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martes, 29 de octubre de 2013

Homilía del próximo 1 de Noviembre, Solemnidad de Todos los Santos

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

Hoy no comienzo como siempre, sino con la sensación que tuve cuando entré por vez primera en la capilla de los Mártires. Llevaba meses diciendo misa en La Salle y fue casual. La vi en la semipenumbra que tiene, no sabía donde se encendían las luces. Pero me golpeó con fuerza, allí había algo muy impactante que no te permitía estar indiferente. Fui leyendo los nombres sin saber quien era quien, pero consciente de estar ante las reliquias de unos hombres que habían dado su vida por su fe en Cristo, por su fidelidad a Cristo, por esa consciencia clara de que su existencia sólo tenía sentido sin dejar el camino que les marcó su padre, San Juan Bautista de la Salle. Del mismo modo el empleado y el Capellán de la casa, en ocasiones párroco de Griñón.
Por eso cuando vi el vídeo de la ceremonia en la que eran elevados a los altares, eran puestos ante todo el pueblo de Dios como ejemplo y referencia de santidad, entendí mi primera sensación en la capilla de sus reliquias. Eran de esos que habían lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero, como dice el Apocalipsis.
Estamos en la fiesta de Todos los Santos, los que han ido por el camino que Dios les había marcado. Aquellos a los que las dificultades de la vida no les asustaron. Aquellos a los que el sufrimiento no les anonadó, ni los hundió en la desesperación. Aquellos a los que las alegrías no les ensoberbecieron ni les apartó de la realidad.
La fiesta de los que con su cruz, llevada con alegría, acompañaron a Cristo, fueron acompañados por él. Los que le pidieron ayuda cuando les faltaban las fuerzas, pero al mismo tiempo siempre con la mano y el alma tendida para ayudar al hermano que desfallecía por el camino.
La fiesta de los mejores hijos de la Iglesia. La Iglesia fortificada en la sangre de los mártires. Iglesia valiente en sus misioneros. Iglesia sabia en aquellos que pusieron su mente y sus posibilidades al servicio de la Palabra de Dios. Iglesia mística en tantos orantes, para los cuales la contemplación del Misterio Divino era su pan y su aire.
La gran muchedumbre anónima para nosotros, pero reconocida, con los nombres y apellidos de cada uno, por Dios. La gran muchedumbre que desde Pentecostés han ido cimentando lentamente la única Iglesia sobre la roca de Cristo. La gran muchedumbre fiel, siempre fiel al sucesor de Pedro y a los sucesores del resto de los apóstoles, siempre fiel a la palabra y al magisterio de la Iglesia.
Pecaron y lo supieron, y eso les animó a reconciliarse y estar en un constante camino de perfección. No fueron de perfectos, sino que necesitaron y suplicaron la misericordia de Dios, desde la humildad de quien sabe que ante Dios sólo cabe la adoración y la súplica.
Pero por encima de todo, gente que saboreó el amor de Dios en toda su intensidad, y supieron que ese amor los desbordaba y tenían que transmitirlo. Por eso sufrieron amando, rieron amando, lucharon amando y vencieron amando. Y en esa victoria se nos fue marcando el camino que nos lleva al amor del Padre.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 25 de octubre de 2013

Colocación del Nacimiento de este año

Ya sé que estamos en Octubre, que es pronto, pero estas cosas hay que hacerlas con tiempo y tranquilidad, porque así se garantiza un mejor resultado.

El espacio que se dedicará al Belén ya está decidido, así que los que queráis echar una mano podéis quedaros en la Parroquia el próximo 3 de Noviembre después de la Misa Mayor y ya se habla de quien se puede encargar de cada cosa y de la disponibilidad y habilidades de cada uno, etc ...

Siempre se dice que para trabajar en equipo es mejor pocos, bien avenidos y que se impliquen, que no mucha gente y muy dispersa, porque al final se diluyen las responsabilidades y unos por otros la casa se queda sin barrer, pero estoy segura de que el equipo que se encargue este año lo hará de maravilla y todos podremos disfrutar de un precioso Nacimiento como cada año.


Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 27 de octubre

DOMINGO TREINTA DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, siendo seminarista, en aquel tiempo íbamos a las parroquias para el Día del Seminario y colaborábamos en la campaña. A otro compañero y a mi nos mandaron a un pueblo grande. Llamamos a una puerta y nos abre un hombre muy arreglado. La soltamos nuestra cantinela, que pedíamos ayuda económica y oraciones para el seminario. Él nos dijo: .-Dinero no os voy a dar un céntimo, ahora oraciones un saco. Contad con quinientos “Jesusitos”, y trescientos “Gloriaspatris”. Pues no lo tengo fácil yo y lo barato que me sale-.
Hay que reconocer que es bastante fácil rezar. Nos ponemos en trance, elevamos la vista, y decimos cosas y cosas, muy bonitas la mayoría. Terminado el rezo seguimos con nuestras cosas tan campantes. Pero, en la mayoría de los casos cuando esas palabras salen de nuestra mente y de nuestros labios se esfuman. Están vacías, no transforman nuestra vida, no nos sacan de nuestro egoísmo ni de nuestra burguesía, justifican nuestro estilo de vida en este mundo que sangra de hambre y de dolor. Nuestro ambiente lo vemos natural. Como el fariseo salimos del templo felices como perdices, pero con el alma igual de seca que la entramos.
Hacer oración, rezar de verdad, es muy distinto. Porque es hablar con Dios, es una conversación entre desiguales. Un pecador ante la mayor santidad. Un ser mediocre ante la perfección absoluta. Una pequeña criatura ante el Hacedor del cielo y de la tierra.
Por eso lo primero es agachar la cabeza, reconocer nuestro pecado y suplicar la misericordia a la que no tenemos derecho y que se nos da como don. Ver en Dios a ese Padre que nos mira con amor y con exigencia. Un Dios que nos pide la conversión, el cambio de esos valores egoístas que nos hemos creado, por aquellos que nos hacen crecer como imagen suya. Un Dios dispuesto a acogernos con amor si venimos de la mano del hermano, del más pobre, del más necesitado. Con vergüenza por nuestra insolidaridad, por nuestro sentirnos con derecho a todo y sin más obligaciones que las que nosotros queramos y que no nos descolocan de nuestro cómodo estilo de vida.
Orar a Dios y con Dios, bebiendo de la fuente de su amor y su misericordia para ser transmisores de ellas. Despojados de ese pecado que el demonio nos enmascara y nos lo presenta como piedad y virtud.
Rezar viviendo la vida de Cristo, con Cristo, como Cristo. El que se muestra como siervo sufriente por nosotros. Sin alardear de su ser Dios. Con la cruz que va aumentando con nuestras faltas y nuestros pecados.
Rezar como el publicano, hambrientos de perdón, de cambio de vida, del calor de ese Padre que me quiere, pero con mi hermano sufriente al lado, curando, ayudando, compartiendo, en paz y fraternidad con él.
Y si no somos capaces de dar ese paso de conversión definitiva, al menos sabiendo que vivimos en un estado de pecado. Que no lo solucionan los rezos, por muchos “gloriapatris” que echemos. Sino Con corazón quebrantado y humillado (Ps. 50), el que nunca rechaza Dios y que valora infinitamente más que nuestros rezos y devociones.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 17 de octubre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 20 de octubre

DOMINGO VEINTINUEVE DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que un amigo se examinaba para el carné de conducir. Antes de ir al examen le encendió, en su casa, una gran vela a S. Cristóbal. El examen debió ser de pena, el caso es que lo suspendieron. Llegó a su casa y se fue a la vela que había encendido al santo. Muy enfadado la apagó diciendo: .-Ahora te fastidias y estás a oscuras-.
Porque la oración es un diálogo íntimo con Dios, un diálogo cercano, intenso, fraterno. Y su fruto es precisamente ese, la cercanía y la intimidad con Dios, la cercanía y la intimidad con alguien a quien amamos y por quien nos sentimos amados.
Cuando uno busca a un amigo para tomarse un café o unas cañas, no es por el café ni por la cerveza, la tenemos en casa o la podemos tomar solos. Lo hacemos por la cercanía, por el compartir ese rato de intimidad en el que se comparten ideas y experiencias. Y el fruto de ese encuentro es la satisfacción de sentirse apoyado, alegría de saber que alguien está en nuestra misma onda y que va a caminar a nuestro lado, pero que lo va a hacer libremente.
En infinidad de ocasiones le ponemos condiciones a Dios en nuestra oración, ha de estar a nuestra disposición y actuar en aquello concreto que le pedimos y de la forma exacta en que se lo pedimos. Y si Dios no actúa, tal y como le hemos dicho, nos sentimos ignorados y abandonados por él.
Pero Dios siempre escucha, siempre actúa. Pero lo hace a su manera, nos concede aquello que él sabe que necesitamos, lo que necesitamos de verdad. Aunque esté a años luz de nuestra petición concreta. Pero nos concede lo que nos va a engrandecer, nos va a allanar nuestro andar por la vida, nuestro acercarnos a él, va a incrementar nuestra intimidad con él.
Estamos en la semana de las misiones, la semana del Domund. Es uno de los momentos en que se nos recuerda el mandato de Jesús de que sea anunciado a todas las gentes, en todas las tierras y en todos los tiempos.
Para este mandato lo primero es la oración. Pero una oración hecha vida, no es sólo ponernos muy compungidos de rodillas y “echarle unos cuantos padrenuestros” para pedirle por los misioneros que “están en América bautizando a los chinitos de África” como me dijo en una ocasión un niño.
Nuestra oración ha de ser un hablar con Dios, al mismo tiempo que ponemos en sus manos lo que somos y tenemos para que Dios sea conocido y amado en todas partes del mundo. Trabajar con denuedo, esforzarnos en una constante colaboración con aquellos que, en todo el mundo, anuncian la palabra y la persona de Jesús.
Porque nuestra oración no la podemos separar de la vida. Moisés oraba a Dios por su pueblo, pero estaba allí, acompañándolo en su lucha, andando con él por el desierto, conduciéndolo por la ruta que Dios había marcado.
El juez inicuo cedió. Pero cansado y asustado de ver allí a la viuda que le pedía justicia.
Dios escucha nuestra oración cuando esta va acompañada de un modo de vivir según su voluntad. Cuando nuestra oración se apoya en un vivir según su plan. Lo contrario no sería oración, sería desfachatez, caradura.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 11 de octubre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 13 de octubre

DOMINGO VEINTIOCHO DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, en mis primeras parroquias en los Montes de Toledo, en que hubo un incendio forestal que se fue extendiendo a varias fincas grandes y una pequeña. El alcalde movilizó a todo el pueblo, fuimos todos y se apagó el fuego. Volvimos al pueblo y nos fuimos juntos a refrescarnos a un bar. En esto que llegó el de la finca pequeña y le dijo al del bar que sirviese todo lo que se pidiese que lo pagaba él. Uno que estaba a mi lado dijo que donde estaban los finqueros grandes y que el próximo incendio verían. El alcalde que estaba al lado dijo: .-El próximo incendio lo apagaremos y ya está todo-.
La gratitud ha de ser lo que motive constantemente nuestro vivir. Todo lo recibimos, todo lo que tenemos nos viene de fuera. Comenzando por nuestra propia existencia y nuestra persona. Por el aire que respiramos, el sol que nos calienta, la tierra que nos sostiene, los medios que nos permiten vivir. Todo se nos da sin que podamos merecerlo, porque no hay precio para la vida, para la felicidad, para la paz. Sin embargo nos comportamos como si todo lo mereciésemos, como si los otros estuviesen obligados a hacernos felices, como si mereciésemos todo, como si fuésemos acreedores del servicio de los demás, cuya obligación es nuestra dicha personal.
Jesús tiene un gesto de misericordia para con aquellos leprosos. Nueve de ellos reciben la salud como un derecho, son del pueblo santo, Dios tiene la obligación de cuidarlos a ellos. No ven ese don como un regalo maravilloso e inmerecido, como un gesto amoroso hacia ellos. Por eso no sienten la necesidad de la gratitud.
Pero el décimo si lo ha captado, si es consciente de esa gracia que ha recibido. Sabe que quien lo ha curado lo ha hecho por puro amor, porque sólo el amor es el que da a cambio de nada. Bueno a cambio de nada no, a cambio de la felicidad de la persona amada, y Cristo lo ama. Reconoce y agradece, porque la gratitud es el mayor antídoto contra la soberbia. La gratitud es realista, pone las cosas en su sitio y nos hace ver que somos menesterosos del hermano, que lo necesitamos, que nos es imprescindible para podernos sentir personas de verdad.
Y si la gratitud es necesaria ante el prójimo que nos da su amistad, ante Dios es una necesidad imperiosa.
Y no sólo porque todo lo que somos y tenemos lo hemos recibido de él, sino porque es el único que nos puede abrir el camino de la eternidad. Gratitud ante el Dios de misericordia que redime, ante el Dios que, sin necesitarnos para nada, quiere ser nuestro compañero en el andar por la vida.
La última frase de Jesús al samaritano está llena de interrogantes. El samaritano ha reconocido a Jesús, quien es y se postra a sus pies. El samaritano cree en Jesús, y esa fe lo mantiene unido a él, esa fe ha sido su salvación. Pero no sólo de su enfermedad, sino de todo lo malo que lo acecha. Ha reconocido a Jesús y su gesto de gratitud le salva.
Y no queda mas remedio que hacernos una pregunta: ¿Cómo quedan los otros que no han reconocido ni a Cristo ni su milagro de amor?

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 4 de octubre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 6 de octubre

DOMINGO VEINTISIETE DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que visitaba a un enfermo da cáncer facial terminal. Joven, casado y con dos hijos. La comunión se la daba extrayendo en la misa un poco de la sangre de Cristo del cáliz, con una jeringa, y se la poníamos en la cánula de alimentación. Era un gran melómano y aquellos días se celebraba un aniversario del Réquiem de Mozart, no me atreví a llevárselo aunque se lo había prometido. Tras el acto me recuerda mi promesa y me escribe. .-Eso es música, sólo una bella música, no una despedida. Porque el Señor ya me tiene una butaca para el más hermoso de los conciertos-. Murió dos semanas después, y en su rostro deformado se veía una sonrisa.
La fe no es cegazón, no es ir con los ojos cerrados a donde el otro te mande. Le fe es confianza. Es saberse amado por Dios en toda su intensidad. Es saber que ese amor te va a lleva siempre por el camino más seguro. Es aferrarse con todas nuestras fuerzas a esa barca en la que, a pesar de las más horribles tempestades, siempre vamos a navegar seguros. Es confiar en que ese Dios que nos llama a su lado, no ofrece el único camino posible hacia la felicidad total y verdadera.
Pero todo eso que el Padre nos da es un regalo, algo que ni merecemos ni podemos comprar. El ejemplo del esclavo, que no debía esperar gratitud de su amo por hacer lo que debía, nos recuerda la gran magnanimidad de este Dios que nos sale al encuentro, que nos lo da todo sin que podamos hacer nada para merecerlo. Que nuestras buena obras y nuestra vida justa, sólo tienen como fruto nuestra felicidad personal y comunitaria.
Por eso en Dios sólo podemos ver don, gratuidad, generosidad ilimitada. Porque el Padre es amor ilimitado hacia cada uno de nosotros.
Es por lo que tenemos que comenzar experimentando ese amor de Dios a nosotros. Ese Dios que no nos necesita para nada, pero que nos ama, porque es todo lo que es, amor sin cotas, sin fronteras.
Y cuando experimentamos ese amor, el acto de fe es lógico, se cae por su peso, es una consecuencia irrefutable.
Cómo no creer, no confiar, total y absolutamente, en alguien que se nos da de esa manera. Cómo no creer en aquel de quien recibimos todos los bienes, comenzando por nuestra propia persona y terminando por nuestra eternidad.
Esa fe basada en un amor así, mueve montañas, planta higueras en el mar y hasta en la luna.
Esa fe nos hace saborear en su totalidad este momento que siempre es esperanza e ilusión. Esperanza en que las promesas se han cumplido para todos nosotros, para los hombres y mujeres del pasado y para los del futuro. Ilusión que nos permite mirar el mañana como algo radiante, magnífico, luminoso.
Porque la fe a la que Jesús nos invita se basa en su persona, en su triunfo sobre la muerte, en su victoria definitiva sobre el mal y lo que lo representa, en su estar por encima de la tristeza y el desaliento. Una fe que mueve las montañas del alma y que nos lleva a estar por encima de todo, pudiendo mirar cara a cara al mismo Dios, porque así lo ha querido Él.

Santiago Rodrigo Ruiz