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jueves, 15 de octubre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 18 de octubre, Vigésimo Noveno del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO

Vivimos en unos momentos en los que la mayoría de la gente aspira ascender por el escalafón de los cargos sociales, políticos, económicos… Cuando se encuentra un amigo influyente se le considera y se conserva como un tesoro. Es decir, que vivimos en una sociedad que busca influencias y agradece los favores, algunas veces de formas bastante extrañas y no siempre lícitas.
Parece natural que quien sigue de cerca de un líder político o social lo haga porque cree en su poder y espera conseguir favores, cargos, etc.
Santiago y Juan tenían un amigo influyente, creo que cualquiera de nosotros habríamos hecho lo mismo y lo habríamos intentado igual. Pero Jesús tiene las cosas muy claras, y en un sentido totalmente opuesto al que aspiran sus discípulos y les muestra su camino para llegar a la auténtica gloria. “El que quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor”.
Ellos le pedían poder y dominio, y Jesús les ofrece servicio, entrega de la vida, amor desinteresado, como les había dicho en las bienaventuranzas: “Bienaventurados lo mansos, porque ellos poseerán la tierra”. Es decir, dichosos los que tienen paz en el corazón, bondad y generosidad, porque en ellos no va a encontrar lugar el mal.
Estos poseerán la tierra, porque son su vida y confianza en Dios hacen el bien a todos, sin límites de espacio ni de tiempo. Este es el auténtico poder, el poder que nunca desaparece, ya que se basa en el amor y el amor que se da permanece siempre y va creciendo, nunca se olvida, nunca deja de existir.
Este amor de Dios es el que vino Jesús a enseñarnos. Y Él es el primero que toma sobre sí mismo nuestra debilidad. Un amor paciente, que siempre confía, que siempre espera.
El camino que Jesús les muestra a sus discípulos, es un camino que primero desciende para luego ascender con mucha fuerza. Él no nos mide por nuestra capacidad de triunfo, por nuestras posibilidades de someter a los otros a nuestro servicio. Ya que el poder nunca salva a los otros, sino el amor que se entrega por ellos. No es la gloria lo que ayuda a los demás, sino el servicio desinteresado. Porque servir une, agrupa y ayuda. Competir desune, divide, excluye.
Es la razón por la que los cristianos debemos entrar por la lógica de Jesús y no la del mundo. Bebiendo el cáliz de Cristo, compartiéndolo con los demás. Sabiendo que en ese cáliz está el futuro más glorioso, en el cáliz de Cristo está la fuente del amor.
Beber en este cáliz desde el servicio es el mejor camino para encontrar la fuente de la felicidad, ya que tenemos puesta la mirada en los demás. Un cáliz que cuanto más se le saca más lleno está. Como la vida misma, que cuanto más vivimos más vida tenemos.
Es preciso repetirlo una y otra vez. Lo importante es beber el cáliz y su resultado es una vida compartida. Pero para compartir la vida hay que disponerse a servir. Pedir amor sin darlo es el camino más corto para no conseguirlo jamás. Nosotros no nos pertenecemos a nosotros mismos sino al mundo, pero para darse en plenitud se necesita amar la vida, gozar de nuestra propia existencia, abiertos a los demás, a dar la vida, a servir a los demás. Sólo desde la generosidad se puede beber el cáliz del Señor, con una entrega tan amorosa como la suya, con un amor tan entregado como el suyo.

Santiago Rodrigo Ruiz

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