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jueves, 17 de septiembre de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 20 de septiembre, Vigésimo Quinto del Tiempo Ordinario

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

Casi al cierre del evangelio que hemos proclamado, Jesús pone a sus discípulos un ejemplo práctico, que es más que un gesto lleno de ternura. Él sabe que el niño es el símbolo del desvalimiento, de lo pequeño, de lo insignificante. Es la imagen del que lo necesita todo y de todos. Por eso lo acoge y pretende traspasarle toda su fuerza, para que pueda vivir con toda la dignidad a la que, como persona, tiene derecho y, como hijo de Dios y criatura suya, comparte con el propio Dios, de quien es su imagen y semejanza.
El problema que plantea Jesús a todos aquellos que lo seguimos con este ejemplo, lo aclara Jesús, con esas palabras que recoge el evangelista. Al identificarse Jesús con los más pequeños, está sometiendo a un auténtico juicio a nuestra fe en Él.
No podremos comprender esta actitud radical de nuestra fe a no ser que la vivamos como el propio Jesús que, de rico, se hizo pobre para poder querer y ser como nosotros. Es el camino de la encarnación, que se vuelve el único camino del seguimiento de Jesús. No podemos querer a los más pequeños, a no ser que nos hagamos como ellos. Dios no desvela el misterio del amor a los ricos, a los sabios y poderosos de este mundo. Ellos bastante tienen con luchar para desarrollar lo que tienen y, bien lo sabemos, que no ahorran esfuerzos a la hora medrar. Ascender, hacer producir, enriquecerse.
Dios se lo revela a los sencillos y humildes de corazón, porque sólo ellos son capaces de profundizar en el misterio del amor, sentirse queridos, haciendo florecer el amor.
Nuestra vida ha de llenarse de sentido, lo que siente nuestra cabeza ha de coincidir con lo que llena nuestro corazón. El camino de Jesús es un constante gesto de amor, a no ser servido, sino a servir y de un modo especial a los más pobres y necesitados.
Sus discípulos no lo comprendieron hasta después de su resurrección. Pero nosotros nos hemos bautizado en la muerte y resurrección de Cristo. Tenemos el mensaje completo, sabemos perfectamente cual es el camino que Jesús nos muestra para llegar al Padre.
Pero, a pesar de todo, nos entretenemos en buscar mil subterfugios para afirmar nuestra vida alejada del plan de Dios, para convencernos de que esta vida que hemos centrado en el consumo, en placeres momentáneos, en “asegurarnos el futuro”, pero un futuro como el que estamos viviendo, no un futuro como Cristo quiere, como Él nos ofrece.
Para eso nos hemos creado una religiosidad, centrada en pequeños compromisos, en momentos de oración, en algunas celebraciones litúrgicas, en placebos piadosos, pero lejos del auténtico plan de Dios, y lo sabemos.
El camino que Jesús nos ofrece es el suyo, por el que Dios se hace hombre, identificarse con los más pobres, los más sencillos, los más desvalidos y necesitados de su amor y su misericordia, los que lo tienen a Él como el mejor, el único apoyo. Ser como niños, con un corazón sencillo, desprendidos, solidarios, fáciles al perdón, a olvidar la ofensa. Personas con un afecto rápido porque vemos en el otro sólo a alguien a quien amar, con quien compartir. Sabiendo que eso que hemos acumulado, esas “seguridades” que nos hemos fabricado, no nos sirven para ser realmente felices, sino todo lo contrario.

Santiago Rodrigo Ruiz

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