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viernes, 24 de junio de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 26 de Junio, Decimotercero del Tiempo Ordinario

DOMINGO TRECE DEL TIEMPO ORDINARIO
Va a ser siempre la lucha de Jesús, convencer a su gente que ha comenzado el mundo nuevo, que no se le puede seguir aferrado a los antiguos modos. Es preciso mirar siempre adelante. No es el tiempo de un mesianismo triunfal y de poder, es un mesianismo de servicio, de entrega ilimitada, tan ilimitada que la marcha a Jerusalén es para consumar el sacrificio, la entrega total y definitiva. Una entrega sin dominantes ni dominados.
No le debió sorprender la reacción de Santiago y Juan. La enemistad de judíos y cananeos era histórica, pensaban que la violencia era una solución. Pero Jesús les dice que nada de eso y adelante. El camino no va a ser fácil, pero eso no es causa para detenerse, para atrincherarse en un modo y un estilo que no da seguridad sino que aísla.
Y así se lo fue diciendo siempre a todos los que se le quisieron unir. Adelante, que “los muertos entierren a los muertos”, ellos tienen una misión y es anunciar el Evangelio, este mensaje y fuerza por el que el Espíritu renueva constantemente la faz de la tierra.
Es nuestro constante problema. Nos gusta el mensaje de Jesús, disfrutamos de su presencia, lo recibimos con alegría en la Eucaristía. Pero después nos vamos a casa a seguir igual, con nuestra vida acomodada, sin riesgos, sin “inventos raros”. No somos capaces de tomar el arado porque siempre estamos mirando hacia atrás, hacia las seguridades que nos hemos fabricado, pero que no nos protegen, sino que, como se ha dicho, nos aíslan.
Seguir a Jesús es entusiasmo, alegría, fiarse plenamente de Él, tomar ese camino que nos muestra y seguirlo. Buscarlo y verlo en tantos hermanos que nos necesitan. Buscarlo y verlo en tantas manos tendidas que nos encontramos. Dejar nuestras pequeñas comodidades para seguirlo sólo a Él.
Y el caso es que cuando nos encontramos con personas que fueron capaces de hacerlo, nos llenamos de admiración y sana envidia. Al ver el proceso de la Madre Teresa de Calcuta, Maximiliano Kolbe. Tantas y tantas personas que dejan la comodidad y la seguridad de nuestro mundo, para ir al confín de la tierra a anunciar a Cristo. No pasan privaciones, aunque carezcan de todo, porque viven el presente con su gente, donde un plato de sopa de yuca con un trocito de pollo es un gran manjar. Compartir entre todos una botellita de cerveza de mijo una auténtica fiesta. Es seguro que mañana no habrá, pero mañana será mañana.
Cristo siempre está por estrenar. Si nos aferramos a lo viejo, será cualquier cosa menos Cristo, porque Jesús siempre es nuevo.
Aferrados al arado y mirando siempre adelante, a ese futuro maravilloso que consiguen los que se quitan de encima lo que los atan, y consiguen esa libertad de los que siguen a Cristo de verdad. Sin miedos a dejar lo que nos hemos fabricado para una seguridad que nos mantiene constantemente indefensos. Ser valientes para mirar adelante, haciendo nuevo lo cotidiano, mirando ese surco que nos lleva al futuro. Un futuro en el que Cristo es nuestro sostén y nuestra mayor seguridad. Con Cristo hacer nuevo cada instante, estrenar nuestra vida cada día.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 17 de junio de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 19 de junio, Duodécimo del Tiempo Odinario

DOMINGO DOCE DE TIEMPO ORDINARIO
Parece como si las lecturas de las semanas anteriores nos hubiesen ido preparando para la lectura de hoy. Porque Jesús se ha ido revelando a través de signos que manifestaban el Reino de Dios entre nosotros, para poner a sus discípulos ante la situación de confesarlo a Él, de decir quien es, a quién siguen y lo hace con una pregunta directa. Y cuando lo confiesan el les habla directamente de su pasión, del sufrimiento para llegar a la Pascua.
La salvación que nos ofrece ha de ser perfecta. Dios no se conforma con lo imperfecto, con lo deforme. Y para eso no se ha ahorrado su propio sufrimiento.
Acepta la pasión de su Hijo, el abandono de los suyos, su cruenta muerte, su sepultura. Pero todo tomó sentido con la sonrisa del universo, en la mañana de Pascua.
Los discípulos quedaron desconcertados. Ellos que esperaban la gloria cuando el Señor restableciese el imperio de David, fuertes poderosos. Y él les dice que para acompañarlo es preciso tomar la cruz y seguirlo.
Sin embargo lo comprendieron. Vieron que este mundo deforme no debía seguir así. Lucharon para que el mundo salido de las manos de Dios, se volviese a instaurar. No podía tolerar que el mundo se siguiese deformando. Y vieron, también, que la persona y la palabra de Cristo era el único instrumento válido para conseguirlo. Y en ello gastaron sus vidas, derramando su sangre para que fuese semilla de vida y perfección.
Tampoco nosotros nos podemos acostumbrar a lo deforme y tenemos que trabajar para eliminarlo, para que todas las deformidades desaparezcan.
La deformidad del hambre y el sufrimiento, provocada por nuestro egoísmo, que siempre hace sufrir a los más débiles.
La deformidad de tantas almas vacías, que se intentan llenar con placeres momentáneos y que las va sumiendo en un abismo sin retorno.
La deformidad de una sociedad que intenta arrancar a Dios y a Cristo de sus raíces sin darse cuenta que está cayendo en la idolatría a unos dioses que la esclavizan y desfiguran hasta el nivel de no reconocerse a sí misma.
Tomar la cruz y seguir a Cristo, es ir perfeccionando este mundo, es ir abriéndole puertas de esperanza, facilitándole un futuro, un horizonte luminoso donde todos podamos llegar a una fraternidad real.
Cristo con su Cruz y con su Pascua nos da la única posibilidad para poder recuperar aquella imagen perfecta y maravillosa que teníamos al salir de las manos de Dios. El único alfarero en el que no caben las imperfecciones, porque el barro con que nos hizo fue su amor y su espíritu.
PD. Asistí a un debate sobre el aborto que fue acaloradísimo. Al terminar salimos juntos uno de los que defendían el aborto y yo. Nos cruzamos con una pareja que llevaba una niña en una silla de ruedas con un síndrome de Down altísimo. El me dijo cómo podía yo defender esas deformidades. Le dije que de donde sacaba él que esa niña no fuera mil veces más perfecta que nosotros. So pena que para él sólo sea lo estético lo que vale. Entonces se quedaría sin nada cuando el tiempo le arranque la belleza. Pero cuando lo que se mira es el corazón, la belleza permanece siempre. Y esos niños tiene el corazón más hermoso imaginable.

Santiago Rodrigo Ruiz

domingo, 12 de junio de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 12 de junio, Undécimo del Tiempo Ordinario

DOMINGO ONCE DE TIEMPO ORDINARIO
Es curioso, tenemos el sacramento de la Penitencia, ese constante regalo de Dios, esa nueva oportunidad de volver a su amistad. Él borra todas nuestras ofensas, no las disimula, no las archiva en un sitio secreto. Las borra definitivamente, las elimina. Sin embargo, nuestra conversión, nuestra renovación de personas nuevas rara vez se da. Pero Dios se deja “engañar una y otra vez.
Él sabe de qué barro estamos hechos, sabe de nuestros fallos, de nuestras debilidades. Sabe que volveremos a caer una y otra vez. Pero basta vernos compungidos, con la cabeza baja acercarnos al confesionario, para borrar todo el mal que hemos hecho, para que podamos comenzar de nuevo con alegría, para que podamos volver a caminar con él, felices a su lado.
David cayó una y otra vez, supongo que la mujer del Evangelio también caería más veces, pero Dios la perdonó, y la perdonó porque amaba.
Porque hay una cosa por la que Dios no pasa, cuando un corazón se olvida de amar. Entonces, como diría el profeta, se va volviendo de piedra, ya no se plantea el arrepentimiento, ya no suplicará el perdón, se va convirtiendo en una isla solitaria en un mar vacío.
El amor, a Dios y al prójimo, va a ser siempre mucho más fuerte que el pecado. Ese amor va a ser el que nos va a golpear con dureza en la conciencia, va a ser el que nos haga sangrar el alma ante el mal inferido al hermano. El amor va a ser el que se va a resistir a estar fuera de Dios, alejado de Él y no consentirá la soledad del alma. Ese amor va a buscar la reconciliación, el nuevo abrazo buscando que sea definitivo.
“Mucho se le perdonó, porque mucho amó”. Ese amor le dejo abiertas las puertas al corazón de Dios, y desde el corazón de Dios al corazón de todos los hermanos. El corazón que ama, a pesar del pecado, no puede estar mucho tiempo solo.
Por eso, recordando a aquella persona, veo como Dios se deja tomar el pelo, casi con alegría, por todos aquellos a los que el demonio ha querido arrebatarlos.
Es como si dijera: “.-¿Pero donde vas tú solo, no sabes que sin mi y sin los hermanos no sabes ni andar? Anda, acércate al perdón que te regalo por medio del ministerio de la Iglesia. Vuelve a esta comunidad donde eres amado y donde amas para volver a ser dichoso-.”
Por eso San Pablo dirá en la segunda lectura, que sólo se siente persona unido a Cristo, cosido a Cristo. Donde su carne comienza a ser gloriosa y la cruz ya sólo se manifiesta como signo maravilloso de amor. De un amor que no se encontrará en ninguna otra parte y de ningún otro modo. Sólo se vive si se vive en Cristo, que sólo se respira si se respira el viento del Espíritu, que sólo se puede sentir uno fraterno si lo hace con los hermanos en el corazón del Padre.
Si observamos la liturgia de este domingo, vemos como navega en una misma dirección: Dios nos ama, no porque seamos justos y santos, eso es lo que quiere para nosotros, sino precisamente porque somos pecadores y nos reconocemos como tales.
El perdón de nuestros pecados es la señal más clara de que el reino de Dios ha llegado a nuestros corazones. Que el cielo nuevo y la tierra nueva ya es una realidad. Un mundo en el que la misericordia es la reina de las relaciones entre los hermanos.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 3 de junio de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 5 de junio, Décimo del Tiempo Ordinario

DÉCIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Con la Solemnidad del Corpus Christi, volvemos a los domingos del llamado Tiempo Ordinario, en el que no se dan celebraciones especiales, sino las dominicales, que aunque no son de menor importancia, vamos viendo a Cristo en su obra salvadora de una forma continuada.
En este Décimo domingo la palabra de Dios nos habla de la Vida, así, con mayúsculas, como el don más perfecto que hemos recibido.
El profeta Elías va a sanar al hijo de aquella viuda que lo había acogido. Jesús vuelve a la vida al hijo único de una viuda de Naín. Porque en ambos casos la muerte no podía ser la señora, había de ser vencida, destruida. Dios es el Dios de la vida, en ello se basa su obra desde el primer instante de la creación, hasta la Pascua del Señor.
En una ocasión hablaba yo con un musulmán, el himán de una mezquita, y me decía que una sociedad que mata a sus hijos antes de nacer no tiene derecho a existir. Yo le dije que esta sociedad era una sociedad de vida. Mucha gente cree que la violencia puede solucionar algo, y la mayor de las violencias imaginables es el aborto, la muerte del inocente indefenso, pero esto era la parte más oscura y sombría de nuestro mundo. Él me dijo que muchos cristianos también estaban de acuerdo con el aborto y la eutanasia. Yo le dije que cristianos sólo de nombre, nadie que apoye ese horror puede decirse miembro de Cristo en su Iglesia.
Es cierto que mucha gente quiere crear una sociedad de muerte, para que la vida de algunos se más placentera algún tiempo, pero incluso ellos serán víctimas de su cegazón, porque serán víctimas de este mundo que quieren crear y que los destruirá, porque la muerte siempre será vencida.
Jesús es el Señor de la vida. Una vida vivida aquí en plenitud. Una vida que se convierte en maravillosa cuando se entrega a los demás, cuando se lucha por la felicidad y el bienestar de todos.
Cuando cada segundo martes de mes, el día de reparto de alimentos en Cáritas, ha terminado todo, veo a las componentes del equipo con cara cansada pero feliz. Son conscientes de que han aportado un poquito de esperanza en personas a las que la vida maltrata. Ha sido un tiempo regalado con amor, un tiempo en el que se ha estado sembrando la esperanza y con ella la vida.
En la segunda lectura, S. Pablo se da cuenta de que antes estaba muerto al amor de Dios, pero que su encuentro con Jesús lo había devuelto a la vida. Jesús nos invita a defender siempre la vida de los demás. Pero también nos invita a convertir la nuestra en un manantial de amor y generosidad, de solidaridad y lucha por el bien de todos.
Porque nuestra vida es un don de Dios, un regalo que él nos hace para que la vayamos agrandando y embelleciendo. Y que la mejor forma de hacerlo es si la hacemos un instrumento para que todos los que nos rodean sean mejores y más felices, más grandes, más vivos.
Jesús nos hace la más hermosa de las invitaciones, ser instrumentos de vida en este mundo, para poder mirarnos a la cara con ojos limpios. Porque la muerte va apareciendo cada vez que nos encerramos en nuestros egoísmos, en nuestras comodidades, ignorando a los demás cada vez que cerramos la puerta de nuestra casa, y en ella nos aislamos de los problemas de los otros para mirarnos sólo a nosotros, entonces comenzamos a morir.

Santiago Rodrigo Ruiz