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domingo, 4 de enero de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del día 6 de enero, Epifanía del Señor

EPIFANÍA DEL SEÑOR

La Epifanía es la más antigua celebración de las fiestas de Navidad, y en la Iglesia Ortodoxa la primera y fundamental. Es la manifestación de Cristo, en su nacimiento, a todos los pueblos.
La Iglesia siempre ha colocado tres momentos de la vida de Cristo como las manifestaciones más importantes y correlativas. La adoración de los Magos, el bautismo de Cristo en el Jordán y las bodas de Canaán. En ellas se manifiesta a las gentes, no a su grupo como ocurrirá en muchas ocasiones, sino al pueblo, y muestra en su divinidad y como Hijo amado del Padre, Dios-con-nosotros.
Pero esta fiesta de la adoración de los Magos, es ese momento es que Jesús es puesto ante el mundo en su totalidad, algo que se hace presente en los dones que los magos le ofrecen. Incienso como imagen de su divinidad, oro como signo  de su realeza y mirra como la más pura humanidad, ya que era la sustancia con la que se embalsamaba a los muertos.
Sin embargo estos dones que manifiestan a Cristo son también signo del futuro de todos y cada uno de nosotros. En esos dones hay un reflejo de nuestro ser cristiano como se ven en el ritual del bautismo.
La mirra se puede ver cuando salimos de las aguas bautismales, pasar de la muerte a la vida, para, por medio nuevamente de la muerte, a la vida definitiva. El oro y el incienso lo vemos en nuestra unción-crismación bautismal, en la que se nos unge como sacerdotes y reyes, participando de esa misión sagrada que nos permite a hacer la ofrenda a Dios, participando de su divinidad y asumiendo la misión, la realeza, de Cristo, no como señores de la creación, sino como sus custodios, no como sus dueños, sino encargados de concluirla según el deseo y el plan de Dios.
La tradición le ha dado otro significado viendo el origen de cada  uno de los Magos, cada uno viene de una de las partes del mundo conocidas en aquel momento, y los tres vienen a adorar al Dios-Rey que ha nacido. La presencia y la persona de Cristo tienen alcance universal. Ya no se reduce al ámbito de Israel, la promesa hecha a los padres alcanza al universo. Dios ya no puede ser encerrado en fronteras o tradiciones. Dios se ha encarnado para todos los hombres de la tierra: “…id por todo el mundo…” les dirá Jesús a sus discípulos como su último mandato.
Pero las fiestas del Señor no son sólo para proclamar su grandeza, para alabarlo y rendirle culto como nuestro Dios y Señor. Es también fiesta nuestra, la de todos sus hijos. En Cristo se va manifestando nuestro futuro, lo vamos viviendo como cumplimiento de su promesa redentora, su plan de salvación para nosotros es una realidad. El misterio de Cristo en sus manifestaciones (epifanías), nos muestran el reflejo de lo que Dios quiere para nosotros. Como su amor misericordioso es inagotable para cada uno de nosotros. Todos juntos en comunidad de amor hemos sido llamados a su presencia, a la participación de su amor infinito.
En la Epifanía Dios nos muestra como se ha acabado el tiempo de los intermediarios, se han acabado las palabras indirectas. Ahora es Dios mismo, en su Palabra hecha carne, quien viene a cogernos de la mano para que no perdamos el camino que nos acerca a Él y como desde su misma muerte ya ha sembrado en nosotros la semilla de la eternidad que se inicia en su Pascua.

Santiago Rodrigo Ruiz

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