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sábado, 14 de noviembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 15 de Noviembre, Trigésimo Tercero del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Jesús ha estado hablando de grandes acontecimientos, todos trágicos y dolorosos. Signos en el cielo, nubes tóxicas, oscurecimientos: en la tierra, grandes terremotos, cataclismos, hambres, enfrentamientos y guerras. Parece como si estuviese leyendo cualquier periódico de hoy.
Nuestra ciencia se ha vuelto terrible, con capacidad de destrucción total de la vida en la tierra. Epidemias que arrasan países en el dolor y la muerte. Cualquier causa, religiosa, social, política…, es suficiente para enfrentar a muerte a las personas. La vida del más débil no tiene la más elemental protección, es más, lo que quieren acabar con ella lo exhiben como un derecho. La lista podríamos hacerla interminable. Con lo que podríamos decir que hemos llegado al final de los tiempos. Con lo que sólo nos falta la última parte. Ver venir a Dios sobre las nubes con todo poder y llevar a cabo un juicio final que fulmine a los malos, arrojándolos al lago de fuego, y los buenos, que parece ser que van a ser pocos, los eleve a su presencia.
Los signos de los que habla el evangelio de hoy, esos que anuncian la llegada inminente de un tiempo nuevo, no anuncian ningún cataclismo ni un juicio sumarísimo. Porque la llegada de Cristo es siempre salvadora, es siempre redentora. Dios no se puede separar de su amor y de su misericordia. Esa llegada de la que habla es una llegada de esperanza de redención de estrenar un mundo nuevo, un mudo totalmente acorde al plan de Dios.
A cualquiera que oyese estos argumentos y anuncios terribles y apocalípticos se plantearía ¿Cuándo va a ocurrir esto? La respuesta de Jesús es lo que tantas veces ha afirmado. Que el Reino de Dios está cerca, a la puerta, ha llegado. Lo que Jesús anuncia es ya presente, aunque nuestros ojos no lo vean. Estamos en el día del Señor. Cualquier día, hoy mismo, es la invitación a la conversión, al cambió, a la decisión definitiva de unirnos a Él. Es el tiempo nuevo en el que nuestra vida ya tiene resonancias de eternidad.
Pero este tiempo ha de ser un tiempo optimista, esperanzador, un tiempo universal de armonización. Es el tiempo de los valores fundamentales, esos que llegan al corazón de los hombres para que los lance  a la aventura de una felicidad sin fronteras.
No son tiempos de depresión ni de miedo. Sería un grandísimo error pensar que el hombre está abocado a la fatalidad, de que la persona carece de capacidad creadora con la que pueda superarse a sí mismo. El progreso y los medios actuales tienen capacidad suficiente para enfocarlos hacia la felicidad, hacia un mejoramiento de la calidad de vida del género humano. Hay recursos más que suficientes para que, convertidos en instrumentos de vida, aparezca una vida que se base en el amor y la misericordia.
Nuestra gran oportunidad es saber despertarnos venciendo el desasosiego, el miedo, la desazón. Tenemos que recuperar la auténtica libertad, porque para ser felices tenemos que ser libres, la gran libertad de los hijos de Dios.
Por eso cuando nos convertimos en pregoneros de esperanza, estamos cimentando el gran edificio de la felicidad. Pero para eso tenemos que liberarnos de todo tipo de miedo, porque es el amigo el que espera, el Gran Amigo. Jesús, con su llegada trae la paz, su presencia es amor ilimitado y su misericordia vence todas las potestades del Maligno.

Santiago Rodrigo Ruiz

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