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jueves, 7 de enero de 2016

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 10 de enero, Primer Domingo de Tiempo Ordinario y Bautismo del Señor

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

Tanto el Bautismo del Señor como el nuestro, se realizaron con agua, pero son algo totalmente distinto. Juan bautiza a Jesús en el Jordán en el que el Bautista invitaba a la conversión, entra en los pecados y comienza a cargar sobre sí los pecados del mundo, como anticipo de su muerte y Pascua.
A nosotros nos bautizan también con agua para asociarnos a la muerte y resurrección de Jesús, para ser hijos de Dios. Parte de la Iglesia de la cual Cristo es la cabeza, es decir, formar parte del mismo Dios, de la Vida real, de la vida eterna.
Todos estamos bautizados con agua, según consta en nuestro certificado de bautismo. Pero ahora nos queda lo más importante, seguir bautizándonos día a día con el Espíritu, en un constante nacimiento para que la energía de Dios crezca y se desarrolle en nosotros.
Por eso será necesario que no pasemos por alto un detalle significativo. El Espíritu obra en quienes saben acogerse y recogerse en la oración y en la meditación de la Palabra de Dios. Ya hemos visto descender al Espíritu sobre Jesús en su bautismo, después de una etapa de cuarenta días en el desierto. El Espíritu que hablará a Cornelio y a Pedro cuando estaba en la terraza haciendo oración.
Pienso que quizá lo que necesitamos es retirarnos en oración con más frecuencia, a nuestro “desierto” particular, dejándonos invadir por el Espíritu que sopla con mucha fuerza sobre tantos hombres y mujeres que, tras la oración intensa, luchan por la justicia comprometidos con esa misión redentora que Cristo inaugura con su bautismo, asumiendo esa misión como parte esencial de nuestro ser de cristianos, elegidos en el momento de nuestro bautismo, que tantas veces dejamos inactivo, o con una acción que no pasa de un gesto simbólico que nos tranquiliza pero no nos transforma.
Un simple ejemplo. Cuando termina la eucaristía del domingo, la mayor parte de nosotros nos vamos a casa con la tranquilidad de que hemos cumplido el precepto y hasta el próximo domingo. No somos conscientes de que la celebración no ha terminado, que Cristo no se queda “guardado en la iglesia” sino que nos quiere acompañar y que esa eucaristía que hemos celebrado es el alimento de nuestro ser cotidiano. Que nos obliga a vivir según esa Palabra que nos ha hablado y ese Cuerpo de Cristo que quiere ser el alimento. No hay punto y aparte, no vivimos la fe en secciones separadas.
Nuestro Bautismo no es un estado temporal, es una existencia completa, un vivir según Cristo, con el estilo de Cristo y en el amor de Cristo. En nuestro bautismo apostamos por un modo de vivir, que para entenderlo no hay que partirse la cabeza a fuerza de pensar, sino el corazón a fuerza de amar. Es una vida concreta que nos hace ser Cristo para nuestros hermanos. Fuimos renacidos, hechos nuevos, no somos del mundo, somos de Cristo porque formamos parte de su ser, de su mensaje, de su muerte y de su resurrección. Bautizados en el Espíritu Santo, bautizados en la muerte de Cristo, bautizados en la resurrección y en la vida eterna junto a Él, que es el por qué de su encarnación, de su compartir nuestro barro.

Santiago Rodrigo Ruiz

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