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martes, 22 de marzo de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del jueves 24 de marzo, Jueves Santo

JUEVES SANTO. MISA EN LA CENA DEL SEÑOR

Cuando de pequeños relatábamos los siete sacramentos, lo hacíamos con una cantinela idéntica, como si fuese una cosa más. Naturalmente no éramos conscientes que estábamos explicando la actuación de Cristo en su Iglesia. El ser y el estar de Cristo vivo entre nosotros, pero de una forma real, siendo parte de cada momento y opción de nuestras vidas. Es la “presencia social” del Señor entre nosotros. E incluso se le pone un momento de la vida de Cristo en el que va apareciendo cada uno de los sacramentos.
Jueves Santo, la Cena del Señor, es el momento culminante del Misterio de Cristo, porque es la concreción de su mensaje y de su persona. En la Cena del Señor se van desgranando todos los momentos y todos los gestos que nos dicen que el que preside esa mesa es el Amor de Dios Encarnado. Es el momento en el que Él anticipa su muerte y su resurrección para darse a si mismo en el pan de vida, para que sus discípulos saboreen, ya que Él nunca se va a separar de ellos, que tengan la convicción absoluta de que su presencia real, física, palpable como lo tienen allí, se va a perpetuar más allá de los tiempos.
Es el mensaje de amor de amor más perfecto, la entrega más absoluta, la generosidad elevada a lo más sublime. Porque el mismo Dios ha decidido ser comida y bebida para todos, de un modo inagotable, un manjar eterno. Milagro ante el que los cielos y la tierra han de postrarse en adoración continúa. Ante el que debemos acercarnos con el gozo de sabernos llamados por el mismo Dios y el temblor de sentirnos indignos de tanto amor, de tanta generosidad de tanta misericordia. Acercarnos a ese cuerpo roto en la cruz y perfecto en la mañana de Pascua.
Por eso el gesto del Señor, de lavar los pies a sus discípulos, es el indicativo de cómo tenemos que acercarnos a este sacramento, al misterio de la Eucaristía, al don del mismo Dios. Porque nadie nos podemos acercar a esta comida dignamente sin habernos postrado a los pies del hermano más necesitado, despojándonos de todo lo que nos desfigura, de todo lo que nos aleja. Lavar los pies con nuestro desprendimiento, pero real, sin falsas emociones, sin engañarnos a nosotros mismos. Acercarnos a este banquete habiendo hecho de nuestra vida un reflejo de la entrega y del amor de Cristo. Lavar los pies del hermano con un amor y un perdón, dado y pedido, que vaya eliminando las asperezas del alma, esas que se oponen a que nos liberemos de verdad, que nos aferran a lo material con todas nuestras fuerzas, y que no son otra cosa que artimañas del Maligno que nos quiere lejos de esa mesa, de ese banquete en el que él es destruido.
Jueves Santo, Misa en la Cena del Señor, abrazo perpetuo del Dios del amor a los hombres. Vivir la Eucaristía, pero a la manera de Cristo, sin acoples ni disimulos. Gozar la Eucaristía como ese don que nos deja desnudos ante Dios, al tiempo que somos vestidos de su gracia, de su amor y de su entrega. Despojarnos de todo lo que nos afea, para vestirnos de maravilloso manto de ese amor contagioso de Dios, que nada más entrar en nosotros se va extendiendo para envolver al mundo de vida.

Santiago Rodrigo Ruiz

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