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viernes, 10 de julio de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 12 de julio, Décimo quinto de Tiempo Ordinario

DOMINGO XV DE TIEMPO ORDINARIO

Cuando se llevan muchos años de ministerio se tiene el peligro de mecanizar los gestos. Algo que ocurre en algunas ocasiones, por mucho cuidado que se tenga. Porque los gestos litúrgicos en los sacramentos están cargados de una fuerza y de un realismo, impresionantes, transformadores.
En el ritual del Bautismo, en la unción con el Santo Crisma, el contenido y el significado marca la vida del bautizado. Porque esa unción te consagra como profeta, sacerdote y rey. O lo que es lo mismo, participante directo y colaborador de la misión de Cristo. Profeta, es decir, Evangelizador, anunciador de la palabra y la persona de Cristo, ser alguien que con nuestra vida, con nuestro estilo de amar y, sobre todo, con nuestras palabras hacemos presente a Cristo en medio de la sociedad actual, hacerlo presente en esta sociedad que tiene miedo de escuchar algo que los descoloque de su vacío y de su lucha por nada y caminar hacia ningún sitio.
Ser evangelizadores, pero no como profesión, sino como vocación, como parte de la existencia. Por eso cuando le dicen a Amós que se vaya a ganarse su pan profetizando a otro sitio, él les contesta que no vive de eso, que él tiene su oficio, su trabajo del que vive, que él sólo está cumpliendo el mandato del Señor.
Jesús manda a sus discípulos sin nada, sin medios económicos, sólo con su fuerza, con la fuerza del Espíritu para cumplir esa misión, que no se asusten de los problemas, de los rechazos, incluso de las persecuciones, que sin duda van a surgir en su ministerio. Pero la Palabra de Dios ha de ser pronunciada, anunciada. La salvación que conlleva ha de ser ofertada a todos los hombres, porque todos deben conocerla.
Todos nosotros tenemos esa suerte, ese privilegio, ser evangelizadores, ser parte de ese plan divino para que a todos les llegue la salvación por la que todo se ha hecho, desde la Creación a la Encarnación y la Pascua. Que el hombre sepa de su dignidad de Hijo de Dios, de su futuro de vida dichosa y eterna.
Pero no nos manda con las manos vacías. No precisamos medios materiales, que para nada nos valen en esta misión. Pero si vamos llenos de todos los medios que precisamos, como dice S. Pablo en la segunda lectura, que Dios ha derrochado su gracia y sus dones en nosotros: “El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros… habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido”.
Él sabe de nuestra debilidad, sabe de nuestra falta de compromiso en tantas ocasiones. Sabe de nuestras dudas y del trabajo incansable del Maligno con nosotros. Por eso nunca nos deja solos en la misión, es nuestra sombra y nuestra luz, es nuestro empuje y nuestra sabiduría, es nuestra valentía para no rendirnos, para enfrentarnos al mundo que no quiere oír aquello que lo saca de su mediocridad y que lo eleva, pero al modo y al estilo de Cristo.
Ser evangelizadores en una gran suerte, es un privilegio y una esperanza. Porque Cristo al mismo tiempo que nos marca nuestra misión, nos da los instrumentos y la fuerza para llevarla a cabo. Por eso se entiende la valentía de los mártires, para los que esta vida terrena no tenía ningún valor ante el tesoro de ser testigos de Cristo entre nosotros.
Cristo, como a sus apóstoles, no da la misión de anunciar que el Reino de Dios ya está entre nosotros. Y en esa misión Él es uno con nosotros.

Santiago Rodrigo Ruiz

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