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sábado, 1 de agosto de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 2 de agosto, Décimo Octavo de Tiempo Ordinario

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Comenzamos este largo sermón del Pan de Vida que nos va a ocupar durante cuatro semanas. Esta larga charla de Jesús en la que va a ir dejando claro quien es Él, cual es su auténtica misión, que es lo que nos quiere dar y a donde podemos llegar si nos alimentamos de su persona y su palabra.
Vemos que la gente necesita a Jesús y lo busca, precisa de Él, hay algo que los atrae, aunque todavía no saben exactamente el qué ni para qué. Unos tal vez porque los días anteriores los dio de comer hasta que se saciaron, pero otros comienzan a ver en Jesús algo distinto, algo que los atrae y que los llama. Porque aunque el pan material sea muy importante, ellos notan que necesitan algo más, algo que lo llene, que les alimente el alma. Y es lo que Jesús les está ofreciendo, un alimento que los sacie para siempre de su hambre de vida.
Porque Jesús a abierto horizontes nuevos y ellos los han visto, han descubierto que Dios los quiere, que siempre ha contado con ellos para la construcción de su Reino en la tierra, por eso le preguntan; “¿Y qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?”. Jesús le dice simplemente que crean en Él, como el Enviado de Dios, como el Mesías, como el Salvador de los hombres. Él no les dice cosas prodigiosas, ni los abruma con signos y milagros. Les pide su fe, que lo sigan a él, lo demás es secundario.
Es curioso, como después de veinte siglos de estos acontecimientos, seguimos perdidos sin saber a donde dirigirnos, buscando sólo lo temporal, lo que nos da gozos breves, momentáneos. Pero seguimos perdidos, más que perdidos, nos resistimos a tomar el camino de Jesús, el mismo que indicó a aquellas gentes junto al lago, Jesús nos sigue pidiendo exactamente lo mismo, nos sigue reclamando las mismas exigencias. Que creamos en Él como el único Salvador, que lo veamos como él único que nos puede dar una felicidad completa.
Hemos construido una Iglesia como una enorme estructura, que es necesaria en muchos aspectos, pero que nos hacer perdernos en normas y mandamientos, buenos en sí, pero que nos alejan de una confianza total en Jesús de Nazaret. Esto que nos da una identidad nueva, distinta, una identidad que nace de una relación viva, intensa, confiada en Cristo. Porque sólo nos haremos cristianos cuando aprendamos a pensar, sentir, amar, sufrir, trabajar y vivir como Jesús.
Vivimos tiempos nuevos, tiempos distintos, tiempos en los que Jesús no es buscado, no es reclamado para lograr la auténtica felicidad. No se sabe, no se le conoce como el único que nos puede dar una vida auténtica, una vida plena, una vida que nos llena cada instante de nuestro vivir y cada partícula de nuestro ser.
Hoy ser cristiano ha de partir de una experiencia que nos identifique con Jesús. No es cuestión de ser buenos practicantes, no es de ser gente que cumple al pie de la letra todo lo que la Iglesia manda, eso vendrá después. Ser cristiano, en esta sociedad, que presume de laica sin saber exactamente lo que dice, es moverse en una adhesión a Cristo, en un contacto vital con Él. Es alimentarse de su Pan y su Palabra, como la única fuente que nos va a dar esa energía que precisamos en cada instante para sentirnos vivos, vivos de verdad.
Pero sabiendo que Dios siempre nos lo va a dar de una forma gratuita, sólo nos va a pedir nuestra fe, nuestra adhesión a su persona. Por eso no podemos ponerle nosotros condiciones a Él. La comunión con Cristo ha de partir de un amor desinteresado, que es el único amor posible.

Santiago Rodrigo Ruiz

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