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viernes, 23 de agosto de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 25 de agosto

DOMINGO VEINTIUNO DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que estábamos de obras en la iglesia y estaba hecha una leonera. El viernes pedí ayuda a la gente y el sábado nos juntamos unas veinte personas. Limpiamos la iglesia y la dejamos preparada para la tarde. Les di las gracias y cuando se fueron le comenté a una persona: .-Te has dado cuenta que del grupo sólo cuatro vienen a misa asiduamente, el resto no, han venido a ayudar porque hacía falta, y ya está-. Y el caso es que yo sólo había llamado a la gente asidua a la parroquia, que no vino, los otros es que se enteraron.
A Jesús le preguntan quienes son los que van a salvarse, pero él no les da una respuesta fácil, no les dice haced esto y esto, para poder pasar a la vida eterna, sino que les indica que no existen unos salvados oficiales. Él está hablando a una gente que pensaba que por el hecho de pertenecer al pueblo de Israel, ya estaban salvados.
Pero hoy nos está hablando a nosotros, a la gente de hoy. Los que más practican, los que más rezan, los que más actos de piedad realizan, no están salvados sólo por eso.
En la línea de la semana anterior, Jesús no se conforma con la tibieza, no podemos ser cristianos que adoran a todo lo que se ponga por delante, que rinden culto a cualquier cosa.
Ser cristianos con las cosas claras, sabiendo que la vida eterna es una labor del día a día. Pero no sintiéndonos salvados por eso, como los judíos, sino confiando en la misericordia de Dios, el único que puede salvar.
Pasar por su puerta, por la puerta estrecha, la puerta por la que sólo cabe el amor y la misericordia. La puerta por la que no caben los bultos de rezos y devociones vacías. La puerta por la que no caben “los de siempre”, sino los que siempre han amado.
Quedarse fuera quien siempre tiene a Dios en los labios, pero no en su vida. Quedarse fuera los que juzgan con fiereza los defectos del hermano, pero nunca mira en su propio interior, en los rincones del alma. Quedarse fuera los que se confiesan de sus pecadillos, pero nunca quieren hacer examen de conciencia porque temen ver un alma egoísta, que sólo se ha adorado a si mismo y ha adormecido la conciencia con “caridades”.
Luchar por entrar por la puerta estrecha. Y para caber por esa puerta hay que liberarse de toda la morralla religiosa. No es cuestión de “ir a misa”, sino celebrar la eucaristía como la fiesta de la fraternidad con el hermano, en este Dios que se nos hace presente. No es cuestión de llenar el día de “rezos”, sino de una oración que me mantiene unido al hermano y con él a Dios. No es cuestión de “caridades”, sino de compartir con el hermano que nos necesita lo que somos y tenemos.
Si queremos caber por la puerta estrecha, si queremos ser reconocidos como los de Cristo, lo tenemos muy fácil. Recuperar la belleza con la que salimos de las aguas bautismales, darnos enteramente al amor y a la misericordia, y dejarnos confiados en las manos de Cristo. Pues él es el único Salvador, el único autor de vida eterna.

Santiago Rodrigo Ruiz

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