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jueves, 24 de septiembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 27 de septiembre, Vigésimo Sexto de Tiempo Ordinario

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

Cuando Juan afirma que no es de los nuestros, su intención es defender el buen nombre de Jesús y del grupo. Pero sin darse cuenta está fabricando una secta de los “buenos”, de los que siguen a Jesús y lo aman. Por eso la reacción de Cristo es la lógica, al decirle que todo el que habla bien de Él está con ellos. Es repetir la frase de Moisés de que ojala todo el pueblo fuera profeta, porque eso querría decir que el Espíritu Santo los había tocado a todos, ya que es libre para actuar como le parece y en el momento que considera oportuno. Pues el Espíritu Santo no conoce fronteras ni es propiedad de nadie.
Pero en tantas ocasiones lo consideramos de nuestra propiedad que alzamos nuestro dedo acusador, que separamos el mundo entre los que son y sienten como nosotros  y lo que no, “los otros”.
Por eso, mejor que alzar contra “los otros” nuestro dedo acusador y mirarlos con desconfianza, sería mejor que nos miráramos a nosotros mismos, los que quizá nos creemos con ciertos derechos adquiridos, los que a veces identificamos el Evangelio con una determinada opción política, social o religiosa.
Mirarnos y preguntarnos si somos fieles discípulos de Jesucristo o si, con nuestra tibieza y nuestro modo de vivir y hacer justicia, estamos escandalizando a esos “otros” y dificultándoles el pleno encuentro con Jesús.
La Eucaristía siempre es un momento en el que recordamos y actualizamos la muerte y resurrección de Jesucristo. El Señor se nos muestra con los brazos abiertos de par en par, para acoger a todo el que con humilde y sincero corazón, le busca, sea quien sea, de la raza, de la idea o de la nación que sea.
Por eso debemos compartirla con corazón humilde y sencillo, con una sincera gratitud. Sintiéndonos unos cerca de otros, sin que existan “los otros”, esos que no son como nosotros ni tienen necesidad de serlo.
Nadie tiene derecho a monopolizar y apropiarse de la gracia del Espíritu Santo y del mensaje del Evangelio. Por descontado que nosotros tampoco. Aquí si que tenemos que recordar la frase del Señor: “Vendrán de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa del Reino”; en cambio muchos “de los nuestros” serán arrojados fuera.
Y es que el criterio con que al término de nuestras vidas seremos juzgados, no es otro que el de las Bienaventuranzas, nuestra capacidad de dar de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo, de ser pobres de espíritu, de luchar por la paz y la justicia…
No van a mirarnos el color de la piel, no van a valernos las tarjetas de recomendación, ni nos van a pedir un visado especial de ser de “los buenos”. Lo que se nos va a recordar es si hemos amado de verdad, si hemos demostrado con nuestra vida lo que hemos dicho creer. Si hemos sido capaces de despojarnos para que el hermano tenga aquello que necesita. Si nunca hemos acallado la voz de Dios que quería gritar desde nosotros su misericordia.
Jesús nos invita a mutilarnos todo lo que se opone a que caminemos a su lado, todo lo que nos frena para acercarnos a su presencia. A que eliminemos de nuestra vida todo aquello que se opone al plan de Dios, y que tantas veces escandaliza al hermano. Que puede llegar a pensar al vernos que no vale la pena creer en Jesús. Sino ser testigos veraces y sin disimulo de la misericordia de un Dios que nos quiere a todos por igual.

Santiago Rodrigo Ruiz

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