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viernes, 4 de marzo de 2016

Comentario de d. Santiago a las lecturas del domingo 6 de marzo, Cuarto Domingo de Cuaresma

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

Es una de las parábolas más bellas de Jesús para manifestar el amor infinito de Dios y nuestras reacciones personales ante su misericordia.
Aparecen tres personajes en los que Jesús presenta la realidad de su pueblo y el corazón de los hombres. El hijo menor, un sinvergüenza que se aprovecha de todo, que despilfarra lo que no ha sudado, que piensa que todo el mundo está obligado con él, porque, con el dinero del padre, ha creído comprar a otros como él, que cuando se ponen las cosas mal lo dejan solo. El hijo mayor, cumplidor a carta cabal, que hace las cosas al pie de la letra, que nunca se sale de lo mandado. Pero con un corazón duro, sin un ápice de misericordia para con los que no son como él, a los que no cumplen la norma al pie de la letra, y que está convencido que por eso el padre está obligadísimo con él. Y el padre, todo bondad y misericordia, que ama y perdona sin límite, que quiere a todos sus hijos con él, que acoge al depravado y intenta ablandar el corazón del otro para que sepa amar y perdonar como él.
Hoy podemos asegurar una situación muy parecida. Aquellos que pasan de Dios, que usan y abusan de sus dones, pero al mismo tiempo desprecian a los que no viven en su llamada “libertad absoluta”. Pero que dentro de ellos llevan un miedo tremendo a la soledad, a verse sin nada en el alma, a mirar dentro de su corazón y verlo vacío, hambriento de auténtico amor. Luego los creyentes “cumplidores” al pie de la letra, que llevan a cabo todo lo mandado, y que piensan que por cumplir la norma Dios está obligado con ellos. Sin embargo con un corazón tan vacío como el otro. Tan vacío que cuando llegan al confesionario no encuentran pecados en ellos, más allá de alguna anécdota de incumplimientos legales, que nunca miran en el fondo del corazón. Porque no son capaces de amar ni de misericordia, que no comprenden el amor y la misericordia del Padre hacia todos, que no aceptan la conversión y el cambio de corazón del que se arrepiente.
Y el Padre, todo amor y misericordia. Que no justifica al hijo depravado y su estilo de vida, que no le va a aplaudir su pecado y su distanciamiento, pero que lo acoge con los brazos abiertos cuando vuelve a Él arrepentido, con un corazón contrito y humillado. El Padre que quiere ablandar el corazón del otro hijo, hacerle ver que su cumplimiento sin amor no tiene sentido, que si no hay un corazón amante, misericordioso, capaz de acoger al hermano pecador, de amar sin límite, porque ese amor, esa misericordia, es lo que da sentido a su cumplir, a su vivir religioso.
Un Padre que llama a nuestros corazones para que miremos con sinceridad en su interior. Un Padre que quiere hacernos ver que nuestro “cumplir” las normas eclesiales, nuestro “hacer cosas” en la Iglesia, no tienen valor sin un corazón que sepa amar, sin un corazón solidario y misericordioso. Un Padre que constantemente nos hace ver que el hermano que sufre, el hermano que llora, es cosa nuestra, no podemos sentirnos fuera del sufrir del hermano y conformarnos con cumplir la norma. Un Padre que sólo sabe amar y perdonar porque, es el origen del amor y de la misericordia, donde todos cabemos, donde todos tenemos un futuro.
Santiago Rodrigo Ruiz

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