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jueves, 18 de julio de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 21 de julio

DOMINGO DIECISEIS DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión, en mi primera Navidad en Griñón, vino a verme un sacerdote muy mayor, por el que siento veneración, con el que me reúno siempre que me es posible ir a Madrid, al que escucho durante horas y al que consulto todo. Preparé la comida que sé que más les gustaba a él y al amigo que lo trajo, el mejor vino y todo perfecto. Yo no paraba para atenderlos lo mejor posible. Hasta que me dijo: .-Estate quieto puñetas, hemos venido a estar contigo, comida y bebida tengo yo en mi casa-. No me quedó más remedio que sentarme y atenderlos de verdad.
Lo fácil es “dar cosas”, lo difícil es acoger de verdad, que la persona que viene a casa comparta nuestras vidas, sea la dueña de nuestro tiempo, de nuestra atención, de nuestro cariño. Acoger en nuestras vidas, en nuestra intimidad, en nuestro ser, en nuestro ambiente más propio.
Porque tenemos miedo a ser realmente caritativos, amadores del hermano. Damos una limosna al pobre que encontramos, incluso abundante. Pero que se vaya, no hay sitio para él en nuestra vida. Ni un plato de comida en nuestra mesa, ni una cama en esa habitación que tenemos vacía.
Alguna vez cuando paseo por las calles y veo esos chales tan grandes en los que viven muy pocas personas, digo: ¡Qué cosas! Pero rápidamente vuelvo a mí y me digo, si yo tengo una habitación vacía con dos camas y como no venga alguna visita, siempre están vacías.
Porque acoger al que llega, pero acoger con el alma, asusta. Es más fácil dar cosas, poner una gran mesa, pero sin ofrecer lo que realmente vale. Ofrecer nuestro tiempo y nuestro espacio, darlo, dejarnos invadir totalmente.
Marta estaba de acá para allá, pero al margen de la persona que había llegado a su casa, sin darse cuenta de que el mismo Dios quería tomar parte de su intimidad, que la quería a ella, no a sus cosas, que quería compartir su corazón y su vida, que no había ido a su casa a que le dieran cosas, sino a ella misma, y eso no lo había captado.
Estamos en un tiempo en el que se para la actividad para ese descanso que se ofrece. Los medios y las empresas ofrecen  una inmensidad de actividades para que ocupemos ese tiempo en actividades, más desenfrenadas todavía.
Detengámonos, paremos las actividades y miremos como el tiempo pasa a nuestro lado lentísimamente. Miremos nuestro corazón y miremos al Señor que quiere hablarnos desde lo más profundo. Que quiere ser íntimo con nosotros, sin intermediarios, sin mediadores, cara a cara. Mirarnos a los ojos para que nosotros podamos vernos en los suyos.
El trabajo y el esfuerzo de Marta era necesario, pero en aquel momento, lo que el Señor quería era su corazón, su intimidad y su escucha.
El trabajo y el esfuerzo son necesarios, imprescindibles. Pero hay que saber parar de vez en cuando, y, como María, escuchar al Señor que quiere hablar contigo de un modo cercano, sin distracciones, sin perdernos en el hacer constante de cada día. Ser María de vez en cuando, no es convertirse en parásito, es ser valiente para dejarlo todo y escuchar a ese Dios que te quiere hablar al alma y que quiere ser acogido.

Santiago Rodrigo Ruiz

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