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viernes, 18 de abril de 2014

Comentario de D. Santiago a las lecturas del Domingo de Resurrección

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

Tras la noche viene el día, tras la oscuridad viene la luz, tras la muerte viene la vida, tras la desesperación viene la esperanza cumplida, la promesa hecha realidad.
Hemos resucitado con Cristo y en Cristo. En esta ocasión lo vamos a hacer con un Padre de la Iglesia latina: “La resurrección de Cristo no ha destruido la carne, sino que la ha transformado. Su gran poder no destruyó la naturaleza. Cambió la calidad, pero no la naturaleza. El cuerpo que había sido clavado en la cruz se tornó inaccesible al sufrimiento. Fue muerto y volvió eterno. Se puede decir perfectamente que la carne de Cristo ya no es aquella que habían conocido; en ella no hay ya señales del sufrimiento o de debilidad. En esencia sigue siendo la misma, pero es divina, por lo que respecta a la gloria… quiere decir que nuestra resurrección ha sido inaugurada en Jesucristo. En Él, muerto por todos nosotros, se funda toda nuestra esperanza. Ni dudas ni reticencias, ni esperas inútiles en nosotros: las promesas se están cumpliendo y con los ojos de la fe ya disfrutamos de las gracias que nos llenarán después. Nuestra naturaleza ha sido elevada, en la alegría ya poseemos el objeto de nuestra fe… (S. León Magno, Homilía 71).
Es el Domingo de Gloria, pero tenemos la realidad de la vida, después de la realidad de la muerte. Cristo ha resucitado porque ha pasado por la muerte, nosotros no podemos pasar a la vida si no pasamos por su muerte.
La muerte a un mundo cruel y violento, para pasar a la vida de un mundo de paz y de generosidad, de entrega generosa, de esfuerzo por el hermano más necesitado.
La muerte a una vida centrada en nosotros mismos, a un solo pensar en lo que nos produce placer y bienestar inmediato. Para llegar a la vida de un mundo de entrega incondicional, en el que no se escatima la lucha para transformar esta realidad que nos rodea, ajena al plan de vida que Dios quiere para nosotros desde el principio de los tiempos.
Es Domingo de Gloria, el trágico camino al calvario es ahora una senda luz. La dura roca del Gólgota es ahora la base maravillosa donde se ha sentado la esperanza. La Cruz ensangrentada, con los clavos horrendos, es ahora el faro que va a iluminar al universo por los siglos de los siglos. En ella vemos a la muerte clavada y muerta para siempre,
Todo cambia, todo se trasforma. Hasta la Iglesia grita en su pregón pascual “feliz culpa que mereció tal Redentor”, nada ha sido inútil, nada ha sido en vano. Las treinta monedas de Judas es el pago de una redención gloriosa. Las negaciones de Pedro son gritos de esperanza y vida.
Es el Domingo de Gloria, donde los patriarcas saltan de gozo viendo que el camino que marcaron va al sepulcro vacío. Donde los profetas cantan con alegría aquellas profecías que durante siglos prepararon y anunciaron este momento. Es el momento en que la Iglesia se ve desbordada de fuerza porque la luz del espíritu del Resucitado estalla por todos su poros.
Gritemos y felicitémonos porque es el primer día de nuestra existencia. Es el día en que la creación se ve completada, el universo ha adquirido su luz definitiva, donde los hombres tiene ya un motivo para darse el abrazo de la paz que nada podrá separar, porque sale de Cristo Vivo para siempre.

Santiago Rodrigo Ruiz

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