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jueves, 10 de abril de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Domingo de Ramos (13 de abril)

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

Recuerdo en una ocasión en la que habíamos terminado una gestión con bastante acierto, y todos se acercaban para felicitarnos. Uno se nos acercó, creo que con más mala uva que con deseo de templanza, y nos dijo: .-No olvidéis que a los cuatro días del Domingo de Ramos está el Viernes Santo-. A lo que le respondí: .-Y al tercer día del Viernes Santo el Domingo de Pascua-.
Es cierto que el sufrimiento de Cristo, esa pasión cruentísima y dolorosísima, viene unos días después de aquella entrada gloriosa en Jerusalén. Pero nosotros contemplamos ese sufrimiento de Cristo como prólogo necesario para la Pascua, el acontecimiento vehicular de nuestra vida, el fin y sentido de todo el hacer de Jesús, el cumplimiento definitivo de todas las promesas divinas en toda la Historia de la Salvación. La gran VIGILIA PASCUAL, la celebración más importante de todo el año.
Pero antes tenemos que acompañar a Cristo por el camino de la cruz. Y ese camino comienza en este Domingo de Ramos. En ese momento en el que las gentes aclaman a su Salvador, aclaman al que viene en el nombre del Señor, bendiciendo su nombre. Ese momento en el que si los labios se callaran, gritarían las piedras.
Son alabanzas, son ramos bellos y floridos, cogidos de ese árbol que se ensangrentará, que se empapará de la sangre del inocente. Pero hoy son ramos hermosos y triunfantes.
Jesús sabe, desde hace mucho y así lo explica innumerables veces a sus discípulos, el sufrimiento y el dolor que le espera. Él es el grano de trigo que ha de ser molido, machacado, triturado para que salga el más maravilloso pan de vida. Amasado con dolor y sangre para convertirse en alimento de vida eterna.
Pero hoy no toca, es el inicio de su gloria, el tiempo en que Jesús va a manifestar su libertad absoluta para seguir adelante con el plan de Dios.
Que bello reflejo sería nuestra vida tomando esa libertad de Cristo, coger nuestra cruz, hacerla gloriosa como la suya, y acompañarlo desde el gozo de estas aclamaciones, hasta la mayor explosión de vida imaginable del Domingo de Gloria. Pero sin escatimar el sacrificio, la entrega generosa de nuestra existencia en aras del hermano, dejarnos desgajar como Él, dejarnos romper como Él, para que nos reconstruya desde su amor. Porque nunca es ni será vana una entrega generosa de la vida.
Podemos, incluso debemos, gozar nuestros “domingos de ramos”, pero no podemos negar nuestro ascenso a la Pascua por el camino del calvario. Sólo quien se da, se entrega, quien pone su existencia como una ofrenda en las manos del Padre, puede culminar con éxito este ascenso, esa subida gloriosa, aunque no exenta de dolor, con nuestra cruz, imagen y forma de todos los amores imaginables. A esa cúspide de gloria, donde el sepulcro es una antesala, donde la muerte es un fracaso, donde el dolor se convierte en la más bella de las flores de la vida.
Domingo de Ramos, entrada gloriosa en Jerusalén, ciudad de paz, ciudad de vida. Inicio de la Pasión, vía crucis recién iniciado, camino de luz, aclamaciones de los niños hebreos con ramos de olivo. Canto que completarán los ángeles unos días después con ese grito de vida que no han podido apagar los tiempos. Un grito de vida que parte del origen de los tiempos y no tendrá fin.

Santiago Rodrigo Ruiz

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