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jueves, 5 de marzo de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 8 de marzo, Tercero de Cuaresma

CUARESMA TERCER DOMINGO

El templo de Jerusalén tenía su propia moneda, como venía gente de todas partes, los sacerdotes permitían cambistas para poder hacer la ofrenda con su moneda. Al mismo tiempo los sacrificios tenían que ser animales puros, por lo que permitían a gente de confianza ofrecer esos animales a los que venían sin ellos. Lo que pasa es que de aquella buena intención para el culto, aquello se había convertido en un centro de negocios, hasta tal punto que constantemente se profanaba el lugar más sagrado de los judíos, con el visto bueno de los dirigentes del templo.
La reacción de Jesús no es violencia, es el deseo de recuperar aquel lugar santo a su función principal, adorar a Dios, al Padre, no al dios dinero que es al que adoraban aquellas gentes. La reacción de las autoridades es furibunda, y es cuando Jesús les dice que ese tiempo ya ha pasado. El tiempo del templo físico ha terminado, que a Dios se le adorará en espíritu y en verdad y que Él es el nuevo templo, lo intentarán destruir en la cruz, pero será reconstruido tres días después, en la mañana de Pascua.
Es donde nos encontramos con el verdadero templo, el Cuerpo de Cristo. Jesús es el único lugar y momento de adoración a Dios. Ya no existe un sitio concreto, no se le puede encerrar en un lugar. Cristo está en su Iglesia, su cuerpo del que Él es la cabeza, en todos los hombres y mujeres que lo ven como el único salvador, como el único que nos  reúne para Dios.
En una ocasión un grupo de la parroquia salimos de retiro al campo, pero nos hizo un tiempo fatal. Cuando llegó el momento de la misa llovía a mares. Todos nos arrinconamos en el cobertizo de un antiguo lavadero. En el momento del Padrenuestro lo rezamos apretados y encogidos, la patena hubo que pasarla porque no me podía mover para dar la comunión. Al terminar me dice un chico que estaba a mi lado que le parecía estar en el templo más hermoso del mundo, yo le dije que el templo es donde está la comunidad unida a Cristo y amándose, por eso aquel templo era tan hermoso.
Por eso, en nuestro caso, la profanación del templo no es sólo destruir las cosas sagradas. La profanación más grave y pecaminosa es destruir el Cuerpo de Cristo, no sólo en las especies sagradas, sino en su cuerpo, en los hermanos que sufren, en aquellos que nos necesitan, en aquellos que quieren ver en nosotros el amor de Cristo vivo y que nosotros hemos expulsado con nuestro egoísmo y nuestro desamor.
Profanamos el templo del cuerpo de Cristo cuando rezamos con un corazón lleno de rencor. Cuando rezamos habiendo expulsado de nuestro corazón y nuestro afecto a todos aquellos, a los que por nuestra cuenta, no consideramos dignos.
Profanamos el templo del cuerpo de Cristo cuando no lo manifestamos con nuestro ejemplo y con nuestra vida. Y no porque nos vean muy “rezanderos”, sino cuando, con el nombre de Cristo en los labios, con hora y horas de rezos, vivimos como el mayor de los paganos. Adorando al Dios consumo, placer, dinero…
Es el momento en el que Cristo volverá a utilizar el azote para expulsarnos de ese templo que es Él mismo en todos los creyentes de verdad, siendo su cabeza, para echarnos de él, para decirnos que allí no tenemos espacio. Aunque siempre con la puerta de retorno abierta, para que convertidos y reconciliados, volvamos a ser parte suya, parte de ese templo sin techo ni paredes.

Santiago Rodrigo Ruiz

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