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jueves, 19 de marzo de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo día 22 de marzo, Quinto de Cuaresma

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

Si existe algo que pueda frustrar al grano de trigo es quedarse tranquilamente en el granero, no ha valido para nada. El grano de trigo ha nacido para ser molido, ser triturado, desaparecer y ser harina que se ha de convertir en alimento y vida. O volver a ser sembrado, caer en la tierra y morir como grano, desaparecer, para convertirse en una espiga que dé el ciento por uno. Es para lo que nació el grano, guardarlo o darle un destino distinto es frustrar su sentido, su razón de ser.
La vida  brota siempre a borbotones, apartando lo que se pone frente a ella, si no es porque el ataque contra ella sea tan fuerte que la disimule, que la oculte, pero sin poder detenerla.
Jesús lo sabe, por eso afirma que ha llegado la hora de la glorificación. Pero al hablar de la glorificación incluye su pasión y su muerte como uno de los elementos de esa glorificación. Para Él su pasión de dolor y muerte es una ofrenda gloriosa al Padre. Ha llegado la hora, no se puede esperar, lo que había que hacer ya está hecho, lo que había que decir ya está dicho. Ha llegado la hora definitiva, la hora de sacar los frutos de tanto hacer de Dios por nosotros.
Y yo también veo que ha llegado nuestra hora. No esa hora última y definitiva en la que sin nada en las manos nos presentemos ante el Señor.
Es la hora presente. La hora de que nos tomemos en serio nuestro ser cristiano, nuestro pertenecer a esa familia que ha de ser ejemplo y referencia de amor y de misericordia.
La hora en que nos dejemos de esa oración fervorosa que no corresponde a una vida según Dios. El estar horas de oración ante Dios y negarle al hermano que sufre unos minutos de amor y solidaridad.
La hora en que dejemos de usar el Santo Nombre de Dios en vano, invocándolo en todo momento con un estilo de vida que no se diferencia en nada de los ateos o paganos, adorando al mismo tiempo al Dios de Jesucristo y al dios consumo, placer, comodidades personales. Sin querer mirar siquiera a esos a los que la vida ha golpeado de la peor manera y en los que Cristo se manifiesta de verdad.
La hora de una auténtica conversión. De dejarnos, como dice el salmo, de ofrendas y holocaustos, y mostrar un corazón contrito y humillado. Dejar este corazón cínico y fariseo y acercarnos al corazón sangrante y amoroso de Cristo.
La hora de enfrentarnos con valentía a nuestros pecados, a nuestras infidelidades para poder cambiarlo en un corazón realista y sincero. De saber de nuestras limitaciones y pobrezas, para así comenzar a sacar la ternura, la grandeza que Dios puso en nosotros desde el comienzo.
Con Cristo ha llegado la hora de glorificar a Dios, de comenzar a escalar el camino de la Pascua definitiva. Sin eludir esa pasión, que si, como la de Cristo, tiene un momento de dolor y pasión, su fruto inmediato es la felicidad más perfecta, el gozo que tiene un corazón sincero que sabe de sus miserias, pero también de sus grandezas. El gozo en que vive el que cada momento se enfrenta a sus pecados para estar cerca de Cristo. El gozo de quien tiene los brazos abiertos al hermano, especialmente al hermano que más sufre, porque es el mayor abrazo que podemos dar a Cristo.
Ha llegado la hora de que, como el grano de trigo, no nos importe morir a este mundo para poder nacer al mundo de Dios. La hora de dejar ser grano aislado y vacío, para convertirnos en espiga generosa.

Santiago Rodrigo Ruiz

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