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jueves, 28 de noviembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Primer Domingo de Adviento

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

Recuerdo en una ocasión, en que un sacerdote joven, que estaba de misionero en el África más pobre y profunda, nos contaba su experiencia, su día a día, con un entusiasmo contagioso. Todos lo escuchábamos embobados y en silencio, hasta que una chica le dijo que parecía que hablaba de otro mundo. El sacerdote le respondió que si, que hablaba de otro mundo. Un mundo en el que se experimenta constante la solidaridad y el amor profundo entre los más desposeídos de la tierra. Y ese mundo aquí también era posible.
Después de muchos años, en los que este sacerdote ha continuado allí, recuerdo sus palabras, y leyendo la Palabra de Dios de este domingo veo que es verdad, otro mundo es posible. Porque este mundo ya lo hemos ensuciado demasiado, lo hemos corrompido demasiado. Precisa un remoce, una remodelación definitiva, un cambio total y absoluto.
Un mundo en el que conviven la justicia y la injusticia, el despilfarro y la pobreza, el egoísmo con la entrega generosa, el odio y el resentimiento con el perdón y la misericordia… Y el resto nos movemos entre ellos sin distinguirlos en la mayoría de las ocasiones. Algo muy grave nos está pasando, los ojos del alma se están embotando a niveles escandalosos.
Ha de llegar esa situación de la que habla Jesús. Porque si su llegada se nos ofrece como un motivo más de placer y consumo. Si su Navidad, a la que nos encaminamos, aparece como un simple momento festivo, sin más signo externo que “el belén”, con una carga más folclórica que creyente. En la que nos reducimos a la participación en alguna de las celebraciones litúrgicas, en el mejor de los casos; es preciso un cambio fuerte.
Hemos de coger a Cristo y su Espíritu, como si fuera una espátula del mejor de los aceros y arrancarnos ese tamo de pecado, consciente e inconsciente, que nos envuelve, que ciega los ojos del alma, desbrozar la conciencia de ese maraña que no nos permite distinguir el auténtico bien del mal real que nos rodea. Esa red de condescendencia y “respeto” que nos permite vivir relajados en un mundo que está intentando arrancar a Dios de todos los espacios y momentos.
Tenemos que remodelar este mundo, para que cuando llegue Cristo, en ese encuentro final y definitivo, nos vea preparados, pero preparados de verdad. Sin ser preciso que nos avise, de modo imprevisto y sorpresivo. Y nos encuentre con una vida según su voluntad. Amando y dejándonos amar, pidiendo perdón y perdonando, entregados al hermano y recibiendo de él con gratitud. Descubriendo el mal donde quiera que se esconda, del modo que se disfrace, de la manera que quiera engañar. Destruyendo este mal con nuestra mejor arma, el amor que hemos recibido de Dios y que cuanto más lo damos más crece.
Un mundo nuevo, en el que, como afirma el profeta, se inviertan todos los valores para ser virtudes, encuentros constantes, personales y comunitarios, con un Dios que nos quiere así: valientes, generosos, constantes en el hacer las cosas según el plan de Dios. Se nos encuentre en una gozosa vigilia, sin preocuparnos para nada el día ni la hora, porque habremos puesto en marcha todo aquello que Él puso en nuestras manos, esos instrumentos con los que se puede construir su Reino de amor entre los hermanos.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 22 de noviembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 24 de Noviembre

DOMINGO DE CRISTO REY

Recuerdo en una ocasión en que en un grupo de mujeres una de ellas hablaba de las virtudes y valores de su hija. Al rato una de ellas dijo: .-Chica, estoy viendo que sólo la vas a poder casar con un rey-. Pero otra añadió: .-Con un rey es poco, con Dios-. Todos nos reímos.
Es curioso que al rey se le ponga en la tradición como el paradigma del poder, sólo un grado por debajo de Dios.
Si embargo nosotros celebramos lo contrario. La fiesta de un Rey-Dios, un Dios-Rey, siervo de los siervos. Humillado voluntariamente hasta lo más bajo, con la muerte más humillante de aquel tiempo, la Cruz. Y desde esa cruz, donde está su trono, comienza su reinado definitivo y perpetuo.
Un trono y un reinado que desconcierta a los sabios y eruditos, que humilla a los poderosos para elevar a los humildes. Un trono y un reinado que reconduce la historia a su meta definitiva, a su destino más maravilloso, que es el encuentro con su Creador.
Esa cruz es el único trono del que puede salir el amor y la misericordia sin medida, a la que el hombre mirándola alcanza la justificación, el único remedio de todos los pecados, el bálsamo perfecto de todos los sufrimientos.
Ahí está nuestro Rey, con los brazos abiertos, los brazos abiertos de Dios, para acoger, para perdonar, en suma, para amar. Desde el trono de la cruz, Jesús nos señala el camino del amor, el único camino del amor, la única ruta para llegar a Dios y al corazón del hermano.
Porque nadie que rechaza la cruz puede afirmar el amor, el auténtico amor, el amor de verdad, el que duele. Ese amor que descoloca las hipocresías, que desenmascara la falsa religiosidad, ese amor que quiere darse enteramente, que brota de nosotros, a imagen de las llagas de Cristo, de un modo incontrolado y que busca el corazón necesitado, sin selecciones, sin conducciones.
Si asumimos esa cruz seremos reyes con Cristo. Si aceptamos ese sacrificio de modo amoroso e incondicional, como lo aceptó Cristo, nuestra cruz se convertirá en trono, el único trono que Dios acepta, el único trono desde el que Jesús es reconocido como Rey.
Si asumimos esa cruz, la de gastarnos por el hermano, mirando sus ojos, no su nombre, ni quien es, sino con el nombre que nos hermana a todos, con el nombre que nos hace fraternos, el de hijos de Dios. Desde esa cruz si uniremos el cielo y la tierra, como se unen en la cruz de Cristo. Si uniremos corazones, si iremos haciendo entre todos el Reino de Dios.
El reino de Cristo comienza en las humildes pajas de Belén, se va desarrollando por aquellos caminos, se sublima en la Cruz, se nos concreta en la Eucaristía, donde se prolonga por los siglos de los siglos. En ese Reino nos quiere Dios a todos. A él llegamos portando nuestra cruz personal, la cruz de cada día, en la que seremos elevados, no como un castigo doloroso, sino como un don. Porque en esa cruz es donde podemos mirar a Jesús directamente a los ojos, donde Él nos mira a nosotros  a los ojos, donde nuestros amores se mezclan y confunden.

Santiago Rodrigo Ruiz

martes, 19 de noviembre de 2013

Reunión de padres de los niños de Tercero de Catequesis

Queremos informar a los padres cuyos hijos estén cursando el tercer año de catequesis para recibir la Primera Comunión de la reunión que se celebrará el próximo día 24 de Noviembre a las 11:00 horas en la Iglesia Parroquial (C/ Calvario s/n, junto al cementerio).

En dicha reunión los catequistas quieren informar de la formación que van a recibir los niños este curso, en la que los padres son una pieza fundamental puesto que deben acompañarles en este tramo final del camino para recibir el Sacramento de la Eucaristía.
También se comunicarán las fechas previstas para las Comuniones de los diferentes grupos de catequesis.

También se convoca a los padres para la reunión sobre el Sacramento del Bautismo que se llevará a cabo el día 15 de Diciembre a las 11:00 horas en la Iglesia Parroquial.
Ese mismo día (15 de Diciembre) se celebrará la Renovación de las promesas del Bautismo que harán los niños en la Misa Mayor (a las 12:30 horas en la Iglesia Parroquial).

viernes, 15 de noviembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 17 de Noviembre

DOMINGO TREINTA Y TRES DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, siendo yo muy joven, se anunciaba con cierta frecuencia el fin del mundo. Pues en una de aquellas, la que más inminente se veía la cosa, un vecino se lamentaba del dineral que había gastado en arreglar su casa para no poder disfrutarla. En esto que pasaba mi abuela y le dijo: .-No te preocupes, de no haberlo hecho te quejarías del dinero que dejas en el banco y no haber arreglado tu casa-. Por cierto el vecino vivió mucho años para disfrutar su casa arreglada.
Desde entonces, esos movimientos milenaristas, han anunciado un sinfín de veces el fin del mundo, y hasta ahora no han acertado mucho que digamos.
Porque cuando hablamos o pensamos en el fin del mundo ¿Qué es lo que sentimos? ¿Cómo el vecino de mi infancia, un lamento por no poder seguir gozando de este mundo, por muy imperfecto que lo digamos? ¿O la alegría del encuentro definitivo con nuestro Creador y Redentor, donde se da la alegría y el amor más perfectos?
En el Evangelio de este domingo se nos habla de la gran confusión. Del modo en que irán cayendo todos los elementos que sostienen esta sociedad actual. Cómo el odio a Cristo y su Evangelio desembocará en la más atroz y cruenta de las persecuciones para los seguidores fieles a Cristo.
Pero si miramos a nuestro alrededor vemos que es casi la situación actual. Cristo y su Iglesia son objeto de todo tipo de persecuciones. Desde las más sutiles intentando minar los cimientos de la fe, hasta las más toscas y burdas como hacía un partido político hace poco.
Una persecución hecha por los mismos que se aprovechan de los frutos de la Iglesia en todas sus instituciones. Sus colegios, sus instituciones de caridad, sus hospitales…Se sirven de ello y luego, de la forma más mezquina, atacan y persiguen a Cristo y su Iglesia, sin querer ver el manantial de amor que surge de ahí y del que se han aprovechado. Es como esa flor que perfuma a aquel que la corta por el tallo.
Y es que las cosas han de ser así. El evangelio de Jesús ha de ser anunciado con la palabra y con la vida. La gente tiene que saber que el Reino de Dios está entre nosotros, que ha puesto su morada con nosotros, que es parte de nuestra existencia de cada día. Por eso ha de ser atacado por aquellos que no creen en la auténtica libertad de los hijos de Dios. La libertad de los mártires que ven en nada el valor de su vida antes de desprenderse del Reino de Dios que habita en sus corazones. La libertad de todos aquellos que han convertido su vida en una constante ofrenda de amor a los hermanos y que luchan, contra toda adversidad, para que ese amor divino se extienda por toda la tierra, por todos los corazones de bien.
Porque el fin del mundo, el más horrible fin del mundo imaginable, es que se nos arranque del corazón esa semilla de vida eterna que Dios puso en nuestro interior. Es sabernos fuera de ese reino de amor absoluto que es el Reino de Dios en nosotros. Porque fuera de ese reino las cosas ya no tienen sentido, son caducas, perecederas. Es el fin del mundo de todos aquellos que viven de espaldas a la vida verdadera. La vida en Cristo y con Cristo.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 7 de noviembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 10 de Noviembre

DOMINGO TREINTA Y DOS DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que me contaba mi abuela, como durante la guerra civil, en mi pueblo que estaba en zona republicana, estaba prohibido todo acto y toda manifestación religiosa. Resultó que se murió un vecino y allí lo estuvieron velando sin más, hasta que llegó el momento de llevarlo al cementerio sin más ceremonia. Entonces uno de los que estaba allí dice: .-Vamos a rezar un Padrenuestro, por si acaso.-
Es el tema constante en el hombre en toda su historia. Los resquicios más antiguos de civilizaciones, casi siempre, están unidos a ritos funerarios.
¿De dónde le viene al hombre esta resistencia ante la muerte? ¿De dónde ese hambre de pervivencia, de eternidad? De su propia esencia, para eso fue creado, para la eternidad, para pervivir siempre con su Creador. Es la semilla de la vida que Dios pone en notros, hechos a su imagen y semejanza. Criaturas suyas. Así lo explica maravillosamente San Agustín en el primer párrafo de sus confesiones: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón no descansará, hasta que no descanse en ti”.
Es la perfección absoluta, el más alto nivel al que podemos aspirar, es el mayor de los futuros, la más grande de las aspiraciones. Romper la muerte, triunfar sobre la muerte, resucitar para vivir, pero sin que la muerte pueda volver a tocarnos, sin más caducidades, sin más limitaciones. Con este cuerpo, que nos ha limitado en vida, glorificado a imagen del cuerpo de Cristo, el vencedor de la muerte, el Señor de la Vida.
Sin embargo, la gran tentación, es el miedo al futuro, la desconfianza en el Dios de la vida, la cobardía a la hora de coger esta vida y transformarla en una antesala de la vida eterna, vivirla como la vida eterna. La vida del amor más pleno, el que lo envolverá todo y de todos modos.
Cuando San Pablo, en su primera carta a los Corintios, habla de las virtudes, sólo le da la pervivencia total al amor. La fe no será precisa porque estaremos viendo la totalidad de aquello que creímos, la esperanza no tendrá sentido, pues hemos llegado a la meta, tenemos aquello que anhelábamos. Sólo será preciso el amor, sólo continuará el amor. Dios es amor nos dice San Juan en su primera carta, origen y causa del amor.
Por eso cuando San Pablo, en la carta citada, nos dice cómo ha de ser nuestra vida aquí, qué ha de conducir nuestros actos. Él responde que con el amor, sin ese amor todo pierde el sentido.
Quien ama ya está saboreando el futuro, quien convierte su vida en amor, está viviendo de modo anticipado su eternidad. Esa eternidad a la que estamos llamados, para la que fuimos creados.
La mayor tragedia que al hombre le puede acaecer, es que el pecado le arranque esa eternidad, es permitir que el pecado frustre el proyecto que Dios tenía para nosotros desde el principio de los tiempos, ser uno con Él en una vida que el tiempo no podrá limitar. Dejar que triunfe la muerte sobre nosotros, cerrarnos todo horizonte de esperanza.
Dios es un Dios de vida, un Dios que no puede ser vencido por la muerte. Es por lo que estar unidos a Él es vivir la vida definitiva.

Santiago Rodrigo Ruiz

domingo, 3 de noviembre de 2013

Oración por los Difuntos del mes de Noviembre

Como en años anteriores a lo largo del mes de Noviembre se celebrarán en nuestra Parroquia misas los lunes y los miércoles a las 19:00 horas, en honor a los difuntos de nuestra localidad. A continuación os detallamos la relación de días y calles, barrios o urbanizaciones por las que se aplicarán las mencionadas misas:

PRIMERA SEMANA:
Lunes día 4 de Noviembre:
Urbanización La Ermita  -  La Sota  -  Puerta del Sol  -  Los Nidos
Miércoles día 6 de Noviembre:
Filadelfia  -  El Plantío  -  Residencial Alba  -  Las Brisas

SEGUNDA SEMANA:
Lunes día 11 de Noviembre:
Casco Antiguo  -  Las Vegas  -  El Olivar  -  El Paraíso
Miércoles día 13 de Noviembre:
Los Cedros  -  Los Horizontes  -  El Valle  -  Polígono Ind. la Estación

TERCERA SEMANA:
Lunes día 18 de Noviembre:
La Estación  -  Nuevos Horizontes  -  Puerta de Griñón
Miércoles día 20 de Noviembre:
Los Rosales  -  Huerta Vitorio  -  Las Laderas

CUARTA SEMANA:
Lunes día 25 de Noviembre:
Nuevos Prados  -  Los Prados II  -  Las Villas
Miércoles día 27 de Noviembre:
Las Huertas  -  Cañada Real  -  Nuevo Griñón

Cada día cualquier asistente podrá pedir que se rece por sus difuntos, sea del barrio que sea. La relación que publicamos es sólo para organizarnos mejor, para tener una pequeña guía nada más.
Si lo necesitáis, en la Parroquia hay hojitas que se pueden llevar a casa con la relación que hemos publicado, para quien quiera tenerlo por escrito y a la vista.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 3 de Noviembre

DOMINGO TREINTA Y UNO DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, en una de mis primeras parroquias, había un “excomulgado”, por cuestiones que no vienen a cuento. Me acerqué a él con curiosidad, era muy anciano, e hicimos una gran amistad. Llegó su final y me pidió los sacramentos. Lo consulté y el obispo me dijo que lo hiciera y, si lo veía oportuno, le preguntase por su fe. Llegué junto a él y se lo expliqué todo. Cuando le pregunté aquello de si creía en la Iglesia…, se aferró a las sábanas y dijo, con una intensidad que me apabulló: .-¡¡Creo con todas las fuerzas de mi alma!!-. A los pocos minutos murió con una expresión de gran paz.
Dios no cesa de llamar a todos los corazones, porque a todos quiere acogerlos en sí mismo. Quiere que todos se identifiquen con su persona y con su amor, que todos sepan que en él hay un espacio seguro de paz.
Y por eso comienza con la reconciliación, con un hacer las paces con todos. Las paces con Dios que nos quiere arrepentidos, pero a su lado. Las paces con el mundo, que nos necesita para seguir perfeccionándolo, haciéndolo más habitable, más fraterno. Las paces con el prójimo, al que nuestro egoísmo y nuestro desprecio sumieron en el dolor. Las paces con nosotros mismos, que cuando nos vamos librando de la suciedad del alma, va apareciendo ese ser bello que surgió de las manos de Dios.
Dios llama a Zaqueo y éste siente que dentro de él todo ha cambiado. Lo ha llamado el Señor, y se queda perplejo cuando le dice que quiere estar con él, en su casa, en su intimidad. Sentarse a su mesa, compartir su vida cotidiana, por lo que sigue a continuación es lo lógico. En su casa ha entrado el Señor, la bondad más absoluta y ya el mal no tiene espacio. Hay que desterrar toda ambición, todo egoísmo, toda injusticia. Y ese espacio ha de ser llenado por la generosidad y la humildad, ha de imponerse la justicia, pero no cualquier justicia, sino la justicia según Jesús, la justicia que brota de un corazón que se ha descubierto amado por Dios.
Recuerdo en una ocasión una mujer hablaba de que veía a la Virgen, otra le dijo que era imposible ya que la veía tan tranquila: .-Porque si yo veo a la Virgen, me cambian hasta los andares-. Le dijo a la otra.
Y es lo que le pasa a todo el que tiene un encuentro de verdad con el Señor, “le cambian hasta los andares”, como le pasó a Zaqueo, su vida dio un vuelco total y definitivo.
Dios llama a todos los corazones. A los de los santos y a los de los pecadores, pero quiere que la primera respuesta a esa llamada sea el cambio y la conversión. Invertir todos los valores que hasta ese momento nos han mantenido y transformarse a esa vida según Dios.
Una vida que tiene como programa y referencia las bienaventuranzas. En el que el perdonar es un gozo, el compartir una alegría, el luchar por la paz y la justicia, una necesidad.
En muchas ocasiones va a ser duro y doloroso, como lo es sanear una herida, pero una vez pasado ese momento comienza la curación, la alegría de esa vida en la que no miramos hacia atrás, no vale la pena añorar una vida que me separaba de Dios, sino adelante, al futuro más luminoso.

Santiago Rodrigo Ruiz