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viernes, 15 de noviembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 17 de Noviembre

DOMINGO TREINTA Y TRES DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, siendo yo muy joven, se anunciaba con cierta frecuencia el fin del mundo. Pues en una de aquellas, la que más inminente se veía la cosa, un vecino se lamentaba del dineral que había gastado en arreglar su casa para no poder disfrutarla. En esto que pasaba mi abuela y le dijo: .-No te preocupes, de no haberlo hecho te quejarías del dinero que dejas en el banco y no haber arreglado tu casa-. Por cierto el vecino vivió mucho años para disfrutar su casa arreglada.
Desde entonces, esos movimientos milenaristas, han anunciado un sinfín de veces el fin del mundo, y hasta ahora no han acertado mucho que digamos.
Porque cuando hablamos o pensamos en el fin del mundo ¿Qué es lo que sentimos? ¿Cómo el vecino de mi infancia, un lamento por no poder seguir gozando de este mundo, por muy imperfecto que lo digamos? ¿O la alegría del encuentro definitivo con nuestro Creador y Redentor, donde se da la alegría y el amor más perfectos?
En el Evangelio de este domingo se nos habla de la gran confusión. Del modo en que irán cayendo todos los elementos que sostienen esta sociedad actual. Cómo el odio a Cristo y su Evangelio desembocará en la más atroz y cruenta de las persecuciones para los seguidores fieles a Cristo.
Pero si miramos a nuestro alrededor vemos que es casi la situación actual. Cristo y su Iglesia son objeto de todo tipo de persecuciones. Desde las más sutiles intentando minar los cimientos de la fe, hasta las más toscas y burdas como hacía un partido político hace poco.
Una persecución hecha por los mismos que se aprovechan de los frutos de la Iglesia en todas sus instituciones. Sus colegios, sus instituciones de caridad, sus hospitales…Se sirven de ello y luego, de la forma más mezquina, atacan y persiguen a Cristo y su Iglesia, sin querer ver el manantial de amor que surge de ahí y del que se han aprovechado. Es como esa flor que perfuma a aquel que la corta por el tallo.
Y es que las cosas han de ser así. El evangelio de Jesús ha de ser anunciado con la palabra y con la vida. La gente tiene que saber que el Reino de Dios está entre nosotros, que ha puesto su morada con nosotros, que es parte de nuestra existencia de cada día. Por eso ha de ser atacado por aquellos que no creen en la auténtica libertad de los hijos de Dios. La libertad de los mártires que ven en nada el valor de su vida antes de desprenderse del Reino de Dios que habita en sus corazones. La libertad de todos aquellos que han convertido su vida en una constante ofrenda de amor a los hermanos y que luchan, contra toda adversidad, para que ese amor divino se extienda por toda la tierra, por todos los corazones de bien.
Porque el fin del mundo, el más horrible fin del mundo imaginable, es que se nos arranque del corazón esa semilla de vida eterna que Dios puso en nuestro interior. Es sabernos fuera de ese reino de amor absoluto que es el Reino de Dios en nosotros. Porque fuera de ese reino las cosas ya no tienen sentido, son caducas, perecederas. Es el fin del mundo de todos aquellos que viven de espaldas a la vida verdadera. La vida en Cristo y con Cristo.

Santiago Rodrigo Ruiz

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