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jueves, 12 de marzo de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 15 de marzo, Cuarto de Cuaresma

CUARESMA CUARTO DOMINGO

Cristo elevado en la Cruz es el mayor gesto de amor que se puede imaginar, es el mayor abrazo que ha dado Dios a la creación entera. Es el amor sin límite son unos brazos abiertos, unos brazos sangrantes, que quieren hacer extensivo el perdón y la misericordia a todos los hombres de la historia.
Es cierto que en algún momento de la Historia, la Cruz ha sido utilizada por personas para su propio beneficio, social y político, siendo causa de dolor y de enfrentamiento.
Pero lo que yo siempre he visto es la Cruz como gesto de amor y de entrega. Con la Cruz al cuello se ha anunciado el amor y la misericordia divinas hasta en los más recónditos rincones. Con la Cruz al cuello se ha estado junto a la cama de los enfermos, curando, consolando y compartiendo el dolor de los que sufren, incluso muriendo con ellos. Con la Cruz al cuello se ha luchado y se lucha contra el hambre y la miseria del mundo de los pobres. Con la Cruz al cuello se ha trabajado y se trabaja para promocionar y sacar de la miseria a los que la sociedad mundial no interesa.
Hubo un momento, en que ciertos “demócratas” decidieron eliminar el crucifijo de los colegios, hospitales y todos los edificios públicos. Algo que aplaudió toda la clase política, tanto de izquierdas como de derechas. Y poco a poco fueron metiendo ellos su propia ideología. Pero con una diferencia, la Cruz era un signo de unidad y amor, sus símbolos sólo son lo que a unos poquitos beneficia y enfrenta con el resto.
Hace años visitaba a un amigo en un hospital de Madrid y pasé a ver a una abuela muy anciana que no paraba de decir: .-El Cristo, donde está el Cristo-. Un hijo le decía que lo habían quitado. Sin decir nada, bajé corriendo, cogí un taxi, me fui a una tienda de artículos religiosos y compré un crucifijo. Cuando se lo di a la abuela no dejaba de besarlo. Unos días después volví y pasé a la habitación, donde el capellán le daba la extremaunción. Murió enseguida abrazada al crucifijo. Llegó el personal para retirarla y uno, señalando el crucifijo dijo que cogieran eso. El hijo, levantando la voz dijo: .-Eso, ni se le ocurra tocarlo-. Cuando me iba bajé al tanatorio y estaba en el ataúd con su “Cristo” en la mano y el hijo me dice. .-Padre, se ha fijado en la cara de alegría de mi madre-.
Mirar a Cristo en la Cruz es saber que desde esa Cruz siempre ha habido y habrá, hombres y mujeres buenos, que introduzcan entre nosotros amor, amistad, compasión, justicia, sensibilidad y ayuda a los que sufren. Eso es lo que construye la Iglesia de Jesús, la Iglesia del amor, la única Iglesia.
Hace poco un obispo, ante una feroz campaña política en su diócesis para eliminar los signos religiosos de todos los sitios públicos decía: “Podréis arrancar la Cruz de todas partes, de las calles, de las torres de las iglesias y de las cabeceras de las tumbas. Pero no la podréis arrancar de nuestros corazones. Porque un cristiano siempre la va a ver en los postes de las carreteras, en las ramas de los árboles, en los hierros de las vallas. Y, sobre todo, en todo el que se nos acerque con los brazos abiertos…”

Cristo elevado en la Cruz es salvación para los hombres, paz en las contiendas, misericordia en el pecado, reconciliación entre todos los hombres. Cristo elevado en la Cruz es amor desinteresado. El amor de un Dios que sólo sabe amar y perdonar y el de todos los que lo miran.

Santiago Rodrigo Ruiz

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