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miércoles, 12 de agosto de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del 15 de agosto, Solemnidad de la Asunción de la Virgen

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN

Hoy celebramos la solemnidad de la Asunción de la Virgen, una fiesta importante dentro de las celebraciones marianas, ya que María es asunta al cielo, mejor dicho, el cielo asume a María, como Reina y Señora, pero especialmente como Madre. Así nos gusta llamarla, sentir su cariño, su ternura, ese rincón tierno donde dios ha puesto el más bello calor, calor humano, calor de Dios. Sentir a María Madre, siempre Madre.
María es Madre desde el anuncio del ángel, y mucho antes que en su cuerpo es madre en su corazón.
Es Madre en Belén, una madre pobre que no encuentra sitio para ella y para su Hijo en la posada, al que da a luz y lo recuesta en un pesebre. Su rostro es el primero que contempla Jesús, es la primera sonrisa que ve, las primeras palabras, la primera sonrisa.
Es Madre en Nazaret, donde Jesús crece, aprende a vivir en la dureza de una familia pobre, pero sintiendo el calor del cariño que lo rodea siempre.
Es Madre en Jerusalén, donde recorre las calles angustiada, para encontrar a su Niño de doce años, hasta que lo encuentra entre los más sabios de aquella ciudad a los que tiene desconcertados.
Es Madre cuando Jesús deja su hogar y su familia, para convertirse en ese peregrino que recorre las aldeas y ciudades anunciando la Buena Nueva de Dios.
Es Madre en los triunfos de su Hijo, cuando es aclamado por las multitudes. Pero también es Madre al pie de la cruz, con el corazón traspasado por mil espadas y el alma hecha jirones por el dolor y la angustia de ver a su Hijo agonizar.
Es Madre en la mañana de Pascua. Madre en la gloria de la resurrección, cuando su Hijo triunfa sobre la muerte y se hace autor de la vida.
Pero sobre todo para nosotros, es Madre nuestra. Porque Jesús nos la donó al pie de la cruz, nos la entregó para que fuese, para nosotros, el más tierno de los abrazos de Dios.
Y hoy estamos celebrando su fiesta, nuestra fiesta, la fiesta de aquellos que se han fiado de Dios, la fiesta de los que, como María, han hecho de su vida una ofrenda generosa para que Dios la haga florecer en amor y misericordia.
María, Madre nuestra, que se siente feliz al vernos querernos, al vernos ayudándonos, al vernos ser uno en los gozos y las alegrías. Que se siente feliz al vernos reunidos alrededor del altar, participando, no sólo en la Eucaristía, sino de la vida de Dios, de la voluntad salvadora de Dios, en el compromiso de ayudarnos unos a otros, de compartir cada instante de gozo con los tristes y desamparados. Ella que es Madre de misericordia.
Por eso como buenos hijos, tenemos la obligación de ofrecerle el regalo que más feliz la puede hacer. Y el mejor regalo imaginable para una madre, es ver a sus hijos quererse.
Porque esta Madre es feliz cuando las mesas de los hambrientos se llenan de alimentos. Esta Madre es feliz cuando el desnudo tiene ropa y cuando el perseguido encuentra la libertad, cuando los poderosos son rebajados hasta la altura de poder mirar a sus hermanos a los ojos.
Ella es la mujer que ha sido glorificada por Dios, la que asume el cielo, la que es asumida por el cielo, para que junto al trono de Dios haya un corazón humano, el que dio los primeros latidos al corazón de Cristo y en Él al nuestro.

Santiago Rodrigo Ruiz

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