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viernes, 26 de agosto de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 28 de Agosto, Vigésimo segundo del Tiempo Ordinario

DOMINGO VEINTIDÓS DEL TIEMPO ORDINARIO

Jesús habla de humildad. Humildad viene de humus, tierra. Y no quiere decir que seamos tierra, sino que tengamos los pies puestos en la tierra. Conscientes de nuestras grandezas y de nuestras miserias. Pero en ambos casos necesitados de Dios.
Para remediar nuestras miserias, para pedir perdón y misericordia por nuestros defectos y el dolor que ocasionan a los demás esos defectos. Para aprender de esos defectos, saber que siempre son instrumento del maligno que nos entra por ese lado, el más débil, el de nuestro orgullo y nuestra vanidad y desde ese punto se va adueñando de nosotros hasta desfigurarnos.
Pero también ser realistas en nuestros dones y grandezas. De Dios los hemos recibido y a Él se los debemos, de Dios los tenemos y nos los ha dado, no para nuestra vanagloria, sino para ponernos al servicio de los demás, para que den ese fruto que Él espera y que debe alimentar a todos.
Porque la humildad, el realismo, el saber tener los pies puestos en la tierra, nos ahorra tantos sufrimientos, tantos sinsabores. Como puede ser que nos hagan ver nuestras limitaciones, nuestras deficiencias. Es decir, nos tiren del pedestal y nos hagan andar a la altura de los demás, que es nuestra altura.
Pero no nos equivoquemos. Que a veces la humildad la utilizamos para destacar, para que la gente nos diga lo mucho que valemos y que nosotros no vemos, para que nos suban al pedestal. Esa falsa humildad, no deja de ser otra cara de la prepotencia, de la soberbia.
Dios no nos ha hecho para estar encogidos en un rincón, sino para salir a las plazas y a las calles, a todos aquellos que nos quieran oír. Levantar la voz para ser heraldos de su verdad, denunciar la injusticia donde quiera que esté, es decir, no callarnos “ni debajo del agua”. Pero con la verdad de Cristo, con su paz y su justicia. Ser instrumentos felices y libres en sus manos, barro blando para que Él lo vaya moldeando a su gusto, según su voluntado. No, no estamos para estar encogidos en un rincón.
Pero sabiéndonos sus criaturas. Porque Dios no ha preparado su banquete para los prepotentes, los “listos”, los enchufados… Sino que sale a los caminos y lo llena de los que no cuentan para el mundo, de los que molestan, los que son rechazados, los viste de gala y los va sirviendo. En ellos Dios se complace y les demuestra a los poderosos su poco valor.
La humildad, la auténtica humildad, es el mejor instrumento del hombre ante Dios. Me preguntaron en una ocasión, qué significaba “ir humilde con tu Dios”. Yo les dije ser conscientes que Él es Dios y tú no.
Por Eso hemos de ir con la cabeza muy alta, sabiendo lo incuestionable de estos principios, de esta persona que da sustento a nuestra vida, Jesús de Nazaret, de que Él es el sostén de todo. Pero cuando alguien se acerque a nosotros, que se encuentra a alguien sencillo y y cercano, con quien de auténtico gusto hablar, con quien de auténtico gusto estar. Los primeros a la hora de servir, de ser solidarios, los primeros a la hora del perdón y la misericordia. Humildes de verdad, pero viviendo con la plena convicción de que hemos escogido el mejor camino. Y como somos pecadores, gente que falla y peca, en una constante reconciliación con Dios y con los hermanos. Al mismo tiempo ya que el amor a Dios y al prójimo no son separables.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 19 de agosto de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 21 de Agosto, Vigésimo primero del Tiempo Ordinario

DOMINGO VEINTIUNO DEL TIEMPO ORDINARIO

A Jesús le preguntan quienes son los que van a salvarse, pero él no les da una respuesta fácil, no les dice haced esto y esto, para poder pasar a la vida eterna, sino que les indica que no existen unos salvados oficiales. Él está hablando a una gente que pensaba que por el hecho de pertenecer al pueblo de Israel, ya estaban salvados.
Pero hoy nos está hablando a nosotros, a la gente de hoy. Los que más practican, los que más rezan, los que más actos de piedad realizan, no están salvados sólo por eso.
En la línea de la semana anterior, Jesús no se conforma con la tibieza, no podemos ser cristianos que adoran a todo lo que se ponga por delante, que rinden culto a cualquier cosa.
Ser cristianos con las cosas claras, sabiendo que la vida eterna es una labor del día a día. Pero no sintiéndonos salvados por eso, como los judíos, sino confiando en la misericordia de Dios, el único que puede salvar.
Pasar por su puerta, por la puerta estrecha, la puerta por la que sólo cabe el amor y la misericordia. La puerta por la que no caben los bultos de rezos y devociones vacías. La puerta por la que no caben “los de siempre”, sino los que siempre han amado.
Quedarse fuera quien siempre tiene a Dios en los labios, pero no en su vida. Quedarse fuera los que juzgan con fiereza los defectos del hermano, pero nunca mira en su propio interior, en los rincones del alma. Quedarse fuera los que se confiesan de sus pecadillos, pero nunca quieren hacer examen de conciencia porque temen ver un alma egoísta, que sólo se ha adorado a si mismo y ha adormecido la conciencia con “caridades”.
Luchar por entrar por la puerta estrecha. Y para caber por esa puerta hay que liberarse de toda la morralla religiosa. No es cuestión de “ir a misa”, sino celebrar la eucaristía como la fiesta de la fraternidad con el hermano, en este Dios que se nos hace presente. No es cuestión de llenar el día de “rezos”, sino de una oración que me mantiene unido al hermano y con él a Dios. No es cuestión de “caridades”, sino de compartir con el hermano que nos necesita lo que somos y tenemos.
Si queremos caber por la puerta estrecha, si queremos ser reconocidos como los de Cristo, lo tenemos muy fácil. Recuperar la belleza con la que salimos de las aguas bautismales, darnos enteramente al amor y a la misericordia, y dejarnos confiados en las manos de Cristo. Pues él es el único Salvador, el único autor de vida eterna.
Así, pues, tenemos que elegir la puerta estrecha que nos enfrenta con nuestra propia conciencia. La entrada en el Reino no es más difícil para unos y más fácil para otros. Es tan fácil o difícil como la vida misma de cada uno, con sus aciertos y sus errores, con sus grandezas y sus miserias. La puerta del Reino de Dios es la misma vida que debemos construir paso a paso, mejorándola y corrigiéndola, dejándola llenarse del Espíritu, en el día a día. No es cuestión de pensar si uno se va a salvar o no, sino vivir como salvados, llenos de la misericordia de Dios. Haciendo de nuestro vivir una ofrenda a la misericordia de Dios, junto al hermano.

Santiago Rodrigo Ruiz

sábado, 13 de agosto de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del lunes 15 de Agosto, Solemnidad de la Asunción de la Virgen María

ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA 

Cuando se va leyendo el Magníficat uno va sintiendo una cierta desazón, una inquietud, un descolocarnos que nos lleva a sentir una vergüenza infinita, al ver lo que estamos haciendo con el Evangelio y encima tenemos la desfachatez de llamarnos cristianos.
La Virgen María, la más grande de todos los nacidos, la que el Señor cuida desde el principio de los tiempos, se llama “la esclava”. Mientras que nosotros siempre queremos que se nos sometan todos aquellos que piensan y sienten distinto. Nos sentimos señores sin aceptar una contradicción y miramos con desprecio a los “otros”, a los “equivocados”.
La Virgen María siempre se ofreció como un instrumento, libre, en las manos del Señor. Para que él dispusiese de su libertad. Para que obrase como quisiese por su medio, que la utilizase a su voluntad, barro blando en las manos del Señor, sin ofrecer resistencia. Porque sabe que Dios es amor y misericordia y todo lo que salga de su corazón es felicidad para todos.
La Virgen María sabe que nuestros valores, que nuestras escalas de importancia, no son los suyos. Que Dios va a descolocarlo todo, que le va a dar la vuelta a la cosa. Que a los “importantes” él los va a medir con el rasero de la bondad de su corazón, esa es para Dios la única importancia, el único valor que se mira.
Que aquellos que son humildes, los que saben de sus grandezas y sus miserias, los que comienzan cada día pidiendo ayuda para iniciar la tarea, pero que son ellos los que mueven el mundo, los que lo llevan adelante, pero sin mirar en su propio beneficio, sino en el bien común. A eso es a los que el Señor levanta del polvo y los pone junto a si, porque sabe que sólo ellos van a llevar adelante su plan de salvación preparado desde el principio de los tiempos. Y los llena hasta el colmo de sus bienes.
Como decía aquel amigo, a la Virgen María se le entienden todas las cosas, se sabe perfectamente por donde va y cual es el camino que Dios quiere para nosotros.
Por eso Dios la cuidó y la protegió en todo instante. El pecado no encontró espacio en ella, y la muerte no pudo desfigurarla. ¿Cómo iba a deformar la muerte ese cuerpo que fue el sagrario donde se alojó el mismo Dios? El tabernáculo maravilloso donde la Palabra eterna tiene el más grande de los espacios.
Pero lo más grande, es que con ese camino que María estrena hacia el cielo, es la senda por donde hemos de ir todos, el camino que nos va a llevar a la presencia del Dios de las misericordias, donde todos somos felices y que Ella abre para que la podamos seguir.
Porque mirad, “asunción” no es salir para ningún lado, lanzado como un cohete hacia el especio. Asunción la misma palabra los dice. Es asumir, es hacer propio, es ser parte del mismo Dios, es que toda nuestra existencia, todo nuestro ser, haya asumido a Dios.
Y nadie ha asumido a Dios de una forma más perfecta que la Virgen María. Por eso Dios no permite que su Madre, aquel seno que le dio vida, que es carne de su carne y sangre de su sangre, rozase ni de la forma más leve la corrupción del sepulcro. Era la manifestación más perfecta de la vida. Por eso el Señor de la vida la puso junto a sí, para que junto al trono de Dios lata un corazón humano.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 11 de agosto de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 14 de Agosto, Vigésimo del Tiempo Ordinario

DOMINGO VEINTE DEL TIEMPO ORDINARIO

Todos queremos la paz y la armonía, pero no a cualquier precio. Todos queremos llevarnos muy bien con todos, pero no podemos condescender con todos ni con todo. Son tiempo de definirnos, de hacer una opción clara por Cristo y su Evangelio.
Son tiempos de denunciar claramente la injusticia, los abusos, la corrupción, el pecado en suma. El cristiano ha de ser una persona de paz, pero desde una confrontación clara con un mundo que quiere borrar a Dios de todos los ámbitos sociales. Una confrontación con aquellos que están empeñados en borrar todos los valores, en devaluar todas las virtudes.
Tenemos que ser gente polémica en nuestro estilo de vida. El cristiano ha de llamar la atención en su estilo, ha de chocar con el modo de vida de los demás, ha de molestar a todos los que quieren ir de buenos sin renunciar a nada de este mundo egoísta y consumista.
Porque podemos ser causa de escándalo y decepción de aquellos que quieren buscar a Cristo, de aquellos que tienen necesidad de Dios en sus vidas. En una ocasión fui testigo de una disputa de un adolescente y su madre, que le regañaba por no haber ido a misa el domingo. El chaval le respondió: .-Si tú, que dices ser católica practicante, vives igual que la tía Enriqueta que es una atea convencida, para qué me sirve a mi tu fe-.
Ese puede ser el gran problema, que nuestra comodidad, nuestra indiferencia, se convierta en un auténtico fariseísmo.
No nos tiene que dar miedo enfrentarnos a quienes niegan la presencia de Dios en el mundo. Nuestro martirio es necesario. Si no un martirio cruento, si un martirio sociológico. Ser causa de ataques, de desprecios. De marginaciones por la fe en Cristo. Por vivir según él nos dejó marcado, por defender a nuestras creencias, tanto con la palabra como con el estilo de vida. Que incomodemos a todos los que viven sólo para ellos, a todos los que no son capaces de tender la mano al hermano que suplica, a todos los que quieren sembrar una cultura de muerte.
Que incomodemos a los que piensan que el mundo está para su exclusivo placer, a todos los que se han fabricado su propio Dios y lo adoran sin necesidad de amar al prójimo.
Que prendamos fuego al mundo. Pero con el fuego del Espíritu, ese fuego que arde en todos los corazones generosos, en todos los corazones compasivos, en todos los corazones que no se conforman con que el dolor campe a sus anchas y se empeñan en ser bálsamo saludable para todo el que sufre.
Es cierto que este amor va a encontrar una férrea oposición. Es un tiempo de lucha para que el Reino de Dios encuentre un espacio en todos. Y en esa lucha está Cristo, hombro con hombro con nosotros.
Jesús ha encendido el fuego y hoy se nos invita a mantenerlo encendido. Un fuego que si está prendido dentro de la Iglesia debe quemar todas las religiosidades vacías, todas las cobardías y todas las condescendencias con este mundo que sólo piensa en el propio placer, por muy pasajero y caro que sea. Un fuego que le haga arder a nuestros corazones con la pasión del Espíritu, de tal forma que todo el que se acerque a nosotros sienta su fuerza y su calor, se prenda de él para arder también en ese fuego de vida y renovación.

Santiago Rodrigo Ruiz

sábado, 6 de agosto de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 7 de agosto, Décimo Noveno del Tiempo Ordinario

DOMINGO DIECINUEVE DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, un funeral muy especial. En aquella zona los entierros eran acontecimientos sociales. El velatorio era la noche entera todos los vecinos y el entierro acompañado por todos, a la iglesia y al cementerio, a donde se le llevaba el ataúd en hombros. Pero murió el Tío lobo (su apodo era más feo aún). Nadie recordaba ni una palabra amable de él. Echó de su casa a sus hijas y a su mujer, que se fueron del pueblo y cuando quisieron verlo, en varias ocasiones, no las recibió. Murió solo y el funerario tuvo que contratar a dos jóvenes para que le ayudaran, no hubo ni una persona para llevar la cruz, fui yo solo. Echaron el ataúd a un remolque tirado por un tractor y fuimos para la Iglesia y en la puerta me dicen: .-D. Santiago, récele lo que quiera aquí fuera, que no lo vamos a pasar dentro, que a este… le hemos hecho muchos más honores de los que se merecía-. Montaron y se fueron al cementerio, mientras veía como el ataúd rebotaba solo en la caja del remolque.
Y pensé que vendrían sus hijas y su mujer, a las que odiaba y, como herederas legítimas, se harían de todo, como así fue. Había acumulado dinero sólo para él, odió a todos y ese odio fue lo único que se llevó.
Con lo fácil que es acumular un tesoro de autentico valor, de un valor incalculable. Un tesoro que nadie nos va a poder quitar. Ese tesoro del que nos habla el Señor.
Una mano generosa tendida a aquel que nos pide una ayuda, compartiendo esos bienes que Dios nos ha dado para que los administremos en su nombre y los convirtamos en caridad y alegría.
Una sonrisa que sea bálsamo en tantos corazones tristes y vacíos que hoy deambulan por esta sociedad materialista que hemos creado.
Un compartir y acompañar a aquel que está pasando un momento de dolor y oscuridad. Ser compañero comprensivo y fiel, para que el otro no se vea solo. Ser la mano y el calor de Jesús para que salga de ese túnel, de esa noche oscura en la que vive, y salga lleno de esperanza.
Tener la Palabra de Dios como instrumento de apertura, para que todos los que han perdido el sentido a la existencia, encuentren una razón sólida y válida para andar por la vida.
Esto si que es acumular un tesoro, que no sólo nos hace ricos de verdad, sino que podemos enriquecer a todos aquellos que nos rodean.
Me vais a permitir que termine con una anécdota. No hace mucho fui a visitar a mis queridas Hijas de la Caridad y me quedé ayudando en el comedor social que tienen en esa casa. Vi que me llamaba un señor, que ayudaba y era distinto y me dice: .-Padre, que sentido del humor que tiene Dios. He sido un empresario de los muchos que quedaron sin nada. En mis buenos tiempos las hermanas me pidieron ayuda y siempre la negué. Cuando me hundí del todo me trajeron aquí, me dieron un techo, comida e ilusión. He recuperado gran parte de mi dinero, pero ya no puedo prescindir de esto, ahora sé en que gastarlo-. Cuando terminó el último turno nos sentamos nosotros a comer y habló mucho tiempo. Ahora si que es rico de verdad, ahora es cuando tiene un tesoro que ni la polilla corroe, ni los ladrones le pueden quitar. Su corazón si que está bien blindado, lleno del amor que da y del que recibe, sus bienes tienen un fin digno, sembrar alegría en los tristes y esperanza en aquellos que no saben que es eso.

Santiago Rodrigo Ruiz