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viernes, 30 de agosto de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 1 de septiembre

DOMINGO VEINTIDÓS DEL TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que estábamos reunidos varias personas para un tema concreto. Una de las personas, tras el planteamiento del tema que nos reunía, y que no escuchó, comenzó a hacer juicios de los demás, a plantear los caminos perfectos, a hacernos ver lo poquísimo que valíamos y lo mal que hacíamos las cosas. Presentó su alternativa como maravillosa y única. Terminó la reunión y cuando se fueron yo pensaba: “Que buena persona podría haber sido, y podría ser aún, si esa prepotencia no lo tuviese encadenado”.
Jesús habla de humildad. Humildad viene de humus, tierra. Y no quiere decir que seamos tierra, sino que tengamos los pies puestos en la tierra. Conscientes de nuestras grandezas y de nuestras miserias. Pero en ambos casos necesitados de Dios.
Para remediar nuestras miserias, para pedir perdón y misericordia por nuestros defectos y el dolor que ocasionan a los demás esos defectos. Para aprender de esos defectos, saber que siempre son instrumento del maligno que nos entra por ese lado, el más débil, el de nuestro orgullo y nuestra vanidad y desde ese punto se va adueñando de nosotros hasta desfigurarnos.
Pero también ser realistas en nuestros dones y grandezas. De Dios los hemos recibido y a Él se los debemos, de Dios los tenemos y nos los ha dado, no para nuestra vanagloria, sino para ponernos al servicio de los demás, para que den ese fruto que Él espera y que debe alimentar a todos.
Porque la humildad, el realismo, el saber tener los pies puestos en la tierra, nos ahorra tantos sufrimientos, tantos sinsabores. Como puede ser que nos hagan ver nuestras limitaciones, nuestras deficiencias. Es decir, nos tiren del pedestal y nos hagan andar a la altura de los demás, que es nuestra altura.
Pero no nos equivoquemos. Que a veces la humildad la utilizamos para destacar, para que la gente nos diga lo mucho que valemos y que nosotros no vemos, para que nos suban al pedestal. Esa falsa humildad, no deja de ser otra cara de la prepotencia, de la soberbia.
Dios no nos ha hecho para estar encogidos en un rincón, sino para salir a las plazas y a las calles, a todos aquellos que nos quieran oír. Levantar la voz para ser heraldos de su verdad, denunciar la injusticia donde quiera que esté, es decir, no callarnos “ni debajo del agua”. Pero con la verdad de Cristo, con su paz y su justicia. Ser instrumentos felices y libres en sus manos, barro blando para que Él lo vaya moldeando a su gusto, según su voluntad. No, no estamos aquí para estar encogidos en un rincón.
Pero sabiéndonos sus criaturas. Porque Dios no ha preparado su banquete para los prepotentes, los “listos”, los enchufados… Sino que sale a los caminos y los llena de los que no cuentan para el mundo, de los que molestan, los que son rechazados, los viste de gala y los va sirviendo. En ellos Dios se complace y les demuestra a los poderosos su poco valor.
La humildad, la auténtica humildad, es el mejor instrumento del hombre ante Dios. Me preguntaron en una ocasión, qué significaba “ir humilde con tu Dios”. Yo les dije ser conscientes que Él es Dios y tú no.

Santiago Rodrigo Ruiz

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