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miércoles, 1 de abril de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del 2 de abril, Jueves Santo

JUEVES SANTO

Jueves Santo es la constancia clara de que existe una mesa universal. Una mesa a la que todos estamos invitados. Una mesa de la que sólo está excluido aquel que se ha olvidado de amar, aquel que no ve al prójimo como ese al que amar, ese al que sentirse unido en todo.
Porque Jueves Santo es el recuerdo, el memorial, de que sólo el amor es capaz de mover al mundo. Por eso es el momento de la Eucaristía. Celebrar la Eucaristía no es cuestión de celebrar un precepto tranquilizador, ni una devoción privada que hemos heredado. Celebrar la Eucaristía es sabernos incorporados, urgidos, a la novedad de la Pascua del Señor, saber vivir en el amor que ha de traducirse en el servicio.
No hay amor si no sabemos lo que es servir. No hay amor si no sabemos, como Jesús, a bajar, a inclinarte, a despojarte de todo. Ponerte ante Él como discípulo, dejarle abrir sin condiciones su corazón para poder ver también el corazón del hermano que nos necesita, sin ser jueces, sino hermanos que amamos sin condiciones. Lavarle los pies, pero no como un gesto altruista, sino con la gratitud de quien te permite amar a Cristo amando al hermano necesitado.
Jueves Santo es el momento en que Jesús nos deja dos sacramentos, sacramentos del amor. Uno dentro de la comunidad, de la Iglesia, el de su presencia perpetua en el pan y en el vino eucarístico, comida y bebida que nos lleva a la vida eterna, ser Cristo con Cristo. El de su presencia en el amor al hermano más desposeído. En el anciano abandonado que carece de calor en sus últimos años. En la mujer sola, maltratada, prostituida, objeto para la miseria más baja del pecado. En los parados, los que no ven un futuro, una esperanza. En los drogadictos, emigrantes y demás marginados sociales. En los jóvenes sin esperanza, a los que la droga y otros instrumentos del mal han esclavizado, en los niños maltratados, en los niños sin futuro porque nuestro egoísmo los ha dejado sin un mañana. Todos ellos son sacramento de Cristo, presencia de Cristo para ser amado, acogido, integrado.
Jueves Santo es la Eucaristía es un servicio de comunión con los hermanos. Dios no puede escuchar nuestras oraciones si nuestra celebración eucarística no compromete nuestras vidas, no nos descoloca de nuestras comodidades, de nuestro aburguesamiento injusto, que coloca una pantalla para poder vivir nuestra comodidad sin que se nos desgarre el corazón ante el hermano que sufre.
Hace años, Cáritas, marcó este día como el “Día del Amor Fraterno”. Algo que quedó en unas notas, un preciosos postres con hermosos mensajes, que no merecían más allá de un vistazo al entrar o salir de la iglesia. Pero si a esta celebración le quitamos el amor al hermano que más nos necesita, no tendremos derecho a acercarnos a la comunión, no sólo este día, sino nunca. Cristo es la misericordia de Dios, que siempre perdona al que se acerca a él arrepentido de verdad, y especialmente del que hermano que más nos necesita.
Oremos con Él, estemos en su presencia, pero no recitando oraciones que se han preparado o que nos sabemos de siempre. Oremos junto a Cristo Eucaristía desde un corazón contrito y humillado. Que le da gracias al hermano porque le permite lavarle los pies, porque queremos ser uno con él y para él, porque no podemos entender una Eucaristía que no parta de nuestra vida en camino de conversión, en un cambio para vivir según Dios.

Santiago Rodrigo Ruiz

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