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viernes, 29 de enero de 2016

comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 31 de enero, Cuarto del Tiempo Ordinario

CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Si nos centramos en el evangelio veremos que es la continuación del domingo anterior. Jesús está en su casa y con su gente, “los suyos de siempre” y supongo que les anunciaría el evangelio con más libertad que en otros sitios, casi con crudeza les demuestra que el ser hijos de Israel no les garantizaba nada, que Dios saca hijos de cualquier sitio y elige a los que le parece oportuno, como le parece oportuno y cuando le parece oportuno. Algo que enfureció sobremanera a aquella gente, que siempre pensaron que por ser judíos lo tenían todo ganado, por eso se enfurecen cuando Jesús les dice que el Reino de Dios hay que conquistarlo paso a paso, nadie tiene la propiedad y todos estamos llamados.
Resulta que igualó delante de Dios a extranjeros judíos y paganos. Por eso sus paisanos le empujan fuera del pueblo para eliminarlo, era demasiado molesto. El que se dejaba acompañar por prostitutas y publicanos, enseñaba en las calles y los caminos, jugaba con los niños y los bendecía. Era algo tan contradictorio que no lo podían soportar. Especialmente para los soberbios, los sabios de siempre, los que se tenían seguros por cumplir la ley. Y Jesús viene a decirles que sólo desde el corazón se llega al corazón de Dios.
Nosotros también tenemos que tener claro que las preferencias de Dios no son nuestras preferencias, que Él lee distinto a como nosotros leemos, que no acepta miedos ni cobardías, como le recuerda Dios al profeta. Si sabemos de su fuerza y de su compañía no podemos detenernos, no podemos asustarnos a ser signo de contradicción.
Esta contradicción es una constante que acompaña siempre a los auténticos profetas. Porque lo más fácil es ser como todos. Pensar como todos. Hacer las cosas que hacen todos. Jesús, mientras fue como todos no tuvo problema alguno, pero cuando se presenta ante los suyos como un profeta, alguien que les echa en cara su mediocridad y que les invita a una vida distinta, todo se le complica. Porque como decía un poeta español “el santo y el héroe están llamados a la soledad”.
El cristiano que quiere ser como todos, vivir como todos, consumir como todos, relacionarse como todos… no tendrá el más leve problema, será acogido, ya que su cristianismo es un cristianismo domesticado.
Pero el que quiere ser fiel al Evangelio, a las exigencias de su bautismo, estar con los demás pero siendo distinto a los demás, será rechazado. Y no por las palabras, que siempre son discutibles y que incluso agrada escuchar para tener “tema de conversación”. Sin embargo una vida distinta, un sentir distinto, un rechazar lo que “el mundo” tanto valora, escandaliza y molesta. Porque es demostrar que se puede ser feliz fuera de ese maremagnum en el que la sociedad actual está metida.
Es lo que se llama el “martirio” sociológico. Nadie nos va a perseguir para matarnos, como lo intentaron con Jesús, al menos en nuestro ambiente inmediato. Pero vamos a ser alguien muy molesto, porque se les está demostrando que en un ambiente, con una vida distinta, en la que Cristo es nuestro único capital, se puede ser muy, pero que muy feliz.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 22 de enero de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del próximo domingo 24 de enero, Tercero del Tiempo Ordinario

TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Hoy estamos totalmente informados de quien es Jesús de Nazaret. Pero Lucas comienza presentándolo y relatando de un modo puntual todo lo que aconteció y de qué forma Él es el Mesías esperado, el que tenía que venir, el que añoraba el pueblo de Dios y que tanto anunciaron los profetas.
A partir de eso, en la escena de la sinagoga, Jesús plantea su “programa de acción”, partiendo del texto de Isaías, con esa frase de que hoy se ha cumplido todo, de que Dios está definitivamente con su gente, que no les ha dado la espalda. Y esa presencia de Dios se concreta eliminando todo tipo de sufrimientos y de esclavitudes. Afirmando que Dios nos quiere felices y libres, que todo tipo de dolor, que todo tipo de injusticia, que todo tipo de opresión, está en contra del plan de Dios para nosotros, se opone a su proyecto de salvación y de dicha para el cual hemos sido creados.
De un modo sorprendente, Jesús no habla de organizar ninguna religión mucho mejor, de un culto, una liturgia mucho más dignos, etc. Habla de que el Espíritu lo ha enviado a los pobres, los oprimidos, los humillados. Abrir tantos ojos que no quieren ver, que se han cerrado para la libertad y la justicia. Enternecer los corazones para la solidaridad y la misericordia. Recordar que la lucha por un mundo mejor nos es una opción personal, sino un mandato del Espíritu que llega a nuestros corazones. No es un tiempo de ambigüedades, es un tiempo de decir claramente quienes somos, donde estamos y de qué modo seguimos a Jesús.
Jesús nos habla de restaurar todo según Dios, pero como comunidad, como familia. Respetando las peculiaridades de cada uno, que nos dice S. Pablo, pero como una familia que siente la tarea común y que camina unida hacia esa meta a la que Cristo nos llama.
Por eso, mirando nuestros corazones y nuestros ambientes, debemos mirar y reconocer que cosas debemos cambiar. De qué forma hemos de vivir nuestro compromiso cristianos para ser instrumentos eficientes de la redención de Cristo. Qué debemos potenciar.
Una de las primeras cosas es nuestra unidad. La acción catequética, caritativa, celebrativa…no son partes, es un todo unido que nos lleva a esa misión permanente en la que estamos, o debemos estar, inmersos. Jesús les proclamó la Palabra y les presentó su programa, pero lo presentó como una invitación a seguirlo, a vivirlo. Porque el hombre de hoy precisa una respuesta a todos sus dolores, a todos sus agobios, a todas sus esclavitudes. Y esa respuesta es Jesús. Esa respuesta debemos transmitirla desde una vida que transmita ese ser.
Estamos en “el año de gracia”, en el tiempo de la redención, cuando la palabra y la persona de Cristo sean trasmitidas por todos los que decimos seguirle. Pero por gente que vive este tiempo con un gozo que empape. Liberados de todas las cadenas que atan, o intentan atar a los seguidores de Jesús, como puede ser nuestra indolencia y nuestra mediocridad, nuestro aburguesamiento, sin sentir que somos los labios por los cuales Cristo habla, somos las manos por las que actúa, somos el cuerpo por el que se manifiesta.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 15 de enero de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 18 de enero, Segundo Domingo del Tiempo Ordinario

SEGUNDO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Uno De los pasajes más conocidos, porque se lee en muchas ocasiones, es este fragmento del evangelio de S. Juan. El de las bodas de Caná, en el que se da el primer milagro de Jesús al convertir el agua en vino.
Sin embargo este fragmento es más importante que esa anécdota de sacar del apuro a unos amigos que se han casado y la entrañable intervención de la Virgen María para que se realizara el milagro. Es la manifestación de la gloria de Jesús, es mostrar quien es Jesús de verdad, junto con la epifanía y el bautismo en el Jordán, cuando se abre el cielo, Cristo manifiesta su gloria, algo que hace crecer la fe de sus discípulos en Él.
Jesús no se guarda para sí mismo su riqueza interior, en su “signos”, como los llama el evangelista, Jesús le va dando forma a esa nueva humanidad que va a ir surgiendo a partir de su encarnación. Nada humano le es ajeno, nada de lo nuestro lo tiene sin cuidado, todo lo quiere transformar en vida y en esperanza, todo lo va a ir conduciendo para que a nosotros, si lo seguimos, no nos falte la alegría, la dicha de vivir.
Sin embargo, comparando nuestras reacciones con las de Jesús, ante las situaciones difíciles de los hermanos, suelen ser bastante distintas. Porque nos cuesta ver como propios los problemas de los demás, como nuestros los apuros y sufrimientos del hermano.
Hemos acentuado tanto el individualismo, nos hemos ido aislando de todo aquello que nos rodea, de tal forma, que la frase de que no es nuestro problema, que cada cual ha de vivir su vida, no se nos cae de los labios.
Está bien que cada viva su vida, ha de afrontar sus problemas. Pero no somos islas, no podemos sentirnos como alguien que sólo lo suyo tiene importancia y los problemas de los demás son otra cosa, incluso muy secundarios cuando hablamos de colaborar.
Que el vino se agotara, que aquella pareja quedase mejor o peor, que se acabase la fiesta y la alegría, no lo había provocado Jesús, Él era un simple invitado. En el peor de los casos una víctima de la improvisación de los novios, alguien que vería como se acababa la cosa cuando nadie lo esperaba. Pero él asume el problema de los novios y lo resuelve.
Y así será siempre. Jesús asume nuestros pecados, nuestros problemas, y los asume como suyos. Toda la vida de Jesús será así, ante la enfermedad, la muerte, el sufrimiento y el pecado ajenos. Sanará, resucitará a los muertos, acogerá a los marginados, expulsará a los demonios que intentan una y otra vez esclavizar a la gente.
Sin embargo no nos damos cuentas de que si asumimos la vida y el estilo de Jesús, nuestra vida será una fiesta, como la de aquellas bodas que no consintió el Señor que se acabase. Porque cuando nos volcamos ante el sufrimiento del hermano, cuando somos instrumentos de misericordia, cuando luchamos codo con codo con los otros para acabar con el dolor, se reinicia la fiesta en nuestros corazones, porque entonces lo vemos a Él reflejado en ellos, porque estamos siendo sembradores de vida y alegría, porque el sufrimiento compartido con el hermano, deja de ser sufrimiento.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 7 de enero de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 10 de enero, Primer Domingo de Tiempo Ordinario y Bautismo del Señor

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

Tanto el Bautismo del Señor como el nuestro, se realizaron con agua, pero son algo totalmente distinto. Juan bautiza a Jesús en el Jordán en el que el Bautista invitaba a la conversión, entra en los pecados y comienza a cargar sobre sí los pecados del mundo, como anticipo de su muerte y Pascua.
A nosotros nos bautizan también con agua para asociarnos a la muerte y resurrección de Jesús, para ser hijos de Dios. Parte de la Iglesia de la cual Cristo es la cabeza, es decir, formar parte del mismo Dios, de la Vida real, de la vida eterna.
Todos estamos bautizados con agua, según consta en nuestro certificado de bautismo. Pero ahora nos queda lo más importante, seguir bautizándonos día a día con el Espíritu, en un constante nacimiento para que la energía de Dios crezca y se desarrolle en nosotros.
Por eso será necesario que no pasemos por alto un detalle significativo. El Espíritu obra en quienes saben acogerse y recogerse en la oración y en la meditación de la Palabra de Dios. Ya hemos visto descender al Espíritu sobre Jesús en su bautismo, después de una etapa de cuarenta días en el desierto. El Espíritu que hablará a Cornelio y a Pedro cuando estaba en la terraza haciendo oración.
Pienso que quizá lo que necesitamos es retirarnos en oración con más frecuencia, a nuestro “desierto” particular, dejándonos invadir por el Espíritu que sopla con mucha fuerza sobre tantos hombres y mujeres que, tras la oración intensa, luchan por la justicia comprometidos con esa misión redentora que Cristo inaugura con su bautismo, asumiendo esa misión como parte esencial de nuestro ser de cristianos, elegidos en el momento de nuestro bautismo, que tantas veces dejamos inactivo, o con una acción que no pasa de un gesto simbólico que nos tranquiliza pero no nos transforma.
Un simple ejemplo. Cuando termina la eucaristía del domingo, la mayor parte de nosotros nos vamos a casa con la tranquilidad de que hemos cumplido el precepto y hasta el próximo domingo. No somos conscientes de que la celebración no ha terminado, que Cristo no se queda “guardado en la iglesia” sino que nos quiere acompañar y que esa eucaristía que hemos celebrado es el alimento de nuestro ser cotidiano. Que nos obliga a vivir según esa Palabra que nos ha hablado y ese Cuerpo de Cristo que quiere ser el alimento. No hay punto y aparte, no vivimos la fe en secciones separadas.
Nuestro Bautismo no es un estado temporal, es una existencia completa, un vivir según Cristo, con el estilo de Cristo y en el amor de Cristo. En nuestro bautismo apostamos por un modo de vivir, que para entenderlo no hay que partirse la cabeza a fuerza de pensar, sino el corazón a fuerza de amar. Es una vida concreta que nos hace ser Cristo para nuestros hermanos. Fuimos renacidos, hechos nuevos, no somos del mundo, somos de Cristo porque formamos parte de su ser, de su mensaje, de su muerte y de su resurrección. Bautizados en el Espíritu Santo, bautizados en la muerte de Cristo, bautizados en la resurrección y en la vida eterna junto a Él, que es el por qué de su encarnación, de su compartir nuestro barro.

Santiago Rodrigo Ruiz

martes, 5 de enero de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del miércoles 6 de enero, Epifanía del Señor

EPIFANÍA DEL SEÑOR 

Si en Navidad hemos celebrado el nacimiento de Jesús como Hijo del Hombre, la festividad de hoy, la Epifanía, es la celebración del nacimiento público de Jesús. Es el significado global de esta festividad, Dios toma estado público en el mundo, pero interpelando a la sociedad.
Es interesante observar como los Magos llegan del desierto para encontrar a un rey recién nacido, y vuelven al desierto después de haberle ofrecido sus dones. Porque Dios se les ha manifestado, eso era lo que buscaban y al encontrarlo vuelven felices.
Dios se manifiesta de muchas maneras a los hombres, casi podríamos decir que cada persona tiene una manifestación particular y única. Pero para que se produzca esa manifestación hemos de estar activos, estar en camino, buscando, como en un desierto particular del que queremos salir y del que sólo Jesús nos va a sacar.
Nosotros, caminando por el desierto de la vida, en constante búsqueda de una estrella que nos permita orientarnos, preguntando a unos y a otros, pasando por momentos difíciles y arriesgados. Tarde o temprano encontraremos el camino que nos lleve a Cristo, a este Dios que se nos quiere manifestar. No de una forma espectacular, sino en la propia vida. A través de un niño, de otra persona, de un trabajo, de un acontecimiento social… Todo puede ser signo e instrumento para esa manifestación de Dios.
Nosotros esperamos esa manifestación de Dios. Pero quizá ya se nos está manifestando, aunque nos falta algo para descubrirlo. Nos puede ocurrir que estemos frente a Él, pero no llegamos a convencernos de que el Gran Dios se nos manifieste de una forma humilde, en lo cotidiano.
Hay un detalle en la adoración de los Magos, en su encuentro con Jesús. Es que ellos abren sus cofres y ofrecen sus dones. No piden nada, no buscan nada para sí mismos. Sólo vienen a adorarlo y reconocerlo como su Señor. Vienen para dejar allí el oro, el incienso y la mirra. Se vacían de lo material para llenarse de ese Dios que han encontrado. A partir de ese momento el desierto al que vuelven ya no será un desierto, será un vergel.
Por eso nos cuesta tanto ver a Dios allí donde se nos manifiesta, porque no nos vaciamos de nuestra carga, de tantas y tantas cosas que hemos ido echando sobre nosotros, esos “tesoros” que tanto nos pesan y que se han convertido en una barrera, esos idolillos que se nos ponen como pantalla y que hay que eliminar para ver a ese Dios que se nos manifiesta.
No quiero dejar de comentar el otro sentido de esta fiesta. Los Magos son paganos de diversos sitios, extranjeros. Es la manifestación de la universalidad de la salvación que Dios trae. Algo que descubrió inmediatamente la comunidad recién nacida de Pentecostés, la primera Iglesia. Que tenían que romper las fronteras, que tenían que abrirse a todas las culturas, a todas las lenguas. Por eso nuestro compromiso como cristianos no lo podemos reducir a nuestra ambiente, porque donde haya una necesidad hay un hermano que ha de ser ayudado, y donde haya una tristeza o un sufrimiento, existe un hermano que ha de ser amado. Todo nos es propio, todo nos ha de ser familiar. Porque la Epifanía, la manifestación del Señor ha roto todas las fronteras de nuestro amor y de nuestro compromiso cristiano.
Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 1 de enero de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 3 de enero, Segundo Domingo de Navidad

2º DOMINGO DE NAVIDAD

Si hay un denominador en todas las creencias y religiones, es ese deseo de querer acaparar a Dios, exclusivizarlo, considerarlo como propio, darle forma. En suma controlarlo. Pero eso nos lleva a alejarnos de Él, porque toda imagen toda idea determinada de lo que es Dios siempre es errónea. Dios es inabarcable, no se le puede medir, no se le puede encerrar en una forma o en una idea. Sencillamente, Dios es Dios.
Por eso sólo nos podemos acercar a Él cuando nos dejamos envolver por Él, cuando su amor llena todos los resquicios de nuestra alma, de nuestra existencia.
Cuando Dios “acampa” entre nosotros, quiere decir que durante un tiempo será uno con nosotros, corporal y limitado. Pero llegado el momento “levantará” la tienda, levantará el campamento, ya no será limitado y su corporalidad será distinta, su presencia será eucarística, eclesial, pero nuevamente inconmensurable e ilimitado. Nuestro único nexo de unión, nuestro único modo de contacto será el amor. Pero un amor según Dios, no un amor a nuestra medida, ya que Dios es el amor, es la luz, la única luz que nos puede iluminar en el camino de la vida, ese camino que debemos recorrer para el encuentro definitivo, ese encuentro que nos hace participar de su eternidad, participar de su inmensidad.
La Palabra de Dios se hace carne, viene a nosotros. Pero no viene para condenar, no viene para echarnos en cara nuestros pecados, nuestras constantes infidelidades. La Palabra de Dios nos dice que Dios es Padre. Un Padre que se preocupa constantemente por el bien de sus hijos. Nos dice que Dios, por amor, por puro amor, se hizo hombre para enseñarnos el camino de la verdadera vida, y no dio marcha atrás ni ante la muerte de Cruz.
La Palabra de Dios nos llama por nuestro nombre y nos dice a todos ya cada uno que nos quiere con locura. Y se hace luz para que le sigamos, para que distingamos el camino. Es la verdad, la que se basa en el amor.
Verdad que una y otra vez dejamos de creer. Jesús es la verdad de Dios, pero que sólo encontramos desde el amor. Pero un amor que debemos encontrar desde la justicia. Justicia para esos que han de recorrer kilómetros para conseguir un poco de agua al tiempo que brindamos con champán. Justicia para esos que rebuscan entre las basuras algo que les permita poder seguir en pie, mientras nosotros discutimos por las calidades del jamón.
Porque Cristo, Dios-con-nosotros, está en esos que caminan con sed, en esos que rebuscan con hambre, en esos que no consiguen librarse del frió porque sus harapos o sus cartones no los cubren del todo, en esos que se ahogan en la patera mientras ven a lo lejos las luces de nuestros adornos de Navidad.
Es curioso como el Dios infinito, inabarcable, inconmensurable, se hace tan concreto, tan tangible, en esos pequeños que son la medida de su amor. Luz eterna que quiere iluminar nuestros corazones para poder dejar al descubierto nuestras mezquindades, para que las veamos, para que las arranquemos con fuerza, pera dejar el alma en carne viva y que se llene de la paz de esa Palabra que se hace hombre y pone su tienda entre nosotros. Para que su misericordia llegue a tales niveles que nos inunde de tal modo que se vierta y pueda llegar al corazón de tantos hermanos nuestros que nos necesitan. A tantos hermanos nuestros que necesitamos para sentir la luz de Dios.

Santiago Rodrigo Ruiz