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viernes, 1 de enero de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 3 de enero, Segundo Domingo de Navidad

2º DOMINGO DE NAVIDAD

Si hay un denominador en todas las creencias y religiones, es ese deseo de querer acaparar a Dios, exclusivizarlo, considerarlo como propio, darle forma. En suma controlarlo. Pero eso nos lleva a alejarnos de Él, porque toda imagen toda idea determinada de lo que es Dios siempre es errónea. Dios es inabarcable, no se le puede medir, no se le puede encerrar en una forma o en una idea. Sencillamente, Dios es Dios.
Por eso sólo nos podemos acercar a Él cuando nos dejamos envolver por Él, cuando su amor llena todos los resquicios de nuestra alma, de nuestra existencia.
Cuando Dios “acampa” entre nosotros, quiere decir que durante un tiempo será uno con nosotros, corporal y limitado. Pero llegado el momento “levantará” la tienda, levantará el campamento, ya no será limitado y su corporalidad será distinta, su presencia será eucarística, eclesial, pero nuevamente inconmensurable e ilimitado. Nuestro único nexo de unión, nuestro único modo de contacto será el amor. Pero un amor según Dios, no un amor a nuestra medida, ya que Dios es el amor, es la luz, la única luz que nos puede iluminar en el camino de la vida, ese camino que debemos recorrer para el encuentro definitivo, ese encuentro que nos hace participar de su eternidad, participar de su inmensidad.
La Palabra de Dios se hace carne, viene a nosotros. Pero no viene para condenar, no viene para echarnos en cara nuestros pecados, nuestras constantes infidelidades. La Palabra de Dios nos dice que Dios es Padre. Un Padre que se preocupa constantemente por el bien de sus hijos. Nos dice que Dios, por amor, por puro amor, se hizo hombre para enseñarnos el camino de la verdadera vida, y no dio marcha atrás ni ante la muerte de Cruz.
La Palabra de Dios nos llama por nuestro nombre y nos dice a todos ya cada uno que nos quiere con locura. Y se hace luz para que le sigamos, para que distingamos el camino. Es la verdad, la que se basa en el amor.
Verdad que una y otra vez dejamos de creer. Jesús es la verdad de Dios, pero que sólo encontramos desde el amor. Pero un amor que debemos encontrar desde la justicia. Justicia para esos que han de recorrer kilómetros para conseguir un poco de agua al tiempo que brindamos con champán. Justicia para esos que rebuscan entre las basuras algo que les permita poder seguir en pie, mientras nosotros discutimos por las calidades del jamón.
Porque Cristo, Dios-con-nosotros, está en esos que caminan con sed, en esos que rebuscan con hambre, en esos que no consiguen librarse del frió porque sus harapos o sus cartones no los cubren del todo, en esos que se ahogan en la patera mientras ven a lo lejos las luces de nuestros adornos de Navidad.
Es curioso como el Dios infinito, inabarcable, inconmensurable, se hace tan concreto, tan tangible, en esos pequeños que son la medida de su amor. Luz eterna que quiere iluminar nuestros corazones para poder dejar al descubierto nuestras mezquindades, para que las veamos, para que las arranquemos con fuerza, pera dejar el alma en carne viva y que se llene de la paz de esa Palabra que se hace hombre y pone su tienda entre nosotros. Para que su misericordia llegue a tales niveles que nos inunde de tal modo que se vierta y pueda llegar al corazón de tantos hermanos nuestros que nos necesitan. A tantos hermanos nuestros que necesitamos para sentir la luz de Dios.

Santiago Rodrigo Ruiz

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