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jueves, 12 de diciembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Tercer Domingo de Adviento

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

Recuerdo en una ocasión en la que estábamos esperando a una persona para un asunto bastante importante. En un momento aparece un señor que se identifica como el representante de esa persona. Durante un rato no habló y nos explicó el tema con todo tipo de detalles. Hasta que uno de los reunidos le dijo: .-Todo lo que ha dicho usted está muy bien, ahora dígale a su jefe que venga para que arreglemos esto de una vez-.
Dios manda delante todo tipo de profetas, incluso al precursor, a Juan el Bautista. Pero Él sabía que la redención de los hombres, la salvación definitiva era cosa suya, únicamente suya. Que sólo Él tenía el poder para sacar al género humano de la espiral de pecado y de muerte en la que estaba sumido.
Ahora no es tiempo de profetas, no es tiempo de anunciadores, no son precisos los precursores, el que había de venir ha venido, el que esperábamos ha llegado, aquel a quien se anunció está con nosotros.
Pero su llegada no es definitiva. Ha venido y nos ha mostrado la voluntad divina, nos ha abierto todos los caminos con su nacimiento, su muerte y su resurrección. Ha cumplido la promesa hecha por Dios al hombre en el momento de su pecado. Pero es nuestro tiempo, es el tiempo de la Iglesia, la comunidad que está en camino, en peregrinación a la casa del Padre.
Y para esa peregrinación, para ese periplo se nos dan todos los instrumentos necesarios para llegar a la meta con buen fin. Una meta que es el encuentro definitivo con Dios.
Adviento es la preparación para hacer nuevo el nacimiento de Dios, para estrenar al Cristo del pesebre. Pero es también un tiempo de proclamar la esperanza en ese encuentro en el que la humanidad redimida descanse en los brazos de su Hacedor, en el calor fraterno de un Dios que no pierde la esperanza en nosotros, un Dios que sabe que su obra más perfecta está llamada a vivir con Él y en Él, de una vez para siempre.
Pero es un tiempo de espera activo, un tiempo en el que no podemos estar de brazos cruzados. Si queremos seguir en la ruta marcada por Cristo, sólo lo podemos hacer siguiendo sus huellas, marchando en pos de Él y con Él. Viviendo el programa maravilloso que nos ha marcado. Un programa que ya era señalado desde antiguo por el profeta, como hemos visto en la primera lectura.
Hacer un camino lleno de misericordia, dada y recibida. Un camino en el que no podemos desfallecer, como dice el apóstol Santiago, porque nunca van a faltar aquellos que nos quieran desviar de nuestra ruta, que nos quieran desalentar, que nos digan lo absurdo de nuestras pretensiones, que sólo el hoy tiene sentido.
Pero no podemos caer en esa trampa que nos quiere eliminar, borrando nuestra esperanza. Caminar adelante, siempre adelante, acompañando y ayudando al hermano que nos necesita. Al que no es tan fuerte y cae. Al que intentan dejar tirado en la cuneta de la vida, pero que nosotros, como buenos samaritanos, los levantamos, les curamos el alma y los llevamos con nosotros. Sembrando el bien de tal manera que el camino hacia el Cristo total sea imborrable.
Es el tiempo de la esperanza, pero una esperanza tan activa, tan constructiva que va transformando el mundo en ese Reino de Dios esperado. Que borra el dolor y siembra de sonrisas todos los rincones del alma. Para que en el momento del encuentro seamos esa comunidad, ese Pueblo de Dios que tanto precisamos.

Santiago Rodrigo Ruiz

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