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jueves, 5 de diciembre de 2013

Comentario a las lecturas de la Inmaculada Concepción de la Virgen

INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Recuerdo en una ocasión en la que mi abuela hablaba con sus amigas de una vecina en la que parecía que se daban todas las virtudes, la ponderaban y la ponderaban. Hasta que una dice: .-Nada chicas, que le ha quitado el sitio a “María Santísima”-.
El pueblo de Dios siempre ha tenido muy claro que después de Dios, la criatura más bella y perfecta es la Virgen María. Donde Dios vuelca la totalidad de las gracias, la totalidad de las hermosuras, el culmen de las perfecciones, desde el primer instante de su concepción.
Ella había de ser el tabernáculo perfecto donde el Hijo se encarnase. El puente maravilloso por el que la divinidad habría de llegar a la humanidad. Ella había de ser la nueva Eva desde donde todos los hombres volverán a ser engendrados, renacidos para Dios.
En ella, en el fruto de sus entrañas, renacemos, volvemos a ser creados, magníficos, como Dios nos quiso siempre. Recuperar aquella belleza que salió de las manos de Dios cuando el pecado era desconocido, cuando el hombre miraba a su Creador cara a cara, sin ninguna sombra que se interpusiese entre ambos, sin nada que ensuciara esa relación.
La apuesta de Dios por nosotros la inicia en ese momento, en ese instante en que era concebida María. Una apuesta por nuestra santidad, una apuesta por un mundo en justicia, y como consecuencia de ella un mundo en paz, ya que ambas son inseparables.
La apuesta de Dios por nosotros, es mostrarnos en María como es posible vivir en amistad profunda con Dios, en intimidad con Él, en cercanía armoniosa con el que es el origen de toda la felicidad posible. A la que estamos llamados.
Pero es que en aquella concepción inmaculada se estrena también nuestra eternidad. La eternidad que nos había sido arrebatada por el pecado, ese pecado cuyo fruto envenenado es la muerte. Porque si la eternidad es participar plenamente con Dios, el pecado es una separación eterna de Él, una muerte sin límite, un dejar de existir, ya que sólo con Dios se es, se existe.
El pie frágil de aquella muchacha nazarena aplasta la cabeza del diablo. Y con él aplasta toda soberbia, toda violencia, todo aquello que nos separa, todo lo que se opone a que nos miremos como hermanos, todo lo que entristece a la naturaleza humana.
El pie frágil de aquella muchacha nazarena aplasta al autor de todo el sufrimiento de la historia, la causa de todas las lágrimas de la historia, el motivo de todos los desencuentros de los hombres.
Porque en ese pie está la fuerza de Dios, en ese pie la potencia de la misericordia divina, en ese pie está la potencia, el entusiasmo de un Dios que quiere al hombre con él, no quiere su separación, quiere que participe de su propia gloria. Ese pie frágil coge la mayor de las potencias con el SI al ángel Gabriel, con el ponerse, de una forma incondicional, a total disposición de la idea que va a suponer una nueva creación, un cielo nuevo y una tierra nueva.
En María, concebida sin mancha, recibimos el mayor regalo imaginable. Por eso, mirándola sólo nos queda la acción de gracias. A Dios por no desistir en la redención del género humano. A María por permitir ser la puerta de esa redención, por ser feliz al sentirse la esclava del Señor.

Santiago Rodrigo Ruiz

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