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lunes, 30 de diciembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del 1 de enero, Santa María Madre de Dios

UNO DE ENERO, SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

Recuerdo en una ocasión en que un grupo celebrábamos la Nochevieja. Sonaron las campanadas, tomamos las uvas, brindamos y nos deseamos lo mejor. En un momento alguien dice que hay que comenzar el año rezando, todos le dijeron disparates, pero ella comienza a recitar la Salve a la que me uní enseguida, poco a poco se nos fueron uniendo todos y terminamos con un gran aplauso a la Virgen María. En ese momento alguien dice de volver a tomar las copas para unirnos al brindis que la Virgen estaba haciendo con los ángeles por nosotros. Y todos volvimos a brindar.
Iniciar el año llamando Madre a la Virgen María es la mejor de las formas de hacerlo. Pero es hacerlo como ella, con su espíritu de amor y de servicio a los demás.
El paso de la Nochevieja es un momento de alegría fugaz. Risas, abrazos, deseos maravillosos, consumo, comida y bebida desmedida. Pero el día siguiente vuelve la realidad con toda su dureza. Millones de personas que mueren de hambre y de miseria, niños que no sólo no miran al futuro con esperanza, sino que ni se plantean el futuro. Guerras en un sinfín de lugares en el que las víctimas son los de siempre. Es la realidad que hemos querido olvidar por unas horas, pero que es tozuda y nos golpea una y otra vez.
Pero iniciar el año con el espíritu de Santa María, la Madre de Dios, si es estrenar un año, si es comenzar a escribir ese nuevo episodio de nuestras vidas de un modo que nos hace felices, porque estamos poniendo la felicidad de los demás en nuestros objetivos.
El espíritu de servicio de María. Que nos hace trabajar sin descanso para que el otro sea feliz. Para que el hambriento tenga un trozo de pan, tenga esos medios que le den respeto y esperanza. Para que el humillado recupere su dignidad, sea visto, y se vea a sí mismo, como objeto de derechos, como alguien que puede mirar a la cara al resto de los humanos, sin sentirse abajo, sin consentir ser marginado. El espíritu del perdón y la misericordia, que construye de un modo constante la paz y la armonía, que facilita la convivencia, que nos hace olvidar agravios y pedir perdón por los agravios inferidos al otro.
Comenzar el año llamando Madre a María, es iniciarlo viendo al otro como un hermano, como alguien a quien amar y del que se espera lo mejor, siempre lo mejor. Es ser instrumento de paz, que la hace crecer, que la desborda para que llegue a todos. Una paz basada en la consecución de los derechos más elementales para todas las criaturas de la tierra.
Comenzar el año llamando Madre a María, es apostar por la vida en toda su plenitud. Es gritar al mundo que la vida es el mayor don imaginable, que nunca habrá derecho alguno que la limite o que la manipule.
María es la Reina de la Vida, la vida dada y la vida recibida. Es empeñar lo que somos y tenemos para que sea respetada en todos sus momentos, para que sea protegida con todos los medios que la sociedad dispone. Para que la protejamos, todos y cada uno de nosotros, con todas nuestras fuerzas.
María, Madre de la Vida. En su seno se gestó al autor de la Vida, de toda vida que el universo y la historia ha necesitado, necesita y necesitará, para poder seguir existiendo. La vida vivida en cada uno de nosotros, donada y regalada por Dios, el único autor de la Vida, y que llama a María, Madre.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 27 de diciembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Domingo 29 de diciembre, Día de la Sagrada Familia

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA

Recuerdo en una ocasión, en que una pareja, hijos de unos amigos, se presentó en casa. Me cuentan que han tenido “un tropiezo” y ella está embarazada, y me piden ayuda para decírselo al padre de ella porque les daba miedo su reacción. Con el papelón me presenté en la casa y lo más suave que pude lo dije. El padre se pone a gritar, a soltar improperios y amenazas, hasta que la madre, con toda la cachaza me dice: .-No te preocupes, Santiago, si va a ser el abuelo más empalagoso que haya cuando nazca lo que viene, entre los gritos ya está disfrutando a su nieto o su nieta, lo que sea. Si no sabe vivir sin su familia-. Por cierto, ocurrió al pie de la letra.
No saber vivir sin la familia es saber vivir de veras, es saber donde se puede ser realmente feliz. La familia es ese núcleo verdadero donde el amor puede alcanzar una mayor plenitud. El padre y la madre, los hijos y los abuelos si es posible, componen un todo afectivo, un conjunto de seguridad y protección. Donde los proyectos son reales porque todos empujan en la misma dirección.
Cuando Dios crea al hombre, al ser humano, lo crea hombre y mujer. Y lo hace así porque su futuro es multiplicarse y en ese multiplicarse ir creando la historia, ir haciendo los tiempos para poder seguir creciendo en el amor.
Si miramos la familia de Nazaret, tenemos que ver como el nexo que los une es el amor, la generosidad, la entrega, la disponibilidad al plan de Dios. Que es lo mismo que decir a la mayor de las felicidades posibles para nosotros. María que al aceptar la invitación de Dios de ser su madre, lo acepta sin ningún tipo de condición, pone en manos del Señor su persona y su vida. José, que ama entrañablemente a aquella joven y en la que apunta una traición. Pero Dios le explica su plan, le dice cual es su papel y lo que espera de él. José, tal vez no lo entienda, pero acepta y se convierte en custodio y padre del hijo de Dios Altísimo. Jesús, Dios-con-nosotros, es uno más de la familia y en ella vive el amor filial del hombre, sabe de lo que se puede esperar de ese amor, y lo mantendrá por encima de todas las circunstancias.
Es el reflejo perfecto en el que nos podemos mirar, donde cogemos la referencia de lo que el amor familiar representa. El padre y la madre, fuente de la vida, pero desde el amor y la entrega. Los hijos fruto de ese amor y de esa entrega, donde la vida continúa, donde el materialismo y el egoísmo se estrella. Donde la vida alcanza su mayor sentido, porque es fruto de ese amor y de esa generosidad. La familia cristiana donde la manipulación no es posible desde fuera, porque todo se basa en una vida entregada por amor. Donde la felicidad nunca es fruto del consumo, sino de la entrega mutua de todos sus miembros.
Por eso siempre ha querido ser manipulada, y cuando no se ha podido se la ha intentado destruir. Ofreciendo, como ahora, alternativas bastardas y destructivas. Saben que si se destruye a la familia el resto caerá fácilmente. Y en eso está todo su empeño.
Por eso tenemos que ser más conscientes que nunca de nuestra obligación de defender a la familia, pero la familia como Dios la crea, un padre, una madre y los hijos. Esa familia capaz de crear vida en su seno, esa vida que es la única capaz de seguir construyendo los tiempos y la Historia. Una familia en la que todos somos uno, cada uno en su papel, pero con el amor como signo de unión. Esa familia reflejo de Dios, ya que la familia vive en el amor y Dios es amor.

Santiago Rodrigo Ruiz

lunes, 23 de diciembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del día de Navidad

DÍA DE NAVIDAD

Recuerdo en una ocasión, en una felicitación de Navidad, leí esta frase de San Bernardo: Ved aquí nuestra paz; no ya como promesa, sino en efectivo; tampoco diferida sino dada; no profetizada sino presente. Ahí tenéis ese enorme saco lleno de misericordia que Dios padre envió a la tierra. Es un saco que ha de reventar en la pasión, para que se esparza nuestro precio contenido en él, saco pequeño pero lleno. “Un niño se nos ha dado”, pero habita en Él la plenitud de la divinidad.
Es casi un atrevimiento por mi parte añadir nada a esto, pero he de llenar la página, aunque mis palabras desvirtuarán lo dicho por el Santo.
La Noche Buena y el día de Navidad es un momento de “alegría”. Felicitaciones y deseos nobilísimos de unos hacia otros. Miramos los belenes, y en ellos la imagen del Niño Jesús con ternura, sin darnos cuenta de que está comenzando su pasión. Pero en el sentido más amplio y gramatical de la palabra.
Pasión por la felicidad del hombre, porque recupere aquel estado de dicha con el cual fue creado, aquel estado de gozo con que Dios lo puso sobre la tierra, haciéndolo señor de todas las criaturas, aquel estado en el que no había una sombra que le oscureciese ni su presente ni su futuro.
Pasión por la paz, por la convivencia armoniosa entre todas las criaturas, ese mundo en el que cada uno pueda mirar al otro como alguien de quien sólo se espera el bien. En un mundo sin violencia, donde a nadie se le pase por la cabeza forzar al otro ni imponerle nada.
Pasión por la justicia, por un mundo donde no se derrame ni una sola lágrima motivada por que aquel se apropio de lo que necesitaba el hermano para subsistir. Donde nunca se conozca la lágrima de un niño, al cual se le ha arrebatado, con el pan y la cultura, su esperanza y su futuro. Un mundo donde la palabra compartir y respetar haya desaparecido de todos los diccionarios, porque corren por las venas de todos como la propia sangre.
Pasión por la fraternidad, esa que nos hace sentirnos a todos hermanos, a todos parte del otro, amando, sintiendo y gozando al mismo tiempo. Hermanos que nos haga sentir la necesidad imperiosa de compartir nuestro ser y nuestro sentir y donde todo sea una sola familia.
Es el momento de la divinidad. No la de Cristo, que la tiene como propia antes del principio de los tiempos. Es el momento de nuestra divinidad, esa que Dios nos da porque somos cosa suya, porque en el momento en que Él prueba nuestro barro, es parte de nuestro barro, nosotros somos parte suya. Y en ese Niño que ha nacido se une lo humano y lo divino y Dios se pasea por nuestras calles.
Ese es el misterio de las pajas de Belén, y ese es el tesoro infinito que acurruca, envuelto en sencillos pañales, en ese pesebre que ya es parte del cielo. Ese pesebre que a nosotros nos eleva por encima de todos los seres de la creación. Que nos alza a tales alturas que podemos mirar a Dios a los ojos.
En ese pesebre se acurruca, envuelto en pañales, nuestra eternidad. Porque ese Niñito es, ni más ni menos, el Eterno, el que va a romper todas las barreras del tiempo y nos va a llevar de la mano hasta el trono del amor infinito.
Cantemos, bailemos, que el gozo se nos salga por todos los poros del cuerpo, gritemos y aclamemos, junto a todas las potencias celestiales, porque se han cumplido todas las promesas. Porque el abrazo de Dios con nosotros es una realidad tan incuestionable que ni la muerte lo podrá romper.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 19 de diciembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Cuarto Domingo de Adviento

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

Recuerdo en una ocasión en que una mujer mayor me dice que había ofrecido gastar un hábito a una santa y no sabía el color. Le dije que tampoco lo sabía por lo que se comprase la tela que más le gustase y se la bendecía. Unos días después viene una chica joven diciendo que había prometido un hábito a un Cristo y no se iba a vestir de morado. Le dije que, o le cambiaba la túnica al Cristo, o se vestía de morado. Ella me dice que a la tía… se lo había cambiado, yo le dije que a sus ochenta años ya había cumplido todas las promesas imaginables. Así que a cumplir promesas y a vestirse de morado. Ya no me acuerdo si se vistió de morado o no.
Dios cumple todas sus promesas, nunca falla, nunca las deja de lado, y eso nos debe hacer de pensar mucho.
Tras el primer pecado, con el dolor del desprecio recibido por el hombre, que no lo creyó, que no vio que Dios quería para él lo mejor imaginable, no lo condena totalmente, no lo aparta de si para siempre. Con dolor ve al hombre alejarse de él, pero Dios no deja de acompañarlo. Es más, le promete que cuando llegue el momento oportuno, el hombre volverá a la amistad y a la intimidad perdida con Él, se acabará la distancia entre ambos.
Condena al diablo, al autor del desencuentro, a la causa de que el hombre tomara otro camino, un camino que le apartaba de la felicidad y de la vida. Y con esa condena aparece la promesa salvadora, la esperanza de recuperar lo perdido.
Y por medio de los profetas va anunciado este cumplimiento, la llegada del momento definitivo del abrazo del hombre y Dios. Avisan que no somos gente de desesperación ni de tristeza, que nuestro horizonte es luminoso, una luz que comenzará a brillar con una potencia inextinguible en un establo de un casi desconocido lugar de Galilea.
Y Dios utilizará a aquellas personas que sean precisas. La fuerza profética de Juan el Bautista, la confianza generosa de San José, el si maravilloso y trascendental de María. Son instrumentos libres y magníficos para Dios, que se han ofrecido a su voluntad siempre amorosa para nosotros.
Por eso es tan horrible y tan absurdo nuestro pecado, tan sinsentido. Porque es despreciar esta ofrenda generosa de tanta gente que se pone en las manos de Dios para que Él elabore nuestra redención definitiva. Es tan estúpido nuestro pecado porque estamos cambiando el tesoro más maravilloso imaginable, por un poco de basura, porque aunque nos parezca bello eso que el mundo nos da, antes o después se corromperá, se destruirá dejándonos las manos vacías, manchadas y pestilentes.
Dios cumple su promesa, nos llama a volver a Él, y lo hace de la única forma que sabe hacerlo, amando, su único instrumento. Amándonos a los que estamos lejos de Él, amándonos a pesar de haberle dado la espalda, amándonos porque siempre espera, porque cree que podemos cambiar, encaminar nuestros pasos hacia ese amor que no ha parado de darnos.
Dios cumple su promesa. Nunca ha dejado de hacerlo, porque nunca nos ha abandonado, porque siempre nos ha querido a su lado. Nos quiere con él, en su regazo, en su calor fraterno, sin parar de de enviarnos señales. Y la más luminosa es la luz de un establo de Belén.

Santiago Rodrigo Ruiz

martes, 17 de diciembre de 2013

Agradecimiento del equipo de Cáritas Parroquial

Todo el equipo de Cáritas quiere agradecer profundamente la masiva colaboración de nuestros vecinos en las actividades del pasado fin de semana, tanto en el Teatro como en el Polideportivo: Niños, monitores, padres, bailarines/as y sus profesores, jóvenes que por allí se acercaron ... de todo corazón y en el nombre de todas aquellas familias que gracias a vuestras aportaciones tendrán una Navidad un poquito mejor:

¡¡GRACIAS!!

No podemos olvidarnos de agradecer a todas aquellas empresas e instituciones que hicieron posible que todos y cada uno de los actos del fin de semana pudieran llegar a buen puerto: nuestro Ayuntamiento, nuestra Policía Local, los patrocinadores de la maratón popular y un sin fin de voluntarios/as que nos brindaron una inestimable ayuda ... sin su colaboración nada habría sido posible. Por lo tanto también para ellos: 

¡¡GRACIAS!!


Los miembros del equipo de Cáritas queremos aprovechar la ocasión para desearos a todos:

¡¡ FELIZ NAVIDAD SOLIDARIA!!


Ultima semana de catequesis del año ... sembremos estrellas un año más

Queremos informar a los padres de que esta es la última semana de catequesis del año. Los niños (y los no tan niños) disfrutarán de unas merecidas vacaciones de Navidad hasta la semana de Reyes. Cada catequista ha entregado o entregará esta misma semana a sus niños una circular en la que se informa del día de vuelta a la catequesis tras las vacaciones navideñas.
En esa misma circular se os cita el próximo sábado día 21 de Diciembre a padres e hijos a participar con nosotros del tradicional recorrido de los Sembradores de Estrellas por nuestra localidad. Los Sembradores de Estrellas cantamos villancicos por las calles de nuestro pueblo por el placer de felicitar la Navidad y de comunicar a todos nuestra alegría por la inminente llegada del Niño Dios a nuestros corazones. No pedimos aguinaldo ... tan sólo queremos cantar y contagiar la alegría cristiana (de la que tanto nos habla el Papa Francisco) a todo el mundo.
Os esperamos ...


jueves, 12 de diciembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Tercer Domingo de Adviento

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

Recuerdo en una ocasión en la que estábamos esperando a una persona para un asunto bastante importante. En un momento aparece un señor que se identifica como el representante de esa persona. Durante un rato no habló y nos explicó el tema con todo tipo de detalles. Hasta que uno de los reunidos le dijo: .-Todo lo que ha dicho usted está muy bien, ahora dígale a su jefe que venga para que arreglemos esto de una vez-.
Dios manda delante todo tipo de profetas, incluso al precursor, a Juan el Bautista. Pero Él sabía que la redención de los hombres, la salvación definitiva era cosa suya, únicamente suya. Que sólo Él tenía el poder para sacar al género humano de la espiral de pecado y de muerte en la que estaba sumido.
Ahora no es tiempo de profetas, no es tiempo de anunciadores, no son precisos los precursores, el que había de venir ha venido, el que esperábamos ha llegado, aquel a quien se anunció está con nosotros.
Pero su llegada no es definitiva. Ha venido y nos ha mostrado la voluntad divina, nos ha abierto todos los caminos con su nacimiento, su muerte y su resurrección. Ha cumplido la promesa hecha por Dios al hombre en el momento de su pecado. Pero es nuestro tiempo, es el tiempo de la Iglesia, la comunidad que está en camino, en peregrinación a la casa del Padre.
Y para esa peregrinación, para ese periplo se nos dan todos los instrumentos necesarios para llegar a la meta con buen fin. Una meta que es el encuentro definitivo con Dios.
Adviento es la preparación para hacer nuevo el nacimiento de Dios, para estrenar al Cristo del pesebre. Pero es también un tiempo de proclamar la esperanza en ese encuentro en el que la humanidad redimida descanse en los brazos de su Hacedor, en el calor fraterno de un Dios que no pierde la esperanza en nosotros, un Dios que sabe que su obra más perfecta está llamada a vivir con Él y en Él, de una vez para siempre.
Pero es un tiempo de espera activo, un tiempo en el que no podemos estar de brazos cruzados. Si queremos seguir en la ruta marcada por Cristo, sólo lo podemos hacer siguiendo sus huellas, marchando en pos de Él y con Él. Viviendo el programa maravilloso que nos ha marcado. Un programa que ya era señalado desde antiguo por el profeta, como hemos visto en la primera lectura.
Hacer un camino lleno de misericordia, dada y recibida. Un camino en el que no podemos desfallecer, como dice el apóstol Santiago, porque nunca van a faltar aquellos que nos quieran desviar de nuestra ruta, que nos quieran desalentar, que nos digan lo absurdo de nuestras pretensiones, que sólo el hoy tiene sentido.
Pero no podemos caer en esa trampa que nos quiere eliminar, borrando nuestra esperanza. Caminar adelante, siempre adelante, acompañando y ayudando al hermano que nos necesita. Al que no es tan fuerte y cae. Al que intentan dejar tirado en la cuneta de la vida, pero que nosotros, como buenos samaritanos, los levantamos, les curamos el alma y los llevamos con nosotros. Sembrando el bien de tal manera que el camino hacia el Cristo total sea imborrable.
Es el tiempo de la esperanza, pero una esperanza tan activa, tan constructiva que va transformando el mundo en ese Reino de Dios esperado. Que borra el dolor y siembra de sonrisas todos los rincones del alma. Para que en el momento del encuentro seamos esa comunidad, ese Pueblo de Dios que tanto precisamos.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 5 de diciembre de 2013

Comentario a las lecturas de la Inmaculada Concepción de la Virgen

INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Recuerdo en una ocasión en la que mi abuela hablaba con sus amigas de una vecina en la que parecía que se daban todas las virtudes, la ponderaban y la ponderaban. Hasta que una dice: .-Nada chicas, que le ha quitado el sitio a “María Santísima”-.
El pueblo de Dios siempre ha tenido muy claro que después de Dios, la criatura más bella y perfecta es la Virgen María. Donde Dios vuelca la totalidad de las gracias, la totalidad de las hermosuras, el culmen de las perfecciones, desde el primer instante de su concepción.
Ella había de ser el tabernáculo perfecto donde el Hijo se encarnase. El puente maravilloso por el que la divinidad habría de llegar a la humanidad. Ella había de ser la nueva Eva desde donde todos los hombres volverán a ser engendrados, renacidos para Dios.
En ella, en el fruto de sus entrañas, renacemos, volvemos a ser creados, magníficos, como Dios nos quiso siempre. Recuperar aquella belleza que salió de las manos de Dios cuando el pecado era desconocido, cuando el hombre miraba a su Creador cara a cara, sin ninguna sombra que se interpusiese entre ambos, sin nada que ensuciara esa relación.
La apuesta de Dios por nosotros la inicia en ese momento, en ese instante en que era concebida María. Una apuesta por nuestra santidad, una apuesta por un mundo en justicia, y como consecuencia de ella un mundo en paz, ya que ambas son inseparables.
La apuesta de Dios por nosotros, es mostrarnos en María como es posible vivir en amistad profunda con Dios, en intimidad con Él, en cercanía armoniosa con el que es el origen de toda la felicidad posible. A la que estamos llamados.
Pero es que en aquella concepción inmaculada se estrena también nuestra eternidad. La eternidad que nos había sido arrebatada por el pecado, ese pecado cuyo fruto envenenado es la muerte. Porque si la eternidad es participar plenamente con Dios, el pecado es una separación eterna de Él, una muerte sin límite, un dejar de existir, ya que sólo con Dios se es, se existe.
El pie frágil de aquella muchacha nazarena aplasta la cabeza del diablo. Y con él aplasta toda soberbia, toda violencia, todo aquello que nos separa, todo lo que se opone a que nos miremos como hermanos, todo lo que entristece a la naturaleza humana.
El pie frágil de aquella muchacha nazarena aplasta al autor de todo el sufrimiento de la historia, la causa de todas las lágrimas de la historia, el motivo de todos los desencuentros de los hombres.
Porque en ese pie está la fuerza de Dios, en ese pie la potencia de la misericordia divina, en ese pie está la potencia, el entusiasmo de un Dios que quiere al hombre con él, no quiere su separación, quiere que participe de su propia gloria. Ese pie frágil coge la mayor de las potencias con el SI al ángel Gabriel, con el ponerse, de una forma incondicional, a total disposición de la idea que va a suponer una nueva creación, un cielo nuevo y una tierra nueva.
En María, concebida sin mancha, recibimos el mayor regalo imaginable. Por eso, mirándola sólo nos queda la acción de gracias. A Dios por no desistir en la redención del género humano. A María por permitir ser la puerta de esa redención, por ser feliz al sentirse la esclava del Señor.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 28 de noviembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Primer Domingo de Adviento

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

Recuerdo en una ocasión, en que un sacerdote joven, que estaba de misionero en el África más pobre y profunda, nos contaba su experiencia, su día a día, con un entusiasmo contagioso. Todos lo escuchábamos embobados y en silencio, hasta que una chica le dijo que parecía que hablaba de otro mundo. El sacerdote le respondió que si, que hablaba de otro mundo. Un mundo en el que se experimenta constante la solidaridad y el amor profundo entre los más desposeídos de la tierra. Y ese mundo aquí también era posible.
Después de muchos años, en los que este sacerdote ha continuado allí, recuerdo sus palabras, y leyendo la Palabra de Dios de este domingo veo que es verdad, otro mundo es posible. Porque este mundo ya lo hemos ensuciado demasiado, lo hemos corrompido demasiado. Precisa un remoce, una remodelación definitiva, un cambio total y absoluto.
Un mundo en el que conviven la justicia y la injusticia, el despilfarro y la pobreza, el egoísmo con la entrega generosa, el odio y el resentimiento con el perdón y la misericordia… Y el resto nos movemos entre ellos sin distinguirlos en la mayoría de las ocasiones. Algo muy grave nos está pasando, los ojos del alma se están embotando a niveles escandalosos.
Ha de llegar esa situación de la que habla Jesús. Porque si su llegada se nos ofrece como un motivo más de placer y consumo. Si su Navidad, a la que nos encaminamos, aparece como un simple momento festivo, sin más signo externo que “el belén”, con una carga más folclórica que creyente. En la que nos reducimos a la participación en alguna de las celebraciones litúrgicas, en el mejor de los casos; es preciso un cambio fuerte.
Hemos de coger a Cristo y su Espíritu, como si fuera una espátula del mejor de los aceros y arrancarnos ese tamo de pecado, consciente e inconsciente, que nos envuelve, que ciega los ojos del alma, desbrozar la conciencia de ese maraña que no nos permite distinguir el auténtico bien del mal real que nos rodea. Esa red de condescendencia y “respeto” que nos permite vivir relajados en un mundo que está intentando arrancar a Dios de todos los espacios y momentos.
Tenemos que remodelar este mundo, para que cuando llegue Cristo, en ese encuentro final y definitivo, nos vea preparados, pero preparados de verdad. Sin ser preciso que nos avise, de modo imprevisto y sorpresivo. Y nos encuentre con una vida según su voluntad. Amando y dejándonos amar, pidiendo perdón y perdonando, entregados al hermano y recibiendo de él con gratitud. Descubriendo el mal donde quiera que se esconda, del modo que se disfrace, de la manera que quiera engañar. Destruyendo este mal con nuestra mejor arma, el amor que hemos recibido de Dios y que cuanto más lo damos más crece.
Un mundo nuevo, en el que, como afirma el profeta, se inviertan todos los valores para ser virtudes, encuentros constantes, personales y comunitarios, con un Dios que nos quiere así: valientes, generosos, constantes en el hacer las cosas según el plan de Dios. Se nos encuentre en una gozosa vigilia, sin preocuparnos para nada el día ni la hora, porque habremos puesto en marcha todo aquello que Él puso en nuestras manos, esos instrumentos con los que se puede construir su Reino de amor entre los hermanos.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 22 de noviembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 24 de Noviembre

DOMINGO DE CRISTO REY

Recuerdo en una ocasión en que en un grupo de mujeres una de ellas hablaba de las virtudes y valores de su hija. Al rato una de ellas dijo: .-Chica, estoy viendo que sólo la vas a poder casar con un rey-. Pero otra añadió: .-Con un rey es poco, con Dios-. Todos nos reímos.
Es curioso que al rey se le ponga en la tradición como el paradigma del poder, sólo un grado por debajo de Dios.
Si embargo nosotros celebramos lo contrario. La fiesta de un Rey-Dios, un Dios-Rey, siervo de los siervos. Humillado voluntariamente hasta lo más bajo, con la muerte más humillante de aquel tiempo, la Cruz. Y desde esa cruz, donde está su trono, comienza su reinado definitivo y perpetuo.
Un trono y un reinado que desconcierta a los sabios y eruditos, que humilla a los poderosos para elevar a los humildes. Un trono y un reinado que reconduce la historia a su meta definitiva, a su destino más maravilloso, que es el encuentro con su Creador.
Esa cruz es el único trono del que puede salir el amor y la misericordia sin medida, a la que el hombre mirándola alcanza la justificación, el único remedio de todos los pecados, el bálsamo perfecto de todos los sufrimientos.
Ahí está nuestro Rey, con los brazos abiertos, los brazos abiertos de Dios, para acoger, para perdonar, en suma, para amar. Desde el trono de la cruz, Jesús nos señala el camino del amor, el único camino del amor, la única ruta para llegar a Dios y al corazón del hermano.
Porque nadie que rechaza la cruz puede afirmar el amor, el auténtico amor, el amor de verdad, el que duele. Ese amor que descoloca las hipocresías, que desenmascara la falsa religiosidad, ese amor que quiere darse enteramente, que brota de nosotros, a imagen de las llagas de Cristo, de un modo incontrolado y que busca el corazón necesitado, sin selecciones, sin conducciones.
Si asumimos esa cruz seremos reyes con Cristo. Si aceptamos ese sacrificio de modo amoroso e incondicional, como lo aceptó Cristo, nuestra cruz se convertirá en trono, el único trono que Dios acepta, el único trono desde el que Jesús es reconocido como Rey.
Si asumimos esa cruz, la de gastarnos por el hermano, mirando sus ojos, no su nombre, ni quien es, sino con el nombre que nos hermana a todos, con el nombre que nos hace fraternos, el de hijos de Dios. Desde esa cruz si uniremos el cielo y la tierra, como se unen en la cruz de Cristo. Si uniremos corazones, si iremos haciendo entre todos el Reino de Dios.
El reino de Cristo comienza en las humildes pajas de Belén, se va desarrollando por aquellos caminos, se sublima en la Cruz, se nos concreta en la Eucaristía, donde se prolonga por los siglos de los siglos. En ese Reino nos quiere Dios a todos. A él llegamos portando nuestra cruz personal, la cruz de cada día, en la que seremos elevados, no como un castigo doloroso, sino como un don. Porque en esa cruz es donde podemos mirar a Jesús directamente a los ojos, donde Él nos mira a nosotros  a los ojos, donde nuestros amores se mezclan y confunden.

Santiago Rodrigo Ruiz

martes, 19 de noviembre de 2013

Reunión de padres de los niños de Tercero de Catequesis

Queremos informar a los padres cuyos hijos estén cursando el tercer año de catequesis para recibir la Primera Comunión de la reunión que se celebrará el próximo día 24 de Noviembre a las 11:00 horas en la Iglesia Parroquial (C/ Calvario s/n, junto al cementerio).

En dicha reunión los catequistas quieren informar de la formación que van a recibir los niños este curso, en la que los padres son una pieza fundamental puesto que deben acompañarles en este tramo final del camino para recibir el Sacramento de la Eucaristía.
También se comunicarán las fechas previstas para las Comuniones de los diferentes grupos de catequesis.

También se convoca a los padres para la reunión sobre el Sacramento del Bautismo que se llevará a cabo el día 15 de Diciembre a las 11:00 horas en la Iglesia Parroquial.
Ese mismo día (15 de Diciembre) se celebrará la Renovación de las promesas del Bautismo que harán los niños en la Misa Mayor (a las 12:30 horas en la Iglesia Parroquial).

viernes, 15 de noviembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 17 de Noviembre

DOMINGO TREINTA Y TRES DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, siendo yo muy joven, se anunciaba con cierta frecuencia el fin del mundo. Pues en una de aquellas, la que más inminente se veía la cosa, un vecino se lamentaba del dineral que había gastado en arreglar su casa para no poder disfrutarla. En esto que pasaba mi abuela y le dijo: .-No te preocupes, de no haberlo hecho te quejarías del dinero que dejas en el banco y no haber arreglado tu casa-. Por cierto el vecino vivió mucho años para disfrutar su casa arreglada.
Desde entonces, esos movimientos milenaristas, han anunciado un sinfín de veces el fin del mundo, y hasta ahora no han acertado mucho que digamos.
Porque cuando hablamos o pensamos en el fin del mundo ¿Qué es lo que sentimos? ¿Cómo el vecino de mi infancia, un lamento por no poder seguir gozando de este mundo, por muy imperfecto que lo digamos? ¿O la alegría del encuentro definitivo con nuestro Creador y Redentor, donde se da la alegría y el amor más perfectos?
En el Evangelio de este domingo se nos habla de la gran confusión. Del modo en que irán cayendo todos los elementos que sostienen esta sociedad actual. Cómo el odio a Cristo y su Evangelio desembocará en la más atroz y cruenta de las persecuciones para los seguidores fieles a Cristo.
Pero si miramos a nuestro alrededor vemos que es casi la situación actual. Cristo y su Iglesia son objeto de todo tipo de persecuciones. Desde las más sutiles intentando minar los cimientos de la fe, hasta las más toscas y burdas como hacía un partido político hace poco.
Una persecución hecha por los mismos que se aprovechan de los frutos de la Iglesia en todas sus instituciones. Sus colegios, sus instituciones de caridad, sus hospitales…Se sirven de ello y luego, de la forma más mezquina, atacan y persiguen a Cristo y su Iglesia, sin querer ver el manantial de amor que surge de ahí y del que se han aprovechado. Es como esa flor que perfuma a aquel que la corta por el tallo.
Y es que las cosas han de ser así. El evangelio de Jesús ha de ser anunciado con la palabra y con la vida. La gente tiene que saber que el Reino de Dios está entre nosotros, que ha puesto su morada con nosotros, que es parte de nuestra existencia de cada día. Por eso ha de ser atacado por aquellos que no creen en la auténtica libertad de los hijos de Dios. La libertad de los mártires que ven en nada el valor de su vida antes de desprenderse del Reino de Dios que habita en sus corazones. La libertad de todos aquellos que han convertido su vida en una constante ofrenda de amor a los hermanos y que luchan, contra toda adversidad, para que ese amor divino se extienda por toda la tierra, por todos los corazones de bien.
Porque el fin del mundo, el más horrible fin del mundo imaginable, es que se nos arranque del corazón esa semilla de vida eterna que Dios puso en nuestro interior. Es sabernos fuera de ese reino de amor absoluto que es el Reino de Dios en nosotros. Porque fuera de ese reino las cosas ya no tienen sentido, son caducas, perecederas. Es el fin del mundo de todos aquellos que viven de espaldas a la vida verdadera. La vida en Cristo y con Cristo.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 7 de noviembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 10 de Noviembre

DOMINGO TREINTA Y DOS DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que me contaba mi abuela, como durante la guerra civil, en mi pueblo que estaba en zona republicana, estaba prohibido todo acto y toda manifestación religiosa. Resultó que se murió un vecino y allí lo estuvieron velando sin más, hasta que llegó el momento de llevarlo al cementerio sin más ceremonia. Entonces uno de los que estaba allí dice: .-Vamos a rezar un Padrenuestro, por si acaso.-
Es el tema constante en el hombre en toda su historia. Los resquicios más antiguos de civilizaciones, casi siempre, están unidos a ritos funerarios.
¿De dónde le viene al hombre esta resistencia ante la muerte? ¿De dónde ese hambre de pervivencia, de eternidad? De su propia esencia, para eso fue creado, para la eternidad, para pervivir siempre con su Creador. Es la semilla de la vida que Dios pone en notros, hechos a su imagen y semejanza. Criaturas suyas. Así lo explica maravillosamente San Agustín en el primer párrafo de sus confesiones: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón no descansará, hasta que no descanse en ti”.
Es la perfección absoluta, el más alto nivel al que podemos aspirar, es el mayor de los futuros, la más grande de las aspiraciones. Romper la muerte, triunfar sobre la muerte, resucitar para vivir, pero sin que la muerte pueda volver a tocarnos, sin más caducidades, sin más limitaciones. Con este cuerpo, que nos ha limitado en vida, glorificado a imagen del cuerpo de Cristo, el vencedor de la muerte, el Señor de la Vida.
Sin embargo, la gran tentación, es el miedo al futuro, la desconfianza en el Dios de la vida, la cobardía a la hora de coger esta vida y transformarla en una antesala de la vida eterna, vivirla como la vida eterna. La vida del amor más pleno, el que lo envolverá todo y de todos modos.
Cuando San Pablo, en su primera carta a los Corintios, habla de las virtudes, sólo le da la pervivencia total al amor. La fe no será precisa porque estaremos viendo la totalidad de aquello que creímos, la esperanza no tendrá sentido, pues hemos llegado a la meta, tenemos aquello que anhelábamos. Sólo será preciso el amor, sólo continuará el amor. Dios es amor nos dice San Juan en su primera carta, origen y causa del amor.
Por eso cuando San Pablo, en la carta citada, nos dice cómo ha de ser nuestra vida aquí, qué ha de conducir nuestros actos. Él responde que con el amor, sin ese amor todo pierde el sentido.
Quien ama ya está saboreando el futuro, quien convierte su vida en amor, está viviendo de modo anticipado su eternidad. Esa eternidad a la que estamos llamados, para la que fuimos creados.
La mayor tragedia que al hombre le puede acaecer, es que el pecado le arranque esa eternidad, es permitir que el pecado frustre el proyecto que Dios tenía para nosotros desde el principio de los tiempos, ser uno con Él en una vida que el tiempo no podrá limitar. Dejar que triunfe la muerte sobre nosotros, cerrarnos todo horizonte de esperanza.
Dios es un Dios de vida, un Dios que no puede ser vencido por la muerte. Es por lo que estar unidos a Él es vivir la vida definitiva.

Santiago Rodrigo Ruiz

domingo, 3 de noviembre de 2013

Oración por los Difuntos del mes de Noviembre

Como en años anteriores a lo largo del mes de Noviembre se celebrarán en nuestra Parroquia misas los lunes y los miércoles a las 19:00 horas, en honor a los difuntos de nuestra localidad. A continuación os detallamos la relación de días y calles, barrios o urbanizaciones por las que se aplicarán las mencionadas misas:

PRIMERA SEMANA:
Lunes día 4 de Noviembre:
Urbanización La Ermita  -  La Sota  -  Puerta del Sol  -  Los Nidos
Miércoles día 6 de Noviembre:
Filadelfia  -  El Plantío  -  Residencial Alba  -  Las Brisas

SEGUNDA SEMANA:
Lunes día 11 de Noviembre:
Casco Antiguo  -  Las Vegas  -  El Olivar  -  El Paraíso
Miércoles día 13 de Noviembre:
Los Cedros  -  Los Horizontes  -  El Valle  -  Polígono Ind. la Estación

TERCERA SEMANA:
Lunes día 18 de Noviembre:
La Estación  -  Nuevos Horizontes  -  Puerta de Griñón
Miércoles día 20 de Noviembre:
Los Rosales  -  Huerta Vitorio  -  Las Laderas

CUARTA SEMANA:
Lunes día 25 de Noviembre:
Nuevos Prados  -  Los Prados II  -  Las Villas
Miércoles día 27 de Noviembre:
Las Huertas  -  Cañada Real  -  Nuevo Griñón

Cada día cualquier asistente podrá pedir que se rece por sus difuntos, sea del barrio que sea. La relación que publicamos es sólo para organizarnos mejor, para tener una pequeña guía nada más.
Si lo necesitáis, en la Parroquia hay hojitas que se pueden llevar a casa con la relación que hemos publicado, para quien quiera tenerlo por escrito y a la vista.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 3 de Noviembre

DOMINGO TREINTA Y UNO DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, en una de mis primeras parroquias, había un “excomulgado”, por cuestiones que no vienen a cuento. Me acerqué a él con curiosidad, era muy anciano, e hicimos una gran amistad. Llegó su final y me pidió los sacramentos. Lo consulté y el obispo me dijo que lo hiciera y, si lo veía oportuno, le preguntase por su fe. Llegué junto a él y se lo expliqué todo. Cuando le pregunté aquello de si creía en la Iglesia…, se aferró a las sábanas y dijo, con una intensidad que me apabulló: .-¡¡Creo con todas las fuerzas de mi alma!!-. A los pocos minutos murió con una expresión de gran paz.
Dios no cesa de llamar a todos los corazones, porque a todos quiere acogerlos en sí mismo. Quiere que todos se identifiquen con su persona y con su amor, que todos sepan que en él hay un espacio seguro de paz.
Y por eso comienza con la reconciliación, con un hacer las paces con todos. Las paces con Dios que nos quiere arrepentidos, pero a su lado. Las paces con el mundo, que nos necesita para seguir perfeccionándolo, haciéndolo más habitable, más fraterno. Las paces con el prójimo, al que nuestro egoísmo y nuestro desprecio sumieron en el dolor. Las paces con nosotros mismos, que cuando nos vamos librando de la suciedad del alma, va apareciendo ese ser bello que surgió de las manos de Dios.
Dios llama a Zaqueo y éste siente que dentro de él todo ha cambiado. Lo ha llamado el Señor, y se queda perplejo cuando le dice que quiere estar con él, en su casa, en su intimidad. Sentarse a su mesa, compartir su vida cotidiana, por lo que sigue a continuación es lo lógico. En su casa ha entrado el Señor, la bondad más absoluta y ya el mal no tiene espacio. Hay que desterrar toda ambición, todo egoísmo, toda injusticia. Y ese espacio ha de ser llenado por la generosidad y la humildad, ha de imponerse la justicia, pero no cualquier justicia, sino la justicia según Jesús, la justicia que brota de un corazón que se ha descubierto amado por Dios.
Recuerdo en una ocasión una mujer hablaba de que veía a la Virgen, otra le dijo que era imposible ya que la veía tan tranquila: .-Porque si yo veo a la Virgen, me cambian hasta los andares-. Le dijo a la otra.
Y es lo que le pasa a todo el que tiene un encuentro de verdad con el Señor, “le cambian hasta los andares”, como le pasó a Zaqueo, su vida dio un vuelco total y definitivo.
Dios llama a todos los corazones. A los de los santos y a los de los pecadores, pero quiere que la primera respuesta a esa llamada sea el cambio y la conversión. Invertir todos los valores que hasta ese momento nos han mantenido y transformarse a esa vida según Dios.
Una vida que tiene como programa y referencia las bienaventuranzas. En el que el perdonar es un gozo, el compartir una alegría, el luchar por la paz y la justicia, una necesidad.
En muchas ocasiones va a ser duro y doloroso, como lo es sanear una herida, pero una vez pasado ese momento comienza la curación, la alegría de esa vida en la que no miramos hacia atrás, no vale la pena añorar una vida que me separaba de Dios, sino adelante, al futuro más luminoso.

Santiago Rodrigo Ruiz

martes, 29 de octubre de 2013

Homilía del próximo 1 de Noviembre, Solemnidad de Todos los Santos

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

Hoy no comienzo como siempre, sino con la sensación que tuve cuando entré por vez primera en la capilla de los Mártires. Llevaba meses diciendo misa en La Salle y fue casual. La vi en la semipenumbra que tiene, no sabía donde se encendían las luces. Pero me golpeó con fuerza, allí había algo muy impactante que no te permitía estar indiferente. Fui leyendo los nombres sin saber quien era quien, pero consciente de estar ante las reliquias de unos hombres que habían dado su vida por su fe en Cristo, por su fidelidad a Cristo, por esa consciencia clara de que su existencia sólo tenía sentido sin dejar el camino que les marcó su padre, San Juan Bautista de la Salle. Del mismo modo el empleado y el Capellán de la casa, en ocasiones párroco de Griñón.
Por eso cuando vi el vídeo de la ceremonia en la que eran elevados a los altares, eran puestos ante todo el pueblo de Dios como ejemplo y referencia de santidad, entendí mi primera sensación en la capilla de sus reliquias. Eran de esos que habían lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero, como dice el Apocalipsis.
Estamos en la fiesta de Todos los Santos, los que han ido por el camino que Dios les había marcado. Aquellos a los que las dificultades de la vida no les asustaron. Aquellos a los que el sufrimiento no les anonadó, ni los hundió en la desesperación. Aquellos a los que las alegrías no les ensoberbecieron ni les apartó de la realidad.
La fiesta de los que con su cruz, llevada con alegría, acompañaron a Cristo, fueron acompañados por él. Los que le pidieron ayuda cuando les faltaban las fuerzas, pero al mismo tiempo siempre con la mano y el alma tendida para ayudar al hermano que desfallecía por el camino.
La fiesta de los mejores hijos de la Iglesia. La Iglesia fortificada en la sangre de los mártires. Iglesia valiente en sus misioneros. Iglesia sabia en aquellos que pusieron su mente y sus posibilidades al servicio de la Palabra de Dios. Iglesia mística en tantos orantes, para los cuales la contemplación del Misterio Divino era su pan y su aire.
La gran muchedumbre anónima para nosotros, pero reconocida, con los nombres y apellidos de cada uno, por Dios. La gran muchedumbre que desde Pentecostés han ido cimentando lentamente la única Iglesia sobre la roca de Cristo. La gran muchedumbre fiel, siempre fiel al sucesor de Pedro y a los sucesores del resto de los apóstoles, siempre fiel a la palabra y al magisterio de la Iglesia.
Pecaron y lo supieron, y eso les animó a reconciliarse y estar en un constante camino de perfección. No fueron de perfectos, sino que necesitaron y suplicaron la misericordia de Dios, desde la humildad de quien sabe que ante Dios sólo cabe la adoración y la súplica.
Pero por encima de todo, gente que saboreó el amor de Dios en toda su intensidad, y supieron que ese amor los desbordaba y tenían que transmitirlo. Por eso sufrieron amando, rieron amando, lucharon amando y vencieron amando. Y en esa victoria se nos fue marcando el camino que nos lleva al amor del Padre.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 25 de octubre de 2013

Colocación del Nacimiento de este año

Ya sé que estamos en Octubre, que es pronto, pero estas cosas hay que hacerlas con tiempo y tranquilidad, porque así se garantiza un mejor resultado.

El espacio que se dedicará al Belén ya está decidido, así que los que queráis echar una mano podéis quedaros en la Parroquia el próximo 3 de Noviembre después de la Misa Mayor y ya se habla de quien se puede encargar de cada cosa y de la disponibilidad y habilidades de cada uno, etc ...

Siempre se dice que para trabajar en equipo es mejor pocos, bien avenidos y que se impliquen, que no mucha gente y muy dispersa, porque al final se diluyen las responsabilidades y unos por otros la casa se queda sin barrer, pero estoy segura de que el equipo que se encargue este año lo hará de maravilla y todos podremos disfrutar de un precioso Nacimiento como cada año.


Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 27 de octubre

DOMINGO TREINTA DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, siendo seminarista, en aquel tiempo íbamos a las parroquias para el Día del Seminario y colaborábamos en la campaña. A otro compañero y a mi nos mandaron a un pueblo grande. Llamamos a una puerta y nos abre un hombre muy arreglado. La soltamos nuestra cantinela, que pedíamos ayuda económica y oraciones para el seminario. Él nos dijo: .-Dinero no os voy a dar un céntimo, ahora oraciones un saco. Contad con quinientos “Jesusitos”, y trescientos “Gloriaspatris”. Pues no lo tengo fácil yo y lo barato que me sale-.
Hay que reconocer que es bastante fácil rezar. Nos ponemos en trance, elevamos la vista, y decimos cosas y cosas, muy bonitas la mayoría. Terminado el rezo seguimos con nuestras cosas tan campantes. Pero, en la mayoría de los casos cuando esas palabras salen de nuestra mente y de nuestros labios se esfuman. Están vacías, no transforman nuestra vida, no nos sacan de nuestro egoísmo ni de nuestra burguesía, justifican nuestro estilo de vida en este mundo que sangra de hambre y de dolor. Nuestro ambiente lo vemos natural. Como el fariseo salimos del templo felices como perdices, pero con el alma igual de seca que la entramos.
Hacer oración, rezar de verdad, es muy distinto. Porque es hablar con Dios, es una conversación entre desiguales. Un pecador ante la mayor santidad. Un ser mediocre ante la perfección absoluta. Una pequeña criatura ante el Hacedor del cielo y de la tierra.
Por eso lo primero es agachar la cabeza, reconocer nuestro pecado y suplicar la misericordia a la que no tenemos derecho y que se nos da como don. Ver en Dios a ese Padre que nos mira con amor y con exigencia. Un Dios que nos pide la conversión, el cambio de esos valores egoístas que nos hemos creado, por aquellos que nos hacen crecer como imagen suya. Un Dios dispuesto a acogernos con amor si venimos de la mano del hermano, del más pobre, del más necesitado. Con vergüenza por nuestra insolidaridad, por nuestro sentirnos con derecho a todo y sin más obligaciones que las que nosotros queramos y que no nos descolocan de nuestro cómodo estilo de vida.
Orar a Dios y con Dios, bebiendo de la fuente de su amor y su misericordia para ser transmisores de ellas. Despojados de ese pecado que el demonio nos enmascara y nos lo presenta como piedad y virtud.
Rezar viviendo la vida de Cristo, con Cristo, como Cristo. El que se muestra como siervo sufriente por nosotros. Sin alardear de su ser Dios. Con la cruz que va aumentando con nuestras faltas y nuestros pecados.
Rezar como el publicano, hambrientos de perdón, de cambio de vida, del calor de ese Padre que me quiere, pero con mi hermano sufriente al lado, curando, ayudando, compartiendo, en paz y fraternidad con él.
Y si no somos capaces de dar ese paso de conversión definitiva, al menos sabiendo que vivimos en un estado de pecado. Que no lo solucionan los rezos, por muchos “gloriapatris” que echemos. Sino Con corazón quebrantado y humillado (Ps. 50), el que nunca rechaza Dios y que valora infinitamente más que nuestros rezos y devociones.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 17 de octubre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 20 de octubre

DOMINGO VEINTINUEVE DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que un amigo se examinaba para el carné de conducir. Antes de ir al examen le encendió, en su casa, una gran vela a S. Cristóbal. El examen debió ser de pena, el caso es que lo suspendieron. Llegó a su casa y se fue a la vela que había encendido al santo. Muy enfadado la apagó diciendo: .-Ahora te fastidias y estás a oscuras-.
Porque la oración es un diálogo íntimo con Dios, un diálogo cercano, intenso, fraterno. Y su fruto es precisamente ese, la cercanía y la intimidad con Dios, la cercanía y la intimidad con alguien a quien amamos y por quien nos sentimos amados.
Cuando uno busca a un amigo para tomarse un café o unas cañas, no es por el café ni por la cerveza, la tenemos en casa o la podemos tomar solos. Lo hacemos por la cercanía, por el compartir ese rato de intimidad en el que se comparten ideas y experiencias. Y el fruto de ese encuentro es la satisfacción de sentirse apoyado, alegría de saber que alguien está en nuestra misma onda y que va a caminar a nuestro lado, pero que lo va a hacer libremente.
En infinidad de ocasiones le ponemos condiciones a Dios en nuestra oración, ha de estar a nuestra disposición y actuar en aquello concreto que le pedimos y de la forma exacta en que se lo pedimos. Y si Dios no actúa, tal y como le hemos dicho, nos sentimos ignorados y abandonados por él.
Pero Dios siempre escucha, siempre actúa. Pero lo hace a su manera, nos concede aquello que él sabe que necesitamos, lo que necesitamos de verdad. Aunque esté a años luz de nuestra petición concreta. Pero nos concede lo que nos va a engrandecer, nos va a allanar nuestro andar por la vida, nuestro acercarnos a él, va a incrementar nuestra intimidad con él.
Estamos en la semana de las misiones, la semana del Domund. Es uno de los momentos en que se nos recuerda el mandato de Jesús de que sea anunciado a todas las gentes, en todas las tierras y en todos los tiempos.
Para este mandato lo primero es la oración. Pero una oración hecha vida, no es sólo ponernos muy compungidos de rodillas y “echarle unos cuantos padrenuestros” para pedirle por los misioneros que “están en América bautizando a los chinitos de África” como me dijo en una ocasión un niño.
Nuestra oración ha de ser un hablar con Dios, al mismo tiempo que ponemos en sus manos lo que somos y tenemos para que Dios sea conocido y amado en todas partes del mundo. Trabajar con denuedo, esforzarnos en una constante colaboración con aquellos que, en todo el mundo, anuncian la palabra y la persona de Jesús.
Porque nuestra oración no la podemos separar de la vida. Moisés oraba a Dios por su pueblo, pero estaba allí, acompañándolo en su lucha, andando con él por el desierto, conduciéndolo por la ruta que Dios había marcado.
El juez inicuo cedió. Pero cansado y asustado de ver allí a la viuda que le pedía justicia.
Dios escucha nuestra oración cuando esta va acompañada de un modo de vivir según su voluntad. Cuando nuestra oración se apoya en un vivir según su plan. Lo contrario no sería oración, sería desfachatez, caradura.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 11 de octubre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 13 de octubre

DOMINGO VEINTIOCHO DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, en mis primeras parroquias en los Montes de Toledo, en que hubo un incendio forestal que se fue extendiendo a varias fincas grandes y una pequeña. El alcalde movilizó a todo el pueblo, fuimos todos y se apagó el fuego. Volvimos al pueblo y nos fuimos juntos a refrescarnos a un bar. En esto que llegó el de la finca pequeña y le dijo al del bar que sirviese todo lo que se pidiese que lo pagaba él. Uno que estaba a mi lado dijo que donde estaban los finqueros grandes y que el próximo incendio verían. El alcalde que estaba al lado dijo: .-El próximo incendio lo apagaremos y ya está todo-.
La gratitud ha de ser lo que motive constantemente nuestro vivir. Todo lo recibimos, todo lo que tenemos nos viene de fuera. Comenzando por nuestra propia existencia y nuestra persona. Por el aire que respiramos, el sol que nos calienta, la tierra que nos sostiene, los medios que nos permiten vivir. Todo se nos da sin que podamos merecerlo, porque no hay precio para la vida, para la felicidad, para la paz. Sin embargo nos comportamos como si todo lo mereciésemos, como si los otros estuviesen obligados a hacernos felices, como si mereciésemos todo, como si fuésemos acreedores del servicio de los demás, cuya obligación es nuestra dicha personal.
Jesús tiene un gesto de misericordia para con aquellos leprosos. Nueve de ellos reciben la salud como un derecho, son del pueblo santo, Dios tiene la obligación de cuidarlos a ellos. No ven ese don como un regalo maravilloso e inmerecido, como un gesto amoroso hacia ellos. Por eso no sienten la necesidad de la gratitud.
Pero el décimo si lo ha captado, si es consciente de esa gracia que ha recibido. Sabe que quien lo ha curado lo ha hecho por puro amor, porque sólo el amor es el que da a cambio de nada. Bueno a cambio de nada no, a cambio de la felicidad de la persona amada, y Cristo lo ama. Reconoce y agradece, porque la gratitud es el mayor antídoto contra la soberbia. La gratitud es realista, pone las cosas en su sitio y nos hace ver que somos menesterosos del hermano, que lo necesitamos, que nos es imprescindible para podernos sentir personas de verdad.
Y si la gratitud es necesaria ante el prójimo que nos da su amistad, ante Dios es una necesidad imperiosa.
Y no sólo porque todo lo que somos y tenemos lo hemos recibido de él, sino porque es el único que nos puede abrir el camino de la eternidad. Gratitud ante el Dios de misericordia que redime, ante el Dios que, sin necesitarnos para nada, quiere ser nuestro compañero en el andar por la vida.
La última frase de Jesús al samaritano está llena de interrogantes. El samaritano ha reconocido a Jesús, quien es y se postra a sus pies. El samaritano cree en Jesús, y esa fe lo mantiene unido a él, esa fe ha sido su salvación. Pero no sólo de su enfermedad, sino de todo lo malo que lo acecha. Ha reconocido a Jesús y su gesto de gratitud le salva.
Y no queda mas remedio que hacernos una pregunta: ¿Cómo quedan los otros que no han reconocido ni a Cristo ni su milagro de amor?

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 4 de octubre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 6 de octubre

DOMINGO VEINTISIETE DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que visitaba a un enfermo da cáncer facial terminal. Joven, casado y con dos hijos. La comunión se la daba extrayendo en la misa un poco de la sangre de Cristo del cáliz, con una jeringa, y se la poníamos en la cánula de alimentación. Era un gran melómano y aquellos días se celebraba un aniversario del Réquiem de Mozart, no me atreví a llevárselo aunque se lo había prometido. Tras el acto me recuerda mi promesa y me escribe. .-Eso es música, sólo una bella música, no una despedida. Porque el Señor ya me tiene una butaca para el más hermoso de los conciertos-. Murió dos semanas después, y en su rostro deformado se veía una sonrisa.
La fe no es cegazón, no es ir con los ojos cerrados a donde el otro te mande. Le fe es confianza. Es saberse amado por Dios en toda su intensidad. Es saber que ese amor te va a lleva siempre por el camino más seguro. Es aferrarse con todas nuestras fuerzas a esa barca en la que, a pesar de las más horribles tempestades, siempre vamos a navegar seguros. Es confiar en que ese Dios que nos llama a su lado, no ofrece el único camino posible hacia la felicidad total y verdadera.
Pero todo eso que el Padre nos da es un regalo, algo que ni merecemos ni podemos comprar. El ejemplo del esclavo, que no debía esperar gratitud de su amo por hacer lo que debía, nos recuerda la gran magnanimidad de este Dios que nos sale al encuentro, que nos lo da todo sin que podamos hacer nada para merecerlo. Que nuestras buena obras y nuestra vida justa, sólo tienen como fruto nuestra felicidad personal y comunitaria.
Por eso en Dios sólo podemos ver don, gratuidad, generosidad ilimitada. Porque el Padre es amor ilimitado hacia cada uno de nosotros.
Es por lo que tenemos que comenzar experimentando ese amor de Dios a nosotros. Ese Dios que no nos necesita para nada, pero que nos ama, porque es todo lo que es, amor sin cotas, sin fronteras.
Y cuando experimentamos ese amor, el acto de fe es lógico, se cae por su peso, es una consecuencia irrefutable.
Cómo no creer, no confiar, total y absolutamente, en alguien que se nos da de esa manera. Cómo no creer en aquel de quien recibimos todos los bienes, comenzando por nuestra propia persona y terminando por nuestra eternidad.
Esa fe basada en un amor así, mueve montañas, planta higueras en el mar y hasta en la luna.
Esa fe nos hace saborear en su totalidad este momento que siempre es esperanza e ilusión. Esperanza en que las promesas se han cumplido para todos nosotros, para los hombres y mujeres del pasado y para los del futuro. Ilusión que nos permite mirar el mañana como algo radiante, magnífico, luminoso.
Porque la fe a la que Jesús nos invita se basa en su persona, en su triunfo sobre la muerte, en su victoria definitiva sobre el mal y lo que lo representa, en su estar por encima de la tristeza y el desaliento. Una fe que mueve las montañas del alma y que nos lleva a estar por encima de todo, pudiendo mirar cara a cara al mismo Dios, porque así lo ha querido Él.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 26 de septiembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 29 de septiembre

DOMINGO VEINTISÉIS DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, no hace mucho, en que me contaban en el equipo de Cáritas Parroquial, como siguiendo una familia vieron que en la casa no había más que los alimentos que se les daba. Entonces fueron y le compraron algo de carne, pescado y, sobre todo fruta. Me explicaban como los niños miraban con ojos como platos la fruta y decían: .-Mira, mamá, naranjas, naranjas-.
Viven en nuestro pueblo, nos cruzamos con ellos, los niños van al colegio Garcilaso, son vecinos nuestros, nuestro día a día. No son gentes lejanas, en tierras remotas, de países en situaciones especiales. Son los nuestros.
A partir de entonces se sigue más de cerca los casos en los que hay niños, para que tengan una alimentación, dentro de nuestras posibilidades, lo más completa posible. Lo comentaba en una preparación de bautizos y se extrañaban que estos casos ocurran aquí, “en Griñón”.
Porque el rico del evangelio no hizo nada de malo. Vivía en su mansión, sin meterse con nadie, el dinero con que banqueteaba y se daba lujos era suyo, no se lo había robado a nadie. Cual fue su pecado, por qué Dios lo manda lejos de si. Un corazón seco, el veía, como nosotros lo vemos constantemente, la pobreza y la miseria. Era consciente, como lo somos nosotros, de que su ritmo de vida lo llevaban muy pocos. Pero cerraba los ojos, no veía, porque no quería, como aquellas personas de mi reunión, lo que le molestaba, lo que le podía inquietar su conciencia, lo que podía hacer que su banquete “se le indigestase”. Para eso lo mejor era no saber, no quería saber para no tener que interpelarse, para no tener que hacer un examen de conciencia, para no verse culpable al sentir que estaba consumiendo lo que era del otro, para no sentir que su despilfarro, sus lujos, eran el hambre del hermano. Había abierto una sima infranqueable, un abismo de desamor.
Y ese abismo de desamor lo mantiene alejado de Dios. Y ve a Lázaro en el seno de Abraham, en el amor de Dios que nunca le faltó, en la cercanía de ese Padre que siempre estuvo a su lado.
Porque Dios pasa hambre en el hambriento, soledad en el abandonado, injusticia en el marginado. Dios sigue tendiendo la mano mendicante a nuestras conciencias. Pero hemos abierto una sima tan profunda que no nos llega, un abismo tan infranqueable que impide que la ternura ablande los corazones que se han ido quedando secos poco a poco.
Es el abismo que separaba al rico de la parábola de Jesús, del pobre Lázaro. Y cuando pide el consuelo se le dice que es imposible, la sima que él abrió no se puede cruzar.
Es curioso que la parábola de Jesús sea la realidad que nos rodea hoy, tal vez con más fuerza que nunca, con más virulencia y crueldad que nunca. Pero también la sima es más amplia y profunda. Vemos a los Lázaros de hoy, desnudos y hambrientos, enfermos y solos. Y lo más que nos permitimos es arrojarles las migajas de nuestras mesas (un bocadillo a los pobres), a ver si les llega. Sin darnos cuenta de que, en realidad, de quien nos estamos alejando es del corazón amoroso de Dios que vive en el pobre.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 19 de septiembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 22 de septiembre

DOMINGO VEINTICINCO DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que estábamos un grupo hablando de un gran bote que había en la lotería. Uno del grupo se puso a decir la inmensidad de obras sociales que haría si le tocaba. Yo, extrañado porque se pasaba de dadivoso, le dije que lo veía muy generoso. Sonriendo me dijo: .-Tranquilo, no creo que me toque-.
Jesús nos ha estado hablando de ir ligeros de carga para poder entrar por la puerta estrecha. Pero es realista, sabe de nuestras debilidades y, no pocas ocasiones, de nuestra desfachatez a la hora de acercarnos a Él.
Estamos en un momento que al sagaz, al astuto en los negocios se le admira y casi se disimula el modo de ir triunfando por la vida, que tantas veces es la falta de escrúpulos para conseguir el fin que se proponen.
Jesús ironiza, aunque admira la astucia del mayordomo que falsifica la contabilidad de su amo, con lo que es el dinero injusto, e incluso deja caer que a ese dinero se le puede dar un buen fin.
Pero tiene muy claro lo que son las riquezas, el modo de esclavizar a la gente, el modo en que se llega a justificar el lujo y los caprichos absurdos, que los vemos como necesarios (esta casa, este coche, este viaje, estas vacaciones, etc.), como un derecho, porque “lo hemos sudado”.
Y lo bueno es que nos dirigimos a Dios, rezamos, participamos en el culto, sin ceder en nada. Es la astucia de los hijos del mundo, de aquellos que se han dejado en las manos del “otro”, lo que hace que veamos esa situación como un logro moral y humano, el premio a nuestra lucha, a nuestras capacidades.
Pero no nos hace ver lo que se podía lograr poniendo esas capacidades, esa lucha, para que el Reino de Dios, el reino de la justicia, se vaya estableciendo en el mundo.
Y no es cuestión de pasar nosotros necesidades, eso es algo que Jesús no nos pide, es de saber luchar, esa lucha en el logro de un mundo fraterno, de una sociedad de hermandad.
Es el momento en el que nos recuerda nuestras infidelidades, nuestras incongruencias, el no entender ni desenmascarar las intenciones del demonio que nos va atando y esclavizando poco a poco. Que va impermeabilizando el alma de tal modo que ya no la pueda calar ningún tipo de ternura, que no pueda captar el sufrimiento del hermano que nos necesita.
Un alma impermeable que se convence que está al servicio del Señor y sólo está al servicio de sí misma. Por eso es preciso saber donde estamos, a quien servimos, dónde y para qué estamos volcando nuestro esfuerzo, cuales son los frutos, quien es el benefactor definitivo de esa lucha, de ese esfuerzo.
Si miramos a nuestro lado y vemos a los más sencillos, a los más necesitados sonriendo, alegres de nuestra presencia, nos vemos uno más con ellos. Estaremos en el bando del Señor.
Pero si nos rodeamos de “los nuestros”, los que son como nosotros, los triunfadores. Si nos vemos felices y satisfechos y miramos nuestros logros con satisfacción. Si dormimos felices en nuestra buena cama, de nuestra buena casa, con nuestras buenas cosas…

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 13 de septiembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 15 de septiembre

DOMINGO VEINTICUATRO DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, en que habíamos terminado una operación de Cáritas parroquial, que nos había salido regular nada más, pues nos había fallado todo, especialmente los voluntarios que se habían comprometido. Nos quedamos mirándonos en silencio, alguien se levantó y dijo: .-Me voy a descansar y mañana volvemos a llamar al personal y a comenzar de nuevo, si Dios no se frustra con nosotros, que le fallamos una y otra vez, imagínate nosotros-.
Y es cierto, Dios no se cansa de nuestros fallos, de nuestras traiciones e indiferencias, de nuestras negaciones y abandonos. Siempre nos espera con los brazos abiertos, siempre quiere que estemos con él, nunca se deprime con nuestras aparentes conversiones y con nuestros continuos abandonos. Siempre perdonando, siempre acogiendo, siempre esperando con la ternura y la sonrisa de ese Padre que sólo sabe amar. Que siempre espera nuestro retorno sentado en la puerta de la esperanza.
Y eso es lo que nos descoloca, lo que nos debe avergonzar, porque si tras el pecado, tras la traición, viniese el castigo fulminante, de algún modo nos veríamos justificados, habríamos “empatado”, tendríamos la paga al daño inferido.
Pero es todo lo contrario. A cada desprecio Él responde con una caricia, a cada traición Él responde con fidelidad. A cada abandono el responde esperando, siempre esperando para recibirnos con los brazos abiertos y la más maravillosa de las sonrisas.
Y comienza la fiesta, y se felicita porque nos ha recobrado. No hay memoria de nuestro pecado ni de nuestra traición, ya no se siente el vacío del abandono. Es la fiesta por el retorno, la alegría de volver a vernos con él. No se recuerda la soledad, ya no existe, es la fiesta del encuentro. Porque en el corazón de Dios sólo cabe el amor y la misericordia inagotable.
Por eso le apena que aquellos que “siempre han estado con Él” no se alegren por el hermano recobrado, no participen en la fiesta de volver a tener al que estaba perdido.
Le echamos en cara que nosotros que “siempre hemos estado con Él”… Como si el haberlo hecho hubiese sido un duro trabajo que merece recompensa. Sin darnos cuenta que nuestro premio, nuestra recompensa ha sido precisamente eso, estar con Él, gozar de su compañía que es el mayor gozo imaginable, amando y perdonando, que es el culmen de todas las dichas.
Y unirnos a la fiesta por el hermano encontrado, ser parte de la fiesta, ser la misma fiesta que desborda de alegría, porque ahora si estamos todos.
Pero si nos entristecemos porque se acoge al que se fue, se perdona al que pecó, se hace fiesta porque ha vuelto el perdido. Es que nunca hemos sabido lo que era el amor de verdad. De algún modo hemos estado alejados, hemos vivido fuera, si no en lo práctico, si en el corazón, y debemos buscar el camino para volver a encontrarnos con el Padre, buscar esa senda que nos acerque a la casa común. Esa casa que es el corazón amoroso de Dios, en el que no se pregunta quien llegó primero, sólo se celebra que estamos todos juntos.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 6 de septiembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 8 de septiembre

DOMINGO VEINTITRÉS DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en la que era testigo de un acuerdo entre dos personas. Una propuso el asunto, y la otra le respondió con una larguísima perorata. Al terminar el primero dijo: .-Entonces ¿si o no?-.
El evangelio de hoy, continuando la línea de la semana pasada, nos recuerda que Jesús no se conforma con mitades, nuestra respuesta de seguimiento ha de ser definitiva, tajante. Esperará lo que sea preciso, pero no se conformará con indecisiones, con dudas, con apaños. Cristo, como aquellos de la anécdota nos pide un si o un no, una respuesta clara y contundente.
Estamos en un mundo en el que la postura de los cristianos es oscura, mediocre. Nos confesamos seguidores de Cristo, pero convivimos con un mundo de pecado con una tranquilidad pasmosa. Decimos de amar la cruz, pero buscamos el mayor placer material y físico posible.
En un porcentaje altísimo hemos convertido el cristianismo en una simple religiosidad. Religiosidad en la que cumplimos con diferentes aspectos de culto (misas, rezos, oraciones, “caridades”…), pero en nuestro modo de desenvolvernos en la sociedad no nos distinguimos del ateo, del indiferente, o de aquellos que viven otros credos.
Somos creyentes que hemos puesto una especie de aduana. Hasta aquí Dios y a partir de aquí mi vida, cuidando mucho de que no se mezclen ni se interfieran.
Resumiendo, nos hemos fabricado una inmensa mentira, en la que queremos convencer al mismo Dios de que ha de salvarnos a nuestro estilo, que ha de considerarnos bienaventurados recibiendo sólo aquello que estamos dispuestos a dar, en todos los aspectos de la vida. Y advirtiéndole que si se pasa en sus exigencias se puede quedar sin nada.
Pero Cristo nos dice que sólo hay un camino para estar con él, para caminar a su lado. No permitir que nada nos ate, no permitir que nada se interponga entre él y nosotros, que no haya ninguna esclavitud que nos tenga sometidos a “otro” que no sea nuestra libertad, con la que Dios nos creó, con la que somos su imagen y su semejanza.
Cristo nos quiere con nuestra cruz de cada día, es decir, con nuestra realidad para poder caminar a su lado, con nuestras grandezas que nos aproximan, que nos hacen fraternos con él mismo. Y con nuestras miserias para ser redimidas por su pasión y su cruz.
Cristo nos quiere a su lado, si optamos por él por encima de todas las cosas, si no vemos otro Salvador que el mismo Cristo, asumiendo su palabra y su persona en totalidad, pero con la totalidad de nuestro ser, no por raciones, dándole a él “algo”, lo que nos interese y lo que no nos incomode, totalmente.
Y esa totalidad es, repito, con nuestra cruz personal. El Señor no ha renunciado a su cruz, a esa cruz redentora. Una cruz que al mezclarla con la nuestra es nuestro camino de salvación, es el camino de la alegría perfecta. Aquí en la tierra, porque no hay gozo mayor que andar nuestra vida en la compañía de Jesús, siendo uno con él, compartiendo nuestro ser con él. Para que, con él, nuestra cruz se convierta en Pascua.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 30 de agosto de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 1 de septiembre

DOMINGO VEINTIDÓS DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que estábamos reunidos varias personas para un tema concreto. Una de las personas, tras el planteamiento del tema que nos reunía, y que no escuchó, comenzó a hacer juicios de los demás, a plantear los caminos perfectos, a hacernos ver lo poquísimo que valíamos y lo mal que hacíamos las cosas. Presentó su alternativa como maravillosa y única. Terminó la reunión y cuando se fueron yo pensaba: “Que buena persona podría haber sido, y podría ser aún, si esa prepotencia no lo tuviese encadenado”.
Jesús habla de humildad. Humildad viene de humus, tierra. Y no quiere decir que seamos tierra, sino que tengamos los pies puestos en la tierra. Conscientes de nuestras grandezas y de nuestras miserias. Pero en ambos casos necesitados de Dios.
Para remediar nuestras miserias, para pedir perdón y misericordia por nuestros defectos y el dolor que ocasionan a los demás esos defectos. Para aprender de esos defectos, saber que siempre son instrumento del maligno que nos entra por ese lado, el más débil, el de nuestro orgullo y nuestra vanidad y desde ese punto se va adueñando de nosotros hasta desfigurarnos.
Pero también ser realistas en nuestros dones y grandezas. De Dios los hemos recibido y a Él se los debemos, de Dios los tenemos y nos los ha dado, no para nuestra vanagloria, sino para ponernos al servicio de los demás, para que den ese fruto que Él espera y que debe alimentar a todos.
Porque la humildad, el realismo, el saber tener los pies puestos en la tierra, nos ahorra tantos sufrimientos, tantos sinsabores. Como puede ser que nos hagan ver nuestras limitaciones, nuestras deficiencias. Es decir, nos tiren del pedestal y nos hagan andar a la altura de los demás, que es nuestra altura.
Pero no nos equivoquemos. Que a veces la humildad la utilizamos para destacar, para que la gente nos diga lo mucho que valemos y que nosotros no vemos, para que nos suban al pedestal. Esa falsa humildad, no deja de ser otra cara de la prepotencia, de la soberbia.
Dios no nos ha hecho para estar encogidos en un rincón, sino para salir a las plazas y a las calles, a todos aquellos que nos quieran oír. Levantar la voz para ser heraldos de su verdad, denunciar la injusticia donde quiera que esté, es decir, no callarnos “ni debajo del agua”. Pero con la verdad de Cristo, con su paz y su justicia. Ser instrumentos felices y libres en sus manos, barro blando para que Él lo vaya moldeando a su gusto, según su voluntad. No, no estamos aquí para estar encogidos en un rincón.
Pero sabiéndonos sus criaturas. Porque Dios no ha preparado su banquete para los prepotentes, los “listos”, los enchufados… Sino que sale a los caminos y los llena de los que no cuentan para el mundo, de los que molestan, los que son rechazados, los viste de gala y los va sirviendo. En ellos Dios se complace y les demuestra a los poderosos su poco valor.
La humildad, la auténtica humildad, es el mejor instrumento del hombre ante Dios. Me preguntaron en una ocasión, qué significaba “ir humilde con tu Dios”. Yo les dije ser conscientes que Él es Dios y tú no.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 23 de agosto de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 25 de agosto

DOMINGO VEINTIUNO DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que estábamos de obras en la iglesia y estaba hecha una leonera. El viernes pedí ayuda a la gente y el sábado nos juntamos unas veinte personas. Limpiamos la iglesia y la dejamos preparada para la tarde. Les di las gracias y cuando se fueron le comenté a una persona: .-Te has dado cuenta que del grupo sólo cuatro vienen a misa asiduamente, el resto no, han venido a ayudar porque hacía falta, y ya está-. Y el caso es que yo sólo había llamado a la gente asidua a la parroquia, que no vino, los otros es que se enteraron.
A Jesús le preguntan quienes son los que van a salvarse, pero él no les da una respuesta fácil, no les dice haced esto y esto, para poder pasar a la vida eterna, sino que les indica que no existen unos salvados oficiales. Él está hablando a una gente que pensaba que por el hecho de pertenecer al pueblo de Israel, ya estaban salvados.
Pero hoy nos está hablando a nosotros, a la gente de hoy. Los que más practican, los que más rezan, los que más actos de piedad realizan, no están salvados sólo por eso.
En la línea de la semana anterior, Jesús no se conforma con la tibieza, no podemos ser cristianos que adoran a todo lo que se ponga por delante, que rinden culto a cualquier cosa.
Ser cristianos con las cosas claras, sabiendo que la vida eterna es una labor del día a día. Pero no sintiéndonos salvados por eso, como los judíos, sino confiando en la misericordia de Dios, el único que puede salvar.
Pasar por su puerta, por la puerta estrecha, la puerta por la que sólo cabe el amor y la misericordia. La puerta por la que no caben los bultos de rezos y devociones vacías. La puerta por la que no caben “los de siempre”, sino los que siempre han amado.
Quedarse fuera quien siempre tiene a Dios en los labios, pero no en su vida. Quedarse fuera los que juzgan con fiereza los defectos del hermano, pero nunca mira en su propio interior, en los rincones del alma. Quedarse fuera los que se confiesan de sus pecadillos, pero nunca quieren hacer examen de conciencia porque temen ver un alma egoísta, que sólo se ha adorado a si mismo y ha adormecido la conciencia con “caridades”.
Luchar por entrar por la puerta estrecha. Y para caber por esa puerta hay que liberarse de toda la morralla religiosa. No es cuestión de “ir a misa”, sino celebrar la eucaristía como la fiesta de la fraternidad con el hermano, en este Dios que se nos hace presente. No es cuestión de llenar el día de “rezos”, sino de una oración que me mantiene unido al hermano y con él a Dios. No es cuestión de “caridades”, sino de compartir con el hermano que nos necesita lo que somos y tenemos.
Si queremos caber por la puerta estrecha, si queremos ser reconocidos como los de Cristo, lo tenemos muy fácil. Recuperar la belleza con la que salimos de las aguas bautismales, darnos enteramente al amor y a la misericordia, y dejarnos confiados en las manos de Cristo. Pues él es el único Salvador, el único autor de vida eterna.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 16 de agosto de 2013

Comentario a la Asunción de la Virgen

ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
Recuerdo en una ocasión, a la salida de la misa de la Asunción de la Virgen, se me acercó uno y me dijo: .-Si los curas dijeseis las cosas y tuvieseis las cosas tan claras como la Virgen María, qué pasaría-. No me quedó más remedio que decirle que en la historia de la Iglesia ha habido mucha gente que ha entendido así las cosas y a esos les hemos puesto un nombre. El otro me dijo qué nombre. Yo le dije MÁRTIRES.
Cuando se va leyendo el Magníficat uno va sintiendo una cierta desazón, una inquietud, un descolocarnos que nos lleva a sentir una vergüenza infinita, al ver lo que estamos haciendo con el Evangelio y encima tenemos la desfachatez de llamarnos cristianos.
La Virgen María, la más grande de todos los nacidos, la que el Señor cuida desde el principio de los tiempos, se llama “la esclava”. Mientras que nosotros siempre queremos que se nos sometan todos aquellos que no piensan como nosotros o sienten distinto. Nos sentimos señores sin aceptar una contradicción y miramos con desprecio a los “otros”.
La Virgen María siempre se ofreció como un instrumento, libre, en las manos del Señor. Para que él dispusiese de su libertad. Para que obrase como quisiese por su medio, que la utilizase a su voluntad, barro blando en las manos del Señor, sin ofrecer resistencia. Porque sabe que Dios es amor y misericordia y todo lo que salga de su corazón es felicidad para todos.
La Virgen María sabe que nuestros valores, que nuestras escalas de importancia, no son los suyos. Que Dios va a descolocarlo todo, que le va a dar la vuelta a la cosa. Que a los “importantes” él los va a medir con el rasero de la bondad de su corazón, esa es para Dios la única importancia, el único valor que se mira.
Que aquellos que son humildes, los que saben de sus grandezas y sus miserias, los que comienzan cada día pidiendo ayuda para iniciar la tarea, pero que son ellos los que mueven el mundo, los que lo llevan adelante, pero sin mirar en su propio beneficio, sino en el bien común. A eso es a los que el Señor levanta del polvo y los pone junto a si, porque sabe que sólo ellos van a llevar adelante su plan de salvación preparado desde el principio de los tiempos. Y los llena hasta el colmo de sus bienes.
Como decía aquel amigo, a la Virgen María se le entienden todas las cosas, se sabe perfectamente por donde va y cual es el camino que Dios quiere para nosotros.
Por eso Dios la cuidó y la protegió en todo instante. El pecado no encontró espacio en ella, y la muerte no pudo desfigurarla. ¿Cómo iba a deformar la muerte ese cuerpo que fue el sagrario donde se alojó el mismo Dios? El tabernáculo maravilloso donde la Palabra eterna tiene el más grande de los espacios.
Pero lo más grande, es que con ese camino que María estrena hacia el cielo, es la senda por donde hemos de ir todos, el camino que nos va a llevar a la presencia del Dios de las misericordias, donde todos somos felices y que Ella abre para que la podamos seguir.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 15 de agosto de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 18 de agosto

DOMINGO VEINTE DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que estábamos un grupo hablando, cuando llegó uno quejándose de cómo lo había tratado su cuñado. Uno del grupo le dio toda la razón. Al poco llegó el cuñado y nos contó su versión, el mismo de antes también le dio la razón. Cuando se fue otro del grupo le dice: .-Macho, tú te has empeñado en llevarte bien con Dios y con el Diablo al mismo tiempo-.
Todos queremos la paz y la armonía, pero no a cualquier precio. Todos queremos llevarnos muy bien con todos, pero no podemos condescender con todos ni con todo. Son tiempo de definirnos, de hacer una opción clara por Cristo y su Evangelio.
Son tiempos de denunciar claramente la injusticia, los abusos, la corrupción, el pecado en suma. El cristiano ha de ser una persona de paz, pero desde una confrontación clara con un mundo que quiere borrar a Dios de todos los ámbitos sociales. Una confrontación con aquellos que están empeñados en borrar todos los valores, en devaluar todas las virtudes.
Tenemos que ser gente polémica en nuestro estilo de vida. El cristiano ha de llamar la atención en su estilo, ha de chocar con el modo de vida de los demás, ha de molestar a todos los que quieren ir de buenos sin renunciar a nada de este mundo egoísta y consumista.
Porque podemos ser causa de escándalo y decepción de aquellos que quieren buscar a Cristo, de aquellos que tienen necesidad de Dios en sus vidas. En una ocasión fui testigo de una disputa de un adolescente y su madre, que le regañaba por no haber ido a misa el domingo. El chaval le respondió: .-Si tú, que dices ser católica practicante, vives igual que la tía Enriqueta que es una atea convencida, para qué me sirve a mi tu fe-.
Ese puede ser el gran problema, que nuestra comodidad, nuestra indiferencia, se convierta en un auténtico fariseísmo.
No nos tiene que dar miedo enfrentarnos a quienes niegan la presencia de Dios en el mundo. Nuestro martirio es necesario. Si no un martirio cruento, si un martirio sociológico. Ser causa de ataques, de desprecios. De marginaciones por la fe en Cristo. Por vivir según él nos dejó marcado, por defender a nuestras creencias, tanto con la palabra como con el estilo de vida. Que incomodemos a todos los que viven sólo para ellos, a todos los que no son capaces de tender la mano al hermano que suplica, a todos los que quieren sembrar una cultura de muerte.
Que incomodemos a los que piensan que el mundo está para su exclusivo placer, a todos los que se han fabricado su propio Dios y lo adoran sin necesidad de amar al prójimo.
Que prendamos fuego al mundo. Pero con el fuego del Espíritu, ese fuego que arde en todos los corazones generosos, en todos los corazones compasivos, en todos los corazones que no se conforman con que el dolor campe a sus anchas y se empeñan en ser bálsamo saludable para todo el que sufre.
Es cierto que este amor va a encontrar una férrea oposición. Es un tiempo de lucha para que el Reino de Dios encuentre un espacio en todos. Y en esa lucha está Cristo, hombro con hombro con nosotros.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 9 de agosto de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 11 de agosto

DOMINGO DIECINUEVE DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, un funeral muy especial. En aquella zona los entierros eran acontecimientos sociales. El velatorio era la noche entera todos los vecinos y el entierro acompañado por todos, a la iglesia y al cementerio, a donde se le llevaba el ataúd en hombros. Pero murió el Tío lobo (su apodo era más feo aún). Nadie recordaba ni una palabra amable de él. Echó de su casa a sus hijas y a su mujer, que se fueron del pueblo y cuando quisieron verlo, en varias ocasiones, no las recibió. Murió solo y el funerario tuvo que contratar a dos jóvenes para que le ayudaran, no hubo ni una persona para llevar la cruz, fui yo solo. Echaron el ataúd a un remolque tirado por un tractor y fuimos para la Iglesia y en la puerta me dicen: .-D. Santiago, récele lo que quiera aquí fuera, que no lo vamos a pasar dentro, que a este… le hemos hecho muchos más honores de los que se merecía-. Montaron y se fueron al cementerio, mientras veía como el ataúd rebotaba solo en la caja del remolque.
Y pensé que vendrían sus hijas y su mujer, a las que odiaba y, como herederas legítimas, se harían de todo, como así fue. Había acumulado dinero sólo para él, odió a todos y ese odio fue lo único que se llevó.
Con lo fácil que es acumular un tesoro de autentico valor, de un valor incalculable. Un tesoro que nadie nos va a poder quitar. Ese tesoro del que nos habla el Señor.
Una mano generosa tendida a aquel que nos pide una ayuda, compartiendo esos bienes que Dios nos ha dado para que los administremos en su nombre y los convirtamos en caridad y alegría.
Una sonrisa que sea bálsamo en tantos corazones tristes y vacíos que hoy deambulan por esta sociedad materialista que hemos creado.
Un compartir y acompañar a aquel que está pasando un momento de dolor y oscuridad. Ser compañero comprensivo y fiel, para que el otro no se vea solo. Ser la mano y el calor de Jesús para que salga de ese túnel, de esa noche oscura en la que vive, y salga lleno de esperanza.
Tener la Palabra de Dios como instrumento de apertura, para que todos los que han perdido el sentido a la existencia, encuentren una razón sólida y válida para andar por la vida.
Esto si que es acumular un tesoro, que no sólo nos hace ricos de verdad, sino que podemos enriquecer a todos aquellos que nos rodean.
Me vais a permitir que termine con una anécdota. No hace mucho fui a visitar a mis queridas Hijas de la Caridad y me quedé ayudando en el comedor social que tienen en esa casa. Vi que me llamaba un señor, que ayudaba y era distinto y me dice: .-Padre, que sentido del humor que tiene Dios. He sido un empresario de los muchos que quedaron sin nada. En mis buenos tiempos las hermanas me pidieron ayuda y siempre la negué. Cuando me hundí del todo me trajeron aquí, me dieron un techo, comida e ilusión. He recuperado gran parte de mi dinero, pero ya no puedo prescindir de esto, ahora sé en que gastarlo-. Cuando terminó el último turno nos sentamos nosotros a comer y habló mucho tiempo. Ahora si que es rico de verdad, ahora es cuando tiene un tesoro que ni la polilla corroe, ni los ladrones le pueden quitar.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 2 de agosto de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 4 de agosto

DOMINGO DIECIOCHO DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que, estando en la puerta de la iglesia de una de mis parroquias anteriores con un grupo de personas, se celebraba una campaña con su colecta. Apareció un grupo de niños con sus huchas, que se acercaron a un hombre que había allí. Éste no sólo no les dio nada sino que los apartó de malas maneras. Serios se nos acercaron y todos les echamos una cantidad, más de lo que teníamos pensado al principio y se fueron tan felices. El otro se nos acercó y nos dijo que “éramos muy dadivosos, ya nos acordaríamos de esos dineros”. Uno del grupo le dijo: .-No te casaste por no mantener una mujer, vives solo entre mugre por no pagar a alguien que te limpie. La verdad es que te están luciendo tus millones-. El otro se fue enfadado y murmurando por lo bajo. Todos lo miramos con pena.
Leyendo el Evangelio de este domingo uno se tiene que plantear en qué basamos la seguridad del presente y del futuro. Qué tipo de seguridad es la que queremos.
Más que nunca se ofrecen planes de pensiones, seguros de vida, fondos de inversión. En resumen, asegurarnos los medios materiales para poder “vivir cuando no nos valgamos”. Yo no digo si esto está bien o está mal. Al fin y al cabo nos hemos pasado la vida laboral pagando a la Seguridad Social para tener una pensión en la vejez. Tener una cantidad segura de dinero para poder vivir, más o menos bien.
Sin embargo no nos hemos asegurado el futuro en nada. Tenemos una sociedad que se libra de todo aquello que no le es rentable, que le impide el gozo inmediato. Residencias de ancianos por todas partes, donde apartar a aquellas personas que nos lo dieron todo y dependen de nuestro amor, pero no lo encuentran. Y esta sociedad la hemos creado nosotros, los mayores. En un momento apartamos del corazón de los hijos y los nietos, la generosidad y la entrega amorosa. Esa que nos hizo cuidar con cariño de nuestros mayores en nuestras casas. Que mal “plan de pensiones nos creamos”.
Creo que es el momento de comenzar a gastarnos lo que somos y tenemos en esperanza y vida. Sembrar alegría en todo aquellos que nos rodea. Recuperar la generosidad y la entrega amorosa. Vivir al día en alegría, gastarla totalmente en cada jornada porque mañana podremos estrenar otra.
Ser conscientes que el amor al prójimo cuanto más se da más crece. Cuanto más damos más tenemos. Tener una inmensa fortuna acumulada en el corazón de todos, en el corazón de Dios.
Darnos constantemente, pero al mismo tiempo, empapar a los otros ese ambiente de generosidad del que Dios es el origen. Él no acumuló nada para el mañana. Se gastó totalmente en nosotros. Se nos dio absolutamente y se nos sigue dando en cada momento.
Crear esa sociedad en la que unos se puedan apoyar en los otros. Donde la seguridad del mañana se base en el amor del presente. Donde miremos al Señor como el único aval del futuro, como la única garantía que nos prometa ese futuro de alegría que se consigue, cuando se ha gastado la vida en amor a los otros, y sentirnos seguros en las manos de Dios.

Santiago Rodrigo Ruiz


viernes, 26 de julio de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 28 de julio

DOMINGO DIECISIETE DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que yo necesitaba una ayuda y había una persona que me la podía facilitar. Pedir no es fácil, por lo que me acerqué a aquella persona, nervioso y con la cabeza gacha. Llamé a su puerta y me salió a recibir con una gran sonrisa, nos sentamos y dando muchos rodeos comencé a plantearle el problema. Me escuchaba sonriendo y me dijo que hacía unos días había dado los pasos para solucionar el problema y me estaba esperando. Entonces se puso serio y me miró a los ojos diciendo: -Estaba apenado al no verte, no porque vinieses a hablar conmigo, sino porque tu ausencia la interpretaba como una duda de mi afecto hacia ti-.
Qué es la oración sino un deseo de entrar en contacto con este Dios que nos quiere, que desea estar siempre con nosotros, hablar con nosotros, estar en contacto con nosotros. Un diálogo en cercanía y en intimidad, un diálogo de aquellos que se aman y lo quieren así.
Pero la oración ha de ser manifestación de nuestra vida, de nuestro hacer. Porque si decimos “Padre nuestro”, es por dos cosas: Porque consideramos a Dios nuestro padre y porque vemos al prójimo como nuestro hermano.
¿Quién se puede atrever a llamar a Dios, Padre, si no le duele el sufrimiento del hermano, si no comparte con él todos sus gozos y sus penas, todos los medios que Dios ha puesto en nuestra vida, aquello que nos hace felices y aquello que nos hace llorar?
Porque decir palabras es fácil, llenarlas de vida no tanto. Llamar a Dios “Padre nuestro” es fácil, sentirlo como tal y al otro como nuestro hermano, no tanto. Son palabras que nos sabemos de memoria, las utilizamos para cualquier cosa, las repetimos constantemente, incluso para que “nos toque la lotería”.
Nos hemos familiarizado tanto con estas palabras que las decimos en cualquier momento, con cualquier motivo. Es algo que nos cuesta tan poquito trabajo repetir que  lo vamos soltando como una inercia.
Sin embargo la oración del Señor es una auténtica declaración de intenciones, es manifestar públicamente lo que creemos y el por qué creemos.
Confesar a Dios como Padre, sabernos hijos suyos, declarar que su presencia es lo más alto a lo que podemos aspirar.
Reconocernos mendicantes del pan de hoy y del mañana, que no lo merecemos y por eso lo suplicamos.
Sabernos pecadores, aspirar al perdón, con la condición de perdonar a todo aquel que en algún momento nos hirió.
Pero, sobre todo, reconocer nuestra impotencia para librarnos de todo lo malo que nos acecha. Reconocer que si Dios no nos ayuda no podemos librarnos de los peligros de esta vida, peligros que amenazan nuestro futuro y nuestra esperanza.
Por eso el Padre nuestro, es la oración de la gente sencilla, de la gente que se sabe necesitada de Dios y del hermano, de la gente que suplica a Dios y al prójimo para poder caminar por este mundo con la vida que se nos ha dado para que la gastemos sólo en hacer feliz al otro. La única manera de poder ser felices nosotros.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 18 de julio de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 21 de julio

DOMINGO DIECISEIS DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, en mi primera Navidad en Griñón, vino a verme un sacerdote muy mayor, por el que siento veneración, con el que me reúno siempre que me es posible ir a Madrid, al que escucho durante horas y al que consulto todo. Preparé la comida que sé que más les gustaba a él y al amigo que lo trajo, el mejor vino y todo perfecto. Yo no paraba para atenderlos lo mejor posible. Hasta que me dijo: .-Estate quieto puñetas, hemos venido a estar contigo, comida y bebida tengo yo en mi casa-. No me quedó más remedio que sentarme y atenderlos de verdad.
Lo fácil es “dar cosas”, lo difícil es acoger de verdad, que la persona que viene a casa comparta nuestras vidas, sea la dueña de nuestro tiempo, de nuestra atención, de nuestro cariño. Acoger en nuestras vidas, en nuestra intimidad, en nuestro ser, en nuestro ambiente más propio.
Porque tenemos miedo a ser realmente caritativos, amadores del hermano. Damos una limosna al pobre que encontramos, incluso abundante. Pero que se vaya, no hay sitio para él en nuestra vida. Ni un plato de comida en nuestra mesa, ni una cama en esa habitación que tenemos vacía.
Alguna vez cuando paseo por las calles y veo esos chales tan grandes en los que viven muy pocas personas, digo: ¡Qué cosas! Pero rápidamente vuelvo a mí y me digo, si yo tengo una habitación vacía con dos camas y como no venga alguna visita, siempre están vacías.
Porque acoger al que llega, pero acoger con el alma, asusta. Es más fácil dar cosas, poner una gran mesa, pero sin ofrecer lo que realmente vale. Ofrecer nuestro tiempo y nuestro espacio, darlo, dejarnos invadir totalmente.
Marta estaba de acá para allá, pero al margen de la persona que había llegado a su casa, sin darse cuenta de que el mismo Dios quería tomar parte de su intimidad, que la quería a ella, no a sus cosas, que quería compartir su corazón y su vida, que no había ido a su casa a que le dieran cosas, sino a ella misma, y eso no lo había captado.
Estamos en un tiempo en el que se para la actividad para ese descanso que se ofrece. Los medios y las empresas ofrecen  una inmensidad de actividades para que ocupemos ese tiempo en actividades, más desenfrenadas todavía.
Detengámonos, paremos las actividades y miremos como el tiempo pasa a nuestro lado lentísimamente. Miremos nuestro corazón y miremos al Señor que quiere hablarnos desde lo más profundo. Que quiere ser íntimo con nosotros, sin intermediarios, sin mediadores, cara a cara. Mirarnos a los ojos para que nosotros podamos vernos en los suyos.
El trabajo y el esfuerzo de Marta era necesario, pero en aquel momento, lo que el Señor quería era su corazón, su intimidad y su escucha.
El trabajo y el esfuerzo son necesarios, imprescindibles. Pero hay que saber parar de vez en cuando, y, como María, escuchar al Señor que quiere hablar contigo de un modo cercano, sin distracciones, sin perdernos en el hacer constante de cada día. Ser María de vez en cuando, no es convertirse en parásito, es ser valiente para dejarlo todo y escuchar a ese Dios que te quiere hablar al alma y que quiere ser acogido.

Santiago Rodrigo Ruiz