciones con el hermano, de un modo especial con el más débil y el que más sufre. Entonces si que gozaremos de ese banquete en el que el alimento es el mismo Dios.

Santiago Rodrigo Ruiz

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