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jueves, 1 de enero de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 4 de enero, Segundo después de Navidad

SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD

Las otras religiones monoteístas, judíos y musulmanes, nos acusan de blasfemos porque representamos a Dios, porque lo pintamos, lo esculpimos y lo modelamos, porque la damos figura humana y , según ellos, reducimos a Dios.
Pero es que no saben que no sólo podemos hacerlo, sino que debemos hacerlo. Porque Dios tiene forma. Tiene una figura humana, tiene forma, cara expresión, tiene un cuerpo como el nuestro.
Porque Dios eterno, la Palabra eterna del Padre, el Hijo de Dios toma un cuerpo como el nuestro, estando nueve meses en el seno bendito de la Virgen María, naciendo Niño, con las debilidades y necesidades de cualquiera de nosotros, viviendo como uno de nosotros.
Pero sin ser simplemente uno de nosotros. Porque es el Verbo que pone su tienda entre nosotros, pero Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, como decimos en el Credo. Que viene a los suyos, pero los suyos no lo quieren recibir, tienen miedo de esa Luz, porque siempre se tiene miedo a la luz, ya que pone al descubierto todas las miserias estén donde estén. No hace ver nuestros pecados y eso nos hace débiles ante el mundo, nos hace frágiles ante los demás, nos hace sentirnos vulnerables. Por eso rechazamos esa luz, pero el rechazo a esta Luz, a Cristo mismo tiene unas malas consecuencia para nosotros, empeñados en ocultar nuestra parte más humana.
Porque rechazar esta luz hace que tampoco veamos nuestras grandezas, nuestras capacidades, nos hace difícil ver lo que tenemos de imagen y semejanza divina. Porque somos capaces de muchas grandezas, somos capaces de crear mucha belleza, mucha justicia, mucha armonía, mucha misericordia.
Acoger a Cristo, luz de Dios, dejarnos iluminar por esa luz, llenar de esa luz, es saber que los pasos que demos son pasos seguros. Y si tropezamos y caemos, enseguida vamos a saber como levantarnos, como volver a coger el camino que nos lleva a puerto seguro, el camino que nos lleva a Él.
Él es la luz sin sombra, la luz que no puede ser oscurecida por nada. Vivir iluminado por esta luz nos muestra el camino diáfano. No es que nos impida pecar, no es que nos impida caer, pero ese pecado lo vamos a descubrir enseguida, no vamos a permanecer en el pecado. En esa luz vamos a ver siempre el rostro misericordioso de Dios que nos va a hacer levantarnos y seguir nuestra vida con alegría.
Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron, y, a pesar de ser los primeros llamados, no se dejaron iluminar. Por eso Cristo rompe las fronteras y hace del mundo entero su pueblo, llamado a ser su pueblo, sus íntimos, los más cercanos. Porque Cristo, luz del mundo, Palabra eterna del Padre, abre los rayos de su luz a todos los hombres del mundo, apaga todas las oscuridades, todas las sombras de la tierra, apaga las oscuridades de todos los corazones.
Nosotros hemos de ser los que acojamos esa Luz, pero no sólo acogerla, sino como la antorcha olímpica, pasar su luz ha todos los hermanos. Ya que a la luz de Cristo, todos los hombres nos reconocemos con claridad, nos invitamos a luchar para apagar, eliminar todas las sombras que tanto nos hacen sufrir y nos deshumanizan. La luz de Cristo ha de ser conocida y deseada, casi con desesperación, porque es nuestra alegría, esa que nos permite estrenar cada año como un conjunto de posibilidades para hacer el bien.

Santiago Rodrigo Ruiz

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