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viernes, 21 de agosto de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 23 de agosto, Vigésimo Primero del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

Leyendo las lecturas de este domingo recordaba la leyenda de Penélope y su velo que nunca se acababa, porque lo que tejía de día lo destejía de noche.
Y me trae a la mente nuestras celebraciones eucarísticas. Vamos a misa, que “escuchamos” con devoción, y cuando el cura dice que podemos ir en paz se ha acabado todo. Hemos cumplido con Dios, que puede estar contento, pero ya no nos sentimos obligados a vivir como Él quiere que vivamos, nuestra vida no se diferencia en nada de los que no se consideran creyentes. Porque hemos hecho de nuestra vida de fe el cumplimiento de ciertas normas y ya está.
Vivimos en una sociedad en la que sólo priva el placer del momento. La gente vive “cómoda” sin Dios, no interesa nada que te indique que no eres una isla, que vives en una sociedad que te necesita y a la que necesitas, que has de vivir una vida en la que lo presente sea una preparación para lo futuro. Y en ese futuro Cristo está en la referencia central.
El largo discurso del Pan de Vida, que hemos estado leyendo durante cuatro semanas, nos ha marcado una vida en la que el estilo de Cristo, su mensaje, su persona es lo básico, lo que nos puede hacer realmente felices. Porque participando de su Cuerpo y de su Sangre encontramos el estilo perfecto para vivir amando. Pero amar en plenitud, tomando la frase de San Bernardo: “Amo porque amo, amo por amar”. Es decir, amar porque es lo que mejor sabemos hacer, lo que más nos gusta y más felices nos hace.
El mundo se va retirando de Dios, no le gustan “las normas”, pero eso le hace caer en esclavitudes. Huye de un estilo de vida que es el que le hace realmente libre, porque Cristo te da la libertad, pues no hay libertad más grande que la del que no le pone precio a su amor, la del que no tiene que pagar nada por su dicha. Pero para entenderlo es preciso hacerse uno con Cristo.
Aquellos que escucharon las palabras de Jesús se quedaron apabullados, algunos no entendieron y se fueron asustados al oír que sólo el que se hacía uno con Jesús tendría vida eterna. Otros se quedaron pero con un desconcierto que se pensaron que sólo con “escuchar a Jesús” era bastante, pero sólo estaban con Él de presencia. Pero los apóstoles si que entendieron aquellas palabras de Cristo. Si que fueron conscientes que era la única palabra de vida que podían oír, porque era la palabra de Dios-con-nosotros, que la única vida digna de ser vivida era la que Jesús les ofrecía, que con Él y en Él se era realmente libre.
Hoy, como decía antes, la situación es muy parecida, porque existen los mismos grupos. El de aquellos que se han ido y han abandonado todo lo que significa Jesús y su Iglesia, para caer en miles de “dioses” que los han esclavizado y que los echan, los escupen a la soledad.
El gran grupo de los “cumplidores”. Los que cumplen los preceptos al pie de la letra, los que no se saltan una norma. Pero que su estilo de vida, su forma de existir y de amar no se diferencia en nada de los primeros. Se reza, se practica, se “cumple”, pero no se vive. Es pasar hambre ante un gran plato de comida que ni se toca, porque se teme que se nos rompa esa fe.
El grupo, no demasiado grande, de los que, como Pedro, han descubierto que sólo en Jesús está la vida eterna, que darse como Él es poseerse en totalidad, que entregar la vida como Él es ser realmente libres, que vivir como Él es saborear la vida hasta la última gota, pero toda la Vida.

Santiago Rodrigo Ruiz

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