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jueves, 24 de diciembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del 25 de Diciembre, Día de la Natividad del Señor

DÍA DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR

Así te queremos, Dios, de carne y hueso, parte de nosotros mismos para que nosotros podamos ser parte de ti. No una nube maravillosa que deslumbra el horizonte, no una luz lejana que ilumina los corazones y los aturde. No el trueno esplendoroso que fascina y hace que nos recojamos en lo más hondo de nuestro ser.
Así te queremos, Dios, de carne y hueso. Sabiendo lo que es el desprecio de la gente que no te quiere alojar, sintiendo en tu piel el frío del ambiente que se mete en los rincones del alma, compartiendo las pajas con el más pobre, lejos del confort de tu cielo con el calor constante de la alabanza de los bienaventurados.
Así te queremos, Dios, de carne y hueso. Rodeado de aquellos a los que la justicia humana nunca escuchará, con el desconcierto de las gentes que no entienden por qué te adoran los Magos de Oriente, con la debilidad de tu Madre que ha de suplicar ayuda para poder salir de aquel trance, en el calor denso de aquel establo donde competías el espacio con los animales.
Así te queremos, Dios, de carne y hueso, esforzado desde la infancia colaborando para que no falte el pan en la mesa. Aprendiendo la sabiduría de los hombres para que sea un conducto para la sabiduría divina, luchando con los elementos que se te oponen en el camino, sintiendo el sudor sobre tu piel y el cansancio que te avisa de que eres limitado.
Así te queremos, Dios, de carne y hueso. Joven fuerte, con manos encallecidas por el trabajo que te proporciona el sustento cotidiano, sometido a la autoridad de los tuyos que saben que te distancias aunque ellos quieran retenerte, la tiempo que vas sintiendo que el mundo se te queda pequeño, intuyendo esa misión a la que estás llamado, ese misión que eres tu mismo.
Así te queremos, Dios, de carne y hueso. Andando los caminos del mundo a atronándolo con la mayor de las noticias que podíamos recibir, rodeado de aquellos pobres hombres que no se aclaraban de quien eras, a qué los habías llamado, cual era el sentido exacto de esa noticia que anunciabas, donde estaba ese Reino que tú asegurabas que había llegado.
Así te queremos, Dios, de carne y hueso. Sabiendo de dolores y abandonos, saboreando la más amarga de las soledades, sintiendo en tu cuerpo los insultos y los azotes, desgarrados tus manos y tus pies en aquella cruz empeñada en mantenerte fijo y muerto en la tierra.
Así te queremos, Dios, Jesús, de carne y hueso. Resucitado y glorioso, reuniendo en ese cuerpo los cuerpos vivos de todos los bienaventurados, fuente de todos los perdones y las misericordias, solidario con todos los cuerpo que se quieren acercar a ti. Cristo carne y hueso, gloria definitiva de Dios que ha vencido a la muerte como representación de lo inhumano.
Así te queremos, Dios-con-nosotros, de carne y hueso, Cristo total, Cristo eucaristía, Cristo compañero y guía hacia esa eternidad que eres tu mismo.
Así te queremos, Jesús, hermano, que nos has tomado de la mano para llevarnos hasta ti, para llevarnos a la vida del amor definitivo, por ese camino que se inicia en las pajas de Belén.
Así te queremos, Dios-misericordia absoluta, hecha carne para que nosotros paladeemos profundamente tu amor. Misericordia nacida, misericordia regalada, misericordia que acompaña nuestro pecado para destruirlo.

Santiago Rodrigo Ruiz

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