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miércoles, 23 de marzo de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del viernes 25 de marzo, Viernes Santo

VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

Cuando hace muchos siglos los orientales crearon la cruz como método de muerte y de tortura, lo hicieron para inferir el mayor de los sufrimientos al reo y que fuese escarmiento para el resto de los delincuentes. Pero no sabían el alcance y la trascendencia de su invento.
La cruz a través de la historia ha sido motivo de muchas cosas. De los mayores dolores y de los más atroces sufrimientos, de enfrentamientos y guerras. Pero también del amor más sublime, de la entrega más generosa, de sangre derramada por fidelidad y por amor.
Viernes Santo es el momento en que la Iglesia se postra ante la cruz, el momento en que adoramos la cruz, el momento en que la miramos con ojos gozosos, porque en esa cruz estuvo colgado quien era toda la misericordia y todo el amor de Dios. Porque en esa cruz estuvieron, están, colgados todos los pecados del mundo. Porque en esa cruz la muerte fue vencida y en ella mana el mayor manantial de vida que podamos imaginar.
Pero podemos tener la tentación de mirar la cruz como un elemento de fervor y de devoción, como un signo sagrado al que veneramos, pero en suma algo del pasado, que nos valió nuestra salvación, pero del pasado.
La pasión y la muerte de Jesús es algo que ocurrió ayer, pero que sigue ocurriendo hoy, porque Jesús sigue muriendo por todos y en todos. Jesús sigue agonizando, sangrando, derramando su vida en todos los que sufren, en todos los perseguidos, en todos los que son masacrados.
Jesús sigue crucificado en ese refugiado, niño y adulto, que espera entre el barro y el frío, las migajas de nuestro mundo opulento. Jesús sigue siendo crucificado en tantos pobres, en tantos desamparados, en tantos a los que les falta lo más elemental y que tienden, como Lázaro, sus manos esperando las migajas de nuestras mesas bien dotadas, de nuestras comodidades y nuestro consumo descarnado. Jesús sigue siendo crucificado en todos los débiles que nosotros utilizamos para sentirnos generosos, pero sin el más leve deseo de cambiar de vida.
Vamos a llegar a los actos litúrgicos y miraremos devotos la cruz de Jesús que se muestra, veremos como se va descubriendo y contemplaremos la imagen del crucificado. Pero no se si veremos el dolor de tanta gente inocente, víctima directa de nuestro egoísmo, de nuestra cobardía, solos. Como se vio Cristo, como se ve Cristo, abandonados, con gente piadosa que los mira pasado de ellos, viendo en esa cruz sólo lo que se quiere ver, lo que no nos incomoda.
Si queremos participar de la cruz, de la vida que brota de ella, debemos dejarnos crucificar, debemos dejarnos calvar, para que en ella muera todo nuestro egoísmo, toda nuestra cobardía. Colgar de la cruz para que veamos a todos los que sufren, para que nos duela su dolor, para que sintamos en nosotros el frío de su desamparo, como a Cristo le duele el dolor del hermano abandonado. Porque cuando sintamos ese dolor de verdad, cuando compartamos el frío del madero, comenzará a correr por nosotros la alegría de la vida, porque habremos muerto al pecado, para ir, poco a poco, a ese sepulcro origen de la vida, fuente de la vida sin fin.

Santiago Rodrigo Ruiz

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