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jueves, 29 de enero de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 1 de febrero, Cuarto del Tiempo Ordinario

TIEMPO ORDINARIO CUARTO DOMINGO

El poder no da la autoridad, puede conseguir la obediencia, la sumisión, pero para ello ha de utilizar la fuerza. Los partidos políticos se matan por el poder, y cuando lo consiguen precisan de la fuerza de las leyes y de la policía que las custodia para que sean obedecidas.
Porque el poder, en la mayoría de los casos, especialmente a gran escala, no busca el servir al pueblo, especialmente al más pobre y humilde. Quieren imponer su estilo de ver las cosas, sus criterios, su ideología. Apoyados en sus mayorías, hacen que el resto no les quede más remedio que aceptar, someterse, les guste o no les guste. Eso cuando el poder no se corrompe y se convierte en una especie de tiranía “surgida de las urnas”.
La autoridad es algo muy distinto, porque la autoridad emana de la convicción de la persona, de vivir empapado de verdad hasta el último de los poros, de eso que dice, de cumplir eso de lo que habla. La autoridad atrae, “engancha”, y hace que se le siga con el convencimiento de que es un camino real.
Los judíos estaban acostumbrados a los fariseos, los escribas y la clase dominante. Eran gente poderosa, se valían de la Ley de Dios para conducir al pueblo, no a donde debía ir, sino por los caminos que ellos querían. Las gentes les temía, porque desobedecerlos o criticarlos siempre les traían malas consecuencias.
Pero en Cristo experimentan algo nuevo, lo que les está diciendo es nuevo. No les está amenazando con castigos eternos, con marginaciones sociales, con quedar fuera de todo. Les está presentando a Dios como un Padre, pero lo dice desde su convicción de ser el Hijo. Les está diciendo que abandonen todo miedo, que se sientan realmente libres, porque así los quiere Dios.
Jesús pasa a su lado liberando de todo lo que asfixia y estrangula al hombre. Le va quitando todos los obstáculos que la vida le pone en el camino, le va abriendo un camino distinto. Pero lo hace desde su vivencia personal de libertad y eso es lo que le da una autoridad que convence a todos los que lo rodean. Porque lo ven como vencedor del diablo y del mal. Es una autoridad que sólo puede venir de Dios, es la autoridad de quien se pasa la vida haciendo el bien. Y marca el camino.
El Papa Francisco, cuando habla a los Superiores Generales de las órdenes y congregaciones les dice: “Sabed ejercer siempre la autoridad acompañando, comprendiendo, amando, ayudando, abrazando a todos, especialmente a las personas que se sienten solas, excluidas… mantengamos la mirada dirigida a la Cruz, allí se coloca toda autoridad de la Iglesia, donde Aquel que es el Señor se hace siervo hasta la entrega total de sí…”
Si queremos tener autoridad, pero autoridad de verdad, seamos servidores de los hermanos, los últimos a la hora de reclamar y los primeros a la hora de ofrecer. No con altanería, ni convencidos de que el mundo nos tiene que estar agradecido. Al contrario, agradeciendo al hermano que nos permita ser sus servidores, que nos permita poner en práctica aquello que es el mayor de los dones recibidos, la capacidad de darse amando, pero amando de verdad al hermano, siendo su servidor y sintiéndonos felices de serlo, ya que es el mejor modo, el camino más corto posible de parecernos a Cristo, que no vino a ser servido sino a servir.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 23 de enero de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 25 de enero, Tercero del Tiempo Ordinario

TIEMPO ORDINARIO TERCER DOMINGO

Ha terminado el tiempo de Juan el Bautista y comienza el tiempo de Cristo. Es un tiempo nuevo, es el tiempo de no mirar atrás. El Evangelio nos relata como Jesús va llamando a los discípulos y éstos dejando todo, sin preguntar nada, lo siguen. No saben a qué aventura se enfrentan, para qué misión se los llama, en qué ha de dedicar su tiempo y su esfuerzo. Pero ellos siguen a Jesús, intuyen que algo nuevo está comenzando, que este que les llama no es alguien normal, tiene una fuerza, emana un poder que los atrae, y esa será su vida. Comenzar de nuevo, estrenar existencia, dejar enterrado todo lo viejo.
Porque eso significa conversión, girarse, darse la vuelta, cambiar la dirección. Estrenar vida y valores, y en este caso abandonar todo lo antiguo para unirse a la vida y al estilo de Cristo. Porque Jesús nos presenta a Dios como algo nuevo. Ya no se le presenta como ese justiciero que castigaba con el dolor el pecado del hombre. Jesús nos presenta al Dios verdadero, el Dios del amor, el Dios de la misericordia, el Dios que perdona de verdad a los corazones arrepentidos.
Eso es lo que les pasa a los habitantes de Nínive cuando Jonás les dice que su pecado los va a destruir, se convierten de verdad. Cambian totalmente de modo de vida y se aferran con todas sus fuerzas a la misericordia de Dios, suplicándole su perdón. Y Dios se lo da inmediatamente, sin más condición que ese cambio de valores que se ha producido en su existencia y que les marca un nuevo mundo, pero un mundo más grato, un mundo más digno de ser vivido.
Y eso es lo que nos ofrece Jesús hoy, lo mismo que a las gentes de Nínive. Un nuevo vivir, ser capaces de salir al encuentro del otro para perdonar, sin que el otro tenga que dar el primer paso, sino que vea nuestras manos y nuestro corazón abiertos.
Ser realmente solidarios, compartiendo con ellos el sufrir, nuestros bienes, dando esa palabra cariñosa y comprensiva que tanto necesitan, una palabra que les haga mirar el mañana con gozo, con esperanza. Compartir las penas para transformarlas en alegría.
Porque la palabra de Jesús es conversión y creer en el Evangelio, en la Buena-Noticia, esa que manifiesta la bondad de un Dios que no es el castigador y justiciero que se nos quería presentar. Sino en un Dios misericordioso y comprensivo, que nunca cierra las puertas de su corazón, que aunque nuestros pecados sean negros, Él los convierte en un corazón blanco con su amor que no se cansa de perdonar.
Convertirnos y creer en la Buena Noticia, girar el alma y la vida hacia su Palabra, hacia su programa de existencia, hacia su estilo de vivir, un vivir en solidaridad, amor, comprensión y perdón, es decir, vivir en felicidad, en la alegría de sentirnos amados al tiempo que amamos.
La conversión a Cristo es precisamente eso, un cielo nuevo y una tierra nueva. Es lo que aparece cuando tenemos la experiencia del Señor Resucitado, cuando le hemos hecho un espacio fundamental en nuestro vivir de cada día.
Y ese mundo nuevo que estrenamos en Cristo es el mundo de la dicha, de vivir cada instante aspirando la vida con todas nuestras fuerzas, porque es la vida que vivimos en Cristo. Y cuando una vida se basa en su persona sólo queda la dicha, solo queda saborear esta vida que hemos hecho ofrenda, libre y alegre con todo aquel que nos necesita y en el que siempre está Cristo.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 15 de enero de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 18 de enero, Segundo del Tiempo Ordinario

TIEMPO ORDINARIO SEGUNDO DOMINGO

Juan está con dos de sus discípulos, les muestra a Jesús y se lo señala como aquel a quien esperaron los tiempos. Ellos lo siguen, no saben a donde, no saben para qué, sólo aquello que les ha dicho Juan y lo único que se les ocurre preguntar es donde vive, y él sólo les dice que lo sigan.
Como en aquellos tiempos de Samuel ya no se oye la voz de los profetas, el pueblo sólo escucha a los sacerdotes y a los maestros de la ley, pero eso les suena a hueco, no identifican en esas palabras a Dios que les hable, que se quiera comunicar con ellos. No encuentran una enseñanza con autoridad, con la autoridad de quien enseñe con la palabra de Dios, no con su propia doctrina. Por eso Juan repite una y otra vez que él no es el que se esperaba, que su palabra es sólo una invitación a la conversión. Pero también afirma que Dios ya está con  nosotros, que el que anunciaron los profetas está allí, aunque él no es digno ante Él, porque Dios ha visitado a su pueblo.
Por eso los discípulos siguen a Jesús confiados, esperanzados de que por fin Dios ha cumplido su promesa, y que ellos tienen un papel en este momento redentor, en este tiempo de salvación, se fían, siguen a Jesús sin preguntarle para qué, quieren ser instrumentos en sus manos.
Iniciamos el llamado Tiempo Ordinario, no es un tiempo sin sentido, monótono, sino el momento de construir el Reino de Dios con todo lo que hemos recibido en esos tiempos de Adviento, Navidad, se continuará con Cuaresma y Pascua. Pero es el tiempo de hacer.
Imaginaros un gran proyecto, una gran obra. Llega el momento de presentación, de primeras piedras, etc. Todo muy solemne y muy emotivo. Pero al día siguiente comienzan a llegar los materiales y los trabajadores, que de una forma monótona, ordinaria, día a día, hacen realidad aquel gran proyecto. Que una vez terminado será inaugurado por los importantes y nadie recordará a aquellos que de una forma anónima la hicieron realidad, pero serán los autores de verdad.
Dios, Jesús, nos sigue llamando, sigue insistiendo que le somos necesarios para establecer su reino, para que su Palabra llegue a nosotros, para que su salvación alcance a todos, para que su mundo de amor y misericordia sea construido, un mundo donde los hombres sean realmente hermanos.
Nos quiere trabajadores que no busquen la notoriedad personal, “ordinarios” que sean gente dispuesta a poner “toda la carne en el asador” dispuestos a anunciar el Reino con su palabra y especialmente con su vida. Y si le preguntamos cómo hemos de hacerlo nos dirá: .-“Vivid con todas vuestras fuerzas y lo veréis, veréis crecer el grano para convertirse en espiga, de un modo silencioso y discreto, pero inexorable”-.
Pide que lo sigamos como voluntarios generosos y alegres, confiando que la misión que nos espera es la más grande, seguros de quien nos llama, seguros de que la persona de Cristo es la esperanza cumplida. Seguros que seguirlo es lograr la más perfecta de las felicidades, la más inmensa de las alegrías.
Nos pide que lo sigamos en lo monótono de cada día para convertirlo en una aventura luminosa. Nos dice que no hay un tiempo ordinario, oscuro. Como el grano de trigo cuando está bajo tierra, invisible a todos, pero que está dando el milagro de la vida y la alegría de la espiga, plena de esa realidad feliz que Dios quiso para nosotros y por lo que creó todas las cosas.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 9 de enero de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 11 de enero, Domingo del Bautismo del Señor

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

El ciclo de Navidad se cierra, y se abre la primera semana del Tiempo Ordinario con la fiesta del Bautismo del Señor. Es, por decirlo de algún modo, el momento en que Jesús tiene plena conciencia de su misión, conoce con toda claridad el camino que le queda por andar.
Es un momento en que la Trinidad se manifiesta para rubricar este tiempo de redención que se inicia en la misma Encarnación de Cristo. Jesús dentro del agua, mezclado con la más pura humanidad, que siente en lo más profundo de su corazón esas palabras del Padre que le inicia la senda para que la Buena Noticia se haga un sitio entre nosotros. Y al mismo tiempo el Espíritu Santo que se le posa, que lo envuelve como una brisa suave, como el vuelo de una paloma.
Ante Él Juan desconcertado no sabe que hacer, porque no se atreve a imponer ese bautismo por el que enviaba a la penitencia a los pecadores, a este que tiene ante él, sin sombra de pecado, sin la más remota necesidad de arrepentimiento, pues el que tiene ante él es la santidad más perfecta.
Todos sienten ese ambiente, ese calor de Dios que ha bajado ante ellos, Es un momento en que el cielo y la tierra se unen. La santidad ya si tiene un espacio en la creación, el Santo participa de la humanidad, y eso sobrecoge a todos los presentes, especialmente Juan que sabe que él debe menguar para que Cristo crezca.
Y es nuestro momento, ese momento que se cierra con broche de oro en la Pascua del Señor, cuando todo se abre. Es el momento de tomar conciencia de lo que significa nuestro bautismo. Saber qué es nuestro bautismo, saber qué es estar bautizado.
Que para santificarme no tengo que salirme de este mundo, que “tanto amó Dios que le entregó a su único Hijo”. Que estar bautizado es vivir en la esperanza firme de que estamos llamados, y así hemos de sentirnos, a transformar el mundo según el corazón de Dios. Con los pies bien puestos en el suelo y el corazón en el amor de Dios.
Estar bautizado es saborear el gozo de convivir codo con codo con nuestros hermanos. Experimentarse cercano a los gozos y las esperanzas de todos. Es saber que la santidad se vive en las entrañas del mundo.
Estar bautizado es vivir siempre el gozo y la alegría de quien sabe que Dios se hizo hombre con todas las consecuencias. Es saber que todo lo humano es digno de ser vivido si lo hacemos unidos a Cristo.
Estar bautizado es descubrir que un laico, un bautizado normal, vive en la Iglesia y en el mundo con los sentimientos de Cristo. Vivir la Iglesia y el mundo como un todo que me acerca a Dios sin separarme de los hermanos. Pero que me acerca más a aquellos más débiles, a los más pobres y necesitados a los que menos cuentan en el mundo, pero que ocupan el primer lugar en la lista divina.
Estar bautizado es tener grabado a fuego en toda el alma las palabras del Señor: “Tuve hambre, tuve sed, estuve solo y desnudo, enfermo y en la cárcel, emigrante y marginado, pero nunca estuve desamparado porque te tuve a ti, que siempre me veías a mi en tantos hermanos que te tendieron la mano y nunca se quedaron vacías”. Es porque estar bautizado es participar en plenitud del misterio total de Cristo, en su vida, en su apostolado, en su muerte y en su resurrección, donde todo empieza.

Santiago Rodrigo Ruiz

domingo, 4 de enero de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del día 6 de enero, Epifanía del Señor

EPIFANÍA DEL SEÑOR

La Epifanía es la más antigua celebración de las fiestas de Navidad, y en la Iglesia Ortodoxa la primera y fundamental. Es la manifestación de Cristo, en su nacimiento, a todos los pueblos.
La Iglesia siempre ha colocado tres momentos de la vida de Cristo como las manifestaciones más importantes y correlativas. La adoración de los Magos, el bautismo de Cristo en el Jordán y las bodas de Canaán. En ellas se manifiesta a las gentes, no a su grupo como ocurrirá en muchas ocasiones, sino al pueblo, y muestra en su divinidad y como Hijo amado del Padre, Dios-con-nosotros.
Pero esta fiesta de la adoración de los Magos, es ese momento es que Jesús es puesto ante el mundo en su totalidad, algo que se hace presente en los dones que los magos le ofrecen. Incienso como imagen de su divinidad, oro como signo  de su realeza y mirra como la más pura humanidad, ya que era la sustancia con la que se embalsamaba a los muertos.
Sin embargo estos dones que manifiestan a Cristo son también signo del futuro de todos y cada uno de nosotros. En esos dones hay un reflejo de nuestro ser cristiano como se ven en el ritual del bautismo.
La mirra se puede ver cuando salimos de las aguas bautismales, pasar de la muerte a la vida, para, por medio nuevamente de la muerte, a la vida definitiva. El oro y el incienso lo vemos en nuestra unción-crismación bautismal, en la que se nos unge como sacerdotes y reyes, participando de esa misión sagrada que nos permite a hacer la ofrenda a Dios, participando de su divinidad y asumiendo la misión, la realeza, de Cristo, no como señores de la creación, sino como sus custodios, no como sus dueños, sino encargados de concluirla según el deseo y el plan de Dios.
La tradición le ha dado otro significado viendo el origen de cada  uno de los Magos, cada uno viene de una de las partes del mundo conocidas en aquel momento, y los tres vienen a adorar al Dios-Rey que ha nacido. La presencia y la persona de Cristo tienen alcance universal. Ya no se reduce al ámbito de Israel, la promesa hecha a los padres alcanza al universo. Dios ya no puede ser encerrado en fronteras o tradiciones. Dios se ha encarnado para todos los hombres de la tierra: “…id por todo el mundo…” les dirá Jesús a sus discípulos como su último mandato.
Pero las fiestas del Señor no son sólo para proclamar su grandeza, para alabarlo y rendirle culto como nuestro Dios y Señor. Es también fiesta nuestra, la de todos sus hijos. En Cristo se va manifestando nuestro futuro, lo vamos viviendo como cumplimiento de su promesa redentora, su plan de salvación para nosotros es una realidad. El misterio de Cristo en sus manifestaciones (epifanías), nos muestran el reflejo de lo que Dios quiere para nosotros. Como su amor misericordioso es inagotable para cada uno de nosotros. Todos juntos en comunidad de amor hemos sido llamados a su presencia, a la participación de su amor infinito.
En la Epifanía Dios nos muestra como se ha acabado el tiempo de los intermediarios, se han acabado las palabras indirectas. Ahora es Dios mismo, en su Palabra hecha carne, quien viene a cogernos de la mano para que no perdamos el camino que nos acerca a Él y como desde su misma muerte ya ha sembrado en nosotros la semilla de la eternidad que se inicia en su Pascua.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 1 de enero de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 4 de enero, Segundo después de Navidad

SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD

Las otras religiones monoteístas, judíos y musulmanes, nos acusan de blasfemos porque representamos a Dios, porque lo pintamos, lo esculpimos y lo modelamos, porque la damos figura humana y , según ellos, reducimos a Dios.
Pero es que no saben que no sólo podemos hacerlo, sino que debemos hacerlo. Porque Dios tiene forma. Tiene una figura humana, tiene forma, cara expresión, tiene un cuerpo como el nuestro.
Porque Dios eterno, la Palabra eterna del Padre, el Hijo de Dios toma un cuerpo como el nuestro, estando nueve meses en el seno bendito de la Virgen María, naciendo Niño, con las debilidades y necesidades de cualquiera de nosotros, viviendo como uno de nosotros.
Pero sin ser simplemente uno de nosotros. Porque es el Verbo que pone su tienda entre nosotros, pero Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, como decimos en el Credo. Que viene a los suyos, pero los suyos no lo quieren recibir, tienen miedo de esa Luz, porque siempre se tiene miedo a la luz, ya que pone al descubierto todas las miserias estén donde estén. No hace ver nuestros pecados y eso nos hace débiles ante el mundo, nos hace frágiles ante los demás, nos hace sentirnos vulnerables. Por eso rechazamos esa luz, pero el rechazo a esta Luz, a Cristo mismo tiene unas malas consecuencia para nosotros, empeñados en ocultar nuestra parte más humana.
Porque rechazar esta luz hace que tampoco veamos nuestras grandezas, nuestras capacidades, nos hace difícil ver lo que tenemos de imagen y semejanza divina. Porque somos capaces de muchas grandezas, somos capaces de crear mucha belleza, mucha justicia, mucha armonía, mucha misericordia.
Acoger a Cristo, luz de Dios, dejarnos iluminar por esa luz, llenar de esa luz, es saber que los pasos que demos son pasos seguros. Y si tropezamos y caemos, enseguida vamos a saber como levantarnos, como volver a coger el camino que nos lleva a puerto seguro, el camino que nos lleva a Él.
Él es la luz sin sombra, la luz que no puede ser oscurecida por nada. Vivir iluminado por esta luz nos muestra el camino diáfano. No es que nos impida pecar, no es que nos impida caer, pero ese pecado lo vamos a descubrir enseguida, no vamos a permanecer en el pecado. En esa luz vamos a ver siempre el rostro misericordioso de Dios que nos va a hacer levantarnos y seguir nuestra vida con alegría.
Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron, y, a pesar de ser los primeros llamados, no se dejaron iluminar. Por eso Cristo rompe las fronteras y hace del mundo entero su pueblo, llamado a ser su pueblo, sus íntimos, los más cercanos. Porque Cristo, luz del mundo, Palabra eterna del Padre, abre los rayos de su luz a todos los hombres del mundo, apaga todas las oscuridades, todas las sombras de la tierra, apaga las oscuridades de todos los corazones.
Nosotros hemos de ser los que acojamos esa Luz, pero no sólo acogerla, sino como la antorcha olímpica, pasar su luz ha todos los hermanos. Ya que a la luz de Cristo, todos los hombres nos reconocemos con claridad, nos invitamos a luchar para apagar, eliminar todas las sombras que tanto nos hacen sufrir y nos deshumanizan. La luz de Cristo ha de ser conocida y deseada, casi con desesperación, porque es nuestra alegría, esa que nos permite estrenar cada año como un conjunto de posibilidades para hacer el bien.

Santiago Rodrigo Ruiz