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miércoles, 16 de abril de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Viernes Santo

VIERNES SANTO, PASIÓN DEL SEÑOR

Recuerdo en una ocasión en que miraba con mi abuela la procesión del Viernes Santo. Delante de nosotros iban pasando las imágenes de los cristos con la cruz a cuestas, crucificado… Entonces mi abuela le dijo a otra mujer, más o menos, de su edad: .- A ver que necesidad tenía el Señor de meterse en esto-. La otra mujer la miró afirmativa y añadió: .-Es verdad, si él con hacer así (hizo un gesto con la mano como limpiando) había mandado a toda esta gentuza al infierno-. Ambas dieron un suspiro y siguieron viendo la procesión devotamente.
Muchísimos años después, recordando aquellas frases que en aquel momento no entendí, veo que en la cruz se manifiesta todo el amor y toda la libertad. En la cruz se ve toda la  generosidad y toda la misericordia. Mirando la cruz y en ella a Cristo roto, no nos queda más remedio que ver en ella toda la paz y toda la vida.
Por eso todos los que, desde los orígenes de la Iglesia, han escrito, todos los que han hablado, han coincidido en que sólo se puede ver a Cristo y éste crucificado. Con los brazos abiertos y fijos, cosidos la cruz, con sus pies inmóviles por esos clavos que los han taladrado. Con el costado abierto. Esas llagas por donde se ha derramado su sangre, un manantial inagotable de amor y de misericordia. Ese manantial que ha saciado la sed de todos los que se sentían hundidos en el camino de la vida.
Esas llagas que sanan las del alma de todos los hombres de la historia. Esas llagas en las que se han refugiado, nos hemos refugiado todos los que nos sentíamos solos y perdidos en el camino de la vida. Esas llagas, ese cuerpo torturado y roto, que es vida ilimitada, salud de aquellos que la vida desgarra una y otra vez.
Una cruz en lo alto del monte, pero al lado de todos nosotros. Ese amarre al que podemos aferrarnos cuando todo se hunde y que nos mantiene a seguros. Esa tabla sobre la que podemos flotar en las tempestades de nuestra existencia y en la que estaremos a salvo.
Una cruz en el cruce de los caminos por la que sabremos con toda seguridad, sin posibilidad de error, qué camino elegir. Porque la cruz siempre nos va a conducir al corazón amoroso de ese Dios que se nos entrega. Nos va a llevar siempre por la ruta más segura, como es la de seguir los pasos de Cristo.
Una cruz en la que cargar todas nuestras grandezas y todas nuestras miserias. Echarla sobre nuestros hombros y caminar con Cristo, a su lado, a su altura, en la que su peso se va diluyendo porque va pasando a los hombros de Cristo. Caminar con nuestras cruces a su lado. No renunciando al dolor, pero un dolor que envuelto en amor se convierte en redentor, pues es reflejo del amor interminable de Cristo.
Postrarnos ante la cruz en Viernes Santo, adorar la cruz en Viernes Santo, es ver como Dios no ha escatimado nada, ni el dolor ni el sufrimiento de su propio Hijo, para recuperarnos, para que volvamos al camino de la vida.
Mirar la Cruz, y en ella a Cristo crucificado, es mirar la salvación, es mirar la vida, es ver un amor que nos debe llevar al auténtico Amor. Mirar la cruz para clavar en ella todas nuestras miserias, todos nuestros pecados, los que aplastaban pero no detuvieron a Cristo, y en ella comenzar a beber del manantial de la vida. Ese manantial que brota del costado de Cristo crucificado, para que nunca tengamos sed, para que nuestra vida sea también una ofrenda, un don para ese hermano sufriente que nos necesita y en el que está Cristo con su cruz.

Santiago Rodrigo Ruiz

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