PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO
Después de muchos años, en los que este sacerdote ha continuado allí, recuerdo sus palabras, y leyendo la Palabra de Dios de este domingo veo que es verdad, otro mundo es posible. Porque este mundo ya lo hemos ensuciado demasiado, lo hemos corrompido demasiado. Precisa un remoce, una remodelación definitiva, un cambio total y absoluto.
Un mundo en el que conviven la justicia y la injusticia, el despilfarro y la pobreza, el egoísmo con la entrega generosa, el odio y el resentimiento con el perdón y la misericordia… Y el resto nos movemos entre ellos sin distinguirlos en la mayoría de las ocasiones. Algo muy grave nos está pasando, los ojos del alma se están embotando a niveles escandalosos.
Ha de llegar esa situación de la que habla Jesús. Porque si su llegada se nos ofrece como un motivo más de placer y consumo. Si su Navidad, a la que nos encaminamos, aparece como un simple momento festivo, sin más signo externo que “el belén”, con una carga más folclórica que creyente. En la que nos reducimos a la participación en alguna de las celebraciones litúrgicas, en el mejor de los casos; es preciso un cambio fuerte.
Hemos de coger a Cristo y su Espíritu, como si fuera una espátula del mejor de los aceros y arrancarnos ese tamo de pecado, consciente e inconsciente, que nos envuelve, que ciega los ojos del alma, desbrozar la conciencia de ese maraña que no nos permite distinguir el auténtico bien del mal real que nos rodea. Esa red de condescendencia y “respeto” que nos permite vivir relajados en un mundo que está intentando arrancar a Dios de todos los espacios y momentos.
Tenemos que remodelar este mundo, para que cuando llegue Cristo, en ese encuentro final y definitivo, nos vea preparados, pero preparados de verdad. Sin ser preciso que nos avise, de modo imprevisto y sorpresivo. Y nos encuentre con una vida según su voluntad. Amando y dejándonos amar, pidiendo perdón y perdonando, entregados al hermano y recibiendo de él con gratitud. Descubriendo el mal donde quiera que se esconda, del modo que se disfrace, de la manera que quiera engañar. Destruyendo este mal con nuestra mejor arma, el amor que hemos recibido de Dios y que cuanto más lo damos más crece.
Un mundo nuevo, en el que, como afirma el profeta, se inviertan todos los valores para ser virtudes, encuentros constantes, personales y comunitarios, con un Dios que nos quiere así: valientes, generosos, constantes en el hacer las cosas según el plan de Dios. Se nos encuentre en una gozosa vigilia, sin preocuparnos para nada el día ni la hora, porque habremos puesto en marcha todo aquello que Él puso en nuestras manos, esos instrumentos con los que se puede construir su Reino de amor entre los hermanos.
Santiago Rodrigo Ruiz