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jueves, 7 de noviembre de 2013

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 10 de Noviembre

DOMINGO TREINTA Y DOS DE TIEMPO ORDINARIO

Recuerdo en una ocasión en que me contaba mi abuela, como durante la guerra civil, en mi pueblo que estaba en zona republicana, estaba prohibido todo acto y toda manifestación religiosa. Resultó que se murió un vecino y allí lo estuvieron velando sin más, hasta que llegó el momento de llevarlo al cementerio sin más ceremonia. Entonces uno de los que estaba allí dice: .-Vamos a rezar un Padrenuestro, por si acaso.-
Es el tema constante en el hombre en toda su historia. Los resquicios más antiguos de civilizaciones, casi siempre, están unidos a ritos funerarios.
¿De dónde le viene al hombre esta resistencia ante la muerte? ¿De dónde ese hambre de pervivencia, de eternidad? De su propia esencia, para eso fue creado, para la eternidad, para pervivir siempre con su Creador. Es la semilla de la vida que Dios pone en notros, hechos a su imagen y semejanza. Criaturas suyas. Así lo explica maravillosamente San Agustín en el primer párrafo de sus confesiones: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón no descansará, hasta que no descanse en ti”.
Es la perfección absoluta, el más alto nivel al que podemos aspirar, es el mayor de los futuros, la más grande de las aspiraciones. Romper la muerte, triunfar sobre la muerte, resucitar para vivir, pero sin que la muerte pueda volver a tocarnos, sin más caducidades, sin más limitaciones. Con este cuerpo, que nos ha limitado en vida, glorificado a imagen del cuerpo de Cristo, el vencedor de la muerte, el Señor de la Vida.
Sin embargo, la gran tentación, es el miedo al futuro, la desconfianza en el Dios de la vida, la cobardía a la hora de coger esta vida y transformarla en una antesala de la vida eterna, vivirla como la vida eterna. La vida del amor más pleno, el que lo envolverá todo y de todos modos.
Cuando San Pablo, en su primera carta a los Corintios, habla de las virtudes, sólo le da la pervivencia total al amor. La fe no será precisa porque estaremos viendo la totalidad de aquello que creímos, la esperanza no tendrá sentido, pues hemos llegado a la meta, tenemos aquello que anhelábamos. Sólo será preciso el amor, sólo continuará el amor. Dios es amor nos dice San Juan en su primera carta, origen y causa del amor.
Por eso cuando San Pablo, en la carta citada, nos dice cómo ha de ser nuestra vida aquí, qué ha de conducir nuestros actos. Él responde que con el amor, sin ese amor todo pierde el sentido.
Quien ama ya está saboreando el futuro, quien convierte su vida en amor, está viviendo de modo anticipado su eternidad. Esa eternidad a la que estamos llamados, para la que fuimos creados.
La mayor tragedia que al hombre le puede acaecer, es que el pecado le arranque esa eternidad, es permitir que el pecado frustre el proyecto que Dios tenía para nosotros desde el principio de los tiempos, ser uno con Él en una vida que el tiempo no podrá limitar. Dejar que triunfe la muerte sobre nosotros, cerrarnos todo horizonte de esperanza.
Dios es un Dios de vida, un Dios que no puede ser vencido por la muerte. Es por lo que estar unidos a Él es vivir la vida definitiva.

Santiago Rodrigo Ruiz

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