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viernes, 27 de diciembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Domingo 29 de diciembre, Día de la Sagrada Familia

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA

Recuerdo en una ocasión, en que una pareja, hijos de unos amigos, se presentó en casa. Me cuentan que han tenido “un tropiezo” y ella está embarazada, y me piden ayuda para decírselo al padre de ella porque les daba miedo su reacción. Con el papelón me presenté en la casa y lo más suave que pude lo dije. El padre se pone a gritar, a soltar improperios y amenazas, hasta que la madre, con toda la cachaza me dice: .-No te preocupes, Santiago, si va a ser el abuelo más empalagoso que haya cuando nazca lo que viene, entre los gritos ya está disfrutando a su nieto o su nieta, lo que sea. Si no sabe vivir sin su familia-. Por cierto, ocurrió al pie de la letra.
No saber vivir sin la familia es saber vivir de veras, es saber donde se puede ser realmente feliz. La familia es ese núcleo verdadero donde el amor puede alcanzar una mayor plenitud. El padre y la madre, los hijos y los abuelos si es posible, componen un todo afectivo, un conjunto de seguridad y protección. Donde los proyectos son reales porque todos empujan en la misma dirección.
Cuando Dios crea al hombre, al ser humano, lo crea hombre y mujer. Y lo hace así porque su futuro es multiplicarse y en ese multiplicarse ir creando la historia, ir haciendo los tiempos para poder seguir creciendo en el amor.
Si miramos la familia de Nazaret, tenemos que ver como el nexo que los une es el amor, la generosidad, la entrega, la disponibilidad al plan de Dios. Que es lo mismo que decir a la mayor de las felicidades posibles para nosotros. María que al aceptar la invitación de Dios de ser su madre, lo acepta sin ningún tipo de condición, pone en manos del Señor su persona y su vida. José, que ama entrañablemente a aquella joven y en la que apunta una traición. Pero Dios le explica su plan, le dice cual es su papel y lo que espera de él. José, tal vez no lo entienda, pero acepta y se convierte en custodio y padre del hijo de Dios Altísimo. Jesús, Dios-con-nosotros, es uno más de la familia y en ella vive el amor filial del hombre, sabe de lo que se puede esperar de ese amor, y lo mantendrá por encima de todas las circunstancias.
Es el reflejo perfecto en el que nos podemos mirar, donde cogemos la referencia de lo que el amor familiar representa. El padre y la madre, fuente de la vida, pero desde el amor y la entrega. Los hijos fruto de ese amor y de esa entrega, donde la vida continúa, donde el materialismo y el egoísmo se estrella. Donde la vida alcanza su mayor sentido, porque es fruto de ese amor y de esa generosidad. La familia cristiana donde la manipulación no es posible desde fuera, porque todo se basa en una vida entregada por amor. Donde la felicidad nunca es fruto del consumo, sino de la entrega mutua de todos sus miembros.
Por eso siempre ha querido ser manipulada, y cuando no se ha podido se la ha intentado destruir. Ofreciendo, como ahora, alternativas bastardas y destructivas. Saben que si se destruye a la familia el resto caerá fácilmente. Y en eso está todo su empeño.
Por eso tenemos que ser más conscientes que nunca de nuestra obligación de defender a la familia, pero la familia como Dios la crea, un padre, una madre y los hijos. Esa familia capaz de crear vida en su seno, esa vida que es la única capaz de seguir construyendo los tiempos y la Historia. Una familia en la que todos somos uno, cada uno en su papel, pero con el amor como signo de unión. Esa familia reflejo de Dios, ya que la familia vive en el amor y Dios es amor.

Santiago Rodrigo Ruiz

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