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viernes, 25 de marzo de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 27 de marzo, Domingo de Gloria de Resurrección

DOMINGO DE GLORIA EN LA PASCUA DEL SEÑOR

Es una mañana agitada. Desde primera hora vemos a María Magdalena ir al sepulcro y volver corriendo a donde “se escondían” los discípulos. Vemos a Pedro y a Juan corriendo hasta el sepulcro, entrar desconcertados y salir sin saber ni entender nada. Hasta que Jesús se les muestre vivo, resucitado, con los agujeros de los clavos y la lanzada en su cuerpo, pero vivo, radiante pletórico. Van a tardar en comprender que este era el plan de Dios para nosotros. Que la muerte de Jesús es el medio para acabar con todas las muertes. Que quien quiera participar de esa vida ha de dejarse morir, eliminar hasta el último rastro de la antigua vida para poder estrenar la vida nueva, la que aparece desde el sepulcro vacío de Cristo y que nos hace eternos.
Me preguntaban qué sentía yo celebrando estos misterios tan trascendentales. Yo les dije que siempre me emocionaba, aunque no debía ser así, porque en cada misa se repite el mismo milagro, el mismo acontecimiento de muerte y vida. En cada misa Cristo es ofrecido en la cruz donde vierte su sangre y se rompe su cuerpo, glorioso, resucitado y pleno para nuestro alimento, para nuestra fuerza en el camino de la vida.
Es curioso que en este domingo nos decimos muchas ¡¡Felices Pascuas!! Pero no somos conscientes, o nos arrastra la tradición de que el momento de la Pascua del Señor es cada misa, cada sacramento, cada lucha contra el mal vencida, cada paso que damos adelante por el hermano, especialmente el más débil y desamparado.
Pascua es vida, vida nueva, vida estrenada, pero una vida que para ser así ha de pasar primero por la muerte. El día de nuestro bautismo morimos a una vida sin Dios para renacer como hijos queridos de Dios, nuevos, resucitados. Sin embargo el mal y el pecado nos mata una y otra vez. Pero Jesús no deja de decirnos que volvamos a Él, que volvamos a la vida, que Él ha vencido a la muerte para siempre, que no nos resignemos, que hemos sido creados para la vida y esa vida es nuestro futuro.
Sin embargo hay tantas cosas que nos mantienen en la muerte. La indiferencia, un cristianismo cómodo y desabrido, ese consumo que nos ata a la rueda del mal, el aburguesamiento de nuestra fe, el vivir en la Iglesia con muchas actividades pero con muy poquitos cambios de vida reales. Pequeñas muertes que se van sumando y elaborando una losa que cada día nos cuesta más mover, que nos mantiene en esa tumba, con algunos respiraderos que nos hace imaginar que estamos vivos y libres, pero no es así.
Cristo nos grita desde la puerta de ese sepulcro vacío. Que Él ha vencido a la muerte para nosotros. Rompamos todas las losas que nos quieren aplastar, recuperemos la libertad de la vida nueva, de la vida dada por amor y por eso recuperada, más fuerte, más auténtica. Rompamos todos los sepulcros, los nuestros y los que aplastan al hermano, siempre podremos hacerlo, porque siempre es la Mañana de Pascua cuando nos vamos despojando de todo lo que la muerte quiere echar sobre nosotros. Cristo siempre vivo, siempre Resucitado, siempre a estrenar, lo mismo que esa vida que nos da a manos llenas y que se convierte en misericordia.

Santiago Rodrigo Ruiz

miércoles, 23 de marzo de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del viernes 25 de marzo, Viernes Santo

VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

Cuando hace muchos siglos los orientales crearon la cruz como método de muerte y de tortura, lo hicieron para inferir el mayor de los sufrimientos al reo y que fuese escarmiento para el resto de los delincuentes. Pero no sabían el alcance y la trascendencia de su invento.
La cruz a través de la historia ha sido motivo de muchas cosas. De los mayores dolores y de los más atroces sufrimientos, de enfrentamientos y guerras. Pero también del amor más sublime, de la entrega más generosa, de sangre derramada por fidelidad y por amor.
Viernes Santo es el momento en que la Iglesia se postra ante la cruz, el momento en que adoramos la cruz, el momento en que la miramos con ojos gozosos, porque en esa cruz estuvo colgado quien era toda la misericordia y todo el amor de Dios. Porque en esa cruz estuvieron, están, colgados todos los pecados del mundo. Porque en esa cruz la muerte fue vencida y en ella mana el mayor manantial de vida que podamos imaginar.
Pero podemos tener la tentación de mirar la cruz como un elemento de fervor y de devoción, como un signo sagrado al que veneramos, pero en suma algo del pasado, que nos valió nuestra salvación, pero del pasado.
La pasión y la muerte de Jesús es algo que ocurrió ayer, pero que sigue ocurriendo hoy, porque Jesús sigue muriendo por todos y en todos. Jesús sigue agonizando, sangrando, derramando su vida en todos los que sufren, en todos los perseguidos, en todos los que son masacrados.
Jesús sigue crucificado en ese refugiado, niño y adulto, que espera entre el barro y el frío, las migajas de nuestro mundo opulento. Jesús sigue siendo crucificado en tantos pobres, en tantos desamparados, en tantos a los que les falta lo más elemental y que tienden, como Lázaro, sus manos esperando las migajas de nuestras mesas bien dotadas, de nuestras comodidades y nuestro consumo descarnado. Jesús sigue siendo crucificado en todos los débiles que nosotros utilizamos para sentirnos generosos, pero sin el más leve deseo de cambiar de vida.
Vamos a llegar a los actos litúrgicos y miraremos devotos la cruz de Jesús que se muestra, veremos como se va descubriendo y contemplaremos la imagen del crucificado. Pero no se si veremos el dolor de tanta gente inocente, víctima directa de nuestro egoísmo, de nuestra cobardía, solos. Como se vio Cristo, como se ve Cristo, abandonados, con gente piadosa que los mira pasado de ellos, viendo en esa cruz sólo lo que se quiere ver, lo que no nos incomoda.
Si queremos participar de la cruz, de la vida que brota de ella, debemos dejarnos crucificar, debemos dejarnos calvar, para que en ella muera todo nuestro egoísmo, toda nuestra cobardía. Colgar de la cruz para que veamos a todos los que sufren, para que nos duela su dolor, para que sintamos en nosotros el frío de su desamparo, como a Cristo le duele el dolor del hermano abandonado. Porque cuando sintamos ese dolor de verdad, cuando compartamos el frío del madero, comenzará a correr por nosotros la alegría de la vida, porque habremos muerto al pecado, para ir, poco a poco, a ese sepulcro origen de la vida, fuente de la vida sin fin.

Santiago Rodrigo Ruiz

martes, 22 de marzo de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del jueves 24 de marzo, Jueves Santo

JUEVES SANTO. MISA EN LA CENA DEL SEÑOR

Cuando de pequeños relatábamos los siete sacramentos, lo hacíamos con una cantinela idéntica, como si fuese una cosa más. Naturalmente no éramos conscientes que estábamos explicando la actuación de Cristo en su Iglesia. El ser y el estar de Cristo vivo entre nosotros, pero de una forma real, siendo parte de cada momento y opción de nuestras vidas. Es la “presencia social” del Señor entre nosotros. E incluso se le pone un momento de la vida de Cristo en el que va apareciendo cada uno de los sacramentos.
Jueves Santo, la Cena del Señor, es el momento culminante del Misterio de Cristo, porque es la concreción de su mensaje y de su persona. En la Cena del Señor se van desgranando todos los momentos y todos los gestos que nos dicen que el que preside esa mesa es el Amor de Dios Encarnado. Es el momento en el que Él anticipa su muerte y su resurrección para darse a si mismo en el pan de vida, para que sus discípulos saboreen, ya que Él nunca se va a separar de ellos, que tengan la convicción absoluta de que su presencia real, física, palpable como lo tienen allí, se va a perpetuar más allá de los tiempos.
Es el mensaje de amor de amor más perfecto, la entrega más absoluta, la generosidad elevada a lo más sublime. Porque el mismo Dios ha decidido ser comida y bebida para todos, de un modo inagotable, un manjar eterno. Milagro ante el que los cielos y la tierra han de postrarse en adoración continúa. Ante el que debemos acercarnos con el gozo de sabernos llamados por el mismo Dios y el temblor de sentirnos indignos de tanto amor, de tanta generosidad de tanta misericordia. Acercarnos a ese cuerpo roto en la cruz y perfecto en la mañana de Pascua.
Por eso el gesto del Señor, de lavar los pies a sus discípulos, es el indicativo de cómo tenemos que acercarnos a este sacramento, al misterio de la Eucaristía, al don del mismo Dios. Porque nadie nos podemos acercar a esta comida dignamente sin habernos postrado a los pies del hermano más necesitado, despojándonos de todo lo que nos desfigura, de todo lo que nos aleja. Lavar los pies con nuestro desprendimiento, pero real, sin falsas emociones, sin engañarnos a nosotros mismos. Acercarnos a este banquete habiendo hecho de nuestra vida un reflejo de la entrega y del amor de Cristo. Lavar los pies del hermano con un amor y un perdón, dado y pedido, que vaya eliminando las asperezas del alma, esas que se oponen a que nos liberemos de verdad, que nos aferran a lo material con todas nuestras fuerzas, y que no son otra cosa que artimañas del Maligno que nos quiere lejos de esa mesa, de ese banquete en el que él es destruido.
Jueves Santo, Misa en la Cena del Señor, abrazo perpetuo del Dios del amor a los hombres. Vivir la Eucaristía, pero a la manera de Cristo, sin acoples ni disimulos. Gozar la Eucaristía como ese don que nos deja desnudos ante Dios, al tiempo que somos vestidos de su gracia, de su amor y de su entrega. Despojarnos de todo lo que nos afea, para vestirnos de maravilloso manto de ese amor contagioso de Dios, que nada más entrar en nosotros se va extendiendo para envolver al mundo de vida.

Santiago Rodrigo Ruiz

sábado, 19 de marzo de 2016

Programa de actos de Semana Santa en Griñón

PROGRAMA SEMANA SANTA 2016

DÍA 20 DE MARZO - DOMINGO DE RAMOS:

12:00   PROCESIÓN DOMINGO DE RAMOS DESDE LAS CLARISAS


DÍAS 21, 22 y 23 DE MARZO (LUNES, MARTES Y MIÉRCOLES SANTO)

19:00   EUCARISTÍA EN LA IGLESIA PARROQUIAL Y CONFESIONES (para quien lo desee)


DÍA 24 DE MARZO -  JUEVES SANTO:

18:30    OFICIOS EN LA PARROQUIA
22:30    HORA SANTA EN LA PARROQUIA

A PARTIR DE LAS 24:00 ACOMPAÑAMIENTO AL SANTÍSIMO EN TURNOS DE 1 HORA, PODÉIS APUNTAROS EN LAS HOJAS QUE SE DEJARÁN AL EFECTO EN LA PARROQUIA.


DÍA 25 DE MARZO  -  VIERNES SANTO:

18:30    OFICIOS EN LA PARROQUIA
21:00    PROCESIÓN DEL VIACRUCIS DESDE LA PARROQUIA


DÍA 26 DE MARZO:

00:30    PROCESIÓN DEL SILENCIO DESDE LAS CLARISAS
23:00    VIGILIA PASCUAL EN LA PARROQUIA


DÍA 27 DE MARZO - DOMINGO DE RESURRECCIÓN:

11:00     PROCESIÓN DEL SANTO ENCUENTRO  (DESDE LA PARROQUIA  LA VIRGEN Y DESDE CLARISAS EL RESUCITADO) Y CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA A CONTINUACIÓN EN LA PARROQUIA.

viernes, 18 de marzo de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 20 de marzo, Domingo de Ramos

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASION DEL SEÑOR
Comenzamos una semana llena de contrastes. Un parte de religiosidad popular llena de manifestaciones religiosas, procesiones y momentos de recuerdo de los misterios de la pasión del Señor. Algo muy importante porque creo que los cristianos debemos hacer pública nuestra fe y llevarla a las calles de todas las ciudades y pueblos.
Por otra parte las celebraciones litúrgicas, que de un modo cuidadoso van desgranando cada momento de este espacio de la vida de Cristo en el que se concreta de forma definitiva el misterio de su vida y la realización de nuestra salvación, esa salvación proyectada por Dios desde el principio de los tiempos y que en la muerte y resurrección del Señor se culmina.
Y lo comenzamos con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, la ciudad santa. Triunfal en la humildad de un pollino, triunfal sin intentar demostrar su grandeza, sino estando a la altura de la gente más sencilla, para desde esta humildad exaltar la grandeza del hombre al que ha venido a redimir. Redimir en un camino de torturas y dolores.
Siempre intento elaborar lo mejor posible cada comentario que hago a las lecturas del domingo. Pero hoy voy a ser un copión y os traslado parte de una oración que hay en el guión litúrgico que hace Caritas para los tiempos fuertes:

“Oye, Jesús, eso de que las piedras gritaran me gusta. Frente a la pasividad que muchas veces he demostrado en lo tocante a la manifestación de mi fe, vienes tú y dices que no te va, que no te encuentras a gusto en las bocas calladas y un catolicismo de “circunstancias” y de “papel”. Pero eso es lo que se estila, un catolicismo “light” que no compromete a nada, que busca la pantalla y la figuración, un catolicismo que no tiene empacho en distorsionar el profundo significado de las realidades sagradas.
Por eso, Jesús, me apena que para muchos seas un simple payaso con el que se quiere justificar la fiesta y tantas hipocresías y celebraciones “cirquenses” en nuestros templos. En el fondo tú no interesas para nada. Un simple personajillo que tan pronto se acaba la fiesta no se sabe si ha sido algo real o un simple fuego de artificio.
Yo me pregunto en que medida soy culpable de esta situación del catolicismo de nuestros días… Porque es muy fácil y cómodo acusar a los demás y quedarse uno con la falsa sensación de creerse inocente no haciendo nada para que todo se enderece y tome la dirección correcta. ¡Cuántas veces he criticado los errores y los abusos de los demás y después me encuentro con que he caído en lo mismo!
En este Domingo de Ramos me gustaría gritar al mundo “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” ¡Pero de verdad! El Señor verdadero, el auténtico, no el “payaso” de turno con el que quiero camuflar a veces mi débil condición de creyente. No quiero esperar a que las “piedras griten”. Estoy dispuesto a renunciar a mi condición de mudo y anunciar a todos que tú eres el Salvador y el Guardián de nuestras almas.
Y no sólo de palabra. Quiero que mis actitudes tomen otro rumbo y logren demostrar que no soy un “palo muerto” en las agitadas aguas de la vida.  (Guión litúrgico de Cuaresma-Pascua 2016 de Cáritas, páginas 183-184)

Jesús entra en Jerusalén deseando la paz a todos. Él que va a sufrir la mayor de las violencias, pero unas violencias que son el principio de la paz definitiva para el mundo. Una paz que brota de la cruz ensangrentada del calvario, una paz que se intenta sepultar, pero que va a romper todos los sepulcros. Porque es la vida definitiva, la vida que se hace perdurable en la Eucaristía y en sangre redentora de todos los pecados, vertida una y otra vez e instrumento de salvación perpetuamente.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 11 de marzo de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 13 de marzo, Quinto de Cuaresma

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

Estamos viviendo tiempos de ataque furibundo a todo lo que se refiere cristiano,
pero de un modo especial a todo lo se te refiere católico, a la Iglesia de Cristo y todo lo que conlleva, parece que estamos llegando al final de los tiempos. Se me viene a la memoria la frase de un abuela en una de mis parroquias anteriores: “Señor cura, la fin del mundo es llegá”. Y tiene todos los síntomas.
Pero en este momento se me viene a la mente un escrito de finales del siglo II, cuando todo lo que tenía el nombre cristiano era motivo de persecución: la Epístola a Diogneto (os recomiendo que la busquéis en internet, es fácil). Es una maravillosa definición de qué es el cristianismo y cual es su papel en el mundo. De esta carta saco una frase que nos viene a cuento: “…son perseguidos por todos, y ni siquiera los que los persiguen sabrían decir el por qué de esa persecución”… Porque el autor va diciendo que los cristianos que son perseguidos responden con una sonrisa de perdón.
Hoy el evangelio nos presenta a Jesús ante una pecadora, con un pecado tan grande que, según la ley judía, debía ser lapidada. Jesús avergüenza a los acusadores que se retiran, perdona a la pecadora, pero no le justifica su pecado: “…vete y no peques más…” No acepta la crueldad de los acusadores, pero tampoco acepta el pecado y la vida de la mujer. La perdona y le dice que olvide esa vida de pecado, que se convierta y transforme en bondad toda su vida anterior. Ha autores que quieren identificar a María Magdalena en esta mujer y su conversión tras este encuentro con Jesús. No lo podríamos asegurar, pero eso no importa.
Lo que Jesús nos asegura es que el camino más efectivo es rechazar el pecado con todas nuestras fuerzas, pero perdonar y amar al pecador que se ha arrepentido, ayudar con amor al que no se arrepiente. No ver enemigos en los hermanos que nos atacan, a veces en lo más íntimo de nuestra fe, porque unos solo es el Enemigo, pero el otro, el hermano, por muy equivocado que lo veamos, por muy agresivo que sea contra nosotros, no deja de ser un hermano, digno de ser amado.
El más grande de nuestros instrumentos, la más poderosa de nuestras armas, es el perdón, pero un perdón unido al amor de forma inseparable. Perdonar amando como perdona constantemente Jesús, como perdonó a aquella mujer. El perdón, como el de Cristo, que en ningún momento es blando con el pecado, que no quiere un castigo que destruya, sino la conversión del pecador, que sea consciente que ese pecado lo está destruyendo y que si quiere salir de esa vida va a encontrar brazos abiertos que lo acogen con amor, porque eso es el perdón, acoger con amor al pecador arrepentido, ayudarle a salir de la vida de pecado.
Pero desde la conciencia de que también nosotros somos pecadores, que estamos necesitados de ese perdón misericordioso de Dios, que queremos saborear esa misericordia desde un cambio radical de vida. Perdonar mientras pedimos perdón, acoger al pecador como Jesús nos perdona, colgado en la cruz, la mayor fuente imaginable de perdón y misericordia.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 4 de marzo de 2016

Comentario de d. Santiago a las lecturas del domingo 6 de marzo, Cuarto Domingo de Cuaresma

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

Es una de las parábolas más bellas de Jesús para manifestar el amor infinito de Dios y nuestras reacciones personales ante su misericordia.
Aparecen tres personajes en los que Jesús presenta la realidad de su pueblo y el corazón de los hombres. El hijo menor, un sinvergüenza que se aprovecha de todo, que despilfarra lo que no ha sudado, que piensa que todo el mundo está obligado con él, porque, con el dinero del padre, ha creído comprar a otros como él, que cuando se ponen las cosas mal lo dejan solo. El hijo mayor, cumplidor a carta cabal, que hace las cosas al pie de la letra, que nunca se sale de lo mandado. Pero con un corazón duro, sin un ápice de misericordia para con los que no son como él, a los que no cumplen la norma al pie de la letra, y que está convencido que por eso el padre está obligadísimo con él. Y el padre, todo bondad y misericordia, que ama y perdona sin límite, que quiere a todos sus hijos con él, que acoge al depravado y intenta ablandar el corazón del otro para que sepa amar y perdonar como él.
Hoy podemos asegurar una situación muy parecida. Aquellos que pasan de Dios, que usan y abusan de sus dones, pero al mismo tiempo desprecian a los que no viven en su llamada “libertad absoluta”. Pero que dentro de ellos llevan un miedo tremendo a la soledad, a verse sin nada en el alma, a mirar dentro de su corazón y verlo vacío, hambriento de auténtico amor. Luego los creyentes “cumplidores” al pie de la letra, que llevan a cabo todo lo mandado, y que piensan que por cumplir la norma Dios está obligado con ellos. Sin embargo con un corazón tan vacío como el otro. Tan vacío que cuando llegan al confesionario no encuentran pecados en ellos, más allá de alguna anécdota de incumplimientos legales, que nunca miran en el fondo del corazón. Porque no son capaces de amar ni de misericordia, que no comprenden el amor y la misericordia del Padre hacia todos, que no aceptan la conversión y el cambio de corazón del que se arrepiente.
Y el Padre, todo amor y misericordia. Que no justifica al hijo depravado y su estilo de vida, que no le va a aplaudir su pecado y su distanciamiento, pero que lo acoge con los brazos abiertos cuando vuelve a Él arrepentido, con un corazón contrito y humillado. El Padre que quiere ablandar el corazón del otro hijo, hacerle ver que su cumplimiento sin amor no tiene sentido, que si no hay un corazón amante, misericordioso, capaz de acoger al hermano pecador, de amar sin límite, porque ese amor, esa misericordia, es lo que da sentido a su cumplir, a su vivir religioso.
Un Padre que llama a nuestros corazones para que miremos con sinceridad en su interior. Un Padre que quiere hacernos ver que nuestro “cumplir” las normas eclesiales, nuestro “hacer cosas” en la Iglesia, no tienen valor sin un corazón que sepa amar, sin un corazón solidario y misericordioso. Un Padre que constantemente nos hace ver que el hermano que sufre, el hermano que llora, es cosa nuestra, no podemos sentirnos fuera del sufrir del hermano y conformarnos con cumplir la norma. Un Padre que sólo sabe amar y perdonar porque, es el origen del amor y de la misericordia, donde todos cabemos, donde todos tenemos un futuro.
Santiago Rodrigo Ruiz