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viernes, 23 de enero de 2015

Comentario de D. Santiago a las lecturas del domingo 25 de enero, Tercero del Tiempo Ordinario

TIEMPO ORDINARIO TERCER DOMINGO

Ha terminado el tiempo de Juan el Bautista y comienza el tiempo de Cristo. Es un tiempo nuevo, es el tiempo de no mirar atrás. El Evangelio nos relata como Jesús va llamando a los discípulos y éstos dejando todo, sin preguntar nada, lo siguen. No saben a qué aventura se enfrentan, para qué misión se los llama, en qué ha de dedicar su tiempo y su esfuerzo. Pero ellos siguen a Jesús, intuyen que algo nuevo está comenzando, que este que les llama no es alguien normal, tiene una fuerza, emana un poder que los atrae, y esa será su vida. Comenzar de nuevo, estrenar existencia, dejar enterrado todo lo viejo.
Porque eso significa conversión, girarse, darse la vuelta, cambiar la dirección. Estrenar vida y valores, y en este caso abandonar todo lo antiguo para unirse a la vida y al estilo de Cristo. Porque Jesús nos presenta a Dios como algo nuevo. Ya no se le presenta como ese justiciero que castigaba con el dolor el pecado del hombre. Jesús nos presenta al Dios verdadero, el Dios del amor, el Dios de la misericordia, el Dios que perdona de verdad a los corazones arrepentidos.
Eso es lo que les pasa a los habitantes de Nínive cuando Jonás les dice que su pecado los va a destruir, se convierten de verdad. Cambian totalmente de modo de vida y se aferran con todas sus fuerzas a la misericordia de Dios, suplicándole su perdón. Y Dios se lo da inmediatamente, sin más condición que ese cambio de valores que se ha producido en su existencia y que les marca un nuevo mundo, pero un mundo más grato, un mundo más digno de ser vivido.
Y eso es lo que nos ofrece Jesús hoy, lo mismo que a las gentes de Nínive. Un nuevo vivir, ser capaces de salir al encuentro del otro para perdonar, sin que el otro tenga que dar el primer paso, sino que vea nuestras manos y nuestro corazón abiertos.
Ser realmente solidarios, compartiendo con ellos el sufrir, nuestros bienes, dando esa palabra cariñosa y comprensiva que tanto necesitan, una palabra que les haga mirar el mañana con gozo, con esperanza. Compartir las penas para transformarlas en alegría.
Porque la palabra de Jesús es conversión y creer en el Evangelio, en la Buena-Noticia, esa que manifiesta la bondad de un Dios que no es el castigador y justiciero que se nos quería presentar. Sino en un Dios misericordioso y comprensivo, que nunca cierra las puertas de su corazón, que aunque nuestros pecados sean negros, Él los convierte en un corazón blanco con su amor que no se cansa de perdonar.
Convertirnos y creer en la Buena Noticia, girar el alma y la vida hacia su Palabra, hacia su programa de existencia, hacia su estilo de vivir, un vivir en solidaridad, amor, comprensión y perdón, es decir, vivir en felicidad, en la alegría de sentirnos amados al tiempo que amamos.
La conversión a Cristo es precisamente eso, un cielo nuevo y una tierra nueva. Es lo que aparece cuando tenemos la experiencia del Señor Resucitado, cuando le hemos hecho un espacio fundamental en nuestro vivir de cada día.
Y ese mundo nuevo que estrenamos en Cristo es el mundo de la dicha, de vivir cada instante aspirando la vida con todas nuestras fuerzas, porque es la vida que vivimos en Cristo. Y cuando una vida se basa en su persona sólo queda la dicha, solo queda saborear esta vida que hemos hecho ofrenda, libre y alegre con todo aquel que nos necesita y en el que siempre está Cristo.

Santiago Rodrigo Ruiz

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