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viernes, 25 de abril de 2014

jueves, 24 de abril de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Segundo Domingo de Pascua (27 de abril)

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA
Domingo de la Divina Misericordia

Recuerdo en una ocasión en que uno le aseguraba otro un hecho concreto, el otro lo dudaba. El primero le dio todo tipo de pruebas y nos convenció a todos, pero el segundo le dijo: .-Si yo te creo, por descontado que te creo, pero como mañana por la mañana tengo un rato, voy a acercarme a comprobarlo. Aunque creerte te creo-.
Si nos preguntásemos qué es la fe, tendríamos un sin fin de respuestas y opiniones. Pero para un cristiano, la fe es fiarse de Cristo, vivir como pide Cristo, pensar y sentir como siente Cristo. Ser uno con Él, parte de su existencia, pero que Él llene todos los rincones de nuestra vida, hasta el último poro de nuestra piel, hasta el último aliento de nuestra vida.
Es la fe en Cristo resucitado, vivo y actuante entre nosotros. Es sentir como su misericordia se derrama a raudales, como lo llena todo, como completa, plenifica toda la existencia. Nada se puede mover de un modo positivo y constructivo, si no lo mueve el amor de Dios, ese amor que no ha escatimado sobre nosotros, que es el motor de todas nuestras acciones, el que nos mantiene vivos, porque sólo se vive si se vive en Cristo.
Él se ha presentado en medio de ellos, y de unos pusilánimes ha hecho apóstoles valientes. Ha derramado su paz sobre ellos para que no haya nada que los sobresalte o los frene. Les ha dado la paz de quien sabe que tiene el mayor de los tesoros, quienes de ahora en adelante no van a precisar otra cosa que la persona de Cristo y la fuerza del Espíritu.
Y les ha dicho que sean instrumentos de su misericordia, que perdonen los pecados, que recuperen a la oveja perdida, porque es tan querida por Dios como el resto. Que nadie se sienta separado de Dios para siempre. Que todos sepan que el perdón y la misericordia nunca se la van a escatimar a todos aquellos que quieran volver a la casa del Padre, en la que todos tenemos un espacio, en la que se nos conoce y se nos espera para recibirnos con la gran fiesta de la reconciliación de los hermanos.
En este fragmento del Evangelio tenemos, casi como un apéndice a Tomás, sus dudas, sus reticencias de aceptar a Cristo vivo. Y eso que sus hermanos se lo dicen, le insisten, le aseguran que Jesús está vivo. Pero él quiere pruebas, quiere tocar los signos del sacrificio de Cristo, sus llagas. Y cuando Jesús se lo ofrece no puede hacerlo, porque el Señor le ha afeado su postura y le ha dicho que no tenía confianza en su persona. Por eso sólo le queda la primera y más completa confesión de fe: “Señor mío y Dios mío”.
Dicen que la fe es un salto al vacío. Pero eso no es verdad para un cristiano, porque en el salto de confianza de alguien que cree en Cristo, siempre están sus manos amorosas, llagadas pero amorosas, que lo van a recoger.
Es el domingo de la Divina misericordia. Porque no existe misericordia que no brote del amor de Dios. No hay misericordia que no tenga como origen ese corazón entrañable que solo quiere perdonar, perdonar y acoger, perdonar y abrazar, con un abrazo donde se funden todos los amores. El amor infinito de Dios con el nuestro, que, al fin y al cabo, es participación en ese amor divino. Una misericordia en la que nosotros tenemos que ser instrumentos decididos para que sea conocida y vivida por todos los seres humanos de la tierra.

Santiago Rodrigo Ruiz

viernes, 18 de abril de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Domingo de Resurrección

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

Tras la noche viene el día, tras la oscuridad viene la luz, tras la muerte viene la vida, tras la desesperación viene la esperanza cumplida, la promesa hecha realidad.
Hemos resucitado con Cristo y en Cristo. En esta ocasión lo vamos a hacer con un Padre de la Iglesia latina: “La resurrección de Cristo no ha destruido la carne, sino que la ha transformado. Su gran poder no destruyó la naturaleza. Cambió la calidad, pero no la naturaleza. El cuerpo que había sido clavado en la cruz se tornó inaccesible al sufrimiento. Fue muerto y volvió eterno. Se puede decir perfectamente que la carne de Cristo ya no es aquella que habían conocido; en ella no hay ya señales del sufrimiento o de debilidad. En esencia sigue siendo la misma, pero es divina, por lo que respecta a la gloria… quiere decir que nuestra resurrección ha sido inaugurada en Jesucristo. En Él, muerto por todos nosotros, se funda toda nuestra esperanza. Ni dudas ni reticencias, ni esperas inútiles en nosotros: las promesas se están cumpliendo y con los ojos de la fe ya disfrutamos de las gracias que nos llenarán después. Nuestra naturaleza ha sido elevada, en la alegría ya poseemos el objeto de nuestra fe… (S. León Magno, Homilía 71).
Es el Domingo de Gloria, pero tenemos la realidad de la vida, después de la realidad de la muerte. Cristo ha resucitado porque ha pasado por la muerte, nosotros no podemos pasar a la vida si no pasamos por su muerte.
La muerte a un mundo cruel y violento, para pasar a la vida de un mundo de paz y de generosidad, de entrega generosa, de esfuerzo por el hermano más necesitado.
La muerte a una vida centrada en nosotros mismos, a un solo pensar en lo que nos produce placer y bienestar inmediato. Para llegar a la vida de un mundo de entrega incondicional, en el que no se escatima la lucha para transformar esta realidad que nos rodea, ajena al plan de vida que Dios quiere para nosotros desde el principio de los tiempos.
Es Domingo de Gloria, el trágico camino al calvario es ahora una senda luz. La dura roca del Gólgota es ahora la base maravillosa donde se ha sentado la esperanza. La Cruz ensangrentada, con los clavos horrendos, es ahora el faro que va a iluminar al universo por los siglos de los siglos. En ella vemos a la muerte clavada y muerta para siempre,
Todo cambia, todo se trasforma. Hasta la Iglesia grita en su pregón pascual “feliz culpa que mereció tal Redentor”, nada ha sido inútil, nada ha sido en vano. Las treinta monedas de Judas es el pago de una redención gloriosa. Las negaciones de Pedro son gritos de esperanza y vida.
Es el Domingo de Gloria, donde los patriarcas saltan de gozo viendo que el camino que marcaron va al sepulcro vacío. Donde los profetas cantan con alegría aquellas profecías que durante siglos prepararon y anunciaron este momento. Es el momento en que la Iglesia se ve desbordada de fuerza porque la luz del espíritu del Resucitado estalla por todos su poros.
Gritemos y felicitémonos porque es el primer día de nuestra existencia. Es el día en que la creación se ve completada, el universo ha adquirido su luz definitiva, donde los hombres tiene ya un motivo para darse el abrazo de la paz que nada podrá separar, porque sale de Cristo Vivo para siempre.

Santiago Rodrigo Ruiz

miércoles, 16 de abril de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Viernes Santo

VIERNES SANTO, PASIÓN DEL SEÑOR

Recuerdo en una ocasión en que miraba con mi abuela la procesión del Viernes Santo. Delante de nosotros iban pasando las imágenes de los cristos con la cruz a cuestas, crucificado… Entonces mi abuela le dijo a otra mujer, más o menos, de su edad: .- A ver que necesidad tenía el Señor de meterse en esto-. La otra mujer la miró afirmativa y añadió: .-Es verdad, si él con hacer así (hizo un gesto con la mano como limpiando) había mandado a toda esta gentuza al infierno-. Ambas dieron un suspiro y siguieron viendo la procesión devotamente.
Muchísimos años después, recordando aquellas frases que en aquel momento no entendí, veo que en la cruz se manifiesta todo el amor y toda la libertad. En la cruz se ve toda la  generosidad y toda la misericordia. Mirando la cruz y en ella a Cristo roto, no nos queda más remedio que ver en ella toda la paz y toda la vida.
Por eso todos los que, desde los orígenes de la Iglesia, han escrito, todos los que han hablado, han coincidido en que sólo se puede ver a Cristo y éste crucificado. Con los brazos abiertos y fijos, cosidos la cruz, con sus pies inmóviles por esos clavos que los han taladrado. Con el costado abierto. Esas llagas por donde se ha derramado su sangre, un manantial inagotable de amor y de misericordia. Ese manantial que ha saciado la sed de todos los que se sentían hundidos en el camino de la vida.
Esas llagas que sanan las del alma de todos los hombres de la historia. Esas llagas en las que se han refugiado, nos hemos refugiado todos los que nos sentíamos solos y perdidos en el camino de la vida. Esas llagas, ese cuerpo torturado y roto, que es vida ilimitada, salud de aquellos que la vida desgarra una y otra vez.
Una cruz en lo alto del monte, pero al lado de todos nosotros. Ese amarre al que podemos aferrarnos cuando todo se hunde y que nos mantiene a seguros. Esa tabla sobre la que podemos flotar en las tempestades de nuestra existencia y en la que estaremos a salvo.
Una cruz en el cruce de los caminos por la que sabremos con toda seguridad, sin posibilidad de error, qué camino elegir. Porque la cruz siempre nos va a conducir al corazón amoroso de ese Dios que se nos entrega. Nos va a llevar siempre por la ruta más segura, como es la de seguir los pasos de Cristo.
Una cruz en la que cargar todas nuestras grandezas y todas nuestras miserias. Echarla sobre nuestros hombros y caminar con Cristo, a su lado, a su altura, en la que su peso se va diluyendo porque va pasando a los hombros de Cristo. Caminar con nuestras cruces a su lado. No renunciando al dolor, pero un dolor que envuelto en amor se convierte en redentor, pues es reflejo del amor interminable de Cristo.
Postrarnos ante la cruz en Viernes Santo, adorar la cruz en Viernes Santo, es ver como Dios no ha escatimado nada, ni el dolor ni el sufrimiento de su propio Hijo, para recuperarnos, para que volvamos al camino de la vida.
Mirar la Cruz, y en ella a Cristo crucificado, es mirar la salvación, es mirar la vida, es ver un amor que nos debe llevar al auténtico Amor. Mirar la cruz para clavar en ella todas nuestras miserias, todos nuestros pecados, los que aplastaban pero no detuvieron a Cristo, y en ella comenzar a beber del manantial de la vida. Ese manantial que brota del costado de Cristo crucificado, para que nunca tengamos sed, para que nuestra vida sea también una ofrenda, un don para ese hermano sufriente que nos necesita y en el que está Cristo con su cruz.

Santiago Rodrigo Ruiz

martes, 15 de abril de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Jueves Santo

JUEVES SANTO, MISA EN LA CENA DEL SEÑOR

A veces, cuando nos postramos ante Cristo Eucaristía, contemplando esa Hostia blanca, podemos sentir la tentación de esa lejanía que nos produce la divinidad, ese desconcierto que nos produce lo inabarcable, lo que siempre hemos conocido como temor de Dios.
Pero no somos conscientes de la cercanía de la intimidad de ese Dios que estamos contemplando. Ese Dios humano y divino, que comparte con nosotros la humanidad para que podamos tener acceso a su divinidad.
Dios nos salva desde la humanidad, desde nuestro cuerpo, desde nuestra totalidad personal. A Dios no le es extraña la humanidad, la corporalidad, ser uno de nosotros y con nosotros. Estar íntimo y cercano a nuestro día a día, más íntimo y más cercano, como diría San Agustín, que nosotros mismos.
Esa es la celebración del Jueves Santo, esa es nuestra celebración. En aquella cena Cristo demuestra que nunca va a prescindir de su cuerpo, de su humanidad, para redimirnos, para acompañarnos, para hacernos uno con él, saborear su destino eterno, ser alimento y camino, ser puerta y ser luz, ser verdad y vida, ser luz eterna, definitiva para nosotros.
Pero Cristo tiene una sola motivación. No su gloria, a la que nada podemos añadir. Sólo el amor, un amor ilimitado, un amor como tiene el que no se reserva nada para sí mismo, un amor como el que tiene quien se da para toda la eternidad. Nada ha podido nuestro pecado, su amor y su misericordia es infinitamente mayor. Nada pueden nuestros desprecios y nuestras infidelidades, su fidelidad no tiene medida.
Una entrega que se da, un amor tan inmenso el que se ofrece que ni los tiempos ni la muerte lo podrán oscurecer. Porque el amor de Cristo es el amor de Dios y su eterna presencia eucarística, es el recordatorio de que nos sigue amando, sin límite, sin fin. Es la Cena por antonomasia, es el banquete, el festín que ya nunca se detendrá. Es el derrame inagotable de amor y ternura que ni la muerte podrá interrumpir. Porque participando en este banquete eucarístico, se saborea en nosotros la vida eterna.
Pero no nos lo da gratis, nos pone delante una factura, la más grande y la más bella de las facturas: “que nos amemos unos a otros como Él nos ama”. Ya que sólo quien ama, quien perdona, quien se siente necesitado del hermano y al mismo tiempo se entrega al hermano, puede acercarse a ese banquete. Que nadie lo coma con una sombra en el alma, que nadie se acerque si su vida no es entrega al hermano, y de un modo especial al más necesitado, al más débil, al que más precisa de nuestra caridad. Es el banquete de la fraternidad, es el nudo que nos mantiene unidos a Cristo, porque sólo nos podemos unir al con el nudo del amor al hermano. La factura de Cristo, un amor entregado que conlleve la entrega de la propia existencia. La factura del amor.
Recuerdo en una ocasión en que contemplaba la procesión del Corpus de Toledo en una calle muy estrecha. Otro hombre que no paraba un instante de hacer fotos, y yo en el hueco de una puerta. Al pasar la custodia me puse de rodillas, el otro me miró y me dijo por qué había hecho eso. Le respondí que ante mi pasaba tanto amor que era lo único que sabía hacer, postrarme. El otro dejó de hacer fotos y se quedó mirando la custodia hasta que desapareció. Entonces me miró con una gran sonrisa y se fue en silencio.

Santiago Rodrigo Ruiz

domingo, 13 de abril de 2014

SEMANA SANTA 2014 en Griñón (del 13 al 20 de Abril)

DÍA 13 DE ABRIL, DOMINGO DE RAMOS
"Bendito el que viene en el nombre del Señor"

Celebraciones litúrgicas:
10:00   Bendición de Ramos y Eucaristía en La Salle

12:00   Bendición de Ramos en Clarisas. 
            Procesión hasta la Iglesia Parroquial.
            Celebración de la Eucaristía en la Iglesia Parroquial

20:00   Eucaristía en la Iglesia Parroquial



DÍA 14 DE ABRIL, LUNES SANTO

19:00    Eucaristía y Vía Crucis en la Iglesia Parroquial



DÍA 15 DE ABRIL, MARTES SANTO

12:00    Misa Crismal en la Catedral de la Magdalena (Getafe)

19:00    Celebración Comunitaria de la Penitencia (dentro de la Eucaristía) en la Iglesia Parroquial



DÍA 16 DE ABRIL, MIÉRCOLES SANTO

19:00    Eucaristía y Vía Crucis en la Iglesia Parroquial



DÍA 17 DE ABRIL, JUEVES SANTO
"Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros como Yo os he amado"

12:00     INTRODUCCIÓN AL JUEVES SANTO en la Capilla del Santísimo (Iglesia Parroquial)

Celebraciones litúrgicas:
17:00   Cena del Señor en La Salle

17:00   Cena del Señor en Clarisas.

18:30   Cena del Señor en la Iglesia Parroquial.
         
22:30    Hora Santa en la Iglesia Parroquial.

A partir de las 00:00 del Viernes:  Acompañamiento al Santísimo durante la noche por miembros de la Comunidad en intervalos de 1 hora.



DÍA 18 DE ABRIL, VIERNES SANTO
"Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte y a una muerte de cruz"

12:00     INTRODUCCIÓN AL VIERNES SANTO en la Capilla del Santísimo (Iglesia Parroquial)

Celebraciones litúrgicas:
16:30   Oficios en Clarisas

17:00   Oficios en La Salle.

18:30    Oficios en la Iglesia Parroquial
         
21:00    Procesión del VÍA CRUCIS: Salida y llegada en la Iglesia Parroquial.




DÍA 19 DE ABRIL, SÁBADO SANTO
"Sepultados con Cristo, por el Bautismo, resucitaremos con Él a la Vida Eterna"

01:00     PROCESIÓN DEL SILENCIO 
              Salida desde la Iglesia de las Clarisas (el regreso será a la Iglesia Parroquial)

Celebraciones litúrgicas:
20:00   VIGILIA PASCUAL  en La Salle

20:00   VIGILIA PASCUAL en Clarisas

23:00    VIGILIA PASCUAL en la Iglesia Parroquial.



DÍA 20 DE ABRIL, DOMINGO DE RESURRECCIÓN
"Verdaderamente ha resucitado el Señor, Aleluya"


Celebraciones litúrgicas:
09:00   Eucaristía en Clarisas

10:00    Eucaristía en La Salle

11:00    PROCESIÓN DEL SANTO ENCUENTRO.
             Salida del Resucitado: Iglesia de Clarisas
             Salida de la Virgen: Iglesia Parroquial
               Encuentro en la Plaza Mayor
               Procesión a la Iglesia Parroquial y Eucaristía

20:00    Eucaristía en la Iglesia Parroquial

jueves, 10 de abril de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Domingo de Ramos (13 de abril)

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

Recuerdo en una ocasión en la que habíamos terminado una gestión con bastante acierto, y todos se acercaban para felicitarnos. Uno se nos acercó, creo que con más mala uva que con deseo de templanza, y nos dijo: .-No olvidéis que a los cuatro días del Domingo de Ramos está el Viernes Santo-. A lo que le respondí: .-Y al tercer día del Viernes Santo el Domingo de Pascua-.
Es cierto que el sufrimiento de Cristo, esa pasión cruentísima y dolorosísima, viene unos días después de aquella entrada gloriosa en Jerusalén. Pero nosotros contemplamos ese sufrimiento de Cristo como prólogo necesario para la Pascua, el acontecimiento vehicular de nuestra vida, el fin y sentido de todo el hacer de Jesús, el cumplimiento definitivo de todas las promesas divinas en toda la Historia de la Salvación. La gran VIGILIA PASCUAL, la celebración más importante de todo el año.
Pero antes tenemos que acompañar a Cristo por el camino de la cruz. Y ese camino comienza en este Domingo de Ramos. En ese momento en el que las gentes aclaman a su Salvador, aclaman al que viene en el nombre del Señor, bendiciendo su nombre. Ese momento en el que si los labios se callaran, gritarían las piedras.
Son alabanzas, son ramos bellos y floridos, cogidos de ese árbol que se ensangrentará, que se empapará de la sangre del inocente. Pero hoy son ramos hermosos y triunfantes.
Jesús sabe, desde hace mucho y así lo explica innumerables veces a sus discípulos, el sufrimiento y el dolor que le espera. Él es el grano de trigo que ha de ser molido, machacado, triturado para que salga el más maravilloso pan de vida. Amasado con dolor y sangre para convertirse en alimento de vida eterna.
Pero hoy no toca, es el inicio de su gloria, el tiempo en que Jesús va a manifestar su libertad absoluta para seguir adelante con el plan de Dios.
Que bello reflejo sería nuestra vida tomando esa libertad de Cristo, coger nuestra cruz, hacerla gloriosa como la suya, y acompañarlo desde el gozo de estas aclamaciones, hasta la mayor explosión de vida imaginable del Domingo de Gloria. Pero sin escatimar el sacrificio, la entrega generosa de nuestra existencia en aras del hermano, dejarnos desgajar como Él, dejarnos romper como Él, para que nos reconstruya desde su amor. Porque nunca es ni será vana una entrega generosa de la vida.
Podemos, incluso debemos, gozar nuestros “domingos de ramos”, pero no podemos negar nuestro ascenso a la Pascua por el camino del calvario. Sólo quien se da, se entrega, quien pone su existencia como una ofrenda en las manos del Padre, puede culminar con éxito este ascenso, esa subida gloriosa, aunque no exenta de dolor, con nuestra cruz, imagen y forma de todos los amores imaginables. A esa cúspide de gloria, donde el sepulcro es una antesala, donde la muerte es un fracaso, donde el dolor se convierte en la más bella de las flores de la vida.
Domingo de Ramos, entrada gloriosa en Jerusalén, ciudad de paz, ciudad de vida. Inicio de la Pasión, vía crucis recién iniciado, camino de luz, aclamaciones de los niños hebreos con ramos de olivo. Canto que completarán los ángeles unos días después con ese grito de vida que no han podido apagar los tiempos. Un grito de vida que parte del origen de los tiempos y no tendrá fin.

Santiago Rodrigo Ruiz

jueves, 3 de abril de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 6 de abril

CUARESMA, QUINTO DOMINGO

Recuerdo en una ocasión, en mi primer destino de felicísimo recuerdo, allá en los Montes de Toledo, se hablaba de unas cuevas a las que nadie hizo nunca caso hasta que se perdieron dos niños. Con unos medios rudimentarios bajamos tres personas y gritamos llamando a los niños, entonces sentimos sus voces asustadas, fue el más hermoso de los sonidos porque estaban vivos. Claro que tanta alegría no los salvó de un par de pescozones.
Cristo grita con fuerza a Lázaro en la puerta de su tumba y lo invita salir afuera, parecía algo absurdo gritar a un muerto de varios días, pero la voz de Cristo no pudo ser frenada por la muerte y Lázaro salió con su mortaja. Vivo, burlando a la muerte que lo quería para sí.
Aquella gente se quedó desconcertada, sin entender nada, era imposible, no tenía sentido. Porque al fin y al cabo, Lázaro volvió a morir algún tiempo después. Sin embargo había oído la voz de Cristo que lo llamaba, y esa llamada no se podía quedar sin respuesta.
Pero aquello no fue un hecho que ocurrió en un momento de la historia, en que Cristo no se resigna a que un amigo queridísimo suyo le sea arrebatado por la muerte, le sea sustraído. Cristo sigue gritándonos en las puertas de la vida.
Nos llamó con fuerza ante la pila bautismal. Entonces rompimos la muerte en la que nos había sumido el primer pecado, y volvimos a la vida por medio del agua y del Espíritu Santo. A una vida que nos hace hijos de Dios, hermanos del mismo Cristo y herederos de la eterna promesa de vida sin fin hecha a nuestros padres.
Nos llama con fuerza desde el sacramento de la penitencia, cuando el pecado nos quiere sumergir en esa muerte que nos sume la separación de Dios. Nos llama desde su perdón y su misericordia para arrancarnos de la muerte a la que nos quiere llevar el diablo y volvernos al camino de la vida eterna, culmen perfecto de todas las promesas.
Nos llama con fuerza desde el banquete eucarístico, meta y fin de esa vida maravillosa a la que nos encaminamos cuando comemos su cuerpo y bebemos su sangre. Cuando nos hacemos fraternos y solidarios con aquellos hermanos que sufren y que nos necesitan. Cuando compartimos nuestra existencia, esa vida que Dios nos ha dado para que la convirtamos en una ofrenda que posibilite el Reino de Dios entre los hombres. Cuando nos damos a nosotros mismos desde el amor, siendo que cuanta más vida damos, más tenemos.
Nos llama con fuerza para el encuentro definitivo con Él, para ese encuentro en el que la muerte ha perdido todo su poder, donde el pecado ya ha dejado de existir, pues en la presencia de Cristo sólo el amor y la vida tienen espacio. Esa llamada a romper la tumba para siempre en una escalada de eternidad en la que se prolonga sin límite lo más bello y grande de cada uno de nosotros.
Son muchas las veces que Cristo, como a Lázaro, nos llama para que no nos dejemos arrebatar por tantas muertes en la que la sociedad actual nos quiere sumergir. Ese egoísmo que nos aísla, la violencia que destruye la esperanza, el hedonismo que nos deshumaniza…
Cuando Cristo grita con fuerza: “Lázaro sal fuera”. Debemos poner nuestro nombre, el de cada uno de nosotros. Pues igual que en aquella ocasión, Cristo vuelve a llorar cuando nos ve sumergidos en esa muerte que nos separa de Él, porque nos quiere fuera de todas las tumbas.

Santiago Rodrigo Ruiz