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viernes, 9 de enero de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 11 de enero, Domingo del Bautismo del Señor

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

El ciclo de Navidad se cierra, y se abre la primera semana del Tiempo Ordinario con la fiesta del Bautismo del Señor. Es, por decirlo de algún modo, el momento en que Jesús tiene plena conciencia de su misión, conoce con toda claridad el camino que le queda por andar.
Es un momento en que la Trinidad se manifiesta para rubricar este tiempo de redención que se inicia en la misma Encarnación de Cristo. Jesús dentro del agua, mezclado con la más pura humanidad, que siente en lo más profundo de su corazón esas palabras del Padre que le inicia la senda para que la Buena Noticia se haga un sitio entre nosotros. Y al mismo tiempo el Espíritu Santo que se le posa, que lo envuelve como una brisa suave, como el vuelo de una paloma.
Ante Él Juan desconcertado no sabe que hacer, porque no se atreve a imponer ese bautismo por el que enviaba a la penitencia a los pecadores, a este que tiene ante él, sin sombra de pecado, sin la más remota necesidad de arrepentimiento, pues el que tiene ante él es la santidad más perfecta.
Todos sienten ese ambiente, ese calor de Dios que ha bajado ante ellos, Es un momento en que el cielo y la tierra se unen. La santidad ya si tiene un espacio en la creación, el Santo participa de la humanidad, y eso sobrecoge a todos los presentes, especialmente Juan que sabe que él debe menguar para que Cristo crezca.
Y es nuestro momento, ese momento que se cierra con broche de oro en la Pascua del Señor, cuando todo se abre. Es el momento de tomar conciencia de lo que significa nuestro bautismo. Saber qué es nuestro bautismo, saber qué es estar bautizado.
Que para santificarme no tengo que salirme de este mundo, que “tanto amó Dios que le entregó a su único Hijo”. Que estar bautizado es vivir en la esperanza firme de que estamos llamados, y así hemos de sentirnos, a transformar el mundo según el corazón de Dios. Con los pies bien puestos en el suelo y el corazón en el amor de Dios.
Estar bautizado es saborear el gozo de convivir codo con codo con nuestros hermanos. Experimentarse cercano a los gozos y las esperanzas de todos. Es saber que la santidad se vive en las entrañas del mundo.
Estar bautizado es vivir siempre el gozo y la alegría de quien sabe que Dios se hizo hombre con todas las consecuencias. Es saber que todo lo humano es digno de ser vivido si lo hacemos unidos a Cristo.
Estar bautizado es descubrir que un laico, un bautizado normal, vive en la Iglesia y en el mundo con los sentimientos de Cristo. Vivir la Iglesia y el mundo como un todo que me acerca a Dios sin separarme de los hermanos. Pero que me acerca más a aquellos más débiles, a los más pobres y necesitados a los que menos cuentan en el mundo, pero que ocupan el primer lugar en la lista divina.
Estar bautizado es tener grabado a fuego en toda el alma las palabras del Señor: “Tuve hambre, tuve sed, estuve solo y desnudo, enfermo y en la cárcel, emigrante y marginado, pero nunca estuve desamparado porque te tuve a ti, que siempre me veías a mi en tantos hermanos que te tendieron la mano y nunca se quedaron vacías”. Es porque estar bautizado es participar en plenitud del misterio total de Cristo, en su vida, en su apostolado, en su muerte y en su resurrección, donde todo empieza.

Santiago Rodrigo Ruiz

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