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viernes, 24 de julio de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 26 de julio, Décimo Séptimo del Tiempo Ordinario

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

Si hay una frase repetida hasta la saciedad, ante el hambre y el dolor en el mundo, es esa de: “Y yo qué puedo hacer”. Es la excusa maravillosa para contemplar el mundo con los brazos cruzados. Porque no somos indiferentes ante un constante bombardeo de imágenes sobre las necesidades desesperadas de millones de seres que carecen de lo más elemental, que mueren de necesidad. Pero nuestra vida no está preparada para saber desprendernos, para saber renunciar a lago, prescindir de algo, para el hermano pobre y desamparado, para aliviar el dolor del niño condenado a muerte antes de haber comenzado a vivir.
Entonces miramos nuestra vida, hacemos inventario, y no encontramos nada de lo que renunciar. Todo nos es imprescindible. Nuestro consumo, nuestros pequeños o grandes placeres, nuestros gozos… Todo nos lo merecemos, todo lo necesitamos, para eso trabajamos. Precisamos nuestras casas, aunque nos sobren cosas. Precisamos nuestras vacaciones, porque el año es muy largo y necesitamos un respiro. Precisamos nuestro consumo, son elementos imprescindibles para el vivir cotidiano…
Y sin embargo la frase de Jesús: “Dadles vosotros de comer” se sigue repitiendo una vez y otra. Aportad lo que tenéis, sed capaces de desprenderos de tantas y tantas cosas que no necesitáis, aunque nuestra hipocresía y nuestro egoísmo las haga imprescindibles. Jesús sólo nos dice que aportemos lo que podamos, sólo lo que podamos, pero de verdad, con sinceridad, de corazón. Como aquel muchacho que sólo tenía unos panes y unos peces. Y se dio el milagro, porque la generosidad, la misericordia, la compasión siempre realiza el milagro.
Durante cinco domingos vamos a escuchar el maravilloso sermón del “Pan de Vida”. La maravillosa reflexión del evangelista Juan sobre la eucaristía. El profundo significado de lo que es que Jesús sea parte de mi existencia. El significado más radical de lo que es “comer a Jesús”, a lo que nos compromete, lo que nos exige acercarnos al altar para que Cristo sea parte de nuestra propia existencia.
Por eso esta Iglesia eucarística siempre ha escuchado ese mandato de darles vosotros de comer. Y ha tenido la caridad como el primero de sus carismas. Órdenes religiosas, instituciones de todo tipo para paliar en lo que ha podido el hambre y el sufrimiento de todos los desposeídos de la tierra. Acompañar y ayudar a todos aquellos a los que la vida a tratado y trata de la peor de las maneras.
Nadie puede sentirse indiferente ante el sufrimiento del hermano, nadie podemos mantenernos al margen en la lucha por un mundo más justo. Porque si todos y cada uno ofrecemos aquello que podemos, pero con sinceridad, el milagro va a ser seguro, va a haber para todos y sobrará.
Por eso se imponen una serie de preguntas: ¿Cuántos panes tengo en mi morral? ¿Los comparto o me los como a solas en un rincón? ¿Qué pasaría si todos compartiéramos lo mucho o lo poco que tenemos? ¿Qué nos hubiese pasado si Cristo no comparte con nosotros su Eucaristía, su Santa Madre, su Palabra, su Cruz, sus sueños, sus alegrías y tristezas? Pero Él lo compartió todo y por eso nos hace una invitación constante a compartir, a compartirnos, porque no sólo no nos faltará sino que habrá de sobra para todos.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 17 de julio de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 19 de julio, decimosexto del Tiempo Ordinario

DOMINGO XVI DE TIEMPO ORDINARIO

Recordamos que el domingo cuarto de Pascua se le conoce como el Domingo del Buen Pastor. Pero hoy la liturgia nos habla de los buenos y de los malos pastores. Aquellas personas puestas para el cuidado de los demás, social o eclesialmente, que más que servirlas o acompañarlas, las desconciertan en todos los sentidos.
Este domingo vemos a Jesús que denuncia con fuerza a los malos pastores. Viendo a aquellas gentes, a las que nadie acompañaba, a las que sólo se utilizaba para su beneficio, como denuncia Jeremías en la primera lectura. Ya no es el pueblo, es Dios mismo el que se queja de ellos.
A Jesús nunca le estorba la gente, nunca los abandonará. Los ve “Como ovejas sin pastor”, gentes sin guías para descubrir el camino, sin profetas para escuchar la voz de Dios. Y se puso a “enseñarles con calma”, dedicándoles tiempo y atención para alimentarlos con su Palabra siempre sanadora, siempre liberadora.
En una ocasión hablábamos un grupo de curas, que tendríamos que revisar ante Jesús, ante el único Señor, como cuidamos a esta gente, a estas muchedumbres que se nos están marchando, poco a poco, de la Iglesia, tal vez porque no escuchan entre nosotros el Evangelio de Cristo, porque ya no les dicen nada nuestros sermones, nuestros escritos, nuestras declaraciones. Gentes buenas que tal vez estemos decepcionando, porque no ven en nosotros la compasión de Jesús. Gente creyente que no saben a quien acudir para encontrarse con ese Dios que los quiere entrañablemente. Y pensábamos que tenemos que aprender a actuar con la compasión de Cristo, que sea su voz y no la nuestra la que suene, porque es Él el único con fuerza para cambiar los corazones de verdad.
Y no es echar balones fuera, pero creo que todos los creyentes, como decíamos la semana pasada, debemos ser pastores del hermano. Los padres ser pastores en su familia, educadores valientes que no se someten a las modas ni a las corrientes de lo correcto, sino que transmiten, desde su fe la verdad de Cristo.
Políticos y gobernantes que no luchen por el voto que les dará el cargo, sino hombres y mujeres, que desde auténticos principios y virtudes vividas, luchan por una comunidad realmente justa, realmente fraterna. Una sociedad en la que el dinero tenga el papel que debe tener, pero que no sea el móvil del vivir social, sino unos principios que hagan al pueblo realmente feliz.
Se que no es fácil “apacentar” a las ovejas, porque unas son débiles y se entregan “a lo que sea”. Otras son ariscas y acomodaticias y que no están por la labor de dejarse llenar de esa Palabra que las va a hacer realmente libres, y buscando “su libertad personal”, caen la mayor de las esclavitudes. Ovejas a las que se les ofrecen “pastos envenenados”. Con el veneno de la corrupción, del consumismo, del placer por el placer, del radicalismo ideológico. Venenos que se ofrecen con la mejor de las envolturas y que engañan con toda facilidad.
Cristo es el auténtico Pastor, el único que se ofrece a sí mismo como pasto, en su Cuerpo y su Palabra. Y a nosotros, a todos los creyentes y de un modo especial a los que Él va señalando, el sosiego de la escucha y de la oración. Reponer constantes fuerzas con el retiro en el Espíritu. Sabiéndonos instrumentos en sus manos, “útiles”, para que el nos utilice con libertad, dispuestos a ser descanso para los demás y puerta para que los hermanos se encuentren y todos juntos vayamos a la Casa del Padre.

Santiago Rodrigo Cruz

viernes, 10 de julio de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 12 de julio, Décimo quinto de Tiempo Ordinario

DOMINGO XV DE TIEMPO ORDINARIO

Cuando se llevan muchos años de ministerio se tiene el peligro de mecanizar los gestos. Algo que ocurre en algunas ocasiones, por mucho cuidado que se tenga. Porque los gestos litúrgicos en los sacramentos están cargados de una fuerza y de un realismo, impresionantes, transformadores.
En el ritual del Bautismo, en la unción con el Santo Crisma, el contenido y el significado marca la vida del bautizado. Porque esa unción te consagra como profeta, sacerdote y rey. O lo que es lo mismo, participante directo y colaborador de la misión de Cristo. Profeta, es decir, Evangelizador, anunciador de la palabra y la persona de Cristo, ser alguien que con nuestra vida, con nuestro estilo de amar y, sobre todo, con nuestras palabras hacemos presente a Cristo en medio de la sociedad actual, hacerlo presente en esta sociedad que tiene miedo de escuchar algo que los descoloque de su vacío y de su lucha por nada y caminar hacia ningún sitio.
Ser evangelizadores, pero no como profesión, sino como vocación, como parte de la existencia. Por eso cuando le dicen a Amós que se vaya a ganarse su pan profetizando a otro sitio, él les contesta que no vive de eso, que él tiene su oficio, su trabajo del que vive, que él sólo está cumpliendo el mandato del Señor.
Jesús manda a sus discípulos sin nada, sin medios económicos, sólo con su fuerza, con la fuerza del Espíritu para cumplir esa misión, que no se asusten de los problemas, de los rechazos, incluso de las persecuciones, que sin duda van a surgir en su ministerio. Pero la Palabra de Dios ha de ser pronunciada, anunciada. La salvación que conlleva ha de ser ofertada a todos los hombres, porque todos deben conocerla.
Todos nosotros tenemos esa suerte, ese privilegio, ser evangelizadores, ser parte de ese plan divino para que a todos les llegue la salvación por la que todo se ha hecho, desde la Creación a la Encarnación y la Pascua. Que el hombre sepa de su dignidad de Hijo de Dios, de su futuro de vida dichosa y eterna.
Pero no nos manda con las manos vacías. No precisamos medios materiales, que para nada nos valen en esta misión. Pero si vamos llenos de todos los medios que precisamos, como dice S. Pablo en la segunda lectura, que Dios ha derrochado su gracia y sus dones en nosotros: “El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros… habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido”.
Él sabe de nuestra debilidad, sabe de nuestra falta de compromiso en tantas ocasiones. Sabe de nuestras dudas y del trabajo incansable del Maligno con nosotros. Por eso nunca nos deja solos en la misión, es nuestra sombra y nuestra luz, es nuestro empuje y nuestra sabiduría, es nuestra valentía para no rendirnos, para enfrentarnos al mundo que no quiere oír aquello que lo saca de su mediocridad y que lo eleva, pero al modo y al estilo de Cristo.
Ser evangelizadores en una gran suerte, es un privilegio y una esperanza. Porque Cristo al mismo tiempo que nos marca nuestra misión, nos da los instrumentos y la fuerza para llevarla a cabo. Por eso se entiende la valentía de los mártires, para los que esta vida terrena no tenía ningún valor ante el tesoro de ser testigos de Cristo entre nosotros.
Cristo, como a sus apóstoles, no da la misión de anunciar que el Reino de Dios ya está entre nosotros. Y en esa misión Él es uno con nosotros.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 3 de julio de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 5 de julio, Décimo cuarto de Tiempo Ordinario

DOMINGO XIV DE TIEMPO ORDINARIO

Si miramos las tres lecturas de este domingo, el panorama que nos presenta es desalentador. Cómo los propios, “los de dentro”, desprecian el mensaje salvador que se les está ofreciendo. Pero lo más curioso es que lo que más choca es que desprecian el mensaje por el mensajero que se lo transmite.
Estábamos un grupo en un debate y el ponente hizo unas afirmaciones bastante descabelladas. En ese momento se levanta uno y se las discute, este sujeto es uno de esos tipos que todo lo fastidian. Los demás le dijeron que se callase y el ponente sonrió. Entonces otro y yo dijimos que lo que había dicho el otro era una afirmación exacta ante los disparates del ponente, nadie los había escuchado al ser él el que lo decía. Es decir sólo por ser él se le había rechazado una afirmación auténtica. Y es que si el mensajero no es de nuestra línea o nos es antipático, el mensaje desaparece, y nos quedamos sin algo que realmente vale.
Jesús sufre esa testarudez y ese desprecio por parte de los suyos. La incredulidad de quien no tiene ningún motivo para dudar, y cuando lo hace nos es por el mensaje, sino por el mensajero. Por eso se queda extrañado y dolido de esa falta de fe, una falta de fe que le llega impedir hacer milagros, una falta de fe que hace que se queden fuera del hacer del plan de Jesús para su gente. Que lo desprecia sin más, por el sólo motivo de ser de allí, de conocerlo desde siempre y de no ver ni entender de que entre ellos había salido el Salvador del mundo.
Si miramos detenidamente la vida nos tenemos que ver reflejados en muchísimas ocasiones en ese desprecio hacia las personas que nos ofrecen una alternativa válida, pero que la rechazamos por venir de quien viene.
Cuantos padres se han visto rechazados por sus hijos, que se sienten por encima de ellos, a los que no consideran dignos de marcarles una ruta en la vida. Esa tremenda injusticia de no aceptar las opiniones de aquellos a los que se lo deben todo y que tienen esa experiencia que tan valiosa puede ser. Pero muchas veces se ven obligados a bajar la cabeza ante la absurda prepotencia de esos hijos que no ven más allá de sus narices.
Cuantos curas han sido rechazados porque no han caído bien a un grupo, que a su vez ha creado el ambiente negativo entre el resto de la gente, sin escatimar calumnias y disparates. Y a éste no le ha quedado más remedio que agachar la cabeza y aguantar esa injusticia.
Cuantos maestros han pasado auténticos calvarios, porque no han caído bien a algunos “papás” que a su vez han puesto al resto de los padres en contra, y el resultado ha sido una peor educación para sus hijos.
La Iglesia sufre un constante acoso por esa “progresía” que sólo busca lo más oscuro y negativo de la historia. Y con eso consigue que el mensaje de salvación de Cristo no sea escuchado, sea devaluado antes de ser conocido, no vaya a ser que “alguien se convierta y crea”. No vaya a ser que la gente descubra al auténtico Jesús, su mensaje de salvación integral para el hombre. No vaya a ser que la gente encuentre en Jesús la auténtica alegría, el auténtico sentido de la vida para vivir la verdadera paz basada en la auténtica justicia, la del Reino de Dios que hace hermanos a los hombres.
Hoy, Jesús, es desautorizado, incluso por muchos de los que se confiesan creyentes, aunque no pasan de vivir algunas tradiciones. Por eso ese desprecio es infinitamente más doloroso. Como Jesús con sus paisanos.

Santiago Rodrigo Ruiz