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viernes, 15 de enero de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 18 de enero, Segundo Domingo del Tiempo Ordinario

SEGUNDO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Uno De los pasajes más conocidos, porque se lee en muchas ocasiones, es este fragmento del evangelio de S. Juan. El de las bodas de Caná, en el que se da el primer milagro de Jesús al convertir el agua en vino.
Sin embargo este fragmento es más importante que esa anécdota de sacar del apuro a unos amigos que se han casado y la entrañable intervención de la Virgen María para que se realizara el milagro. Es la manifestación de la gloria de Jesús, es mostrar quien es Jesús de verdad, junto con la epifanía y el bautismo en el Jordán, cuando se abre el cielo, Cristo manifiesta su gloria, algo que hace crecer la fe de sus discípulos en Él.
Jesús no se guarda para sí mismo su riqueza interior, en su “signos”, como los llama el evangelista, Jesús le va dando forma a esa nueva humanidad que va a ir surgiendo a partir de su encarnación. Nada humano le es ajeno, nada de lo nuestro lo tiene sin cuidado, todo lo quiere transformar en vida y en esperanza, todo lo va a ir conduciendo para que a nosotros, si lo seguimos, no nos falte la alegría, la dicha de vivir.
Sin embargo, comparando nuestras reacciones con las de Jesús, ante las situaciones difíciles de los hermanos, suelen ser bastante distintas. Porque nos cuesta ver como propios los problemas de los demás, como nuestros los apuros y sufrimientos del hermano.
Hemos acentuado tanto el individualismo, nos hemos ido aislando de todo aquello que nos rodea, de tal forma, que la frase de que no es nuestro problema, que cada cual ha de vivir su vida, no se nos cae de los labios.
Está bien que cada viva su vida, ha de afrontar sus problemas. Pero no somos islas, no podemos sentirnos como alguien que sólo lo suyo tiene importancia y los problemas de los demás son otra cosa, incluso muy secundarios cuando hablamos de colaborar.
Que el vino se agotara, que aquella pareja quedase mejor o peor, que se acabase la fiesta y la alegría, no lo había provocado Jesús, Él era un simple invitado. En el peor de los casos una víctima de la improvisación de los novios, alguien que vería como se acababa la cosa cuando nadie lo esperaba. Pero él asume el problema de los novios y lo resuelve.
Y así será siempre. Jesús asume nuestros pecados, nuestros problemas, y los asume como suyos. Toda la vida de Jesús será así, ante la enfermedad, la muerte, el sufrimiento y el pecado ajenos. Sanará, resucitará a los muertos, acogerá a los marginados, expulsará a los demonios que intentan una y otra vez esclavizar a la gente.
Sin embargo no nos damos cuentas de que si asumimos la vida y el estilo de Jesús, nuestra vida será una fiesta, como la de aquellas bodas que no consintió el Señor que se acabase. Porque cuando nos volcamos ante el sufrimiento del hermano, cuando somos instrumentos de misericordia, cuando luchamos codo con codo con los otros para acabar con el dolor, se reinicia la fiesta en nuestros corazones, porque entonces lo vemos a Él reflejado en ellos, porque estamos siendo sembradores de vida y alegría, porque el sufrimiento compartido con el hermano, deja de ser sufrimiento.

Santiago Rodrigo Ruiz

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