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jueves, 26 de marzo de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del día 29 de marzo, Domingo de Ramos

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

Celebrar la Semana Santa parece en sí una contradicción. Celebrar, hacer fiesta, del horrible sufrimiento y la muerte más cruenta y dolorosa de un hombre, es una expresión casi cruel. Sólo con ver las imágenes en las procesiones; Cristo con la cruz, flagelado, crucificado, torturado, sangrante y agonizante. La Virgen con expresiones desgarradas, llena de lágrimas. En algunos sitios los cantos penitenciales, o esa saeta, la seguidilla que desgarra la noche. Y a todo esto lo llamamos celebración, fiesta gozosa.
Pues si, y muy gozosa. Porque en ese sufrimiento horrible de Cristo, están presentes todos los pecados de todos los hombres, pasados, presentes y futuros. Esa sangre derramada es una fuente de salvación y de vida para todo el que cree en Cristo, el que lo asume como su Salvador, su Redentor. Salvación y vida porque esa sangre es la mayor manifestación imaginable del amor de Dios para con nosotros.
El Domingo de Ramos lo inicia todo, todo lo avisa. Es la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén, el grito del pueblo que espera un redentor definitivo. Es para nosotros el marco perfecto de la Semana Santa.
Es la entrada triunfal en la que todos los personajes de este acontecimiento van a tomar postura. Los que están contra los romanos y piensan que es el momento de la revolución, y ven en Jesús un guía.
Por otro lado la clase poderosa y las autoridades judías, la clase religiosa que ven a Jesús como un peligro para su modo de ser y vivir, en el que ellos son los únicos intérpretes de la ley, sin tener en cuenta la libertad del pueblo. Ese pueblo que pasa de la aclamación a pedir su crucifixión.
Este estado de cosas asusta a los romanos, que ven en Jesús una posible fuente de preocupaciones, en las que ellos tendrán que actuar y que cortarán en seco si lo ven necesario.
El último grupo de aquella entrada de Jesús en Jerusalén, son los discípulos de Jesús. Que en un corto espacio de tiempo, pasarán de la euforia a la decepción, al abandono y, como será el caso de Pedro, hasta la negación de su conocimiento de Jesús.
Falta un grupo, el nuestro, dónde nos colocaríamos nosotros. Una respuesta estaría en la homilía del Papa Francisco en el Domingo de Ramos pasado. Decía: “Nos haría bien preguntarnos: ¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo ante mi Señor? ¿Quién soy yo, delante de Jesús entrando en Jerusalén en este día de fiesta? ¿Soy capaz de expresar mi alegría al alabarlo? ¿O tomo las distancias? ¿Quién soy yo delante de Jesús que sufre? Hemos oído muchos nombres: tantos nombres. El grupo de los líderes religiosos, algunos sacerdotes, algunos fariseos, algunos maestros de la ley que habían decidido matarlo y estaban esperando la oportunidad de apresarlo ¿Soy yo como uno de ellos?”.
Estamos ante el misterio que se abre ante nosotros y que nos invita a un silencio asombrado ante un Dios en su Hijo, que clama al padre en su soledad y abandono, pero que se entrega  gratuitamente por nosotros.

Según nuestra respuesta será como vivamos esta Semana Santa. Dejándonos desbordar por el misterio. Celebrando al que renuncia a su vida por amor y sigue vivo. Por eso recuperamos nuestra vida definitiva cuando estamos dispuestos a dar la vida por amor.

Santiago Rodrigo Ruiz

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