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jueves, 2 de abril de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del 3 de abril, Viernes Santo en la Pasión del Señor

VIERNES SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

Lo que celebramos en el Viernes Santo es la Cruz, la victoria del amor, la Glorificación de Jesús, el triunfo del hombre por la entrega de Dios. Miremos la Cruz, contemplemos la Cruz. Descubramos en ella al hombre verdadero, aprendamos su camino. En Jesús muerto de Amor, está presente Dios mismo glorificando, dignificando, salvando al hombre.
Hoy es el día en que los cristianos levantamos entusiasmados la Cruz gloriosa del hombre que ha descubierto su sentido en el amor extremo del Padre, que con su Hijo crucificado nos ha mostrado su compasión sin límites. Una compasión que nos hace ser capaces de vivir con fortaleza la debilidad de nuestras vidas y de la historia, porque sabemos que no estamos solos. Una compasión que nos hace combatientes solidarios que apuestan en la historia por los crucificados, porque creen en la victoria definitiva de la verdad. No adoramos la Cruz del fracaso, sino el fracaso de los que crucifican y condenan a sus hermanos.
Hoy es el día en que hacen fiesta todos los que han lavado y blanqueado sus mantos en la Sangre del Cordero. Hoy la Cruz consuela y anima, para que mirando al que atravesaron en su inocencia entregada, todos podamos ser curados sintiendo que sus cicatrices nos han curado.
En tiempos de crisis necesitamos, más que nunca, activar esta memoria de la Cruz y recordar que la esperanza se nos ha dado a favor de la causa de los pobres. La memoria de la Cruz desbarata el entusiasmo ciego de creer que el mundo tiene arreglo él solo, sino que tiene sentido luchar para que tenga arreglo.
Jesús no se desmoronó en su fe, pero saboreo la noche y el ahogo de la fe más profundamente que cualquier hombre. Porque al clamar moribundo a Dios experimentó el insondable misterio de Dios y su voluntad. De forma que en ese vacío insuperable superó ese vacío por la fe.
Porque Jesús ora en su dolor. Pone en las manos del Padre su límite y su debilidad y confía en el Padre, se abandona a su amor, se abre a su misericordia.
Jesús muere orando. Como hombre de fe profunda. Jesús, sin ver nada, sin sentir nada, sin apoyos, totalmente desnudo y solo muere orando: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Su oración hecha un grito resonó en toda la humanidad, en toda la Creación. Su momento último se hizo grito escuchado sobre todo en el corazón del Padre.
A nosotros no nos queda nada más que ver que la palabra del Padre ha quedado cumplida. Con la muerte de Cristo se rompe el velo del templo, el cielo y la tierra se han encontrado para la eternidad, ya  no pueden permanecer los muertos en la muerte, ya tienen que resucitar. Ahora, agarrados a Cristo en la Cruz, tenemos que esperar que se cumpla también en nosotros la voluntad del Padre. Agarrados a Cristo en la Cruz tenemos que aprender a llevar la cruz de nuestra humanidad, limitada, sufriente, hasta las manos del Padre, para que la resucite con la fuerza de su corazón que ha explotado en la lanzada y nos ha dado para siempre el agua que nos purifica y la sangre que nos salva.
Por eso en este Viernes Santo, sólo presentamos nuestro deseo de verle y adorarle en la Cruz, querer ser como Él, con un corazón que sólo desea seguirle, para tener con Él y como Él una vida sin medida en el corazón del Padre. Querer clavarnos en su Cruz para, desde ella saber vivir su fuerza y experimentar la vida eterna que lleva en sus entrañas.

Santiago Rodrigo Ruiz

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