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viernes, 9 de octubre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 11 de octubre, Vigésimo Octavo del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXVIII DE TIEMPO ORDINARIO

Es un episodio narrado con mucha intensidad. Un joven desconocido llega corriendo, se le postra y le pregunta el camino de la vida eterna. Jesús le señala en primer momento las normas “legales”. La respuesta del joven le agrada a Jesús, lo mira con cariño, y le propone la definitiva, vivir según Él, orientar la vida de un modo nuevo, desprenderse de lo que le agarra y le esclaviza, deshacerse de sus bienes, darlos a los que no tienen nada y seguirlo, para así poder poseerlo todo. Como dice el lema de Cáritas: “Vivir sencillamente para que otros puedan sencillamente vivir”
Este hombre se levanta y se aleja de Jesús. Olvida su mirada cariñosa y se va triste. Sabe que nunca podrá conocer la alegría y la libertad de quienes siguen a Jesús.
Era “muy rico”. Se había asegurado el bienestar en esta vida y quería asegurarse el bienestar de la vida eterna, buscaba algo que le diese ese futuro. Pero no estaba dispuesto a “pagar” el precio que Jesús le ha puesto, que es ninguno. Desprenderse de lo que lo ata a esta vida y poder volar con Cristo a la eterna.
Es el eterno enfrentamiento entre la libertad y la esclavitud. Entre poder ir sin miedo de que nadie te pueda robar nada, o rodearte de seguridades materiales que no te ofrecen una felicidad verdadera.
El joven rico se separó de Jesús apenado por no poder seguirlo. Jesús le ofrecía la libertad interior y el amor y él no pudo desprenderse de sus bienes. Esta es la tristeza del hombre: agarrarse a lo temporal, a lo que nunca se posee, sin la preocupación de que pueda desaparecer o perderse.
Jesús nos ofrece entrar en el Reino de Dios como un don que se acoge. Nos ofrece el amor que es entrega, servicio, desprendimiento. Jesús materialmente no tiene nada porque todo lo da. Pero esta misma capacidad de dar, de amar, es la única y verdadera riqueza del hombre porque es eterna, real, engrandece al hombre en la humildad y da alegría, mientras que el egoísmo y el temor la cierra.
Hay millones de seres humanos que no tienen el valor necesario para ser buenos. Y ello repercute negativamente en la marcha de la sociedad. Pero también hay muchas personas buenas. Son los que mantienen viva la esperanza de un futuro mejor. Los que dejan muchas cosas y cogen el camino del amor, de la amistad, de la gratuidad.
Lo que pasa es que estas personas no tienen “buena prensa”, pues la maldad se extiende con más facilidad. Pero hay personas que creen en el amor y en el sacrificio generoso por el hermano, especialmente el que más sufre. Los que han escuchado ese “vende lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme”.
El mundo necesita “poetas de la bondad” que sepan poner ternura a las relaciones sociales entre los seres humanos que se tambalean por las prisas del quehacer diario. Por eso no llegamos a disfrutar de la alegre profundidad de la vida, porque renunciamos a esa relación profunda con el hermano. Nos quedamos en la superficie, no valoramos debidamente el caudal de bondad de, acogida, de entrega generosa y de sacrificio por el otro que atesora cada persona en su interior.
Tenemos muchos dones que ofrecer. Ofrecerlos para que el mundo sea infinitamente más feliz. Pero para eso hay que liberarnos de lo que nos ata, para ser realmente felices siguiendo a Cristo y al modo de Cristo.

Santiago Rodrigo Ruiz

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