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miércoles, 29 de octubre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del sábado 1 de Noviembre, Solemnidad de Todos los Santos

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

¿Qué es un santo? Os voy a contar una historia, que no por ser real es menos interesante.
Imaginaos una iglesia monumental, casi setecientos metros cuadrados, llena de gente a rebosar, en el exterior centenares de personas que no han podido entrar. Se está celebrando un funeral presidido por el obispo y concelebrado por más una docena de sacerdotes, todos los párrocos que han pasado por la parroquia en los últimos tiempos y otros sacerdotes amigos y de los pueblos cercanos.
En el centro un ataúd cubierto de flores, pero no de esos ramos artísticos de las floristerías, sino ramos hechos con las flores de las casas, se han cortado las de los jardines y macetas, ramos hechos con mucho amor.
En los primeros bancos la corporación municipal en pleno, que unas horas antes ha dedicado una calle a la persona fallecida. También están todos los niños del colegio, los maestros han pensado que la asistencia de los niños allí era necesaria, y que a pesar de ser tantos están en un impresionante silencio.
El párroco, con voz entrecortada va proclamando el evangelio de las bienaventuranzas. El obispo hace una glosa de la santidad de los pobres en el Espíritu, sus palabras retumban en las altas bóvedas del templo. Cuando llega el Padre Nuestro el canto se extiende desde el templo a la amplia explanada exterior.
Por fin termina el funeral, nadie recibe el pésame, no hay familiares, el ataúd es llevado en hombros por personas que se discuten el honor de hacerlo. Se llega al cementerio y es bajado a la fosa. Primero son los niños los que echan flores, y es tal la cantidad que se deposita sobre el féretro, que los albañiles tienen problemas para poder hacer la bóveda. Una mujer muy anciana grita: "Se nos ha ido lo más bueno de este pueblo...” Nadie responde, lágrimas en la mayoría de los ojos.
¿A qué importante personaje, que gran benefactor, que filántropo están enterrando? ¿Por qué tantos honores? ¿Por qué tal conmoción en el pueblo?
Es la hermana Constantina, sin duda la mujer más pobre del pueblo, pero todos los que la conocimos recibimos el bien a manos llenas, no sabía leer ni escribir, pero era la mujer más sabia que conocí, tenía ochenta y nueve años, pero rebosaba juventud. Cuando andaba por la calle apoyada en su garrota, los jóvenes paraban sus coches y se ofrecían a llevarla a su casa, ella no decía nada y con una enorme sonrisa le señalaban que siguiesen. Porque la hermana Constantina siempre sonreía. Cuando los niños se soltaban de la mano de sus madres para darle un beso, cuando las vecinas le sacaban una silla para que se sentase un poco a descansar, cuando los quintos del pueblo le pasaban la leña para el invierno, cuando el gerente de la cooperativa le traía el recibo de su cosecha, siempre aceite suficiente para todo el año. Porque la hermana Constantina tenía veinte olivas allá en la sierra, mientras pudo las cavó, cuando no pudo los vecinos se encargaron de cuidarlas. Ella nunca supo que sus olivos hubo que arrancarlos y plantarlos de nuevo, porque cada año todos los olivareros de pueblo aportaban de sus propias cosechas para que la hermana Constantina viviese de lo suyo. En sus últimos meses las monjas se la quisieron llevar a la residencia, pero no lo consentimos, era nuestra; nosotros la cuidamos hasta el último día, y aunque ya no se hacía, le llevamos el viático en procesión con velas y cánticos, porque la hermana Constantina quería sentir la campanilla y como se acercaba el Señor a su casa, “Ya viene, ya viene” decía a las personas que la acompañaban en su cuarto, a mi me temblaron las manos al darle la comunión. Murió en su cama, nosotros la amortajamos y nosotros la velamos.
Pero os estaréis preguntando quien era la hermana Constantina. Nació a principios del siglo veinte, se caso joven, tuvo un hijo y una hija y al poco tiempo se llevaron a su marido a la guerra, volvió inválido, enfermo, muriendo al poco y ella sacó su familia adelante. Su hijo, cuando comenzaba a aportar a la casa, murió de la enfermedad de los pobres, cualquier cosa, sin poder comprar los medicamentos.
Por fin su hija se casó y tuvo dos hijos varones. Un día el marido los abandonó y nunca más se supo de él. La hija cayó enferma, muriendo poco después y la hermana Constantina tuvo que volver a hacer de madre de sus nietos, a los que cuidó y educó exquisitamente, tanto como personas de bien, que como buenos cristianos.
Pero la hermana Constantina no había apurado aún el cáliz. El pequeño de sus nietos murió en un accidente de tráfico a los veinte años, el mayor se fue a trabajar a Palma de Mallorca y volvió enganchado en la droga. Me contaban como la hermana Constantina aguantaba horas de pie, llorando y rezando el rosario, mientras su nieto estaba en cualquier sitio con las consecuencias de una dosis. Un día vino la Guardia Civil a decirle que su nieto estaba en el depósito de cadáveres de un pueblo cercano. Allá se fue con unos cuantos amigos y allí lo dejó enterrado. Y la hermana Constantina volvió a su casa en la más absoluta soledad.
Pero no fue esta serie de desgracias lo que le hizo que el pueblo entero la quisiera entrañablemente. En todo caso hubiese despertado la compasión de las gentes.
La hermana Constantina fue siempre el ángel bueno de los pobres y de todo el que la necesitó. Nunca hubo un niño que se quedara sin un poco de leche, en aquellos años difíciles, porque ella, sin saber de donde, la sacaba. Sin estudios atendió, con mucho éxito, a todas las parturientas que no podían pagarse una asistencia, y nunca les faltó la “taza de buen caldo”. En aquellos años nunca se enterró a nadie sin ataúd, porque la hermana Constantina pedía de puerta en puerta, y si faltaba algo ya se encargaba ella de convencer al carpintero. Nunca le importó humillarse, suplicar, para conseguir una abrigo usado, de las casas de los ricos, donde ella lavaba la ropa, porque alguien estaba pasando frío. Sería una lista interminable. Cuanto frío, cuanta hambre, cuanta soledad quitó la hermana Constantina. A cuantas familias reconcilió, porque su palabra y su autoridad eran indiscutibles. En la semana de los quintos ella era la única que tenía acceso a la casa de los quintos, vetada a todo el mundo, claro menos a ella. Siempre les tenía un gran puchero de café caliente, porque los jodíos bebían mucho, les hacía la cena y se llevaba las cosas sucias para traerlas al día siguiente limpias y planchadas.
Pero y su parroquia. Era la sombra benefactora. Los purificadores y las albas usadas desaparecían para estar en su sitio perfectamente limpios, cuando ella no pudo se encargó de que alguien lo hiciera. Era un general ordenando a las mujeres del pueblo en la gran limpieza para la llegada cada año de la Virgen, no había telaraña alta ni suciedad que no se limpiara. Que bien me lo pasaba yo en cada visita que hacía el obispo, como le cantaba todas las verdades que yo no me atrevía a decirle, pero el obispo no se podía enfadar, porque había tanto cariño en aquella reprimenda que amonestaba sin ofender, casi sin molestar (cuando se enteró que al obispo le gustaban los bizcochos de limón, siempre le tenía preparada una caja que le daba a escondidas). En las campañas especiales, especialmente en la de Manos Unidas y las misiones, removía todo el pueblo y hacía que todos participaran. Recuerdo que en una de esas campañas se planta ante uno de los más ricos y le dice: .-Esto me das, agonías, venga y tira de cartera. Y después a una anciana como ella le dice: .- Tú dame sólo cinco duros que tu parte ya se la he sacado a este. Todos acabamos riendo porque ella era incapaz de ofender.
Sin embargo cuando ella echaba el resto era el día del Corpus Christi. Abría sus baúles y de su pobre ajuar sacaba las mejores piezas, bajo el paño que cubría el altar ponía las fotos de los suyos. Cuando todas las campanas se ponían tocar, anunciando que el Santísimo salía a la calle, la hermana Constantina se arrodillaba con una vela encendida en la mano (vela que curiosamente nunca se le apagaba por mucho viento que hiciese), al retirarse la custodia de “su altar” ella seguía al palio con su paso lento, apoyada en su garrota y con su vela encendida, sin cantar, en silencio, moviendo los labios en una, más que oración conversación, con el Señor que iba unos metros delante de ella y yo estoy seguro que le respondía en aquel diálogo íntimo.
En su larga vida convivió con muchos párrocos, y a todos nos quiso igual, éramos su cura, el que le daba el Cuerpo de Cristo, y para ella era lo máximo; a todos nos llenó de cariño y detalles y siempre asumió con alegría los cambios que se iban produciendo en su parroquia. Por eso el día de mi traslado le dije a mi sucesor: .- Lo siento, pero a ti no te ha tocado la hermana Constantina.
Amó siempre en silencio, nunca encontró un motivo para odiar a nadie. Sólo se le borraba la sonrisa cuando en la televisión (un viejo aparato que nunca consintió que le cambiásemos y que por no se qué extraño milagro funcionaba perfectamente) daban noticias sobre el mundo de las drogas y comentaba: .- Qué lástima, cuanta vida y cuanta alegría se llevan por delante-; pero sin odio, sólo con una inmensa tristeza.
Quiero terminar con una anécdota. En aquella tierra es costumbre decir una misa nueve días después del entierro, tras el cual las familias ofrecían un donativo a la parroquia. Tras la misa de los nueve días de la hermana Constantina pasaron un grupo de jóvenes y me preguntaron que debían dar; yo les dije que nada, pero que no quería que se ahorrasen el dinero y que a ella le hubiera gustado que ese dinero lo convirtiesen en aceite para la residencia de ancianos que había en un pueblo cercano. No se lo que pensaban dar los jóvenes del pueblo, pero las monjas necesitaron dos furgonetas para llevarse el aceite que los chicos y las chicas del pueblo trajeron a la iglesia. Y lo curioso es que me han dicho que eso se sigue repitiendo cada año, tras la misa de aniversario que nunca se ha dejado de celebrar y a la cual acuden con sus hijos y el aceite aquellos jóvenes que aquel día me preguntaron que donativo debían dar, desde el cielo, la hermana Constantina sigue haciendo el bien
Hace algunos años volví al pueblo, justo a un funeral, y aparqué el coche en la esquina de la calle de la hermana Constantina, y aquella improvisada placa de mármol ha sido cambiada por un azulejo con un retrato suyo en el que sigue sonriendo, la expresión me era familiar, al volver a casa me puse a rebuscar entre las viejas fotos y la encontré; era una foto en la que estaba rodeada de niños en una fiesta final de catequesis.
La ley canónica pide varios milagros explícitos para canonizar a alguien. Yo soy testigo de los de la hermana Constantina. Su presencia sembraba la paz donde llegaba, nunca hubo nada externo que le borrase la sonrisa y llenaba de calor el corazón de todos los que tuvimos la suerte de estar cerca de ella.

Santiago Rodrigo ruiz

viernes, 24 de octubre de 2014

MISAS DE DIFUNTOS DEL MES DE NOVIEMBRE

Relación de Días y calles por los que se va a aplicar la misa durante el mes de noviembre

Todas estas misas serán en la Iglesia Parroquial a las 19:00 horas.

PRIMERA SEMANA
* Lunes 3.- Barrios por cuyas calles se va a aplicar la misa por sus difuntos.
Urbanización la Ermita
La Sota
Puerta del sol
Los Nidos.
* Miércoles 5. Barrios por cuyas calles se va a aplicar la misa por sus difuntos.
Filadelfia
El Plantío
Residencial Alba
Las Brisas.

SEGUNDA SEMANA
Lunes 10.- Barrios por cuyas calles se va a aplicar la misa por sus difuntos.
Casco Antiguo
Las Vegas
El Olivar
        El Paraíso
Miércoles 12.- Barrios por cuyas calles se va a aplicar la misa por sus difuntos.
Los Cedros
Los Horizontes
El Valle
Polígono Industrial la Estación

TERCERA SEMANA
Lunes 17.- Barrios por cuyas calles se va a aplicar la misa por sus difuntos.
La Estación
Nuevos Horizontes
Puerta de Griñón.
Miércoles 19.- Barrios por cuyas calles se va aplicar la misa por sus difuntos.
Los Rosales
Huerta Vitorio
Las Laderas.

CUARTA SEMANA
Lunes 24.- Barrios por cuyas calles se va aplicar la misa por sus difuntos.
Nuevos Prados
Los Prados II
Las Villas.
Miércoles 26.- Barrios por cuyas calles se va aplicar la misa por sus difuntos.
Las Huertas
Cañada Real
Nuevo Griñón.

Esta relación de barrios esta sacada del plano oficial que nos ha facilitado gentilmente el Ayuntamiento

Cada día cualquiera podrá pedir que se rece por sus difuntos sea del barrio que sea. La relación anterior es simplemente para organizarnos.

jueves, 23 de octubre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 26 de octubre

TRIGÉSIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en casa de un amigo, que regañaba a sus hijos (una niña de ocho años, un niño de seis y dos gemelas de cuatro años) por su comportamiento, y comenzó a hacerles un listado de normas. En esto que se acercan las dos pequeñas, lo abrazan, le dan un beso y les dicen a sus hermanos: .-Vamonos a la pisci-. Los otros dos hicieron lo mismo, y se fueron. Su mujer y yo nos mondábamos de risa. Él muy serio dice: .-Esto si que ha sido un auténtico golpe de Estado-. Y se nos unió en la risa.
Dios, por medio de Moisés dio la ley a los judíos, los Diez Mandamientos. Esos mandamientos fueron creciendo y creciendo, hasta ser un peso agobiante. Pero Jesús los reduce a dos, para Él semejantes, amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, nada menos que como a uno mismo. Con lo que nosotros nos queremos, con el alto concepto que tenemos de nosotros mismos, el modo como nos cuidamos… Amar al prójimo como a nosotros mismos. No se anda con medias tintas, no hace adornos ni componendas, se mete en lo más hondo del sujeto y le exige un amor incondicional como eje de su existir.
Si nos damos cuenta, el hombre siempre ha querido controlarlo todo a fuerza de leyes y normas. Desde aquellos primeros códigos mesopotámicos, hasta los congresos y senado actuales, en los que tenemos un montón de diputados y senadores haciendo leyes sin parar. Leyes que cambian cuando entran los del otro partido cuando coge el poder, ya que no piensan en los ciudadanos, sino en imponer sus principios y sus ideologías de partido.
Leyes para comprar y para vender, para entrar y para salir, para subir y para bajar. Leyes y más leyes con las que se intenta domesticar al ciudadano y conducirlo por sus propios ideales, de forma de poder mantenerse en el poder.
Y aparece Jesús diciendo que la única ley, la única norma que nos hará plenamente felices, es el amor. El amor donado a cambio de nada, el amor regalado sin pedir contrapartida. El amor como Dios nos ama, que no nos necesita para nada y nada podemos añadir a su poder, pero que nos ama hasta el extremo de dar su vida por nosotros, morir en la cruz. Sólo porque el hombre podía perderse, podía quedarse fuera de la vida eterna, de la felicidad definitiva.
Dios no escatima su amor por nosotros, pero nos pone esa norma, esa única norma. Amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado, nada menos que, como Él nos ha amado. Dando la vida por el hermano, pero de un modo especial por el que más sufre, por el que menos cuenta, por el más insignificante, que son ante Él los poseedores del Reino de los Cielos.
Amar a Dios amando al prójimo, llegando al amor de Dios por medio de nuestro amor al prójimo. Jesús no distingue entre estos dos mandamientos, los hace semejantes, imposible de existir separados. Siempre mezclados, siempre inseparables. Como decía el Apóstol, viendo que no se puede amar a Dios a quien no vemos y no amar al prójimo a quien vemos. Como nuestro amor profundo y sincero, amor solidario y comprometido al hermano, nos lleva de cabeza al corazón de Dios.
Parece complejo, pero es sencillísimo. Arranquemos de nuestro corazón todo odio, toda envidia, todo rencor, toda ambición; y sólo nos quedará amor. Porque nuestro corazón sólo se hizo para amar. Por eso cuando le arrancamos todas las capas que lo afean, sólo nos queda el amor más puro.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 16 de octubre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 19 de octubre

VIGÉSIMO NOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que una chica, muy comprometida en la parroquia, se presentó como candidata por un partido totalmente opuesto a lo que la Iglesia dice y predica. Cuando se lo hice ver me dijo muy tranquila: .-Yo se perfectamente dar a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar-. Claro la cosa fue imposible y tuvo que optar por una de las opciones.
Siempre que se ha querido mezclar la religión y la política nunca ha funcionado, son caminos muy distintos, pero no son indiferentes el uno al otro. La religión no se debe dedicar a organizar y gestionar la sociedad, pero si puede iluminar al dirigente para que tome el camino que más beneficie a los ciudadanos.
Aunque los políticos rara vez se han resignado a dejar la religión fuera, se sienten legitimados por la divinidad. Hasta hace poco las monedas ponían el nombre del dirigente con la leyenda “Por la gracia de Dios”. Es decir, ungidos y establecidos por el mismo Dios que justificaba su existencia y su hacer.
Pero, desde el principio de los tiempos, han pasado los imperios, las dinastías, los regímenes, y Dios sigue inmutable. Ellos quisieron domesticar a Dios, y Dios los superó, siempre dejó al descubierto sus maldades. Por eso siempre persiguieron a aquellos que, iluminados y enviados por Dios, denunciaban sus maldades, sus injusticias, sus atropellos. Pero conforme mataban a un profeta aparecía otro que ocupaba su lugar. A Dios nunca se le puede callar, siempre va a defender a sus criaturas, siempre va a estar de lado del justo, siempre va a echar en cara las maldades. Ellos en muchas ocasiones se sienten seguros y por encima de todo. No hace mucho, cuando yo le afeaba a un político una decisión de su partido, me contestaba con ironía: .-Para las elecciones esto está olvidado, y al fin y al cabo, a los católicos no os queda más remedio que votarnos-.
Como diría Santa Teresa de Jesús, “vivimos tiempos fuertes”, en los que los católicos no podemos dejar al “Cesar” que haga lo que quiera. Todo es de Dios, hasta el mismo Cesar, todo tiene que servir para establecer entre todos los hombres el Reino de Dios, que su amor y su justicia se establezcan, ya que son lo único que puede hacer al hombre feliz. El amor y la justicia divina, la que Cristo nos trae, la que se prolongará más allá de los tiempos, Es la única norma que puede eliminar las desigualdades en la tierra, esas diferencias de todos los tipos que tanto hacen sufrir.
No existen varios señores en el mundo. Él es el único Señor, porque parte dando su vida por amor, entrando en la muerte para destruir la muerte, dando la única norma que ha demostrado estar por encima de los tiempos y de las ideologías. Amarnos unos a otros, por encima de todo. Es la norma que nunca morirá, pero amando al estilo de Cristo, sin reservarnos nada para nosotros y recibiendo del hermano la totalidad del amor.
Siempre que la convivencia parte desde esta categoría, el bien está asegurado. Y cuando surge el pecado, que siempre surgirá porque el demonio no va a descansar, al perdón y la misericordia, el arrepentimiento y la reconciliación volverán las cosas a su cauce.
Siempre que el Cesar se deje iluminar por la luz amorosa de Dios, su motivo no será el poder, sino el servicio. Las ideologías se concentrarán en lo que tienen en común, en lo constructivo, lo que de una forma lenta pero inexorable hará del mundo una familia. La familia de los hijos de Dios.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 9 de octubre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 12 de octubre

VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, en casa de un amigo en que su mujer estaba muy afanosa buscándose un vestido para una boda a la que habían sido invitados. Él le quitaba importancia hasta que ella le dijo: .-Si por ti fuera te presentarías en chándal a las bodas del Señor. Tú sigue así y te verás fuera, donde está el rechinar de dientes-.
Y es cierto. Dios, desde el principio de los tiempos, ha preparado para nosotros el festín, el banquete definitivo. Quiere que gocemos con él eternamente, en la dicha y en la felicidad definitiva y eterna. Y para ese banquete nos extiende la invitación, desde nuestra llegada a la vida, por la que nos indica su deseo de que estemos definitivamente con Él.
La respuesta ante esta invitación es muy variada. Muchos que desprecian, hasta con violencia, esta invitación. Se sienten dueños y señores, los que han de marcar el destino de los demás, los que llevan a la gente por su único camino, sin respetar ningún tipo de medio, por muy mezquino que sea, incluso violento, para no perder su poder, para mantener su hegemonía, sin pensar que se equivocan, ya que sólo desde la libertad se puede seguir a Cristo.
Otros se buscan otras alternativas, “otros banquetes” a su gusto, pero de una forma temporal y efímera. Para ese gozo no les importa traicionar ni negar sus promesas, sin pensar que eso que tienen se lo pueden arrebatar de las manos, se lo van a arrebatar de las manos y se van a quedar sin nada.
Otros se presentan al banquete de cualquier manera, “sin vestido de boda”, despreciando y ninguneando, tanto el banquete, como aquel que lo ha invitado. Como diciendo que eso que se nos ofrece no merece consideración ni respeto. Por eso se les expulsa, porque han roto la comunión, la fraternidad con todos los que han atendido la invitación y la valoran.
Dios nos quiere en su banquete, pero a su manera. Vestidos con nuestras mejores galas, las galas que Él nos regaló en el día de nuestro bautismo.
Las galas de la solidaridad, por las que ningún sufrimiento del hermano nos es ajeno, ninguna injusticia nos deja fuera y la sentimos en nuestra propia carne, ningún dolor infringido al hermano nos deja fuera, pues lo sentimos como si lo hubiésemos recibido nosotros mismos.
Las galas del perdón y la misericordia. Esas que hacen que el mal no triunfe nunca porque no le dejamos espacio en nuestro corazón. Las que convierten el rencor en comprensión y olvido. Las que nos hace tender siempre la mano de forma que nunca encontraremos en el prójimo un enemigo, sino un hermano.
Las galas de la alegría. Las que nos permiten comenzar cada mañana con ilusión, que nos permiten ver en cada hermano, en todo lo que nos rodea, la mano maravillosa de Dios que ha hecho este mundo para nuestra felicidad, una felicidad compartida, ya que así es más plena.
Vayamos al banquete de bodas del Señor. Acerquémonos a su mesa, comamos su cuerpo y su sangre, vestidos, adornados con esas galas que nos hacen recuperar la imagen y la semejanza divina. Gocemos en el banquete del Señor, en comunidad, en la comunidad de los que se acercan a Él habiendo lavado y blanqueado sus vidas en la sangre de Cristo. Dejando nuestro pecado perdido en su misericordia. Gocemos en esta vida del banquete de bodas del Cordero, ya que se prolonga por toda la eternidad.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 2 de octubre de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 5 de octubre

VIGÉSIMO SÉPTIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, hace tiempo en que leía el caso de un crimen muy truculento de la primera mitad del siglo XX. Un hombre enamoró a una chica joven, rica heredera y huérfana. Con aquellas leyes el marido se convirtió en administrador de los bienes de su mujer, pero no se conformó, ya que no podía disponer de ellos y la mató. Durante el juicio lo único que dijo fue: .-Se veía tan fácil hacerme dueño de todo-. Se le condenó a algo que ahora, gracias a Dios, no se puede condenar a nadie, se quedó sin nada.
En toda la Historia de la Salvación se ha repetido lo mismo. A los profetas que no decían lo que la gente quería se les maltrataba y se les echaba fuera. No podían aceptar a Dios como el único Señor, lo veían como un opresor que imponía leyes, su palabra y sus enviados eran despreciados y considerados como enemigos de la comunidad. Las clases dirigentes se adjudicaban el derecho de tener la palabra exacta y expulsar a los que les contradecían.
Dios no pierde la paciencia, sigue esperando y les envía al Hijo, pero hacen lo mismo. Lo sacan de la ciudad y lo crucifican, sin ser conscientes de que con ese acto estaban dando cumplimiento al plan de Dios. Porque esa cruz en la que piensan que han solucionado su problema, nace un mundo nuevo, una nueva ley, un nuevo vivir.
Como en el evangelio de hoy, el Dueño de la viña viene y acaba con sus enemigos, el pecado y la muerte, y le entrega su Reino a otros, a otro pueblo que nace del Agua y del Espíritu, un pueblo que no se considera dueño de nada y que se sabe administrador de la “Viña del Señor” y que ha de dar el mayor fruto de amor y misericordia para todo el universo.
Sin embargo no dejan de salir asomos de intransigencia, de sentirse “dueños de la viña” y eliminar a los que se les oponen. Sin darse cuenta de que sólo se cogerán frutos si parten del amor, de la solidaridad y de la misericordia.
Vivimos en un mundo en el que la globalización es inmensa y rapidísima. Un mundo en el que todo aquel que osa oponerse al sistema del placer por el placer, del consumo por el consumo, cuando alguien se atreve a poner una voz discordante, es automáticamente fulminado, apartado de ese tejido social, “expulsado de la viña” eliminado socialmente. Un mundo ante el cual se someten todos, desde los políticos (como hemos visto recientemente), a los economistas. Incluso los que han de enseñar la verdad, la manipulan en su propio beneficio. Un mundo en el que parece que se han cerrado las puertas a la esperanza.
Sin embargo ocurren cosas que dejan a todo el mundo sin habla. Como la muerte de estos dos misioneros de ébola, por no querer abandonar a los suyos, dar su vida por los más pobres. O cuando la gente se va enterando de esos miles de españoles en el tercer mundo, ofreciendo, y muchas ocasiones perdiendo, su vida solo por amor, por amor al hombre y por amor a Cristo que es la fuente de ese amor. Gente que ama y comparte con los más desposeídos, los también expulsados de la viña, pero que son los auténticos propietarios.
Porque la “Viña del Señor”, el Reino de Dios, es, precisamente de los que no cuentan, los que no se conocen. Lo pobres, los marginados, los misericordiosos, lo que trabajan y luchan por la justicia, los que lloran… y todos los que los acompañan, todos los que comparten con ellos. A los que Dios entrega su reino y nadie se lo podrá arrebatar.

Santiago Rodrigo Ruiz